Editorial enero 2024

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Año de nieves, año de bienes

Pues así empieza 2024, con la nominación de La sociedad de la nieve como aspirante al Oscar a la mejor película internacional, categoría en la que competirá con La zona de interés, Perfect days, Yo capitán y La sala de profesores. Como ven son todas muy duras competidoras y la consecución del galardón se presenta reñida, lo que no hace sino que el logro de Bayona sea aún más digno de consideración con independencia del resultado final.

Aunque quizá lo más llamativo es que el filme sobre Auschwitz de Jonathan Glazer compite en dos categorías en apariencia excluyentes: mejor película internacional y mejor película a secas, y por otro lado la obra de Justine Triet aparece tan solo en el apartado de mejor película, siendo una obra francesa. La única explicación que encuentro a semejante clasificación es que lo que antes eran películas de «habla no inglesa» ahora son catalogadas bajo el extraño epígrafe de «internacionales», y que Anatomía de una caída no opta a ese premio porque su personaje principal habla mucho rato en inglés.

Claro, la propia Sandra Hüller también aparece en La zona de interés, una película íntegramente rodada en alemán, aunque de coproducción británica y estadounidense. Yo, la verdad, es que no lo acabo de entender, así que si alguien puede hacerlo le agradecería que me lo explicase. Lo único que me parece claro es que es el año de Hüller y que esta estupenda actriz (nominada en el apartado correspondiente) debería rascar algo ya fuera por la peli de Glazer o por la de Triet.

Con respecto a lo patrio, también debemos señalar que Robot dreams, la película de Pablo Berger, aspira al máximo galardón de animación junto a gente como Miyazaki.

Claro todo esto queda oscurecido por la absurda polémica en torno a Barbie: resulta que la película de Gerwig, a pesar de acumular ocho nominaciones, no se encuentra entre las aspirantes a mejor dirección o actriz principal, y por el contrario su compañera destroza taquillas Oppenheimer, que se medirá en trece categorías, sí compite con Nolan y Murphy por sus respectivos premios. 

El problema no viene por Oppenheimer, claro, sino porque donde no ha sido seleccionada la protagonista Margot Robbie (Barbie), sí lo ha sido el secundario Ryan Gosling (Ken).

Yo todavía no he tenido la fortuna de visionar la película, así que no puedo opinar, pero mucho me temo que, de no tratarse de una decisión tan abracadabrante como la de las nominaciones a mejor película internacional y mejor película a secas, el criterio debería ser el de la calidad artística objetiva y no el de una supuesta decisión patriarcal.

Puede ser —llaménme loco— que simplemente Gosling lo haya hecho tan bien como Robert De Niro, Mark Ruffalo, Sterling K. Brown o Robert Downey Jr. y Margot Robbie no tan bien como Emily Blunt, Danielle Brooks, DaVine Randolph, Jodie Foster o su compañera de reparto America Ferrera.

Sea como sea, el partido está abierto, y parece que al final todo va ser muy disputado entre películas sobre cosas que no pasan de moda: nazis, aliados y rubias inocentes.

No, Beckenbauer no participó en Evasión o victoria

Hay muchos aficionados al Deporte Rey que sostienen tal infundio; parece claro que una película sobre fútbol en la que aparece Pelé en el bando de los aliados debería compensar —siquiera por una cuestión estética o deportiva— al de los nazis con una figura de similar grandeza dentro del terreno de juego, pero no fue el caso. La confusión se debe a que el propio Pelé homenajeó conscientemente en la película a su buen amigo Franz, que jugó con un brazo en cabestrillo tras dislocarse el hombro en el partido del siglo de Alemania contra Italia en el mundial de México en 1970.  

¿Y a qué viene esta irrupción futbolística en un editorial sobre cine? Sencillamente a que el Kaiser Franz Beckenbauer nos ha dejado este mes de enero de 2024 y yo no sabía cómo rendir homenaje al más elegante de los líberos de la historia.

Nada mejor para ello que rememorar una muy entretenida película de John Huston.

«Evasión o victoria», quizá la mejor película sobre fútbol… aunque no estuviera en ella Beckenbauer.

Otros caídos de película

Norman Jewison, realizador canadiense de grandes éxitos como El violinista en el tejado, Jesucristo Superstar, Agnes de Dios, Hechizo de luna o Huracán Carter, también nos dejó en enero de este año, a la edad de 97 años. Llevaba retirado desde 2003, y a pesar de haber facilitado la consecución del Oscar para algunos de sus colaboradores —como Cher, Rod Steiger o John Williams—, él solo fue galardonado con el Irving Thalberg —una especie de Oscar honorario— a toda su carrera.

En nuestro país, ha sido muy lamentable la pérdida de alguien como Ventura Pons, un muy veterano director con más de treinta películas en su haber entre las que destacan Actrices, Amigo, amado o Caricias.

Y por último también mencionar a David Soul, el memorabilísimo Hutch de la serie policíaca de los años setenta Starsky y Hutch, que falleció también el 4 de enero de este año.

Prohibir Magical Girl, exhibir Diabolical boy

Pero yo querría hablar de otras muertes menos dignas, más controversiales, porque… ¿Cómo enfrentarse al suceso Vermut sin resbalar en los viscosos lixiviados de la hipocresía, la moralina y el morbo? ¿Podemos sobrecogernos ante la sordidez de los hechos narrados y mostrar empatía con las personas dañadas sin necesidad de lanzarnos a condenar ante la sola evidencia de la denuncia anónima? ¿Desconfiar del tan maniqueo y perfectamente ajustado relato del monstruo insensible y la víctima atenazada por el miedo a la violencia física y el rechazo social sin dejar de sostener por un segundo que pueda ser cierto y por ello condenable y abyecto? ¿Reconocer, con la muy sensata Isabel Coixet, que «no sabemos» y que eso no nos hace cómplices del abuso, la insensibilidad y el maltrato?   

El asunto es muy feo y produce desolación cuando no asco, ya sea por el padecimiento de las víctimas, por las propias respuestas del realizador ante las acusaciones —–que por mucho que apliquemos un principio de caridad resultan tan estremecedoras como torpes—, o por el afán justiciero de un diario que se ha empeñado en resucitar a toda costa en nuestro país un Me too que ya en EE. UU. tuvo en ocasiones más sombras que luces

Norman Jewison, realizador canadiense de grandes éxitos como «El violinista en el tejado».

Pero en esta tribuna estamos autorizados principalmente a hablar sobre cine, y no podemos dejar de señalar que uno de los aspectos más llamativos de todo este triste y lamentable suceso es que, sin llegar en apariencia a plantearse ninguno de los interrogantes de arriba, RTVE ha decidido retirar de su web la celebrada película de Vermut Magical girl.

Se cumple con ello la muy indeseable costumbre de confundir obra y autor, pero sobre todo la del hipócrita exhibicionismo moral de los que sienten que tienen que hacer algo con respecto al asunto y se aprestan a enarbolar banderas de pureza para darnos lecciones a todos. También puede ser que los responsables de esta censura ritual hayan tenido miedo de ser señalados por inacción, que por el contrario se sientan cómodos y arropados entre la turba de justicieros, o que simplemente hayan ejecutado con burocrática y acrítica impavidez una orden de arriba.

No sé qué opción resulta más desalentadora.

Porque lo cierto es que casi ninguna obra artística podría conservarse o incluso darse a conocer de aplicarse a cualquiera de los autores semejante escrutinio. Todos guardamos un reducto de miseria íntima, un acto reprobable que mancha el reverso de nuestra prístina imagen social. Algunas bajezas son peores que otras, sin duda, pero hemos de comprender que en el contexto social adecuado, todas llegan a ser imperdonables. En este sentido, lo único que podría salvarnos de ser ajusticiados por los voceros del pánico que diseminan horrores convenientemente exagerados y a veces nunca probados son algunos preceptos universales que no dependan de aquellos contextos: las garantías judiciales y la presunción de inocencia.  

¿Y qué decir de la coherencia del ente público? ¿No merecerían Ghandi, Dalí, Picasso, Neruda, Buñuel, Lennon o Connery –que protagonizan películas o documentales hagiográficos en la misma web–, una censura semejante por actos no muy distintos? ¿O es que la muerte los ha hecho ya amnistiables? ¿Acaso los en ese mismo sentido muy reprobables Amber Heard o Johnny Depp, inmersos en una tormenta de maltrato asimétrico pero mutuo, merecen presencia en la web de RTVE por aporrearse o insultarse en inglés?

Por supuesto no espero que me hagan caso; ni mi influencia es tan grande ni mi intención es tan ridícula. Sospecho que su coherencia es también mucho menor que su hipocresía y por fortuna podremos seguir disfrutando de obras magníficas creadas o interpretadas por artistas moralmente imperfectos.

«Magical girl», de Carlos Vermut, retirada del catálogo de TVE.

Etical girl

La reprobación de Itziar Ituño es de otro nivel; la actriz, conocida sobre todo por haber interpretado a una policía nacional en la serie La casa de papel —y la confluencia de persona y personaje en este caso es tan antagónica y llamativa como lo fuera la de Juan Echanove interpretando a Franco— apareció públicamente en una manifestación de apoyo a los presos de ETA. Inmediatamente la mente colmena de las redes destapó y difundió algunas de sus antiguas declaraciones en favor de su amigo Txus Martín, terrorista convicto implicado en crímenes de sangre. El intento de cancelación no se hizo esperar, y gran parte del público saltó como un resorte reclamando el boicot a su trabajo e incluso su procesamiento penal.

Pero Itziar Otuño no es una terrorista ni por supuesto ha cometido crímenes de lesa humanidad; su vinculación con ETA parece tangencial y eso la convierte en amnistiable hasta tal punto que muchos compañeros de profesión e incluso ministros del Gobierno han salido en su auxilio. La balanza entre la cancelación y la absolución parece en este caso bastante equilibrada.

Sí, es cierto que algunas empresas han retirado campañas publicitarias en las que aparecía… ya se sabe, el dinero es cobarde y más que una cuestión ideológica, lo que parece es que una marca no se ha atrevido a vincular su imagen a la de una simpatizante de etarras. Están en su derecho, claro, del mismo modo que Ituño lo estaba a la hora de manifestarse.

Pero no hay que ocultar tampoco que la actriz es ahora una persona manchada por la ignominia y que se le habrán cerrado puertas en su profesión que antes estaban abiertas. 

Ambos tipos de cancelación —la de Vermut y la de Ituño— tienen en común el hecho de no tener nada que ver con el desempeño profesional de los sujetos cuestionados. El sentido común dice que nadie debería perder su trabajo si es solvente —e incluso relevante— en su quehacer laboral, y que las cuestiones morales e ideológicas que no traspasen la frontera de lo penal merecen una reprobación tan solo en su propio ámbito. Del mismo modo, sus obras deberían aquilatarse con respecto a su valoración artística y no en relación a la calidad humana de sus autores, siempre que esa obra no fuese una vía de justificación proselitista de las mismas.

E incluso en este último caso, la cuestión moral debería separarse prudentemente de la artística, so pena de prescindir de obras de una magnitud colosal que fueron sin duda propagandistas, como El nacimiento de una nación o El acorazado Potemkin.

Itziar Otuño no es una terrorista ni por supuesto ha cometido crímenes de lesa humanidad: es actriz en «La casa de papel».

Sin embargo, también hay algo que diferencia los casos de Vermut e Ituño: con toda probabilidad el realizador ha muerto social y laboralmente para siempre. A pesar de que puedan albergarse dudas sobre el alcance real de sus actos, constatado el anonimato de las denuncias y la falta de claras evidencias empíricas que las sustenten, su condena parece haber sido dictada ad aeternum. Vermut ha muerto para el cine, y es muy posible que su enigmático y oscuro talento —¿quizá mediado por una personalidad oscura?— jamás sea rehabilitado.

Eso indica, por un lado, que no vivimos precisamente en una sociedad que justifique, tolere o disculpe el maltrato hacia las mujeres y, por el otro, que no siempre somos capaces de apreciar el arte sin instrumentalizarlo emocional o ideológicamente.

Lo que ha sucedido con Carlos Vermut es que sus posibles actos resultan hoy intolerables en mayor medida que lo son otros, y esto basta para condenarlo a la muerte civil. Lo saben los que exhiben y publicitan los actos y los que se callan por temor a verse señalados como cómplices.  

Pero hay otros elementos que no podemos eludir: incluso en un impecable proceso judicial, una condena en firme de los acusados supondría además su definitiva muerte profesional y civil, lo que viene a sugerir que ninguna pena puede limpiar esa culpa, pero también que de hacer las cosas como toca, el supuesto y deseado efecto pedagógico y disuasorio sobre tan infames actos con el que se pretende justificar la exhibición periodística se mantendría incólume. De actuar con arreglo a la justicia, los culpables serían igualmente condenados, pero además nos ahorraríamos así los efectos indeseables del escarnio y el sacrificio ritual sin pruebas. 

Sobre si eso evitaría el borreguismo, la cobardía y la querencia por nuestra tradicional picota, coroza y sambenito ya hablaremos en otra ocasión, en otra tribuna que no tenga por principal objeto comentar asuntos cinematográficos.

Sería contradecirse claramente el hacerlo aquí, después de lo dicho.

Escribe Ángel Vallejo

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