La muerte del amor
Una película como Solaris no pasa desapercibida para los amantes de la ciencia y ficción.
El gran director ruso Andrei Tarkovski fue un autor único en realizar el traspase cinematográfico de una obra literaria muy discutida en los años setenta.
No nos olvidamos también del remake de Soderbergh del 2002, que tuvo un discreto éxito, aunque no haya logrado la unicidad de la obra literaria, eliminando de su película el concepto del límite de la razón humana y la dificultad de comunicación del hombre con los otros y consigo mismo.
Considerando todos estos conceptos, el director Andrei Tarkovski realizó esta película con este objetivo: transmitir antes de todo un significado filosófico de reflexión sobre los límites del racionalismo humano.
Solaris es una película en la que el sueño y la realidad se confunden con la vida y la muerte, donde un problema científico se convierte en una historia de amor o, más bien, en la búsqueda de un amor perdido.
Pero, ¿es verdaderamente esto lo que representa Solaris? En el cine de ciencia y ficción no es oportuno arriesgarse declarando un significado que, posiblemente, no le pertenece.
Pero Solaris es más que esto: es un concepto filosófico, una explicación del significado que se le puede ofrecer a la vida.
Sinopsis
En un futuro sin fecha, el psicólogo Kris Kelvin sale para otro sistema solar, pasando sus días anteriores al viaje en su vieja casa de infancia con sus padres.
Después de haber aprendido que sucedieron raros fenómenos con anterioridad en la base espacial adonde tiene que ir, decide viajar para cerrar esta estación absolutamente dispendiosa. Hasta que llega a la base y encuentra a su mujer, muerta años atrás: allí será “capturado” por este y por muchos otros extraños sucesos.
El amor en la muerte
Un hombre se encuentra cara a cara con su pasado y con su futuro, en un presente que no tiene dimensión espacial definida. Él es Kris, un hombre que tiene que resolver cuestiones de su pasado que no ha conseguido cerrar en su vida terrena o, mejor dicho, espacial.
El planeta Solaris representa, en la película, una dimensión desconocida del hombre que se enfrenta a sus miedos y a su incapacidad de aceptar una vida mortal.
Este, que es un espacio alternativo, es también donde reaparecen recuerdos y sensaciones perdidas, rechazadas y evitadas. Es aquí donde el protagonista vuelve a ver el amor de su vida, perdido en el remordimiento… Hari, su mujer muerta años atrás.
El reencuentro con Hari permite a Kris de librar su mente de la opresión de unos momentos de vida no resueltos y enganchados al no visible: la memoria.
Solaris es el sitio y el momento donde el protagonista saca el amor de su memoria y se enfrenta a él, sin ningún miedo.
Todos los fenómenos raros que suceden en Solaris, no son otra cosa que recuerdos y emociones encerradas en otros sitios de la mente de Kris y que vuelven a aparecer como motivos de muerte.
El amor vuelve sólo en Solaris, donde la muerte es más cercana que la vida, allí donde se confunde con los sueños o con esos lejanos recuerdos.
Solaris es un sitio donde lo olvidado toma vida y la vida real se olvida: una especie de muerte donde se reencuentra lo perdido. Es aquí, de hecho, donde el protagonista vuelve a encontrar a su mujer. El amor que reemerge de una muerte lejana toma forma: ¿será esta la muerte de verdad? Tarkovski no especifica este punto, dejando el espectador libre de interpretar.
Desde el primer momento en el que el protagonista llega a Solaris, el espectador nunca sabe si se trata de la realidad o de lo que él quiere que sea. Una atmosfera alucinógena sólo puede conducir a un sentimiento frágil de amargura y de desolación, el mismo y lento que lleva la cámara, dejándonos percibir estas emociones.
Ese planeta es como la muerte, allí se quedan las cosas no acabadas, interrumpidas, rotas… Como un amor lejano. Y es allí que la muerte encuentra a este amor, en un sueño-muerte sin fin.
Porque esto es Solaris: la mente humana, esa “galaxia” donde se guardan los deseos, el amor y el miedo a la muerte. Tarkovski enseña el amor en esta mente, en esta muerte de la realidad, donde todo se encuentra, excepto la razón.
Escribe Serena Russo