Fragmentos de realidad
En la trilogía que comienza con Antes del amanecer, Richard Linklater sitúa la cámara delante de los protagonistas y estos hablan y hablan de todas las situaciones que afectan a sus vidas. En una actitud voyeur, el objetivo sigue a los personajes allá por donde se desplazan, involucrándose en la narración y dejando patente su presencia en la escena. Antes del atardecer y Antes del anochecer, aportan la evolución en el tiempo de los personajes, a los que la cámara continúa sometiendo a su mirada introspectiva.
El seguimiento obsesivo y analítico de los protagonistas y el juego con el espacio temporal que se manifiesta de formas variadas está presente en buena parte del cine del director tejano. El paso del tiempo de la pareja protagonista en la trilogía mencionada, el juego con el pasado y el presente comprimido en el tiempo de la película en The tape o el experimento del paso del tiempo del protagonista de Boyhood, jugando con el tiempo real del protagonista filmado a lo largo de casi diez años, son buenos ejemplos de ello.
Dos elementos o recursos narrativos que se pueden rastrear desde el principio de su obra y que ya vemos en la que es considerada su opera prima, Slacker (1991), el film que sitúa a Linklater en el mapa cinematográfico pues con anterioridad tan solo había realizado un par de trabajos.
Rodada en 16mm en 1989, el estreno en 1990 y la posterior adquisición por una distribuidora facilitó su estreno en 1991 en 35mm. El filme no obtuvo una gran repercusión en su momento pero terminó convirtiéndose en un filme de culto y posibilitando que la carrera de Linklater tuviera continuidad, adscribiéndole inicialmente a ese terreno un tanto pantanoso del llamado cine independiente.
Historias mínimas
La película comienza con el rostro de un joven (interpretado por el propio Richard Linklater) que apoyado en la ventanilla de un autobús despierta de lo que parece ha sido un viaje nocturno. Las luces del día despuntan y el viajero llega a su destino. En la estación de autobuses coge un taxi y durante casi cinco minutos habla de un sueño que ha tenido, de las muchas realidades presentes y sobre la importancia de elegir una opción u otra ante las propuestas con las que uno se encuentra en diferentes situaciones. El taxista permanece inmóvil, conduciendo, sin hacer caso al joven. Finalmente éste baja del taxi, gira por una calle y una mujer es atropellada por un coche, tras la confusión inicial, la cámara se centrará en un vehículo que pasa por la escena (el que atropelló a la mujer) y, a partir de ahí, seguiremos la historia de este nuevo personaje, que se encontrará con otra persona, y así sucesivamente, hasta presentar un sinfín de minúsculas historias a lo largo de un día (otra vez el juego con el tiempo como elemento importante dentro del relato).
Rodada en la ciudad de Austin (Texas), lugar de nacimiento de Linklater (y de su actor fetiche, Ethan Hawke), a lo largo de noventa minutos desfilan una serie de curiosos personajes, la mayoría jóvenes, que se reparten el protagonismo de la narración (1).
El conocimiento de la ciudad (donde Linklater ha rodado también otros filmes como Dazed and Confused, Waking life, Escuela de rock y partes de la reciente Boyhood) hace que la película constituya un retrato sociológico de la llamada generación X pero imbricada con las características inherentes a la propia ciudad. Una ciudad conocida por su diversidad cultural y donde sus habitantes ostentan con orgullo cierta rareza que se respira en la ciudad.
Si a esa característica sociológica de rareza aplicada a la ciudad de Austin le unimos el significado del vocablo inglés slacker, cuya traducción al castellano equivaldría a perezoso, holgazán o vago, nos proporciona la imagen exacta de gran parte de los personajes que desfilan por delante de nuestros ojos.
Extraños seres que pululan por la calle con las teorías más diversas sobre el asesinato de Kennedy o la llegada del hombre a la Luna, parejas discutiendo, un ladrón, un personaje que habla de su participación en la Guerra Civil española para luego saber que está desequilibrado y que jamás estuvo allí, discusiones sobre los temas más absurdos, propuestas increíbles (la joven que vende un frotis de Madonna) o un joven que permanece rodeado de pantallas y monitores de televisión son algunos ejemplos de las múltiples historias que se van encadenando con la excusa de un encuentro casual, un tropiezo, una conversación en un bar o una cita.
La brevedad de las situaciones propuestas apenas deja tiempo para la reflexión. Los personajes exteriorizan a través de las conversaciones las teorías más absurdas sobre temas políticos, culturales o sociales. Todo tiene cabida, desde un ensayo sobre Dostoievski hasta una reflexión sobre el desempleo o el amor.
De lo local a lo universal
La brevedad de las historias, unida al sucesivo encadenamiento, tiene sentido cuando se considera en su totalidad. Los pequeños elementos adquieren su valor expositivo cuando se reúnen en la retina del espectador y éste es capaz de acceder a la globalidad de la propuesta.
Linklater parte de lo local para elevar una teoría global sobre una generación desencantada que en ese momento está buscando el sentido de sus actuaciones. En 1989, George Bush padre dirige la nación con fuerza (2), apostando por la prolongación del legado conservador de Reagan; y parece que ese continuismo es el que acogota y sumerge a los jóvenes en un hastío que reflejan las actitudes titubeantes, poniendo en tela de juicio todos los elementos que conforman el marco social y político de los protagonistas.
Es por ello que en esas conversaciones se plantean todo tipo de dudas en relación con aspectos políticos; de ahí la reflexión sobre teorías conspirativas en relación con hechos pasados y contemporáneos como el asesinato de Kennedy, la llegada del hombre a la Luna o las dudas sobre el recuento de votos en las elecciones que llevaron a Bush a las presidencia del país. El objetivo de estas microhistorias es mostrar unos protagonistas que ponen en solfa la versión oficial de las cosas, que vacilan del orden establecido.
Estas consideraciones se unen, además, a la descripción nihilista de una generación compuesta por personajes aislados que están al margen de la sociedad. Personajes que hablan sin parar pero que parece no les escucha nadie. Se suceden conversaciones que en la mayoría de ocasiones son monólogos, empezando por la escena inicial que hemos descrito con anterioridad (donde el joven Linklater habla sin parar mientras el taxista conduce sin hacerle caso) y que se repiten constantemente. Esta circunstancia contribuye a aumentar la sensación de inadaptación y donde el movimiento constante de los personajes nos muestra unos escenarios de la periferia de la ciudad (un desguace donde buscan un motor, los niños que corren por una zona de ruinas, los jóvenes que arrojan una máquina de escribir en un río sucio, etc.).
Esas píldoras de cotidianeidad, pequeños fragmentos que en virtud del azar van apareciendo ante nuestros ojos, se recomponen finalmente como un puzle donde parece que todas las piezas van encajando. Pesimistas, conspiradores, estudiantes, casados, amigos, jóvenes, niños, parejas, colegas, viejos, obsesivos, frikis, ladrones, músicos, actores y un sinfín de personajes y adjetivos que conforman el retrato de una generación perdida que, frente a la incapacidad de encontrar el rumbo de su vida, en una sociedad que no les gusta, de la que no forman parte, se dedican a mostrar sus pequeñas obsesiones.
La cámara de Linklater, siempre presente e intrusiva gira alrededor de los protagonistas marcando el devenir del relato en una elección de personajes y situaciones elegidas casi al azar. La factura amateur de la filmación (movimientos constantes, grano, desenfoques, sonido directo, filmaciones dentro de la propia filmación), obligada por cuestiones económicas, contribuye al totum revolutum narrativo.
En una historia que no tiene continuidad, Linklater pone el punto y final alejándose del entorno urbano predominante a lo largo de todo el filme, acompañando a un grupo de jóvenes, que subiendo a una colina se ruedan con su propia cámara hasta que la lanzan al vacío. Mediante un truco final, el punto de vista de la cámara que sigue a los personajes, pasa repentinamente al punto de vista de la cámara que es lanzada y las últimas imágenes que vemos corresponden a la caída de la cámara hasta que se estrella en el suelo quedando en negro.
Es la apuesta definitiva por unir la visión de la cámara con el punto de vista del espectador; caemos, giramos y fundimos a negro con la cámara destrozada. Si a lo largo de todo el filme nos hemos dejado llevar de un lado a otro, pasando por innumerables personajes e historias, al final, permanecemos fieles al último recorrido.
El filme, deudor de su tiempo y de su modelo de producción, continúa siendo perfectamente válido 25 años después de su realización, y ayuda a entender la posterior carrera de Linklater.
Escribe Luis Tormo
Notas
(1) En este caso es un elemento clave el conocimiento de la ciudad, el hecho de que el filme esté localizado en un entorno que Linklater conoce a la perfección facilita la descripción y la veracidad de las pequeñas narraciones a las que vamos asistiendo. En Google Maps se puede encontrar un recorrido de algunas de las localizaciones del filme: https://mapsengine.google.com/map/edit?mid=zdUzSnTCNE0s.kmW0z3VvDICc
(2) En las elecciones de noviembre de 1988 el republicano George Bush triunfa frente al candidato demócrata Michael Dukakis. Bush apostará por la continuidad, tanto en la política económica interna como en la política exterior. En el filme, uno de los personajes, duda del recuento de las votaciones y desarma el concepto de las grandes mayorías.