Amor de madre
En el ranking de los mejores necrófilos del pasado siglo XX destaca con luz propia Ed Gein, el asesino psicópata de Plainfield (Wisconsin). Es tal su influencia y el impacto popular de sus hazañas que además de inspirar un no desdeñable número de historias terroríficas en la literatura y el cine, su verdadera historia ha sido llevada al celuloide en Ed Gein (2000, Chuck Parello), y el propio Gein aparece como un personaje más en el reciente film de Sacha Gervasi (Hitchcock, 2012).
Pero que nadie espere encontrar en las motivaciones de este necrófilo la influencia de amores imperecederos, mujeres de ensueño y música romántica de fondo, ya que sólo hallará sangre, terror y la muerte más atroz. Estamos ante el lado más sórdido y cruel del sueño americano.
Cuando en 1957 la policía entró en la casa de Gein para proceder a su detención no podía dar crédito a tanto hallazgo macabro. Un cadáver decapitado colgado de un gancho, junto a restos de otros cadáveres que decoraban la casa a modo de complementos en lámparas, sofás, prendas de vestir confeccionadas con piel humana, y varias cabezas disecadas junto a otras lindezas.
La mente de Ed Gein resultó ser un compendio caótico de trastornos psiquiátricos: la influencia nociva de una madre represiva, el fanatismo religioso, un complejo de Edipo asociado a un travestismo extremo (parece que durante años se vistió con piel de cadáveres femeninos), lo que unido a los toques necrófilos ya aludidos harían de la peripecias del carnicero de Plainfield el protagonista ideal de los relatos de terror de las revistas baratas de la época.
Sólo dos años más tarde de la detención e ingreso en un psiquiátrico de Gein, Robert Bloch, escritor y guionista de cientos de cuentos y varias novelas de temática criminal y de terror, publica Psycho, cuyo personaje principal (Norman Bates) está basado en las andanzas de nuestro asesino de Wisconsin.
El mismo año, Alfred Hitchcock, que intenta resarcirse del fracaso económico de Con la muerte en los talones, lee durante un vuelo la novela de Bloch y al aterrizar ya tiene claro su nuevo proyecto. Con la colaboración del guionista Joseph Stefano y producción de la Paramount, aunque autofinanciándola el propio director, Hitchcock lleva a la pantalla la novela Psycho, en lo que acabaría siendo, además de un enorme éxito económico, una de la películas más populares e influyentes del séptimo arte.
Psicosis: el inicio de la modernidad en el cine americano
Aunque en otras cinematografías, sobre todo europeas, ya se habían roto amarras con el cine clásico y se exploraban nuevas vías hacia un cine más innovador, en los Estados Unidos este cambio resulta mucho más tardío, salvo los primerizos trabajos de algunos autores de vocación claramente independiente como Cassavetes.
Psicosis (1960), es en mi opinión el film comercial americano que inaugura la ruptura con el cine clásico y tradicional de la década anterior. Y analizando el film, esta ruptura se pueden observar tanto en el tratamiento de los contenidos como en los elementos estéticos o formales (tan queridos para Hitchcock).
En primer lugar, las condiciones de producción resultaron determinantes en este sentido: se intenta realizar una obra barata, con un presupuesto medido al milímetro, utilizando un equipo de rodaje reducido, rodando en blanco y negro y en solo seis semanas. Todos estos condicionantes acercan el proyecto más al cine independiente que a los films realizados en los grandes estudios.
En segundo lugar, el guión muestra una estructura rompedora nunca vista hasta la fecha: se inicia con el robo de 40.000 dólares por parte de Marion Crane (Janet Leigh) en la compañía donde trabaja, su posterior huida y su llegada fatídica al motel dirigido por Norman Bates (Anthony Perkins). Todo ello ocupa prácticamente el primer tercio del film y es entonces cuando el espectador recibe el impacto del asesinato en la ducha de su protagonista principal.
El punto de vista se traslada de la desdichada Marion a Norman Bates. A partir de este momento se inicia otra historia, otra película, donde se nos cuentan los avatares de Norman y su posesiva madre. Esta estructura proporciona un aire de modernidad al film al romper (todo hay que decirlo, de forma muy sangrienta) con los preceptos clásicos del cine más comercial.
No podemos obviar el asesinato en la ducha como icono de los aires de cambio que se iniciarían en el cine de los años sesenta. Técnicamente perfecta, con un montaje excepcional apoyado en setenta posiciones distintas de cámara, y una música de Bernard Herrmann inolvidable, la escena aunque sólo dura 45 segundos consigue un impacto emocional, casi visceral, en el espectador. La combinación de sorpresa, violencia fulminante y un erotismo mórbido han conseguido que sea posiblemente una de las secuencias más famosas del séptimo arte, si no la que más.
Otro de los principales logros de Hitchcock es la creación del personaje de Norman Bates. Se cambia su aspecto físico, desagradable en la novela de Bloch, por la presencia atractiva y vulnerable de Anthony Perkins. Así empatizamos sin pretenderlo con el asesino y compartimos su sufrimiento limpiando el estropicio realizado por su madre en el cuarto de baño y nos agobiamos cuando vemos que el coche con las víctimas no acaba de hundirse en la charca.
Las intenciones de Hitchcock eran claras, realizar un film puramente visual, donde el director es la estrella, que alcanzara el alma y emocionara al espectador. Como declaró en su famosa entrevista a Francois Truffaut: “En Psycho, el argumento me importa poco, los personajes me importan poco, lo que me importa es que la unión de los trozos del film, la fotografía, la banda sonora y todo lo puramente técnico podían hacer gritar al público”.
Amores que matan
Centrándonos en las motivaciones de los personajes, que como vemos importan poco a Hitchcock, la tendencia necrofílica que siente Norman hacia su madre sólo se puede entender bajo la marcada influencia del puritanismo y el matriarcado norteamericano. Para Norman su madre es toda su existencia, una guía moral que le señala los peligros de la vida moderna (sobre todo las “otras” mujeres y las relaciones sexuales). Ya lo explicita Norman a Marion (Janet Leigh) en uno de sus primeros encuentros a la puerta del motel: “Como dice mi madre, el mejor amigo de un muchacho es su madre”.
Por otro lado, esta interdependencia es recíproca, y al igual que la madre no aprueba las amistades femeninas de su hijo, tampoco Norman, con un claro trastorno edípico, soporta que su madre entable relaciones con su nuevo amante y en un rapto de locura acaba asesinando a ambos. A dios gracias, no todo estaba perdido y los conocimientos de taxidermia de Norman logran “revivir” a su madre, al menos en su enfermiza cabeza.
Norman intenta mantener la cotidianeidad perdida con su difunta madre, reprochándose a voz en grito sus desplantes, su intransigencia, su desamor, como un viejo matrimonio agotado por años de convivencia. Sólo en ocasiones se atisba un resto de ternura, sobre todo en las disculpas del hijo respecto a la actitud de su madre: “es que madre está enferma”, “está impedida” o “un poco mal de los nervios”, o en la escena donde Norman, temeroso de que descubran el cuerpo de madre, la coge en brazos y la baja por las escaleras hasta el sótano donde almacena la fruta. Es la típica imagen de un hijo entregado a su enfermiza madre.
En el estadio final, la relación necrofílica que se establece entre madre e hijo es extrema, ya que no se basa en la ensoñación o en la obsesión amorosa, sino que la personalidad de la persona fallecida sustituye la propia identidad. Norman y su madre acaban siendo la misma persona.
Todos estos aspectos a los que hemos aludido se apoyan en una iconografía visual determinante. Así, la tradición, el puritanismo y la intransigencia de la madre están representados por el viejo caserón que se alza en lo alto de la colina. Este edificio del gótico californiano, con su atmosfera oscura, su recargada decoración y la figura de la madre recortada a contraluz en la ventana es el claro reflejo de la locura y de unas mentes reprimidas.
Por el contrario, el motel en la base de la colina, con su línea moderna y funcional, refleja el contacto con el mundo exterior, con la sexualidad y en definitiva con la libertad. Norman durante todo el film va corriendo de un lugar a otro, de la tradición a la modernidad y viceversa, sin encontrar el lugar definitivo donde asentarse. Aunque, como todos sabemos,el destino de Norman va unido ineludiblemente al de su madre.
Al final del Psicosis, Hitchcock inserta una explicación por parte de un psiquiatra que chirria sobremanera, siendo la escena más floja de todo el film, aunque logra salvarla con un apunte final de un vanguardismo excepcional para la época. En esa escena vemos a Norman, totalmente poseído por el espíritu de su madre, inmóvil en una silla y arropado por una manta. Su oscura figura destaca sobre un fondo de un blanco inmaculado. Cuando una mosca se pasea por su mano se ve incapaz de matarla. Es entonces cuando levanta lentamente la mirada hacia el espectador y esboza una sonrisa escalofriante; por décimas de segundos vemos sobreimpresionada sobre su cara la imagen de una calavera.
No puedo imaginar mejor final ni una representación gráfica más acertada de la locura y la necrofilia.
Escribe Miguel Angel Císcar