Carreras de obstáculos

Parece que en los últimos años el mes de julio se empeña en venir cargadito de noticias de impacto: apenas llevábamos una semana cuando nos enteramos del fallecimiento de Shelley Duvall, la particularísima actriz que dio vida a Wendy Torrance en El resplandor.
Duvall protagonizó también películas como Nashville, Tres mujeres, Popeye o Annie Hall, pero fue sin duda su papel de sufriente esposa de Jack –Nicholson y Torrance– el que hizo su rostro inolvidable para la posteridad y la fama de Kubrick como impasible maltratador de actores y actrices un poco más grande: se cuenta que de la escena de la escalera en la que Wendy aporrea a Jack con un bate de béisbol se hicieron 127 tomas –21 menos de las 148 que necesitó el realizador para sentirse satisfecho con la del diálogo entre Hallorann y Danny–, y que aisló a Duvall de sus compañeros de rodaje para que su soledad pudiese reflejarse con verosimilitud en pantalla.
Duvall siempre mostró sentimientos ambivalentes con la película y su experiencia con Kubrick: dijo que fueron los peores meses de su vida como actriz, pero que, de no ser por el perfeccionismo enfermizo del genio neoyorkino, no se hubiera conseguido un grado de intensidad como el que se logró en la película. Superar esos obstáculos la hizo muy grande, y con ello su rostro delicado, angelical, se ha ganado el derecho eterno de aparecer en las fotografías de los salones del Overlook.
Otra actriz no menos famosa, pero quizá no tan laureada, nos dejó mediado el mes de julio: Shannen Doherty, conocida sobre todo por ser la protagonista de Beverly Hills 90210, no pudo superar un cáncercon tan solo 53 años. Doherty fue sobre todo actriz de televisión, pero hizo algunas películas de cierta fama, fundamentalmente con Kevin Smith. Tal fue el caso de Mallrats y Jay y Bob el silencioso contraatacan. Con ella desaparece un icono de la juventud de los 90.
Obras magnas sobre magnos crímenes
Justo un día después de la desaparición de Doherty, se produjo un intento de magnicidio, algo que por desgracia podría llegar a ser habitual en un estado electoral perenne y altamente polarizado como el nuestro. La víctima, que por fortuna apenas recibió un arañazo, fue el expresidente y nuevo candidato republicano en la carrera electoral estadounidense Donald Trump.
Casi inmediatamente, por mor de la ya mencionada polarización, se dispararon las conjeturas y especulaciones: algunos hablaban de miembros exaltados del partido demócrata que viéndose perdedores se echaron al monte con alguna de esas armas semiautomáticas que, como demostró Michael Moore en su famoso documental Bowling for Columbine, son muy fáciles de adquirir por aquellos lares. A favor la –en realidad enormemente disparatada– acusación sumó el hecho de que muchos «demócratas» a uno y otro lado del globo, lamentaron el fallo del tirador, que erró por milímetros y gracias a un giro repentino de cabeza de Trump, lo que supuso la desgraciada muerte de un asistente al mitin.
Toda persona con un mínimo de dignidad debería lamentar este suceso, por mucho que piense que Trump es un político soez, ominoso y energúmeno: y es que la espiral de violencia que podría haber desatado su muerte solo es comparable a algunas de las escenas que anticipó la muy reciente Civil War. Y aunque no hubiese sido el caso, ¿es que la celebración del magnicidio como mal menor no hubiera llevado a poder justificar un caso semejante en la acera contraria? Esa incógnita de tomas y dacas se despeja de nuevo con el mismo resultado, reflejado en la película de Garland: odio masivo más polarización casi siempre es igual a guerra.
Algunos se han apuntado a otro tipo de teorías no menos habituales: los atentados de falsa bandera, que parecen estar de moda entre los conspiranoicos.
Incluso gente con evidente afición al cine independiente ha puesto a Ciudadano Bob Roberts como ejemplo de lo que podría haber sido «realmente» el tiroteo. La película de Tim Robbins, por si no lo recuerdan, es un falso documental sobre la campaña electoral de un candidato ultraconservador al Senado. El tal Roberts, encarnado por el propio Robbins, es además un cantautor que finge ser víctima de un intento de asesinato para aumentar su menguante popularidad. Si me permiten el spoiler, es precisamente esa condición suya de artista la que acaba por desvelar el trampantojo, aunque no entraré en más detalles para no meter la pata.

Pues bien, referencias a la película fueron compartidas en redes sociales tras el atentado contra Trump con ánimo de insinuar que el expresidente podría estar siguiendo la misma estrategia. Robbins, que es de los que tiene un mínimo de dignidad, no se lo pensó dos veces y respondió con este mensaje en X: «Negar que el intento de asesinato ha sido real es digno de una mentalidad trastornada».
Trastornado sin duda parecía su agresor: un joven de ingenio matemático brillante, que al parecer quiso emular a Ted Kaczynski, y de quien no se sabe muy bien si era de preferencias republicanas o demócratas. Un Travis Bickle de la vida que sin embargo no llegó a disfrutar de la gloria: fue abatido sin piedad por el servicio secreto y sus francotiradores, tras no pocas dudas y vacilaciones que han servido para alimentar nuevas especulaciones.
Porque hay discusión sobre la profesionalidad de los que debían garantizar la seguridad del candidato: como le sucediera a Frank Horrigan, el personaje interpretado por Clint Eastwood en la magnífica En la línea de fuego, algunos agentes no parecieron muy dispuestos a recibir la bala que salvase el lóbulo derecho del presidente. Caben varias opciones ante estas dudas: o bien eran realmente torpes, con lo cual –Dios no lo quiera– deberán mostrar, como Horrigan, su compromiso en un posterior atentado contra otro candidato, o bien son más aficionados a otra peli de Eastwood, Poder absoluto, en la que el presidente es un ser abyecto y maltratador que no merece la distinción de representar a su noble país más que la de recibir una bala.
Sea como fuere, lo interesante aquí es la versatilidad de Eastwood para ensalzar en unas ocasiones y criticar en otras la máxima figura política de los EE. UU. Aprovechamos de paso para recordar que el actor y director ha cumplido 94 años y quiere despedirse de la cinematografía con una película que acaba de terminar y que se estrenará previsiblemente antes de finales de año: Juror#2.
Con ocasión de tan señalado jubileo, también serviría de homenaje señalar que, a diferencia de Kubrick y a decir de Tom Hanks, Eastwood trata a los actores bajo su claqueta de manera especialísima: siempre de forma amable y cortés, y a ser posible rodando… ¡una sola toma!

Nunca pensamos que la distancia entre New York y San Francisco fuera tan grande como la forma de rodar de sus más insignes realizadores nativos.
Por último, hay que señalar que el intento frustrado de asesinato tiene también parangón con una película menor, pero sobrecogedora, que marcó una época: se trata de La zona muerta, dirigida por David Cronenberg y basada también en una obra homónima de Stephen King, donde Christopher Walken encarna a un vidente cuyos pronósticos infalibles le hacen saber que el candidato a presidente encarnado por Martin Sheen desencadenará una guerra nuclear.
La gracia está en que, tanto en la película de Cronenberg como en la realidad, una foto tras los disparos marca la carrera del candidato, aunque según parece lo hará de forma diferente. En el caso de Trump está por ver cómo acabará la carrera tras esa foto histórica. No nos atrevemos a vaticinar nada: al contrario que Johnny Smith, el personaje interpretado por Walken, ni somos videntes ni queremos morir en el intento de pasar a la historia como augures.
Para acabar con el asunto de los magnicidios, señalar que el mismo día 31 de julio ha sido abatido en Teherán Ismail Haniyah, el despiadado líder de Hamás –pocos días después de que Hezbollah cometiera un atentado en un campo de fútbol de El Golán matando a doce niños y jóvenes– lo que sin duda acrecentará la tensión en Oriente Medio, si tal cosa es todavía posible visto el nivel de crueldad que asola la región, donde siempre sufren los mismos: una población civil que muere al albur de los caprichos de sus líderes.
Aquí pocos nos asombramos ya de la burda y desacomplejada efectividad de Israel para llevar a cabo la venganza en nombre del Dios de los ejércitos, pero si queda algún descreído, le recomendamos como siempre visionar Munich, de Steven Spielberg, para ver hasta qué punto es capaz el Mossad de mantener una misión a lo largo del espacio y el tiempo, caiga quien caiga y sin importar cuantos caigan. Viendo además que es tiempo de Juegos Olímpicos, no puede ser más adecuada la recomendación.

Pucherazo olímpico
Pocas dudas tiene la comunidad internacional, incluido algún que otro miembro del Grupo de Puebla, del fraude electoral que se ha llevado a cabo en la República Bolivariana de Venezuela. Allí, su líder Nicolás Maduro, que presume de haber sido objeto de mil intentos de magnicidio, se ha atribuido contra todo pronóstico y escrutinio la victoria electoral. A medida que pasa el tiempo y se recogen las actas, lo burdo del pucherazo va quedando en evidencia, porque hasta el momento el 81% de las mismas refleja una victoria de su rival Edmundo González por entre 20 y 30 puntos.
El régimen, de una apariencia democrática similar a la de Lukashenko o Putin –fieles valedores como Juan Carlos Monedero, por cierto, de Maduro– hace como si oyera llover; publica encuestas de empresas inexistentes y secuestra cerca del 20% de las actas que, aun en el caso de otorgar el 100% de los votos al oficialismo, no podría compensar la diferencia con que ganan los opositores en el resto.
Veremos en qué queda todo esto, pero no augura nada bueno: ya el propio Maduro aseguró que un cambio de régimen podría desembocar en guerra civil, así que a los venezolanos parece esperarles solo la alternativa entre susto y muerte. Así es el personalismo ególatra de los sátrapas: o yo o el caos; o yo o el fascismo.
Y es que el personalismo socava órdenes establecidos. Los líderes personalistas son peligrosos corruptores de la democracia, y la prensa seria y profesional debería ocuparse de evidenciar esta lacra si no es afecta al régimen o este le pone sordina o excusas. Pero por mucho que en Venezuela, Rusia o Bielorrusia los monarcas se vistan de seda, absolutistas se quedan. Y ojo porque las tentaciones personalistas –acompañadas normalmente de nepotismo y corrupciones varias– parecen ser tendencia incluso en democracias asentadas: véase cómo algunos líderes del mundo libre transforman a sus propios partidos en meras extensiones de sí mismos y nadie más, sin rivales que se atrevan a toserles o emular su carisma so pena de acabar descabezados o en el ostracismo.
Y sí, esto también vale para una España –que solo puede estar orgullosa últimamente de haber ganado la Eurocopa– en la que algunos se hacen aliados de Orban, otros absuelven con impunidad a sus propios corruptos y los de más allá calculan con frialdad próximos movimientos electorales sin importarles lo más mínimo presentar un proyecto en el que no solo haya recortes.
Y hablando de monarcas, aunque es cierto que en Venezuela y España estamos muy acostumbrados sobre todo a ver Bambi, recordarles que también El reino del planeta de los simios se estrena en la plataforma Disney + precisamente el día 2 de agosto, como celebrando la onomástica del redactor de Encadenados que debiera haber escrito su crónica sobre esta película hace un par de meses. El susodicho me sugiere que les pida disculpas y que la tendrán puntualmente en su revista de cine favorita para el estreno en la pequeña pantalla.
Como ya hemos hablado mucho de EE. UU. y Trump, no me entretendré mucho en señalar que los demócratas han jubilado a Biden, precisamente por no dar la talla frente al expresidente naranja, y han encumbrado a Kamala Harris para no perder la pasta recaudada. En fin, hablaremos de esto en noviembre, si no hay nuevas sorpresas desagradables.
Mientras tanto, volvamos al cine.

Marvel parece superar los obstáculos
Pues sí, parece que Deadpool y Lobezno ha recuperado la magia para la alicaída franquicia, y se ha convertido en la película más taquillera de «cine adulto» de la historia. No piensen en nada sexual: se trata de la calificación por edades, que no suele estar orientada a las capas más veteranas en los filmes de Marvel. Si este récord no les convence, quédense con que es el octavo mejor estreno mundial de todos los tiempos, lo cual no está mal para una saga menor.
Pero el asunto llamativo del conglomerado Disney-Marvel es otro: tras la despedida de Jonathan Majors de su papel como Kang el conquistador a causa de su condena por maltrato, y con varias películas firmadas como villano en nuevas entregas de Los vengadores, resulta que a Marvel le faltaba un antagonista y han optado por hacerle un nuevo contrato a Robert Downey Jr. para encarnar a… el Dr. Doom.
Sí, resulta que Doom es uno de los villanos más señalados del universo Marvel y nadie se explica muy bien el asunto: ¿Estará Downey todo el rato con la máscara puesta? ¿Harán un rollo con el multiverso y el villano será una versión maléfica de Tony Stark? Lo cierto es que ya se han metido al público en el bolsillo con la jugada y parece que van a volver a reventar las taquillas con el tío de la capa y la máscara.
Su gran rival, DC Cómics, de manos del tránsfuga marvelliano James Gunn, ha acabado el rodaje de una nueva entrega de Superman que parece volverá a reflejar la juventud de Clark Kent en Smallville, que contará con Will Reeve –el hijo de Christopher– en el elenco y que se estrenará justo de aquí a un año. No sé si en realidad todo esto es una buena noticia para el cine, que parecía habernos dado un descanso de superhéroes, o que al menos había procurado buscar vías alternativas a lo siempre visto.
Stan Lee y Jack Kirby proveerán.
El último pasajero
Pues parece que en el último editorial nos pusimos estupendos con nuestra defensa de la exclusividad de Murnau a la hora de reinterpretar Drácula bajo el epígrafe de Nosferatu, sin llegar a mencionar siquiera, por cierto, la versión de 1979 de Werner Herzog con Kinski a la calva. Pero por entonces ignorábamos que alguien se atrevería a combinar al vampiro enjuto y orejón de Schreck con el Xenomorfo de Alien en una película que aborda tan solo el episodio del Démeter.
Y la referencia Nosferatu –y no solo a Drácula, en cuya obra literaria aparece singularmente el capítulo del barco en forma de diario de a bordo y, curiosamente, durante todo el mes de julio– es porque los propios títulos de crédito llaman así al vampiro, encarnado por cierto por Javier Botet, monstruo escuálido y huesudo a tiempo completo desde hace años en lo más selecto de la cinematografía internacional.
El caso es que la mecánica de la película es muy similar a la de Alien: gente encerrada en una nave que va desapareciendo poco a poco a manos de un monstruo de un modo que hasta entonces solo cabía imaginar, puesto que no se describe detalladamente, en la novela y películas anteriores. Y el problema no es que si ya hemos leído la obra de Stoker o visto las innumerables versiones más o menos fieles de Drácula sepamos qué pasa al final, sino que el propio tráiler te vaya mostrando cómo sucede lo inevitable.
Pero este no es el caso de El último viaje del Démeter, sino el de la enésima entrega de Alien, esta vez bajo el subtítulo de Romulus: no se les ocurra ver el tráiler si no quieren saber exactamente quién, cómo, cuándo y cómo se enfrenta a lo inevitable. A mí se me ocurrió hacerlo y creo que ya podré hacer la crítica… una vez entregue la de los simios.

Más allá de la Coppola del trueno
Ya saben que Francis Ford Coppola fue responsable de la película Drácula, de Bram Stoker, un artefacto excesivo y notable, con algún que otro hallazgo visual. También creó la saga de El padrino y Apocalipse Now. No parece haber dudas sobre que es un grande del cine, con las virtudes y defectos de los grandes creadores. No, no sé cuántas tomas rodaba de cada escena, así que no puedo poner eso en su haber.
Lo que sí resulta es ser un señor bien talludito, con un poder inmenso dentro del mundo de la cinematografía, lo que lo convierte en víctima propiciatoria perfecta para una persecución del Me Too. Y dicho y hecho, que allí llegó The Guardian para sacar unos vídeos e intentar cancelar a uno de los grandes, haciendo gala de su justicierismo y superioridad moral, mostrando supuestamente unos toqueteos y acosos durante el rodaje de Megalópolis, su última y parece que fallida película.
Pero hete aquí que aún queda justicia en este mundo y los y las allí presentes –el coproductor ejecutivo Darren Demetre y la actriz Rayna Denz– desmintieron punto por punto la versión del periódico. Si alguien tiene dudas sobre la versión de Demetre, por no ser él el acosado, a pesar de prometer que allí nadie se propasó con nadie y que lo máximo que se dieron fueron abrazos amables y besos en la mejilla, cotejen lo que dijo la actriz sobre el artículo y los vídeos de The Guardian en los que ella y el afamado director son protagonistas:
«Coppola no hizo nada en el plató que nos hiciera sentir incómodos, ni a mí ni a nadie más». «Me siento asqueada; ver ese vídeo y la forma en la que intentan dar a entender lo que pasaba es asqueroso». «Yo fui quien invitó y sacó a bailar a Coppola, delante de todo el mundo, y él me dijo algo así como soy un caballero y nunca le diría que no a una dama, y bailamos un vals con esa música de club».
Para acabar de redondear sus explicaciones, Denz dijo que «fue totalmente profesional, un caballero, como ese abuelo italiano tan majo, corriendo por el plató. Y muy divertido. Es una persona muy buena y generosa».
Desde luego, nadie que desconfíe de un vídeo robado y descontextualizado puede atreverse a decir qué sucedió realmente allí, y yo soy una de esas personas. Lo único que me atrevo a decir es que, si realmente Coppola intento propasarse, las palabras de Denz actúan como diez kilos de bromuro en la confianza de cualquiera. Coppola fue desplazado con ellas más allá de la cúpula del deseo, hasta la friend zone. Es más, yo diría que fue llevado con andaderas hasta la grandpa zone, donde no sucede nada máslúbrico que un casto beso en la frente.
Denz parece haberse bastado a sí misma para defenderse, cosa que por supuesto no siempre sucede. Pero eso no quita que ella pueda ser un ejemplo que todos debiéramos seguir: capaz de enfrentarse al poder y a la prensa, para defender su buen nombre y el de las personas inocentes.
Ojalá más como ella en todos los ámbitos de la vida.
Escribe Ángel Vallejo
