Delirante y mortal obsesión
Una voz confusa y dispersa
La novela de Philiph K. Dick en la que se inspira Linktaker para dirigir la película del mismo título es lo suficientemente densa y compleja como para convertirse tanto en un reto como en un problema a la hora de ser llevada al cine.
Este escritor (1928-1982), clasificado a la ligera entre los géneros de terror gótico o ciencia ficción, se caracteriza por impregnar los argumentos de sus relatos con reflexiones más o menos filosóficas o científicas que trascienden el mero desarrollo de la acción para ofrecer un sugerente análisis psicológico de los personajes y de los conflictos que arrastran.
Una mirada a la oscuridad, tal y como manifiesta el autor en su epílogo o nota final, tiene cierto carácter autobiográfico, en cuanto que reproduce las andanzas de una generación, la de los años 70, que se creyó las promesas de una felicidad rápida, intensa y acelerada, conseguida a través de las drogas, y pagó por ello un alto precio.
La novela, es, entre otras cosas, un testimonio sobre las consecuencias de una terrible decisión respecto al mal uso de las drogas, de un error de juicio que desembocó en una Némesis igualmente terrible, cuya venganza se cobraba en vidas humanas y en secuelas físicas o psicológicas, que estigmatizaron a unos jóvenes a los que se permitió e incluso se aplaudió por atreverse a ser felices todo el tiempo. Eran como niños jugando en la calle, explica Philiph K. Dick. La historia muestra la desorientación alucinada y a veces angustiosa de unos personajes inspirados en personas reales, algunas muertas y otras con graves e irreversibles lesiones. No existe ninguna intencionalidad moral, sólo el propósito de mostrar los efectos de las mortales sustancias ingeridas por aquellos que tomaron la decisión de jugar en vez de crecer.
La película de Linktaker intenta reproducir la atmósfera agobiante y obsesiva en que transcurre la vida del grupo de amigos, cuyas mentes trastornadas se dispersan en voces confusas, pertenecientes a un universo de pesadillas soñadas, que trasciende los límites de la realidad. La exploración de los sentimientos y de las emociones aparece envuelta en un discurso oscuro, profundo y prolijo, que se condensa en los diálogos y conversaciones que mantienen los miembros del grupo, en ocasiones tan disparatados que rozan el absurdo. La reflexión científica o pseudo-científica corre a cargo de otros personajes secundarios como psicólogos, médicos o representantes de la ley y el orden.
Como la novela, la película fundamenta su testimonial objetividad en la ausencia de una voz narradora y sus posibles implicaciones. Los hechos se van sucediendo por sí mismos impulsados por un ritmo narrativo de escasa acción y abundantes consideraciones filosóficas. El destinatario del discurso se aleja y distancia de la historia para así penetrar en el interior profundo y obscuro de los atormentados e iluminados personajes.
El análisis se impone al relato de los hechos, que funcionan como soporte argumental en cuyos resquicios se articula todo un conjunto de teorías sobre las modificaciones del cerebro, contaminado por las adictivas sustancias, respecto a las diversas maneras de percibir y transformar la realidad. El resultado es un mundo inquietante y enmarañado, multiplicado por el reflejo de los espejos que superponen las imágenes de una realidad incomprensible y disociada.
La trama en su conjunto
El argumento sitúa la acción en un futuro cercano, en un pretendido intento de emular una atmósfera de ciencia-ficción, que va perdiendo verosimilitud a medida que conocemos los ambientes por los que se mueve el protagonista, el agente Fred (Keanu Reeves), inmerso en el mundo de la droga y el narcotráfico. Bajo la personalidad de Bob Arctor, un camello de segunda fila, Fred comparte su vida y su desaliñada casa con varios amigos drogodependientes en una atmósfera caótica e inquietante creada por el consumo de la sustancia M (de muerte).
El entorno del barrio donde vive esta especie de familia disfuncional no es nada futurista sino que evoca los espacios y circunstancias de las urbanizaciones suburbiales de los años 50, lo que confiere al filme cierto aire retro incompatible con su ubicación temporal. La confusión en que viven los personajes se extiende a todos los ámbitos de su experiencia, puesto que es el resultado de las transformaciones químicas de unos cerebros enfermos de irrealidad e inmersos en un proceso alucinatorio, donde se desdibujan los límites de la percepción.
No estamos ante una película de desarrollo argumental propiamente dicho, sino que sus líneas temáticas estructurales giran alrededor de la evolución de los personajes y el cambiante mundo de sus mentes. La intención del director sirve fielmente a la novela en que se inspira, más interesada en la profundidad psicológica que en el ritmo narrativo. Una película de ideas, centrada en tres ejes de contenido: individual, político y científico.
El hecho de que el análisis psicológico de los personajes configure el núcleo narrativo que impulsa el desarrollo del argumento no implica que el resto de aspectos mencionados no desempeñen una función importante dentro del relato. Si el estudio del comportamiento de los personajes se centra en su frustración por no cumplir sus sueños o en la imposibilidad de controlar una realidad distorsionada por las drogas, también es cierto que esas conductas son el resultado del fracaso de un sistema social y político, dominado por una economía basada en los beneficios a cualquier precio, aunque para ello tenga que sacrificar a sus ciudadanos.
Los sueños de una vida normal y doméstica, ajustada a los tópicos del americano medio e integrado en la sociedad, son evocados por el personaje de Donna Hawthorne (Winona Ryder), la amiga drogadicta de Bob, que esconde otra personalidad como agente encubierta. También el alter ego de Bob Arctor, Fred el policía, muestra con convicción visionaria su malogrado y deseado mundo feliz como esposo y padre de clase media.
El relato de su vida familiar en un entorno encantador y satisfecho sirve tanto para evidenciar la rebeldía del que elige la droga como protesta ante el estatus conformista de un sector social, como para sugerir la pérdida definitiva de un paraíso irrecuperable. Pues todo es dual y ambiguo en esta historia de perdedores abocados a la oscuridad mental, afectiva y moral de un universo que gira alocado y sin control hacia la muerte lenta y definitiva, hacia la desaparición paulatina e inevitable de la identidad.
La crítica política se orienta hacia un poder contaminado por la obsesión de vigilancia extrema de los ciudadanos mediante los más modernos y sofisticados sistemas que permiten y ofrecen los avances tecnológicos. La conferencia donde el agente Fred, camuflado dentro de su futurista traje mezclador (un ingenio capaz de variar el aspecto de una persona mediante la sucesión de miles de imágenes distintas), se dirige a un público aparentemente respetable y sin duda poderoso, es una muestra de los mecanismos del dominio de los que mandan. En su insegura alocución, Fred insinúa ya las contradicciones de una autoridad que parece desear el fin de la droga y la aniquilación de sus distribuidores, y al mismo tiempo mira hacia otro lado para que no se acabe el negocio. Son muy claras las palabras de Fred en el despacho de su superior Hank respecto a la impunidad de Nueva Senda, la institución encargada de la rehabilitación de los drogadictos:
Fred: Son los únicos que no son vigilados
Hank: Es el acuerdo con el gobierno
La persistente presencia de cámaras de vigilancia en las vidas de todos los personajes, y la fragmentación de sus acciones en constante interpretación por parte de los organismos policiales, culmina su enfermizo empeño en la distorsión psíquica que se produce en la personalidad de Fred/Bob, al mismo tiempo observador y observado.
La paranoica acción de espiarse a sí mismo y contemplar las grabaciones, donde se ve como un personaje de una película que no entiende ni controla, le hacen caer en la oscura sima de la angustia y la desorientación. Mira cómo casi se delata como impostor ante sus amigos, grita de impotencia por no poder auxiliar a su colega Ernie Luckman (Woody Harrelson), a punto de morir asfixiado, por encontrase al otro lado de las cámaras; en fin, la situación se hace tan compleja como insostenible, y el consumo de la sustancia M o D (de death) no ayuda, sino que sume al personaje en una realidad dispersa y turbia, donde el aturdimiento es el preludio de un trastorno irreversible.
El progresivo deterioro de Fred y la pérdida de su identidad y de su trabajo como agente ponen de manifiesto la manipulación de los individuos por el poder y su destrucción cuando ya no sirven a sus intereses. Su ingreso en Nueva Senda con la consiguiente pérdida de la individualidad, la voluntad y la memoria, contrastan con el descubrimiento de que los que fabrican y venden drogas son los mismos que pretenden curar a los adictos, dos caras de la misma moneda. El relativismo de la interpretación de la realidad es una constante en esta historia, pues el perspectivismo multiplica la imposibilidad de contemplar una visión única y unívoca de las cosas.
Y esa concepción, cercana al escepticismo pesimista, la encarnan algunos personajes como el de Jim Barris (Robert Downey Jr). Este joven cínico, loco y discursivo, al creer traicionar a Fred se destruye a sí mismo, lo que de nuevo demuestra que el poder siempre controla y utiliza torticeramente a los individuos de los que se sirve para sus fines. El mensaje es que nada es lo que parece, como si en el mundo de las sombras, las máscaras encubridoras de la realidad se construyeran con los fingimientos, los disimulos y las mentiras de los hombres.
La ambigüedad es otra constante en la película y en la novela. Por eso el gesto final del personaje de Fred sustrayendo las florecillas azules de las que se extraía la droga, puede significar tanto su vuelta a los viejos hábitos como la esperanza de que se descubra el fraude de los que manejan y consienten el negocio. La oscuridad impregna también la reflexión moral de Donna en su versión policial, cuando los remordimientos y la mala conciencia por haber participado en el desmoronamiento de su amigo Fred le hacen cuestionarse la ética de su trabajo. El discurso exculpatorio de su compañero y el argumento de la necesidad de sacrificar el presente por un posible futuro mejor quedan minimizados en su ingenuidad por la conciencia de la propia insignificancia ante la magnitud del desastre: «Tal vez una nota en un libro de Historia menor. Tal vez una breve lista de los que cayeron»…
Junto al discurso político, la reflexión científica ocupa en el relato un lugar que tampoco es menor ni secundario. Las primeras observaciones suceden en el consultorio de los psicólogos que evalúan el estado mental y emocional del agente Fred en relación al impacto de la droga en su organismo. En los diálogos se insertan versiones de las teorías sobre la funcionalidad de los dos hemisferios cerebrales, el análisis de la percepción de la profundidad visual y las disfunciones de la bilateralidad. Toda una jerga médico-científica que está más cerca de la ficción que de la ciencia.
Al contrario de la novela, la película pasa muy por encima en el tema del funcionamiento neurológico del cerebro y las transformaciones de la sustancia M en la química cerebral. La prevención y el estudio de las conductas adictivas se frivolizan con intervenciones humorísticas de los interlocutores sobre el futuro vital o amoroso de Fred. Las irónicas palabras de la psicóloga aconsejando a Fred el modo de seducir a Donna («Regálele flores…, pequeñas flores azules. Regáleselas») evidencian la doble intención y el doble sentido que esconden. Como siempre, la ambigüedad de las palabras conlleva la dualidad de una realidad cuya consistencia desaparece y se escapa.
El necesario carácter sintético del cine frente a la literatura se manifiesta en el carácter enigmático de algunas frases que corresponden al pensamiento de Fred, oscuro y disperso, pues la alucinada visión de sí mismo no le hace consciente de su estado degradado y dependiente. La transcripción literal de algunos diálogos de la novela impide su comprensión al faltar el contexto descriptivo que los justifica. Lo que los científicos califican como disociación de los hemisferios cerebrales no es más que una distorsión de la percepción de la realidad.
Las imágenes suplen ese vacío discursivo al mostrar un universo cambiante, donde las figuras que se transforman, mostrándose y ocultándose al tiempo, sumen al protagonista en tal estado de desorientación que resulta evidente la devastación de su persona. Ese es el estado de Fred, que no acepta su derrota, cuando pronuncia frases tan inexplicables como estas: “La muerte ha sido devorada por la victoria” o “Todos nos dormiremos. Todos seremos transformados”.
Algo que no se puede ignorar en este filme es la comicidad de algunas secuencias cuya función puede desorientar al espectador. En efecto, el episodio de la bici y sus marchas desaparecidas, la loca carrera con el coche averiado, el rescate de la grúa y las conversaciones sobre el arreglo del desperfecto tienen un marcado carácter cómico. Pero es una comicidad instrumentalizada para otros fines, de acuerdo con el estilo discursivo y la reflexión filosófica que se infiltra en todos los resquicios de la historia.
La secuencia de la bici y la de la elaboración de cocaína a partir de los insecticidas parecen derivar hacia el absurdo, mientras que la del coche roto nos conduce a la locura con la violencia implícita y trágica del esperpento. En cambio, el suicidio del entrañable Charles Freck (Rory Cochrane) desemboca en la pesadilla de la criatura de mil ojos obligándole escuchar todos sus pecados por toda la eternidad. Casi nunca los episodios cómicos tienen un fin en sí mismos, pero en este caso mucho menos. Creo que no se trata —como piensan algunos— de un fallo del director ya que la inserción y tratamiento de las escenas cómicas no tienen como objetivo la distensión del espectador ni el fin de distanciarlo del clima trágico y melancólico del filme. Al contrario, más que el contrapunto, son el complemento necesario en el desarrollo de la historia.
La realidad disociada
Dice Mike Westaway, el policía compañero de Donna, que M significa: «Mors ontológica. Muerte del espíritu, de la identidad, de la naturaleza esencial».
El diagnóstico disociativo se define como una visión en dos sentidos, uno correcto y otro invertido. Casi poéticamente se menciona el “efecto espejo” como lo que permite ver el propio rostro «reflejado, invertido y estirado hasta el infinito». Como en la caverna platónica, no se ven las cosas sino imágenes de las cosas. Es decir, se trata de contemplar el universo a través de sus reflejos, pues realidad e imagen inversa se combinan como dos partes de la misma realidad.
Un pensamiento pseudo-filosófico que mezcla relativismo y angustia existencial en una combinación difícil de articular, pero muy apropiada para describir el infierno de la adicción; en éste, a la confusión sobre uno mismo se añaden la conciencia de ser mero objeto y la percepción de una oscuridad interna y externa, que se impone al resto de la realidad. Tres personajes representan en el filme distintas formas de disociación.
El conflicto entre las dos facetas de una misma persona está encarnado sobre todo por Fred/Bob, cuya doble vida junto con la droga acaba devorándole. Como protagonista de la historia, su viaje hacia la oscuridad se nos muestra en una progresión cargada de detalles. Ya desde el comienzo se muestra como alguien “tocado” por el cansancio y la melancolía. En la conferencia ante los ejecutivos bien trajeados y desde el anonimato de su traje mezclador (masa borrosa que no para de cambiar), da muestras de un atisbo de rebeldía mezclada con desconfianza y escepticismo ante los tópicos de su discurso. Todo es tan asqueroso que sólo quieren olvidarse y convertirse en adictos, dice desolado por la soledad, la maldad, el odio y las sospechas.
Sin ayuda psicológica eficiente, pronto queda desorientado por los dobles sentidos de las palabras de los otros. Es como un extranjero lanzado a una tierra hostil sin recursos para descifrar el mundo que le rodea y oprime. Esta situación se repite cuando se visiona a sí mismo y a sus amigos bromeando sobre la impostura. La mentira, el engaño y el fingimiento pasan a ser parte de su propia esencia.
“Todos estamos rodeados de impostores”—dice el implacable Barris— a la vez en que insiste sobre los dobles sentidos, sobre el significado sugerido, no explícito. Más adelante se intensifica la sensación de opresión, de peligro inevitable: en el despacho de control de vigilancia ve las imágenes de sí mismo a través de una cuadrícula que le aprisiona como una cárcel. El miedo es la consecuencia de lo insoportable que le resulta la doble percepción de la realidad. La dispersión de sus pensamientos se transforma en angustia premonitoria de lo que se avecina. Por un lado, el pavor ante los vigilantes: “Qué ve? ¿puede vernos por dentro? ¿con claridad o con oscuridad? El vigilante no es humano”.
Por otro, la desesperación que anticipa su condena (“Yo sólo veo tinieblas”) combinada con el tormento de la lucidez final: “Moriremos sin comprender el fragmento de la vida”. Al relativismo doloroso y escéptico de estas reflexiones sigue la caída en picado del personaje. Sus preguntas sin respuesta (“Yo, ¿qué soy?”) y la conciencia de su propia insignificancia como algo instrumentalizado por el poder desembocan en la definitiva pérdida de identidad en Nueva Senda. Su destino es seguir siendo útil a la maquinaria del gobierno, pues incluso descerebrado y anulado, recogerá la flor azul que podría ser causa de las verdades o mentiras del futuro.
Jim Barris es un personaje de apariencia limpia y atildada que sugiere el control, la seguridad y la eficacia. Su desvarío se materializa en discursos brillantes y actuaciones contundentes. Es cínico y brillante en sus definiciones e infantil en sus alucinaciones. Mientras imagina ver las tetas de una camarera afirma sobre Nueva Senda: “Un gulag privatizado que se las ha ingeniado para anular la voluntad libre del ciudadano de a pie”. Su verborrea de tono magistral se asocia a un carácter taimado de baja condición moral, que le lleva a denunciar a Bob como narco y terrorista. Es alguien, en definitiva, que esconde mucho más de lo que muestra y por ello es el personaje más fuerte y definido del conjunto. Además tiene el atractivo de los malvados simpáticos y dominantes que nunca se mostrará a los demás tal como es, que hará del fingimiento, la mentira y el oportunismo su profesión y su credo.
Charles Freck es sin duda la víctima por excelencia. Paradigma o símbolo del perdedor ingenuo y vulnerable, desde el comienzo del filme se muestra sin control alguno sobre sí mismo y su entorno. La primera imagen que tenemos de él nos ofrece su cabeza en agresivo picado y sus manos frotándose el pelo con movimientos convulsivos. El movimiento nervioso y continuo rascándose el cuerpo, mientras se mira en un espejo sucio y rayado, que le devuelve su imagen oscura y confusa, señala al espectador el meollo de la historia. Mientras se ducha, la cámara en foca un desagüe oxidado y mugriento por el que desaparece el agua pringosa entre los piojos (los áfidos) saltarines y crueles. Personaje perdido desde el principio, perturbado y agitado por alucinaciones de destrucción, fracasa hasta en su muerte y en el castigo que recibe.
El rotoscopiado y sus efectos
La técnica del rotoscopio o dibujo por ordenador sobre una película previamente filmada y montada, no es nueva para Linktaker ya que la utilizó en 2001 en Despertando a la vida. En Una mirada a la oscuridad, cinco años después, la técnica se ha depurado configurando una estética propia.
Para conseguir los efectos deseados en la película se deja congelado el fondo en una capa estática que se colorea y perfila. El ordenador registra líneas en los fotogramas para crear movimientos humanos de modo que el resultado se parece más a una novela gráfica que a una película de animación convencional. En este caso el efecto fundamental es un dibujo ligeramente oscilante con movimientos medidos que sugieren la realidad cambiante de los personajes, en contraste con los entornos estáticos, resueltos con líneas rectas y superficies planas y bien perfiladas.
El paisaje acoge en su quietud el inquietante universo interior de unas personas que han perdido para siempre el paraíso. El cromatismo define y caracteriza a los personajes tanto como sus palabras y sus actos. Los marrones y ocres de Barris frente a los pálidos azules y grises de Freck. Luckman y Donna, más neutros, como el paisaje.
Los tonos pastel, correspondientes a la triste personalidad de Bob/Fred, se ajustan a sus acciones temerosas y angustiadas. Estas son sus palabras finales: “Soy como un gusano que se arrastra en el polvo hasta que le aplasta el pie de un caminante”.
Y estas otras las del narrador distante y ausente: “Vivir allí, pensó, en la oscuridad, la oscuridad mental. Y oscuridad también en el mundo exterior, en todas partes”.
Escribe Gloria Benito