No me cuentes historias
Fue cerrar el mes de abril y morírsenos un pedazo de historia. Creo que mejor correspondería a mi tocayo Ángel San Martín el glosar la figura de Victoria Prego, a quien conocí gracias a la serie documental La Transición, que consiguió despertar el interés de mi joven espíritu por una política nacional no tan remota como yo creía: veinte años desde la muerte de Carrero Blanco hasta el estreno de la serie, que son los mismos que ahora nos separan del 11 de marzo de 2004.
Para mis mayores entonces, un tiempo demasiado corto para unas transformaciones tan grandes: acababan de producirse los fastos de Quinto Centenario y España entraba en una crisis económica con la resaca de las Olimpiadas de Barcelona y la Expo de Sevilla. Los oropeles se tornaban ceniza y el esplendor penumbra.
Algo parecido a lo que sucedió con la imagen de Prego y su documental: alabado por unos y denostado por otros, comenzó a despertar sospechas en mi memoria cuando vi a la periodista abonarse a las teorías conspirativas del 11-M y a prodigarse por medios ultraconservadores. Las sombras del 23-F, los tejemanejes del Rey Emérito y otras lindezas barridas bajo la alfombra de un desarrollismo 2.0, acabaron por avivar el descrédito hacia una época en la que algunos de sus protagonistas distaron mucho de ser tan ejemplares como Prego nos vendía.
Nada cabe decir de esto, salvo que todas las épocas parecen tener héroes y villanos de la misma ralea. La nuestra no parece excepcional… o acaso sí lo sea por su singular bajeza. Se piense lo que se piense del documental de Prego, parece claro que ningún tiempo estará nunca a la altura de una narración semejante, puesto que las más de las veces sus protagonistas pretenden hacer historia sin hacer poco más que el ridículo.
Quizá para hacer la crónica de nuestro tiempo más bien debiéramos recurrir a la genialidad de Quevedo, Valle-Inclán… o Gila.
Cuéntame… historias de miedo
Hablando de genios, también nos dejó a principios de mes Roger Corman, «el director y productor cinematográfico que hizo un centenar de películas en Hollywood y no perdió un solo centavo».
El de Michigan fue una institución: comenzó como productor en 1954 y sus primeras realizaciones –todas westerns– datan de 1955. Pero Corman es famoso sobre todo por sus producciones de terror y catástrofes –recuerdo que cuando niño vi en un cine de verano El día del fin del mundo y eso despertó mi pasión por el cine y los volcanes– , por haber sacado dinero hasta debajo de las piedras, y por haber introducido en el mundo del celuloide a figuras como Coppola, Scorsese, Ron Howard, Peter Bogdanovich, Joe Dante, Jonathan Demme o James Cameron entre los directores, y a intérpretes como Jack Nicholson, Peter Fonda, Bruce Dern, Charles Bronson, Michael McDonald, Dennis Hopper y Robert De Niro, sin contar con que lanzó al estrellato a Dick Miller o recicló a la actriz porno Traci Lords para el cine convencional.
Corman y Poe, uña y carne creativas, horma cinematográfica el uno del zapato literario del otro, cuyos nombres aparecieron junto al de Vincent Price en producciones de los años 60 como El cuervo, La caída de la Casa Usher, El péndulo de la muerte o La máscara de la muerte roja, forman uno de los tándem post-mortem más famosos de la historia de la cinematografía.
Pero Corman también trabajó con autores legendarios vivos, como Richard Matheson, autor de Soy Leyenda, con quien escribió la peli de Usher, y no crean que se dedicó solo al terror romántico clásico: fue pionero de lo que se denominó cine psicotrónico, exploitation film, de los crossover de géneros (vampiros extraterrestres, dinosaurios extraterrestres, westerns espaciales, peplums espaciales) y de las películas de moteros y drogas psicodélicas. Un disfrutón, vamos, que no se cortó nunca de hacer lo peor y lo mejor en cine.
Películas suyas que merecen un rinconcito en la filmoteca de cualquier coleccionista son El hombre con rayos X en los ojos, Mamá sangrienta, El intruso, El péndulo de la muerte, La caída de la casa Usher o La máscara de la muerte roja. Me juego algo a que Satanás debe haberlo convencido para que lo entretenga en los largos eones infernales… y seguramente Corman le haya cobrado por ello.
No se lo tengamos en cuenta
Pero ya que hemos hablado de cómo Corman le dio la alternativa a Coppola, hagamos notar también cómo el inmortal director de El padrino o Apocalypse Now se resiste a jubilarse, acaso con intención de figurar en el panteón de realizadores ilustres de los que hablamos en el pasado editorial, y ha presentado para ello en Cannes su más reciente película, Megalópolis, que muchos han deseado que sea la última.
En efecto, parece que la crítica es unánime en catalogar la película como «rara» o «psicodélica»; si el autor fuera otro, probablemente hubieran dicho simplemente «infumable», pero es obvio que Coppola es demasiado grande y demasiado viejo como para que tales epítetos lo conmuevan lo más mínimo; no olvidemos tampoco que es de los directores que más y mejor han fracasado, y que siempre se ha levantado con una obra notable tras cada debacle.
La verdad, no sé si le queda mucho tiempo para hacer otra película y redimirse de esta… pero al fin y al cabo basta con revisionar algunos de sus clásicos para perdonarlo eternamente.
Contemos qué pasó en Cannes
Pues eso, que en mayo se ha celebrado también la septuagésimo séptima edición de Festival de Cannes. La Palma de Oro fue para Anora, cinta dirigida por Sean Baker, conocida por haber dirigido The Florida Project. El Gran premio del Jurado fue para All We Imagine as Light, escrita y dirigida por el realizador indio Payal Kapadia. Pero en la dirección triunfó el portugués Miguel Gomes, por Grand Tour.
El actor Jesse Plemons, últimamente muy de moda por su breve pero espectacular –y aterradora– aparición en Civil War, se alzó con el galardón al mejor intérprete masculino en el nuevo trabajo de Yorgos Lanthimos, Kinds of Kindness. Y en el mismo ámbito, la española Karla Sofía Gascón obtuvo el premio a mejor actriz, siendo la primera mujer trans en lograrlo. Lo consiguió en virtud de su trabajo en la película Emilia Perez –así, sin tilde–, último trabajo de Jacques Audiard, que alcanzó fama con Un profeta y que en esta ocasión se ha llevado también el Premio del jurado.
Aunque no se ha llevado ninguno de los gordos, The Seed of the Sacred Fig, la película del iraní Mohammad Rasoulof –que ha tenido que huir de su país por miedo a la persecución y la represión– cosechó tres galardones de mediana importancia, constituyéndose a pesar de todo en la gran triunfadora de la noche.
Si ustedes no se han hecho un lío con los galardones es porque he procurado traducir lo que el festival premia, porque en realidad son todo «premios del jurado» con ligeras variaciones sobre tamaño y apellido de la palma entregada. En fin, que parece claro que los vencedores son los de la Palma de Oro y los otros se reparten más o menos la misma consoladora gloria. Así todos contentos.
Ya ni llevo la cuenta…
…de los personajes que nos han dejado este mes de mayo. El día 24 le llegó su turno al director de cine Morgan Spurlock, que se hizo famoso por atreverse a comer, cenar y desayunar exclusivamente en restaurantes de McDonalds durante un mes seguido. Tal desafío fue debidamente cumplido y plasmado en el documental Super Size me de 2004, y en realidad es algo más interesante de lo que su premisa inicial plantea: con la excusa de registrar los efectos de la comida basura en su organismo, aparentemente sano antes de iniciar el experimento, Spurlock realiza en realidad un recorrido por diversas instituciones alimentarias y publicitarias que engordan sus arcas y nuestras lorzas con su mercancía.
Con todo, lo que a mí más me sorprendió de su documental fue el análisis de los efectos del azúcar –y su ausencia en una dieta sana– en el comportamiento de nuestros adolescentes, y las muy sutiles formas en que las tabacaleras sugestionan a los niños para que al final se hagan fumadores.
Spurlock fue nominado al Oscar por ese documental, y a pesar de haber realizado una secuela y alguna otra película notable, como Where in the world is Osama Bin Laden? –de la que, por cierto, se dice que el terrorista más famoso del siglo XXI tenía una copia en su guarida de Pakistán–, no pudo nunca emular el éxito del documental sobre McDonalds. Un éxito que no fue solo cinematográfico, pues la cadena de comida rápida se vio obligada a introducir cambios en su menú a raíz de la mala reputación que se ganó gracias a la película.
En fin, esperemos que la tierra le sea más leve que un McMenú Gigante.
Por si no se han dado cuenta…
En Filmin ya se ha estrenado el documental sobre Jim Henson del que les hablé en el editorial anterior. Esto viene al caso porque mi buen amigo Ángel San Martín –a quien ya he invocado en el primer apartado de esta tribuna– me hizo notar que en realidad Sesame Street –y pongo el nombre en inglés porque al parecer el de «Barrio Sésamo» es patrimonio de RTVE– fue ideado por la productora Joan Gantz Cooney, que tenía formación como maestra de educación infantil, seguidora del constructivismo de Piaget, y fue ella quien contrató a Henson para liderar la parte artística del programa.
Quede pues reflejado su crédito y honrada su memoria, toda vez que, afortunadamente, Gantz sigue viva y produciendo.
La plataforma española que exhibe el documental de Henson alberga a su vez, y en exclusiva, la película La mesita del comedor, de Caye Casas, que está haciendo méritos para convertirse en el Corman español, aunque con un punto siniestro más propio del esperpento hispano, regado con crítica social y humor negro.
La obra se está convirtiendo rápidamente en un filme de culto, y esto ha sido en parte debido a que Stephen King la ha puesto por las nubes. Si quieren tener una idea más precisa de qué puede aportar esta película, no dejen de leer la crítica de Luis Tormo en Encadenados.
El final de la cuenta atrás
Y no, no piensen en la cada vez más atascada y cruenta guerra de Ucrania, en donde de nuevo los aliados del país invadido parecen saltarse las líneas rojas que un Putin cada vez menos creíble se empeña en volver a trazar siempre con la punta de sus rotuladores nucleares. No parece que la escalada sea factible y que dentro de poco todos tomemos hamburguesas con Spurlock en el infierno mientras visionamos la última producción de Corman.
No, lo que se cronometra es la celebración estos días de la final de la Champions en la que el Real Madrid, por quienes algunos redactores de Encadenados beben los vientos –y no es el caso de un servidor, que simplemente padece las desventuras del Valencia CF–, tiene la oportunidad de obtener su decimoquinto título.
La verdad, todo esto no es más que una vuelta para acordarme del no mencionado redactor y desearle suerte y poco sufrimiento en el enfrentamiento de su equipo contra el Borussia de Dortmund, y para señalar que el evento deportivo no se juega en el Bernabéu. Y esto es así no solo porque la sede se establece a principio de temporada y en esta ocasión le ha tocado a Wembley, en el Reino Unido, sino porque el coliseo madridista se ha visto inmerso en una polémica porque ya no solo acoge partidos de fútbol, sino cada vez más conciertos, con el consiguiente escándalo para un vecindario que ve cómo los decibelios perturban su derecho al descanso.
El caso es que la última diva que ha visitado –y llenado dos veces seguidas – el estadio del Madrid ha sido Taylor Swift, y por increíble que les parezca, aún hay gente que se ha quedado fuera.
Pero no se preocupen: la nueva fenómeno de masas, tan poderosa que puede inclinar con su sola palabra las elecciones norteamericanas, tiene varios documentales sobre sus giras mundiales y conciertos en directo visibles en plataformas y salas de cine. Les nombro unos cuantos, por si la prefieren al fútbol: The Eras Tour Concert Film está disponible Amazon Prime y Disney +. Esta última plataforma también exhibe Folklore: The Long Pond Studio Sessions, que también puede verse gratis en YouTube.
Por otro lado, Netflix alberga su documental Miss Americana y su película de conciertos de la gira Reputation.
No obstante, si prefieren otro estilo musical, quizá quieran visionar la biopic de Amy Winehouse, Back to black, o el documental Marisol, llámame, Pepa de Blanca Torres. Estas dos películas solo pueden verse en salas, y por si no se han dado cuenta, el lunes día 3 de junio comienza la fiesta del cine, con sesiones a 3,5 euros.
Así que ya lo saben: vayan al cine. No importa a ver qué. Vayan, disfruten, desconecten… porque no sabemos si alguien hará una crónica interesante de nuestro tiempo de aquí a unos años, pero lo cierto es que hasta el momento, vivirlo sin distracciones como el cine parece bastante deprimente.
Escribe Ángel Vallejo