Editorial junio 2023

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La historia como farsa

La marcha sobre Roma, de Dino Risi.

Se apagan los ecos de una nueva –y fallida– «Marcha sobre Roma», a tres mil kilómetros de la capital de Italia y protagonizada por el jefe de los mercenarios de Wagner, Evgeny Prigotzhin. Es sorprendente cómo las teselas del mosaico histórico encajan en diversas épocas, no se sabe bien si de un modo intencionado o por puro azar, pero lo cierto es que un individuo que comanda un grupo militar con el nombre de un compositor admirado por los nazis, se ha comportado como lo hiciera Mussolini, el más señalado de los fascistas, y con los mismos objetivos.

Su actual opositor y anterior aliado, Vladimir Putin, ha hecho honor a esta metáfora histórica –quizá, según dijera Marx, a modo de farsa– y se ha negado a tomar represalias, tal y como hiciera el rey Víctor Manuel III en la Italia de los lejanos años veinte del siglo pasado. Las resonancias temporales retumbaron con tañido de campana fúnebre cuando al actual zar de todas las Rusias se le ocurrió comparar –con poca fortuna, creemos– la situación actual con la revolución de 1917: no olvidemos que Nicolás II fue ejecutado un año después del evento, junto con toda su familia.

Cabe señalar en este sentido que, aunque de momento la asonada no ha tenido éxito como fuera en el caso de Mussolini, todos estos individuos que apelan a la razón de la fuerza suelen acabar muy mal: ardiendo en un solar contiguo al búnker en que pasaron sus últimos días o colgados cabeza abajo en la plaza del pueblo por los mismos que antes los ensalzaron.

¿Y quiénes son Dino Risi y su Marcha sobre Roma, estos que tan pronto glorifican como luego linchan, se preguntarán ustedes? Pues, como siempre, el cine puede ilustrarnos en cierta medida: si quieren tener una visión sarcástica y sociológicamente bien dibujada sobre la toma del poder en la Italia de los años veinte, nada mejor que acudir a verla para, de paso, divertirse un rato con una farsa sobre la tragedia.

De caballeros y señoras

Diversión fue también lo que prometió la larga vida del recientemente fallecido amigo íntimo de Vladimir Putin –con quien compartía cirujano plástico– Silvio Berlusconi, otro personaje excesivo que Italia ha donado al mundo. Fundador de Mediaset, la productora dueña de Telecinco –entre muchas otras cadenas–, ha llevado una vida de excesos no exenta de triunfos. El que fuera todopoderoso dueño de todo un imperio mediático llegó también a ser primer ministro de Italia. Lo que a nosotros nos interesa, claro está, es su relación con el cine.

La indirecta parece clara: su imperio mediático ha sido también responsable de numerosas producciones cinematográficas; pero lo interesante es que él mismo, genio y figura, ha inspirado al menos cinco filmes de enjundia. Cabe decir que casi ninguno desde un punto de vista laudatorio.

Así, El caimán, de Nanni Moretti, es un buen ejemplo de cine dentro del cine con Il Cavaliere de ominoso trasfondo. Más amable –o neutral– resulta Silvio (y los otros), de Paolo Sorrentino, un biopic que busca iluminar el trasfondo humano del personaje.

En el género documental contamos con Silvio forever, que pretender reconstruir la personalidad del magnate desde la entrevista con sus conocidos, Videocracy, que da cuenta del poder omnímodo del milanés en el momento en que llegó a controlar el 90% de la parrilla televisiva italiana y por último ¡Viva Zapatero!, que aborda el problema de la censura en este imperio mediático.

Italia ya no será la misma sin Silvio, eso es evidente, y ni falta que le hace. Lo que no sabemos es cómo este creador del trumpismo antes de Trump pasará a la posteridad: si como héroe trágico, villano adicto al poder y al sexo o payaso y sátiro de comedia telecinquera.

Alguien que tuvo una muy estrecha relación con Telecinco fue la más digna Carmen Sevilla, que ha fallecido hace pocos días en Madrid a la edad de 92 años.

La andaluza presentó el Telecupón en la cadena de Mediaset durante siete años consecutivos, y posteriormente Cine de barrio en TVE durante seis. Pero en este muy luctuoso editorial no vamos a centrarnos en su trabajo televisivo, sino cinematográfico: Carmen Sevilla fue durante cierto tiempo una cantante y actriz muy famosa, que trabajó con estrellas internacionales de primer orden, como Charlton Heston o Robert Ryan.

En su desempeño como actriz, participó nada menos que en 63 películas, y sus actuaciones más destacadas se dieron en Violetas imperiales (1952), Gitana tenías que ser (1953), La fierecilla domada (1956), La venganza (1958), Rey de reyes (1961), El techo de cristal (1971) y Marco Antonio y Cleopatra (1972).

Carmen Sevilla, que ha fallecido hace pocos días en Madrid a la edad de 92 años.

El terror, el terror…

En contra del futurismo –ese movimiento estético creado por Marinetti, que acabó siendo marioneta de Mussolini– al otro lado ideológico y geográfico de la ribera italo-fascista, podríamos encontrar vivo hasta hace poco a Theodore Kaczynski, más conocido como Unabomber. El famoso terrorista se suicidó en prisión el pasado 10 de junio.

Kaczynski es uno de esos personajes que despierta la fascinación desde el mal. Como una especie de Hannibal Lecter neoludita, la raíz psicológica profundamente perturbadora que alimenta sus acciones, no produce rechazo al ser eclipsada por una brillante inteligencia que nos atrae a los pobres mortales como polillas a la luz.

Sobre Kaczynski han corrido ríos de tinta –generalmente epistolar, pues parece que se dedicó a responder prolijamente a todos aquellos que le escribían centenares de cartas a prisión– pero también de celuloide: su personaje ha inspirado un telefilme, Unabomber, the true history; toda la primera temporada de la serie de TV Manhunt; varios documentales e incluso tiene una mención especial en la película El indomable Will Hunting, de Gus Van Sant.

Lo que nos cuentan todas esas crónicas es similar: un genio de altísimo coeficiente intelectual que no fue lo suficientemente bien atendido por el sistema –todavía hoy día echamos en falta una verdadera atención a todos aquellos superdotados que recorren los solitarios páramos del este de la campana de Gauss– sufrió abusos e incomprensión por parte de sus compañeros, lo que le llevó precisamente a abjurar del sistema, como es obvio, desde una fineza analítica sorprendente.

Su manifiesto La sociedad industrial y su futuro sigue atrapando intelectualmente a las mentes más inquietas. Aunque dice cosas que muchos otros han dicho ya de un modo más sosegado, puede reconocérsele al de Chicago el haber anticipado todas las patologías actuales de la corrección política y su vinculación con el uso de las nuevas tecnologías que nos está volviendo a todos imbéciles.

Pero quizá lo que da ese aura de revelación intelectual al manifiesto de Kaczynski sea precisamente el lado oscuro de su creador. Unabomber recuerda mucho al Coronel Kurtz de Apocalypse Now: un nietzscheano que detesta la debilidad y la crueldad sin sentido, pero que es capaz de ser cruel para acabar de una vez por todas con ambas.

Theodore Kaczynski, más conocido como Unabomber.

De caballos

A una equidistancia terrible de ambos, Marinetti –que dijo que tan bello era un automóvil a la carrera como la Victoria de Samotracia, si no más– y Kaczynski –matemático y filósofo del más alto nivel en Harvard antes que terrorista– se encuentra nuestro nuevo conseller de Cultura, Vicente Barrera, de profesión matador de toros, y que ha arribado al puesto merced al pacto de VOX con el PP en la Comunidad Valenciana.

Barrera, al que se le reconoce la carrera de Derecho, también parece querer protagonizar un capítulo en la farsa de la historia. Los referentes no son los dos elementos culturales antes mencionados, sino Alejandro Magno y Calígula.

El primero, ya se sabe, tenía afición a poner su nombre –o el de su caballo– a las ciudades que refundaba; así, Alejandría Bucéfala sería una villa a la cabeza del Indo y a los pies del Himalaya que el conquistador habría erigido en honor a su famoso équido muerto. De Calígula sin embargo se dice que honró a su montura en vida, dándole al animal el rango de cónsul. Los historiadores no se ponen de acuerdo sobre la veracidad y alcance de tal hecho, pero ha sido representado por el cine al menos en dos películas distintas: un telefilme sobre Nerón de 2004 y la archiconocida Calígula, de Tinto Brass, en 1979, que plasmó en su versión extendida el suceso.

Barrera no ha llegado a tanto y ha mantenido al animal dentro de sus funciones locomotoras. Sin embargo es conocido que entre los nombres con que quiso bautizar a uno de ellos –apelando eso sí, y para que no se diga, a una muy democrática encuesta twittera para que lo asesorara en su elección– se barajaban los de Caudillo y Duce. Como ven el dictador italiano tiene un –involuntario– protagonismo destacado en este editorial.

Por cierto, ignoramos el resultado final del bautizo…

Pero tanto da la querencia del conseller por los nombres altisonantes, aunque como síntoma parezca preocupante; lo importante es que ejerza su cometido con sensibilidad y criterio, y desde aquí no podemos sino rogarle –como servidor público que es– que conserve Cinema Jove y La Mostra de Valencia como referentes culturales cinematográficos de su negociado.

El primero de nuestros festivales lleva desarrollando su trigésimo octava edición desde el día 22 del presente mes, y lo seguirá haciendo hasta el día 1 de julio, con lo que su palmarés no será de dominio público –y objeto detallado del próximo editorial– hasta el mes que viene.

La Mostra, sin embargo, llega en octubre, con plena posesión de las facultades ejecutivas del nuevo Consell. Entonces se verá si los síntomas son meros indicios de un particularísimo sentido del humor o de algo más grave. 

Vicente Barrera, de profesión matador de toros.

La utilidad de lo inútil

Con toda probabilidad, Vicente Barrera o cualquiera en el Consell no leerán este editorial y este desahogo no pasará de ser un lamento fatuo e inútil. Pero sí quiero acabar señalando algo que no habrán pasado por alto mis insignes lectores y que quizá guarden como mudo reproche: mi caracterización de Italia parece haber sido injusta, cínica, exagerada…

Cualquiera que haya pasado con cierto interés por el mundo debe saber que la península itálica ha legado a la posteridad los mejores ejemplos que el género humano puede aportar: allá donde Calígula deshonró la dignidad de los césares, brillaron Augusto, Tito, Vespasiano, Marco Aurelio, Trajano y Adriano. Casi todo el Renacimiento debe su prestigio a Italia, y hablar de Marinetti sin nombrar a Verdi, Modigliani, Chirico o Eco es como hablar de Mussolini y olvidar a Garibaldi. Puede que Berlusconi diera una nueva dimensión a lo chabacano desde su imperio mediático, pero también Fellini, Visconti, Rossellini o Cavani lo hicieron con lo sublime, mientras Oriana Fallaci alcanzaba nuevos hitos en el periodismo comprometido.

Viene todo esto al caso de un nuevo obituario: este mes también nos ha dejado Nuccio Ordine, muy recientemente premiado con el premio Princesa de Asturias de Comunicación y Humanidades. Casi todo el mundo lo conoce por su manifiesto La inutilidad de lo inútil, en el que reivindicaba la importancia de las humanidades y, sobre todo, la educación como herramienta emancipadora. Un elogio de la ilustración, un lamento por la imposición del pragmatismo y el encumbramiento de la corrupción como modelo de éxito. Una alternativa a la acción directa y cruel de Kaczynski para conseguir los mismos objetivos, sí… pero sobre todo,  una enmienda a la totalidad de lo que representaba Berlusconi.

La historia es caprichosa. El destino juguetón. Ambos se han llevado con pocos días de diferencia al caballero y su némesis. Dejo al buen entender del respetable la decisión de quién sea quién en esta doble caracterización.

Sin duda la elección de cada cual será un síntoma de todo un estilo de vida.

Escribe Ángel Vallejo

Festival Cinema Jove de Valencia.