Las sombras de un genio
Realizar un buen documental sobre un cineasta de la trascendencia de Ingmar Bergman (1918-2007) supone un gran reto. Jane Magnusson (1968) ha salido exitosa de un proyecto tan complicado como Bergman, su gran año (2018). Magnusson continúa su acercamiento y profundización en las claves vitales y cinematográficas del mayor director de cine de Suecia (país en el que también nació Magnusson) y uno de los más relevantes del celuloide universal, que arrancó con la serie televisa Bergman’s video (2012) y prosiguió con la película documental Descubriendo a Bergman (2013), que presentó la pasada primavera en el Cine Doré de la Filmoteca Española, en Madrid.
Bergman empezó a dirigir películas a mediados de los años 40 (su primer filme fue Crisis, en 1945) y desarrolló una dilatada carrera hasta 2003, con la magistral Saraband. En casi sesenta años de trabajo fílmico (donde creó más de cincuenta títulos, varios de ellos obras maestras del cine) Bergman rodó múltiples historias desde distintos enfoques y estéticas. Debido a que su trayectoria resulta prácticamente inabarcable en una obra audiovisual, un acierto de Magnusson en Bergman, su gran año radica en fijar la atención cronológica en un año cumbre para la filmografía de Bergman: 1957.
Dos obras maestras
En los doce meses que componen ese período especial de mediados de los cincuenta, Ingmar Bergman estrenó dos maravillosos filmes, auténticas cimas de su arte: El séptimo sello (estrenado el 16 de febrero) y Fresas salvajes (se proyectó por vez primera el 26 de diciembre, tras filmarse en el verano).
Además, en ese mismo 1957 dirigió otro filme estimable, En el umbral de la vida, la serie televisiva Llega el señor Schelman (la televisión pública sueca se había creado el año anterior; Bergman colaboró mucho en este ente televisivo, de hecho son producciones televisivas algunas joyas de Bergman como Secretos de un matrimonio, de 1973; La flauta mágica, de 1974; o Fanny y Alexander, de 1982), y en otoño puso sobre las tablas del teatro municipal de Malmö, del que era por entonces director, dos meritorios montajes: El Misántropo, de Molière, y Peer Gynt, de Henrik Ibsen. Tanto Ibsen como Strindberg fueron esenciales en toda la carrera creativa de Bergman, como Thomas Mann y Fiodor Dostoievsky para Luchino Visconti, o Benito Pérez Galdós y el autor del Lazarillo de Tormes para Luis Buñuel; Visconti, Buñuel y Bergman son cineastas con hondas raíces literarias, ya sean narrativas o teatrales.
Para Bergman, la actividad teatral era equiparable o superior a la cinematográfica. En los 60 llegaría a estar al frente de uno de los teatros más emblemáticos del norte de Europa: el Dramaten de Estocolmo. Hizo versiones escénicas de obras de Tennesse Williams, Anton Chéjov, Peter Weiss y George Büchner, entre otros, y, de forma especial (y durante toda su carrera) sobre piezas de sus admirados Strindberg e Ibsen. El teatro influyó muchísimo en sus películas, desde esos carismáticos actores medievales (los juglares) Jof y Mina, en El séptimo sello, hasta la compañía teatral de la familia de Alexander y Fanny.
Tomando como piedra angular 1957, Magnusson aborda en su documental las constantes del universo bergmaniano (la problemática de la existencia de Dios, las relaciones sentimentales, los conflictos entre padres e hijos, el miedo a morir, el mundo de la infancia…) a lo largo de un itinerario artístico de cerca de seis decenios. Y así se recogen numerosas imágenes de películas (de todas sus épocas), de rodajes, de entrevistas con Bergman y actores que participaron en sus filmes como Liv Ullman, Bibi Andersson o Jan Malmsjö, y de personalidades del mundo del cine como Barbra Streisand, Lars von Trier o Zhang Yimou.
Existe un notable equilibrio entre los fragmentos de las películas de Bergman, los testimonios sobre su figura, las declaraciones del propio Bergman, y la voz en off de Magnusson como hilo narrativo conductor del documental.
1957, el año en que Bergman entregó dos piezas inmortales del cine. La selección de escenas en el documental es magnífica. En El séptimo sello, podemos apreciar al caballero Antonius Block (Max von Sydow) hablar con la Muerte (Beng Ekerot), junto a una playa, poco antes de empezar una partida de ajedrez en la que se decidiría su destino (y que después inspiraría a tantos directores de cine, como Ridley Scott, que en Blade Runner, de 1982, plantearía una confrontación ajedrecística similar entre Roy y el doctor Tyrell) o la simbólica escena en la que la Muerte corta el árbol (el árbol de la vida) donde está subido el juglar compañero de Jof (Nils Poppe) y Mia (Bibi Andersson).
En Fresas salvajes, la poética escena en el prado con Isak Borg (Victor Sjöstrom) y Sara (Bibi Andersson), la pesadilla del profesor en torno a su propia muerte (donde tantas huellas había del expresionismo alemán y del surrealismo) y algunos momentos destacados del viaje en coche de Isak y Marianne (Ingrid Thulin). Tenía Bergman 39 años cuando alcanzó la madurez expresiva en estos dos impresionantes filmes, aunque el director sueco siempre afirmó que la película donde había encontrado por primera vez su verdadera voz fue Sonrisas de una noche de verano (1955; este largometraje divertidísimo se puede entender como uno de los más emotivos tributos que se han ofrecido a Shakespeare desde el cine).
Ni Fresas salvajes ni El séptimo sello se hallaban entre las obras preferidas de Bergman dentro de su filmografía, decantándose el director sueco por la experimental Persona (1966, donde irradiaba tanta creatividad y audacia como el Pasolini de Pajaritos y pajarracos, coetánea a Persona) y la estremecedora Gritos y susurros (1972; en la que su director de fotografía, el talentoso Sven Nykvist, empleó de forma sublime los colores rojizos).
Magnusson recalca con criterio que 1957 encumbró a Bergman a los altares del cine, lo que propiciaría mayor libertad en sus largometrajes, tal como se reflejó en películas tan geniales y rompedoras como Los comulgantes (1962), Persona (a la que hemos aludido), o La vergüenza (1967) en los sesenta; o la citada Gritos y susurros, Secretos de un matrimonio (1973) y Sonata de otoño (1978) en los setenta; además de ese monumento del cine, verdadera suma de los puntos clave del arte bergmaniano, que es Fanny y Alexander (1982).
Pero no siempre Bergman fue un maestro, un genio. Y ahí, en un ejercicio de honestidad, Magnusson aborda sus difíciles inicios en la labor cinematográfica (en los años 40), donde la inseguridad, las dudas y el miedo al fracaso asaltaron al joven Bergman.
La desmitificación
En este sentido, otro evidente logro del documental, que Magnusson consigue con creces, es la desmitificación de Bergman. Por detrás del Bergman imaginativo, el Bergman insuperable, el Bergman increíble, el Bergman iconoclasta, el Bergman cimero, gracias a algunos valiosos testimonios de actores y actrices (que fundamentalmente trabajaron con Bergman en el teatro, durante los años 80 y 90) hallamos la dimensión oscura del mito.
Y así conocemos al Bergman colérico, al Bergman autoritario, al Bergman injusto, al Bergman envidioso, incluso al Bergman cruel. Nos pensábamos que Bergman estaba escondido tras la inocencia y el carácter soñador de Alexander, pero el documental de Magnusson nos revela que en su vida personal Bergman caminaba muy cerca del obispo Vergérus.
Y desde una posición admirativa hacia su arte y su indudable influencia en grandes creadores posteriores como Francis Ford Coppola, John Landis o Lars von Trier (que aparecen en el documental, y de otros que no vemos, tal es el caso de Woody Allen o González Iñárritu), Magnusson muestra las sombras de Bergman: la escasa atención que dedicó a sus siete hijos («Nunca he dado prioridad a las familias», afirmó Bergman) en sus matrimonios; los malos tratos que propinó a una novia (y que autocensuró en el libro memorístico Linterna mágica, de 1987); el falseamiento interesado de la realidad (Bergman prohibió en los años 80 la emisión de una entrevista a su hermano mayor, Dag, donde este declaraba que Ingmar era el preferido del padre, y que no sufrió palizas, como sí padeció Dag); su apoyo a la Alemania nazi en la Segunda Guerra Mundial y su aprecio por la figura de Hitler en los años 40 (el documental no indica que posteriormente Bergman estimó la socialdemocracia nórdica, y que criticó el nazismo en películas como El huevo de la serpiente, de 1976); sus problemas tributarios con la administración sueca en los años 70 (que motivó su exilio temporal a Alemania; regresaría a Suecia a principios de los 80); y en lo que respecta a la dirección teatral y cinematográfica, su carácter iracundo.
«Era bastante demoníaco»; «gritaba y vociferaba»; «se debería hacer buen cine sin necesidad de traumatizar a la gente» son algunos testimonios esclarecedores de intérpretes que trabajaron con Bergman. Asimismo, Magnusson incluye fragmentos de rodajes (sobre todo, el último de Saraband, 2003) donde se muestra el despotismo de Bergman y sus malos modos, profiriendo continuas expresiones malsonantes.
Posiblemente, la declaración más emotiva acerca de la personalidad tiránica de Bergman proviene del relevante cineasta, dramaturgo y músico sueco Thorsten Flinck, que trabajó con Ingmar en varias obras de teatro en los 80 y 90. Celoso de las capacidades interpretativas de Flinck, Bergman vetó las representaciones de El misántropo en 1995 en Nueva York, incluso llegó a insultarle varias veces. No obstante, pese a la humillación artística (y totalmente injusta) que le infligió Bergman, Flinck manifiesta que «no habrá otro como él; es más importante que Strindberg».
Susurros y gritos
Luz y oscuridad. Susurros y gritos. Amor y desprecio. La polifonía de testimonios sobre la vida y la obra de Bergman constituye un mérito indudable de Magnusson, que deja (no impone) que el espectador opine libremente sobre la figura de Bergman.
Bergman, su gran año se aleja del tono laudatorio de La isla de Bergman (2004), otro documental sobre la figura de este importante cineasta y dramaturgo que realizó Marie Nyrerod, profesional de la televisión pública sueca, que no sacaba a relucir el fondo tenebroso del artista. Bergman. Un ser humano con demasiados defectos. Un cineasta único. En la parte favorable del director sueco, distinguimos su permanente fascinación por el cine desde los seis años.
Bergman declaró que «el cine era una maravillosa de hacer cosas y que la gente crea en ellas». Ponía el ejemplo tan significativo de la Muerte en El séptimo sello. Bergman creó la película desde los recuerdos de las pinturas en las cúpulas de las iglesias suecas, a las que acudía con su padre (que oficiaba de pastor protestante), donde vio a la Muerte jugando al ajedrez con un caballero, o de la danza mortuoria medieval. Bergman afirmaba que el espectador podía preguntarse que no era la Muerte, sino el actor Beng Ekerot, pero que la fuerza mágica del cine provocaba que creyésemos, que sintiésemos, que esa figura con capa negra y rostro blanquecino era una encarnación auténtica de la muerte.
Y gracias a esa magia fílmica, también nos creemos que Jacobi rescata en un baúl a los pequeños Alexander y Fanny de la tiranía de Vergérus. O que Michael, el hijo de Jof (cuántos parecidos físicos y éticos entre Jof y el Guido de La vida es bella, de 1997, de Roberto Benigni) y Mia en El séptimo sello, cuando sea mayor, en sus juegos malabares, logre que la pelota permanezca en el aire. Es la magia del cine. Una de las esperanzas más lumínicas de nuestra vida. ¿Qué haríamos sin los sueños? ¿Qué haríamos sin las películas de Bergman?
Bergman dijo que «la cámara era una herramienta increíble para captar el alma humana». La creación de El séptimo sello le sirvió para liberarse del miedo a la muerte, aunque algunas veces comentara que no había pasado un día sin pensar en ella. En 35 días del verano de 1956, rodó una de las mejores películas de la historia del cine. «Una de las pocas películas que verdaderamente llevo en el corazón», confesó en Imágenes (1990).
A principios de 1957, fue ingresado en el hospital de Sofiahemmet por una úlcera gástrica (los problemas estomacales le persiguieron toda su vida). En la habitación del centro médico, escribió la portentosa Fresas salvajes, que rodaría ese verano (Bergman realizaba las películas en verano y dirigía montajes teatrales en invierno; intérpretes destacadísimos que participaron en sus filmes, también lo hicieron en sus representaciones dramáticas, tal es caso de Max von Sydow, Bibi Andersson, Ingrid Thulin, Gunnar Björnstrand, Liv Ullman, Harriet Andersson, Erland Josephson…), y que compartía con El séptimo sello el símbolo erótico y vitalista de las fresas.
En el documental de Magnusson, Bergman comenta que el mejor primer plano que rodó en su vida fue el de Sjöström (leyenda del cine sueco, con el que Bergman mantuvo varias discusiones en el rodaje de su filme) al final de Fresas salvajes, donde contemplaba, a lo lejos, en la pradera junto a la laguna, a sus padres. El hombre mayor que desea volver a la infancia. «Toda mi vida creativa proviene de la niñez. Emocionalmente soy un crío. La razón por la que a la gente les gusta lo que hago o hacía es porque soy un niño y les hablo como un niño», indicó el cineasta a finales de los 80. La profundidad del cine de Bergman. La universalidad e intemporalidad de sus películas.
Los últimos años de su existencia, Bergman los pasó solo en su casa de la isla de Fårö. Tenía una sala de cine para él (convirtió un antiguo establo en un pequeño local cinematográfico, con 25 butacas, en el que un colaborador le proyectaba los filmes). Veía películas todas las tardes. Por las mañanas, leía, escribía y paseaba. Aislado del mundo. Quiso huir de la civilización. Quizá desengañado. Trató mal a bastantes personas que conoció en su vida, abusando del poder que ostentaba, como un tirano. A muchos individuos desconocidos por él, su cine sirvió, sirve y servirá para confiar en la belleza del arte, en su benefactora magia.
Escribe Javier Herreros Martínez
Bibliografía consultada
Bergman, Ingmar: Linterna mágica, Barcelona, Tusquets, 1988.
Bergman, Ingmar: Imágenes, Barcelona, Tusquets, 1992.
Luque, Ramón: Bergman: El artista y la música, Madrid, Ocho y medio, 2007.
Cruz, Juan: «Ingmar Bergman. Ser o no ser», El País, 30-7-2007, a raíz del fallecimiento del cineasta sueco. Recoge la entrevista que Juan Cruz realizó a Bergman en diciembre de 1989, en Estocolmo.