Harry Potter y Dreamworks sientan cátedra
Este cronista jamás pensó que tendría que comenzar una crítica de un film de Pixar admitiendo que ya no son líderes indiscutibles en su sector.
Hace una década era impensable que la competencia se hubiera aplicado a la hora de hacer los deberes hasta conseguir sobrepasar a los creadores de Wall·E en algunos aspectos creativos (la taquilla es otro cantar).
Y, sobre todo, resultaba imposible pronosticar que Pixar iba a perder gran parte de su imaginación y su originalidad en beneficio de ese estreno anual que se han marcado como hoja de ruta, algo obligado desde que fueron absorbidos por Walt Disney, aunque fuera una absorción planteada como una fórmula para disponer de su genio creativo al mando de toda la división de animación de la casa.
Quizá demasiadas energías dedicadas a reuniones y organización, a marketing y venta de productos, a creación de parques infantiles y demás negocios.
Ese famoso consejo de sabios que preside John Lasseter y en el que están presentes la mayoría de los realizadores de la primera etapa de Pixar (los creadores de Toy story, Bichos, Buscando a Nemo o Ratatouille) parece que no tiene tanto tiempo como le gustaría para crear piezas originales, de ahí que las segundas y terceras partes de sus productos se hayan convertido en esta década en el pan nuestro de cada verano.
Y no es que Pixar tenga que desmarcarse necesariamente de esa invasión de secuelas que estamos viviendo, no es que una enésima parte de un film original sea en sí misma infame (ahí está Toy story 3 para demostrar cómo se cierra una trilogía de forma brillante), el problema es que la creatividad ya no es el motor de cada nuevo título: se está dedicando más tiempo a pensar cómo rentabilizar cada film, convertido casi desde el inicio en una franquicia no sólo en cines, sino también en parques infantiles y todo tipo de productos de marketing…
Y eso deja muy poco tiempo para crear proyectos absolutamente novedosos.
Si analizamos los títulos estrenados de Pixar Animation Studios en los últimos tres años nos encontramos con el primer patinazo serio de la casa, Cars 2, una secuela que sólo funciona por acumulación de escenas, por multiplicación de los momentos culminantes de la primera parte y con unos personajes evidentemente desdibujados, hasta el punto de caer en la caricatura en algunos casos (la camioneta tonta amiga del protagonista llegaba a ser insoportable por momentos… aunque sin alcanzar los niveles del famoso Jar Jar Binks de Star Wars). Pero es un film muy lejos del original.
Tras este derrape creativo, apareció Brave, una epopeya original y con el sabor clásico de las aventuras de la propia Pixar, manteniendo además sus temas habituales, como el canto a la amistad o la importancia de respetar las decisiones y el mundo personal de cada uno. Brave continúa con éxito la tradición de sus grandes historias de amistad (Bichos, Toy Story, Monstruos SA) y de sus brillantes guiones acerca de la educación en valores (Buscando a Nemo, Wall·E).
Un gran título que, lamentablemente, va a quedar como una laguna en la actual etapa Pixar.
Porque el nuevo título de la casa es otra secuela, Monstruos University (de la que, por cierto, uno no se explica el spanglish del título: ¿no sería más lógico Monsters University o Universidad de Monstruos?), y lo que es peor, el tráiler que acompaña la proyección ya anuncia Aviones, es decir, Cars 3, pero esta vez los coches también vuelan… un intento imposible de superar la “audacia” de ese Cars 2 con vehículos transformados en sosías de James Bond en una misión imposible que finalizó de la forma más previsible: batacazo crítico y éxito de taquilla.
Pixar se ahoga en su propio éxito, sin tiempo para crear nuevas historias, sólo para masticar de nuevo el éxito de sus anteriores títulos. Y el chicle no da para tanto.
Monstruos University es una precuela, es decir, nos cuenta qué sucedió antes de lo narrado en la seminal Monstruos SA. Y ese antes es la entrada de Sulley y Mike en una universidad donde los más variopintos bichos aprenden cómo asustar a los niños.
Y eso es todo. La historia da poco más de sí.
Sulley y Mike tienen que superar un buen número de pruebas para lograr el ansiado acceso a la gran empresa donde trabajan los monstruos, una fábrica en la que el objetivo es conseguir el mayor número de gritos de los tiernos infantes, lo que a su vez genera la energía para que todo funcione.
Pero no será fácil. Una profesora con pinta de tener muy malas pulgas no está por la labor de dejarles acceder: son torpes, incompetentes y no están preparados para ser estrellas monstruosas. Afortunadamente, la unión hace la fuerza y con la ayuda de unos desahuciados que tampoco pueden aspirar más que a montar su propia congregación en la casa de uno de ellos, finalmente, héroes… digo, monstruos.
Hay que reconocer al producto lo de siempre: un impecable acabado técnico, una exquisita animación (los pelos de Sulley ya se hicieron famosos en la primera peli de la saga), cierta imaginación en el diseño de monstruitos varios, una atención a la amistad como valor a fomentar…
Y casi nada más.
El resto son pruebas y más pruebas. Original la primera (con una especie de medusas que brillan en la oscuridad y que deforman el cuerpo de quienes las tocan), quizá la mejor escena de la película, apasionante en su desarrollo. Pero es sólo la primera prueba.
Cuando la película continúa empeñada en mostrar más y más pruebas resulta agotadora, frustrante, falta de ingenio, de empuje. Se estanca. Algún detalle (como la bibliotecaria con cierta semejanza a un pulpo) nos saca por momentos del sopor, de la rutina.
Pero el conjunto resulta simple. Cabe esperar mucho más de los guiones de Pixar. O al menos cabía.
Hay un giro final que intenta recuperar los valores siempre defendidos por Pixar: la amistad, la honradez, el espíritu de superación…
Hay un intento postrero de levantar la función con un enfoque menos competitivo y más participativo. Menos sal gruesa y más inteligencia. Más Pixar y menos Dreamworks en la resolución.
Pero llega tarde. Hasta entonces la función ha sido una competición despiadada.
Y lo que es peor: copiada de la saga de Harry Potter.
Porque en el fondo esta universidad no es más que un remedo animado de Hogwarths y sus pruebas. Pero con unas pruebas que no alcanzan la brillantez del tradicional partido de quidditch en la serie de J. K. Rowling (exceptuando la primera, con las medusas luminosas), por lo que todo resulta muy, muy previsible.
Falta ese hálito de originalidad que ha definido siempre a Pixar.
Es una secuela de la que lo peor que puede decirse es que se parece más al cine de Dreamworks (ya sabéis Madagascar y similares) que al genuino cine de Pixar. Y eso, apenas unos meses después de haber disfrutado de un título como El origen de los guardianes (lo mejor de Dreamworks en toda su historia animada) equivale a colocar a Pixar un peldaño por debajo de sus competidores.
Lo dicho, algo que este cronista nunca hubiera pensado escribir.
Escribe Sabín