Editorial marzo 2023

Published on:

El show de Tamames

marzo-0-idiocraciaSe apagan los ecos de la estrambótica moción de censura presentada por VOX en boca del histórico Ramón Tamames, y uno no sabe si eso es una suerte o una desgracia, porque a pesar de todo, hay cosas que dijo que quizá deberían permanecer en la memoria.

Debo confesar que no dediqué un minuto de mi tiempo a contemplar semejante patochada, pero también que no pude evitar la noticiosa y abrumadora marea que se extendió por todos los ámbitos comunicativos. Tan irresistibles han sido sus embates que hasta yo mismo, que cada fecha señalada en el calendario como motivo de celebración, reivindicación, día de o efeméride, procuro no conectarme ni informarme de nada para no padecer vergüenza ajena, sobredosis de buena conciencia o elevación de los índices de azúcar-moralina, me veo hablando aquí del tema porque entiendo que ha sido un hito mayúsculo. Un suceso del que, a pesar de mi inicial renuencia, he acabado por informarme –o deformarme– por una u otra vía.

Mis conclusiones sobre el evento son en su mayoría confusas, y no sé a quién puede haber servido electoralmente la denominada moción –puesto que no otra que la obtención de rédito electoral era la finalidad del asunto–, pero lo cierto es que sí me ha dejado algunas cosas más o menos claras.

La primera es el abismo generacional que media entre los políticos de la denominada Transición y los actuales; un abismo no solo político, sino sobre todo comunicativo, puesto que nuestros coetáneos, además de rebajar el noble arte de gobernar la res pública al burdo politiqueo, ni siquiera se hablan unos a otros.

La segunda, consecuencia de la primera, ha sido comprobar que Tamames debe estar bastante más incomunicado que yo, cuando no ha comprendido que desde hace años al parlamento ya no se va a parlamentar, sino a hacer propaganda.

En la era de la hipercomunicación, cuando el interlocutor es masivo, no es de Perogrullo esperar una respuesta coherente del receptor hacia el emisor: ya no hay diálogo, intercambio de mensajes, retroalimentación… ahora solo hay «comunicados» a mayor gloria del busto parlante de turno.

Es como cuando Truman Burbank –Jim Carrey– alucinaba cuando su esposa ficticia, Meryl –Laura Linney– parecía no atender a los pormenores de la muy seria conversación que ambos mantenían, puesto que esta se dedicaba a cantar las excelencias de los más variados productos de consumo, como dirigiéndose a interlocutores invisibles que no eran sino los telespectadores del programa de televisión que el propio Truman protagonizaba sin saberlo.

Truman, como ahora Tamames, solo era un medio con rostro individualizado para dar apariencia de humanidad a un fin propagandístico masivo, despersonalizado. Algo que, retorciendo la segunda formulación de su imperativo categórico, poblaría las pesadillas del mismísimo Kant.

marzo-00-tamames

¿Sueña Turing con políticos eléctricos?

Ya Rajoy señaló en 2013 el nuevo aire de los tiempos cuando «comunicó» a través de un plasma sus consideraciones sobre la trama Gürtel. En una extraña variante de la prueba de Turing que sin lugar a duda el expresidente no superó, la prensa debía entresacar sus propias conclusiones sin atreverse a plantear preguntas a la supuesta inteligencia que se hallaba en la habitación contigua. Las reacciones fueron de indignación, sí… pero también de una latente inquietud: las respuestas mecánicas, preprogramadas, transmitían la sensación de que poco a poco, en su miedo a la intrínseca e inevitable falibilidad humana, los políticos preferían tornarse maquinales antes que mostrar una debilidad argumental que les hiciera perder votos. Lo que hemos visto últimamente en el Congreso de los Diputados no ha sido sino la consecuencia lógica de esta deriva. 

Y es que, ya que nos ponemos con Turing, podríamos empezar a considerar que, si realmente estamos dispuestos a tolerar que se nos hable desde una pantalla, quizá sería mejor que lo hiciese una inteligencia artificial genuina –esto es, que fuera inteligente–, algo que tras la irrupción de Chat GPT ya no parece lejano. La ventaja es que quizá tal ingenio pudiese al menos –en oposición a nuestros políticos– decir algo con sentido.

Lamentablemente, de momento no hemos llegado a los tiempos de Her, donde Inteligencias Artificiales con la voz de Scarlett Johansson acariciaran nuestros oídos, o presencias virtuales como la de Ana de Armas lo hicieran con nuestros cuerpos. Pero tampoco a situaciones como las propiciadas por Matrix o Skynet, en las que máquinas autoconscientes decidían, por decirlo de un modo suave, rebajarnos a un papel secundario en sus planes de futuro.

Nadie crea que el escenario de la posible sustitución está tan lejano: en agosto, NetDragon Websoft, con sede en la provincia china de Fujian, nombró como directora ejecutiva a la Sra. Tang Yu, un robot que opera mediante IA. Parece que la cuenta de resultados es, desde entonces, excelente, subiendo hasta un 10% en los últimos seis meses.

Esto es algo que debe hacer las delicias de la ministra de Educación Pilar Alegría, que dice que ya no debemos fomentar el «almacenamiento de contenidos» en la memoria de los estudiantes, pues ya ha llegado la IA, que lo hace por ellos.

Alegría debería regocijarse también con su muy probable futura sustitución por una máquina inteligente. Así podría seguir mejorando en su empeño de dejar de pensar a tiempo completo.

marzo-4-her

Señales del futuro

Y hablando de futuro, marzo ha sido también el mes en que Eno Alaric, el denominado «viajero del tiempo», anunció una invasión extraterrestre.

El cachondeo en las redes ha sido mayúsculo, los memes se han generado por doquier, y pasada la fecha anunciada por el visionario, nada parece indicar que hayamos sido invadidos por una raza de alienígenas hostiles, que es lo que vaticinó el bueno de Alaric.

Ni los vampiros espaciales de La guerra de los mundos, ni los huérfanos de antivirus de Independence Day, ni los xenomorfos de Alien o los cazadores de Predator han hecho su aparición triunfal. Ignoramos todavía si La cosa comienza su periplo en la Antártida o los durmientes son sustituidos por vainas en los hogares estadounidenses, pero lo que ya no me parece tan claro, recordando de nuevo las vicisitudes del Tamamazo y las declaraciones de Alegría, es que los aliens de Están vivos, la gloriosa –y asombrosamente cutre– película de John Carpenter, no hayan ocupado las instituciones para gobernarnos a todos desde las más altas esferas políticas y económicas. Por sus actos los conoceremos.

marzo-2-skynet

Gestando, que es gerundio

Pero digno de un futuro distópico parece también el caso de Ana Obregón y su «gestación subrogada». La antaño actriz española ha decidido «ser madre» de nuevo tras la tristísima pérdida de su hijo Alex Lequio de 27 años en 2020 por cáncer.

Las comillas vienen impuestas en el primer caso por lo discutido del término «gestación subrogada», que a veces también se denomina más prosaicamente «contrato de vientre de alquiler», y en el segundo porque las últimas especulaciones –de momento solo son eso, puras especulaciones– sugieren que García Obregón sería más bien abuela, dado que el semen que fecundó el óvulo gestado sería el de su hijo fallecido.

No entraremos a discutir los innumerables pormenores éticos de tal asunto en una publicación cinematográfica, pero sí recordaremos que, como siempre, la cinematografía ha sido cronista anticipada de tales sucesos. Burt Reynolds y Beverly D’Angelo protagonizaron ya en 1981 Paternity, una desastrosa comedia en la que un exitoso gestor de eventos en el Madison Square Garden pretendía lograr descendencia mediante la ayuda de una camarera. Los tiempos en que la gestación devendría en un puro intercambio de fluidos a cambio de dinero, con la llegada de la inseminación artificial, aún quedaban lejos, y la comedia acabó por decantarse hacia los juegos de seducción que sustentaban el clásico amor romántico.

La despersonalización absoluta de la gestación «artificial» por fría inseminación queda mejor recogida en La teoría sueca del amor (2015), pero este sorprendente documental de Erik Gandini no trata en realidad sobre la gestación subrogada.

Sí lo hace, con todas sus aristas, Melody (2014), de Bernard Bellefroid, en un ejercicio cinematográfico que recuerda al Bergman de Persona, donde se narra la relación entre la madre pagadora y la gestante y que, por cierto, está disponible en Filmin. En la mencionada plataforma también tenemos Sole (2019), de Carlo Sironi, donde se aborda la misma dialéctica entre pobreza y riqueza que da origen a la subrogación en la mayor parte de los casos de la vida real.

Distinto es el enfoque de Como los demás (2008), de Vincent Garenq, en el que entra el tema de la pareja homosexual como una de las más asiduas recurrentes a este tipo de servicios.

En series televisivas no podemos dejar de mencionar Crazy ex-girlfriend, de Rachel Bloom, que aborda desde un tono de comedia el tema de la gestación altruista, y por supuesto El cuento de la criada, de Bruce Miller, con las resonancias distópicas que no pueden faltar en un tiempo como el nuestro, tan dado a futuristas pesadillas sociales.

marzo-5-teoria-sueca-amor

Aspersor Meijer: por donde cabalga germina la hierba

Pero relacionado con esto no podemos dejar de señalar el abracadabrante caso de Jonathan Meijer, en el que el barbárico pasado y el futuro distópico parecen abrazarse sin remisión.

Lo del pasado viene al caso porque Meijer se nos ha presentado como un moderno Gengis Kan, de quien se decía que era remoto progenitor de casi el 0,5% de la población mundial. Kan también ha sido fecundo en producciones cinematográficas, porque a su personaje no se le han dedicado menos de cinco filmes de diversas épocas y nacionalidades. Los más conocidos, por supuesto son los de Dick Powell –El conquistador de Mongolia–, donde John Wayne cambiaba los revólveres por cimitarras, y el de Henry Levin –Genghis Khan–, protagonizado por Omar Sharif en 1965.

Pero volviendo a los asuntos generativos, el holandés, que con sus 550 hijos quizá no haya sido menos fértil que el mongol, no puede aspirar sin embargo a ser padre putativo de la humanidad por las inquebrantables leyes de los grandes números. Sin embargo, sí ha saltado a la fama de los tabloides, las parrillas de televisión y las listas de los más buscados por la policía, porque su hazaña reproductiva está perseguida en su país de origen.

En los Países bajos se toman muy en serio las advertencias de Código 46 (2003), de Michael Winterbottom, porque si tenemos en cuenta la ya mencionada tendencia de las señoras de los países nórdicos a inseminarse por telepicha (me perdonarán la vulgaridad) que se recoge en La teoría sueca del amor, resultaría probable por la misma regla de los grandes números, que el resultado de alguno de esos embarazos inseminados por Meijer Kan acabara por cruzarse con otro.

El problema de la consanguinidad y la endogamia es bien conocido: suelen salir hijos enfermizos, si no tontos. Distinto camino para el mismo destino que el de los políticos maquinales.

El corolario de todo este editorial es claro: la humanidad está por extinguirse, fruto de su propia estupidez. Seremos pronto sustituidos por máquinas, quién sabe si pensantes. Lo mejor que puede hacer la gente como Tamames, que ha nutrido con sus libros de estructura económica a toda una generación de Sapiens, es desconectarse rápidamente de la noticiosa marea de eventos propiciados por esta caterva de indocumentados.

No se augura un futuro como el de El planeta Libre (1996), de Coline Serreau, sino más bien como el de Idiocracia (2006), de Mike Judge.

También puede ser que Skynet nos libre pronto de tan indeseable porvenir, o que Matrix nos suministre una vida artificial más auténtica.

Escribe Ángel Vallejo

marzo-1-matrix