El cine como arte total
«Si puede escribirse o pensarse, puede filmarse».
(Stanley Kubrick)
El Círculo de Bellas Artes de Madrid acoge hasta el 8 de mayo de 2022 una magnífica exposición sobre uno de los cineastas fundamentales del siglo XX: Stanley Kubrick. The Exhibition.
Repartida en dos grandes salas dentro del edificio, la muestra refleja la amplitud del arte del creador estadounidense. Desde carteles de sus filmes a storyboards, pasando por fotogramas, secuencias emblemáticas, instantáneas de las filmaciones, maquetas, guiones, entrevistas, planes de rodaje, dibujos, claquetas, elementos del vestuario…Todo un universo de un director irrepetible.
Para Martin Scorsese, Kubrick (1928-1999) «fue el último de los directores iconoclastas que pudo ser completamente responsable de sus películas». Cada película de Kubrick no era solo una experiencia cinematográfica, sino un prodigio interdisciplinar donde el cine aglutinaba la música, la literatura, la pintura, la historia, la fotografía. Stanley Kubrick: cineasta total.
Los paneles informativos de la muestra son sencillos, amenos, alejados de cualquier tipo de pedantería o suntuosidad, y complementan toda la potencia visual de la exposición, idónea tanto para los admiradores de la filmografía de Kubrick como para los que no conozcan su enorme legado cinematográfico.
Nos quedamos con la boca abierta al contemplar algunas joyas de la exposición: la impresionante maqueta del laberinto del hotel Overlook, en El resplandor (1980); el storyboard de la secuencia de la bomba en ¿Teléfono rojo? Volamos hacia Moscú (1964); una espléndida recreación del largo pasillo de la nave en 2001: una odisea del espacio (1968); la máscara y la capa del doctor Bill Harford, en Eyes wide shut (1999).
El arte de Kubrick ilumina el cine y la cultura internacional de medio siglo. De 1951 son sus primeros documentales, Day of the fight, sobre el mundo del boxeo, y Flying Padre, en torno a un sacerdote en Nuevo México. De 1999 es su último filme, Eyes wide shut, protagonizado por Nicole Kidman y Tom Cruise, y cuyo estreno oficial ya no alcanzó a ver.
Al cine Kubrick llegó por la senda de la fotografía. Siendo un adolescente, la revista Look le publicó su primera instantánea el 26 de junio de 1945: un quiosquero meditabundo, melancólico, rodeado de periódicos que anuncian el fallecimiento de Roosevelt. A partir de esa fotografía, Kubrick realizó durante un lustro diversos reportajes fotográficos para Look: sobre la universidad de Michigan, sobre la música jazz, sobre Frank Sinatra, sobre el boxeador Walter Cartier…
En medio siglo de carrera, Kubrick tocó todos los géneros: del bélico al erótico, del histórico al suspense, del terror a la aventura. No hizo nunca la misma película, pero en cada filme se notaba su genialidad. Y, como pasa con la música de Bach o la pintura de Velázquez, veíamos una secuencia de alguno de sus largometrajes y decíamos: «Eso es Kubrick», como podemos decir ante una partitura: «Eso es Bach», o ante un cuadro: «Eso es Velázquez».
La fotografía le enseñó a mirar, porque la mirada es clave en cualquier artista de cualquier vertiente cultural. El cine de Kubrick supone una mirada personalísima sobre los infinitos vericuetos del corazón humano: el deseo, la inteligencia, el fracaso, los sueños, la imaginación, la violencia, el poder, el amor, la muerte. Luces y sombras del existir. De eso trata el cine, la música, la pintura, la novela, la poesía, el teatro. En Barry Lyndon, tan shakesperiano, quizá estemos todas las personas, con la alegría y la tristeza, nuestras esperanzas y nuestras caídas.
Kubrick tuvo a Orson Welles como un referente, como ese artista grandioso, totalizador, ese Balzac, ese Rembrandt del cine que él aspiraba a ser. Kubrick partió de la tradición fílmica y de otras artes, como sus admirados Bergman, Fellini o David Lean, para innovar dentro del arte cinematográfico: realizó la elipsis temporal más sublime de todos los tiempos en 2001: una odisea en el espacio (1968)); manejó con maestría la dimensión terrorífica del espacio, al tiempo que empleaba por vez primera una steadycam (como una protagonista más) en El resplandor (1980); recreó con velas la luz dieciochesca en Barry Lyndon, donde asimismo mostró las posibilidades expresivas del zoom en retroceso. Los primeros minutos de Eyes wide shut (1999) reflejan de forma prodigiosa las posibilidades del cine para presentar a unos personajes y crear una atmósfera, un misterio, un hilo artístico que atrape a los espectadores.
En Kubrick hay algo viscontiano, un afán perfeccionista, como un artesano que quiere que su escultura no tenga ningún fallo. La mirada de Kubrick no iba solo a la historia y a los intérpretes, también al decorado, al vestuario, a la iluminación, la música, los silencios. Artista total.
En un documental sobre Muerte en Venecia (1971), Luchino Visconti repetía una y otra vez la secuencia de Dirk Bogarde caminando por los puentes de Venecia en busca de Tadzio. Una y otra vez, queriendo conseguir la emoción más honda de ese anhelo insatisfecho. Y eso que tenía a un actor inmenso como el inglés. Cuentan que Visconti hizo llenar de ropa los cajones del palacio de El Gatopardo (1963). No saldrían en la gran pantalla, pero quería generar un espíritu, una magia. El actor Keir Dullea, que participó en 2001: una odisea del espacio (1968), afirma que «Stanley Kubrick era un genio. Al llegar al rodaje, el decorado en el que íbamos a rodar hacía que Disneyland pareciera una nadería».
Artista rebelde, de aliento ácrata, como Franz Kafka o Albert Camus, Kubrick dejó patente la sinrazón de las guerras, verdaderas trituradoras de jóvenes inocentes, sometidos a la crueldad de políticos y militares en Senderos de gloria (1957), Barry Lyndon (1975), La chaqueta metálica (1987).
Apasionado lector, la mayoría de sus películas se basaron en textos literarios: de Burgess, de Arthur C. Clarke, de Stephen King, de Thackeray, de Schnitzler… Y en sus largometrajes, brilla la música de Haendel, Beethoven, Schubert, Mozart, Shostakovich. Sustituyó a Anthony Mann en la dirección de Espartaco (1960) y rechazó dirigir El exorcista a principios de los 70, aunque a finales de esa década estaría al frente de El resplandor (1980). Su cine iluminó cincuenta años y continúa iluminándonos.
Kubrick dejó varios proyectos inacabados: Los papeles arios, sobre el viaje de supervivencia de una mujer judía con su sobrino; Inteligencia artificial, que retomaría y filmaría su amigo Steven Spielberg en 2001 —en la exposición vemos los bocetos del diseño de producción de Kubrick, que quiso rodar este filme desde mediados de los 70—; y, fundamentalmente, Napoleón, la película que soñó dirigir durante media vida. Kubrick llegó a elaborar una gran biografía, con una documentación minuciosa, sobre el político y militar galo, del que le fascinaba la mezcolanza de raciocinio y emoción. Se quedó en un gran sueño, como En busca del tiempo perdido, de Proust, para Visconti. Pero son tantas las obras maestras que nos dejaron ambos, Visconti y Kubrick, que siempre agradeceremos su arte.
La exposición concluye con una excepcional instalación audiovisual de Manuel Huerga, donde se conectan fotos, secuencias y declaraciones de Kubrick a lo largo de toda su trayectoria. Con 12 años, su padre le enseñó a jugar al ajedrez. El ajedrez le impulsó a laborar con la mente, a descifrar el alcance del pensamiento humano. Durante décadas, en cada proyecto, en cada filmación, Stanley Kubrick fue desarrollando ese don de pensar en historias, en historias que emocionasen, y junto con las historias, los actores y las actrices, los ambientes, la iluminación, la música, el vestuario, los diálogos, los silencios, los planos, los encuadres, porque, como dijera Jean Renoir, el cine es todo.
«Creo firmemente en el cine.
Soy tan insensato como para considerarlo
una de las principales formas de expresión de nuestra época».
(Stanley Kubrick)
Escribe Javier Herreros Martínez | Galería de fotos de la exposición
Más información sobre Kubrick:
Monográfico de Encadenados sobre Stanley Kubrick
Barry Lyndon
Espartaco