Palabras más, palabras menos
Tras Viena y París, Jesse y Celine se encuentran en Grecia. Han pasado unos años desde que pasearan hasta el ocaso por la capital francesa, habiendo dado sus vidas un cambio radical.
Cuando Richard Linklater, Julie Delpy y Ethan Hawke se reúnen con ánimo de escribir un guión, la magia surge, teniendo como resultado una, de momento, trilogía que narra una de las mejores historias de amor de la historia del cine. Este apelativo lo logran a base de naturalidad y palabras unidas con suma delicadeza, crudeza y esmero.
Antes del amanecer trataba sobre un enamoramiento que podía ser pasajero. Sin mayor profundidad que la que otorga el pasar un puñado escaso de horas juntos, guiados por el deseo de lo desconocido, con la incertidumbre que baña la entelequia. Antes del atardecer hablaba de los anhelos de Jesse y Celine tras no haberse podido reencontrar para explorar su relación tras aquella noche en la capital de Austria. Siendo la más corta y parlanchina, da paso a la bofetada de realidad que supone Antes del anochecer.
Las dos primera entregas estaban bañadas por la imaginación, el “qué podría ser si…” y otra serie de preguntas que siempre quedaban en el aire. La relación de los protagonistas no era sino un intangible de posibles resultados en los que nunca se sumergían, al menos mientras la cámara les enfocaba. Su viaje a Grecia refleja la cotidianidad de la pareja, lo cercano, lo que a nadie le es ajeno. Las preguntas que en ella se vierten nada tienen que ver con las de sus predecesoras, la ilusión y un mundo de posibilidades son sustituidos por la responsabilidad que supone el convertirse en padre y tener una relación de pareja.
Linklate, Delpy y Hawke hacen que Jesse y Celine hablen largo y tendido, como acostumbran en todas las películas, yendo más allá en esta ocasión. Si antes de que amaneciera los que charlaban eran dos jóvenes sin responsabilidades, antes de que atardeciera, las explicaciones no habían dárselas el uno al otro pero, para cuando llega la noche, han de declarar el uno ante el otro bajo la luz de la luna, no hay nadie más, solamente ellos y el duro golpe que supone la vida.
Antes del anochecer, trata de la madurez, de cómo han de manejarse los sueños de juventud y sobre todo de la vida en pareja, la evolución del ser individual dentro de esa relación y cómo las acciones que primeramente enamoran se pueden convertir en las grandes lacras de la relación.
El idealismo deja paso al compromiso, pero no por ello a la desilusión ni a la falta de pasión, la realidad tras la magia no ha de ser algo de lo que asustarse. Jesse y Celine muestran toda su verdad y reaccionan ante ella, ha llegado el momento de pedir explicaciones y de afrontar el mundo, sin poder cerrar los ojos ni aferrarse a un recuerdo.
Se encuentran con sus dos hijas en común, el hijo de él, su relación de pareja y los sueños y necesidades de ambos. Si bien el sabor no es dulce en cuanto al contenido como lo fuera en las dos primeras películas, sí lo es en cuanto al resultado como cinta.
Los diálogos, como siempre, se encuentran acompañados de paisajes exquisitos y de la música exacta. Sorprende, una vez más, Ethan Hawke, cuyo talento parece permanecer oculto hasta que decide mezclarlo con el de Delpy; quizás sea porque hay mucho de él en Jesse, pero es cuando se mete en la piel de este personaje cuando parece mostrar habilidades en las lides de la actuación.
Quizás dentro de unos años, actores y director decidan mostrarnos qué ha sido de las vidas de estos personajes. Si se puede parecer en algo a las tres primeras películas, aquí estaremos esperando otra ración de verdad.
Escribe Sonia Molina