Entrevista con Salvador Calvo y Alexandra Masangkay a propósito de «Valle de sombras»

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«Hay un viaje físico pero siempre es una metáfora de un viaje interior»

Los cines Kinepolis han acogido el preestreno de Valle de sombras en el marco del Festival Antonio Ferrandis de Paterna. Dirigida por Salvador Calvo, ganador del Goya a Mejor Director Novel por Adú, la película es un thriller de aventuras rodado en los paisajes del valle del Himalaya, en la India.

Quique, Clara y el pequeño Lucas disfrutan de sus primeras vacaciones juntos en el norte de la India. Una noche, durmiendo al raso durante una tormenta, sufren un brutal ataque por unos bandidos. Horas después, Quique es rescatado por un nativo y trasladado a una remota aldea aislada en las montañas. Allí, incomunicado y sin posibilidad de regresar a la civilización, permanece hasta la llegada del invierno, que permite la formación de la única vía de salida de la aldea: el río helado. El camino de vuelta, lleno de peligros, en compañía de varios niños de la aldea, pondrá a prueba todo lo que Quique ha aprendido durante su estancia en el corazón del Himalaya.

El actor Miguel Herrán da vida al protagonista de esta historia de supervivencia. Completan el reparto Susana Abaitua, Iván Renedo, Alexandra Masangkay, Stanzin Gombo y Morup Namgyal. Producida por La Terraza Films, Atresmedia Cine, Ikiru Films y El Reino de Zanskar AIE, Valle de Sombras llega a las salas de cine el 12 de enero distribuida por Buena Vista International.

El director Salvador Calvo y la actriz Alexandra Masangkay han presentado la película y con ambos hemos mantenido una conversación sobre el viaje emocional que supone Valle de sombras.

La película se estrena ya en las salas de cine. ¿Qué esperáis del público?

Salvador Calvo: Cuando llega este momento hay nervios porque el panorama está tan revuelto que no sabes cómo va a reaccionar la gente. Es una película que merece la pena verla en los cines, es un pecado que la veas en una plataforma y te la pierdas en pantalla grande porque los paisajes maravillosos, con la fotografía de Álex Catalán, la música de Roque Baños, etc.

El sonido es importante para disfrutar en cine

Salvador: El sonido que hemos creado es sensorial, es emocional, impacta porque apoya ese viaje físico de Quique [Miguel Herrán] que es en realidad un viaje emocional y no es lo mismo ver la escena de la tienda de campaña en tu casa que el cine. En el cine esa escena sobrecoge porque tenía que ser dura para que se entendiera cómo es la mente de Quique y cómo la culpa y las pesadillas le van a perseguir el resto de su vida.

Revisando tu filmografía el viaje como elemento emocional, los lugares lejanos, exóticos, siempre están presentes.

Salvador: El viaje me sirve como metáfora, es un viaje interior; hay un viaje físico que hacen los personajes, pero siempre es una metáfora de un viaje interior, un viaje interno de un personaje hacia la madurez. En el caso de Álvaro Cervantes en Los últimos de Filipinas, es un chaval que arranca siendo un soldado, que va con todas las ilusiones a la guerra creyéndose que va a conseguir ser un héroe para luego volver a su tierra y ser una persona importante; pero la guerra le pasa por encima y se da cuenta de que en una guerra todas esas ilusiones se van al traste, es un proceso de maduración, en este caso de desengaño.

Quique también tiene ese proceso, un viaje interno en el que arranca siendo un chaval un tanto egoísta, un tanto inmaduro, que prioriza sus gustos o su diversión a la seguridad del niño. Y de alguna manera la vida le da un hostión y le hace aprender y madurar a la fuerza. Es un proceso muy complejo psicológicamente; primero intentas buscar un culpable que no seas tú; luego viene el rechazo en el pueblo, el encierro en las montañas, etc.

Todo ese proceso avanza hasta que se pregunta dónde está el problema. Y el problema a lo mejor está dentro de él, y por primera vez verbaliza lo que le ocurre. Se siente culpable. A partir de ahí arranca la sanación y el inicio del camino hacia la madurez, y aunque nunca lo va a olvidar al menos aprende a convivir con ello y, de alguna manera a perdonarse.

Salvador Calvo en una imagen del rodaje de Valle de sombras, Foto: Buena Vista International

Alexandra, ¿cómo llegas tú a la película? Tú ya habías trabajado en la primera película de Salvador Calvo, 1998: Los últimos de Filipinas.

Alexandra Masangkay: Llego haciendo una prueba, haciendo un casting, donde ya me lo plantean como un proyecto súper ambicioso. Un rodaje en la India, donde me comentan que me tengo que rapar el pelo para el personaje, pero además en el casting Salva me trajo las vestimentas de monja tibetana.

Salvador: Yo creía que lo tenía que hacer y que iba a ser capaz, pero de alguna manera también es verdad que ella es de origen filipino y yo decía, bueno, a ver, hasta qué punto realmente esto cuela o no y es capaz de convertirme en una monja tibetana. Pero mira, por darte un ejemplo, algo que me dejó absolutamente tranquilo es que cuando ella iba vestida por el monasterio, un monasterio de verdad, la gente se la acercaba y le preguntaba como si fuera de allí.

Alexandra: Y el mismo Gyalpo me empezó a hablar, el Gyalpo es como el Gran Lama. Se me acercó y me empezó a hablar en su lengua como si fuera uno más. Por lo tato estaba funcionando bien. Si ellos lo creen, todos lo creemos. Para mí, como actriz, fue muy llamativo.

Este proyecto, lo que comentábamos antes, no es muy común, no es común este tipo de historias, este tipo de personajes donde te requieran este tipo de cosas. El aprender otros idiomas, el tener que raparte. Estos rasgos físicos, con estas heridas, con estas cicatrices, es un reto increíble para una actriz. Es un caramelo y es muy raro que una actriz diga que no a un proyecto así.

Antes hemos comentado la importancia del tema del paisaje. ¿Cómo gestionas el riesgo de que ese paisaje, esas imágenes bonitas, escondan el verdadero drama de los personajes?

Salvador: Creo que el quid de la cuestión estaba en que el paisaje no era un paisaje simplemente bello. Era un paisaje peligroso. Que escondía cosas y que además retenía al protagonista, o sea, nosotros cuando enseñamos ese paisaje también contamos que es imposible salir de ahí, eso es una de las cosas que son claves.

Soy muy fan de Horizontes perdidos, la película de Capra, que hablaba de ese Shangri-La, de ese lugar, de ese paraíso en mitad del Himalaya. Y aquí es un paraíso que en realidad es una cárcel, o sea, tiene esa belleza, pero también tiene la frialdad de matarte, de cerrarte, de dejarte incomunicado. Son pueblos totalmente aislados en mitad de la nada, que solo se les permite de alguna forma el contacto con la civilización o con el exterior durante dos escasos meses al año, curiosamente los meses que cace más frío y se hiela el río; es muy paradójico, y eso me parecía que era maravilloso, o sea, no el paisaje simplemente como un elemento bello sino como un personaje más de esta historia.

Un momento de la entrevista sobre Valle de sombras en los cines Kinepolis de Paterna. Foto: Edu Llorente/Inédito Films

Alexandra, tu personaje es como la otra cara de la moneda de Quique.

Alexandra: Hay cierto complemento en esos dos personajes. Sí, eso es lo bonito y esos matices que tiene Prana, que aparentemente tiene el cliché de monja tibetana, que creemos que lo tiene todo solucionado, que está en paz con ella misma, de repente nos damos cuenta que tiene una profundidad, un pasado, una oscuridad en la que los dos personajes se pueden identificar en ese dolor. Yo creo que al final se suman los dos y de alguna manera Prana le ayuda a abrir los ojos a Quique, le ayuda un poco en este viaje.

Y de la misma manera, Quique le muestra a Prana otra salida, esa salida que es como una segunda oportunidad. Sí, una segunda oportunidad, ¿no? Porque al final ella está viviendo en la aldea, pero… ¿Por qué está viviendo en esa aldea? ¿De qué está huyendo? ¿No?

Salvador: Sí, a mí me parece que es bonito, hay muchas cosas que no se ven, o sea, que están sutilmente mostradas, pero ella al principio se muestra muy hostil a él. ¿Por qué? Y es porque realmente ver a Quique es volver a ver algo que ella no quiere ver, o sea, ella se ha encerrado, ha renunciado a ese primer mundo, al que le trató de aquella manera tan triste, tan terrible, del que guarda unas cicatrices dolorosísimas.

No quiere volver a revivir eso, y poco a poco, simplemente por el contacto físico y por verle una y otra vez, se ve obligada a enfrentarse a eso; poco a poco se va descubriendo y hay un momento en el que ambos tienen un punto en común. Son dos animales heridos que se reencuentran y dos animales con cicatrices, ¿no? Ella con el ojo, él con el labio partido.

No es la monja que ya lo tiene todo superado. ¡Qué va! Es la monja que todavía no tiene nada claro; nada, ni siquiera que sea monja, ¿sabes? Su sueño no era ser monja, era salir de allí, pero ahora no sabe nada, no sabe si esta va a ser su última oportunidad de salir del valle o no, probablemente sea la última.

¿Cómo es tu colaboración con Alejandro Hernández que hace los guiones de tus películas? ¿Cómo trabajáis el guion?

Salvador: A ver… Alejandro y yo desde que nos conocimos conectamos de la leche, o sea, es verdad que hemos hecho tres pelis juntos, pero hemos hecho también un corto, el corto de Maras, hemos hecho series. Y tenemos la misma edad. Y somos amigos, muy buenos amigos.

Y además tenemos una película que nunca se hizo, es El otro viaje, que se quedó a seis días de rodarse y que fue gracias a la cual nos conocimos y Alejandro cayó en mis manos porque efectivamente yo buscaba a alguien que contara los personajes muy bien, con profundidad, buscaba a alguien que escribiera esos diálogos que tiene él y me acuerdo que un día hablando con Natalia Poza, que es amiga, se lo conté y me dijo, pues hay un cubano que está trabajando con Mariano Barroso dando un curso que escribe de maravilla, tienes que conocerlo, etc. Me pasó su número de teléfono. Nos conocimos y empezamos a colaborar juntos, escribimos esa historia, esa historia que nunca se rodó y a partir de ahí ya nos hicimos prácticamente inseparables.

Trabaja con Amenábar, con Barroso, con Martín Cuenca, pero siempre me deja ahí un trocito para contar juntos nuestras películas. Y sí que es verdad que compartimos gustos comunes de viajar, de la literatura, nos gusta crear personajes sólidos, con muchas capas.

¿Cómo has afrontado la creación de tu personaje? Has investigado sobre esta clase de monjas budistas.

Alexandra: Pues busqué mucha información, investigué mucho sobre el budismo. Me leí el libro de la muerte tibetana. Escuche un mogollón de podcast del Dalai Lama, muchísimos, porque hay muchos en inglés, con lo cual fue maravilloso. También busqué escritura.

Me miré varios documentales, también, por ejemplo, el tema del idioma, lo hablan cien mil personas en todo el mundo, de esas cien mil ninguno da clases, con lo cual yo me ponía vídeos de lo que hubiera en su idioma para escuchar de fondo durante todo el día. Me despertaba por la mañana, me lo dejaba de fondo y estaba todo el día escuchando eso o escuchándome el Dalai Lama.

Intentaba un poco adentrarme a ese mundo también. Yo soy todo lo contrario. Parezco muy pacífica, pero soy bastante inquieta. Entonces tenía que buscar mucho ese estado de calma, ese estado de constante trabajo mental. Empecé a meditar desde un lugar más cercano al budismo. Practiqué mucho más yoga también desde la conciencia. Intenté buscar cuestiones físicas, pero también mucho centrado en el  trabajo interior, que es lo que requiere el personaje.

Luego todo el tema del tormento y tal, creo que es algo en el que me siento muy cómoda. También está este mundo como más oscuro. Son cosas en las que yo conecto muy fácilmente. Y era un poco buscar el equilibrio, buscar primero el extremo, para luego buscar también el equilibrio para encontrar el personaje.

Ha sido un proceso que me parecía al principio difícil, por eso de no buscar el cliché, de decir, vamos a buscar algo muy estático, pero tenía que justificar por qué este personaje es estático, por qué este personaje busca la calma.

Escribe Luis Tormo

Salvador Calvo, Luis Tormo y Alexandra Masangkay