Sabotaje (Saboteur, 1942)

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Un discurso político

Sabotaje-0Es interesante cómo Alfred narra esta historia emulando una escalera de Jacob mediante los diálogos, acciones y sonidos, tríada que forma un engranaje que se inicia con un plano abierto donde se muestra una cortina metálica sobre la que se refleja la silueta de un hombre y sobre la que, después, se irá colando la sombra de una nube de humo para anunciar el comienzo de un incendio, incidente sobre el que gira la película. Obviamente todo incendio necesita su extintor y en este caso, se vuelve un arma. 

La comunicación escrita toma otra dimensión al ser cosificada, por decirlo así, en cartas, afiches de publicidad, un hito de kilometraje, el lomo de un libro o la nota de un periódico, y convertirse en una herramienta transmisora de mensajes ocultos que sólo Barry y su conciencia (el espectador) pueden decodificar. Una propuesta muy original para salpimentar ciertos recovecos de la travesía de nuestro supuesto asesino.

Los movimientos de cámara y el montaje funcionan como uno de esos marcadores de punta gruesa con el que el autor resalta momentos o espacios importantes de su texto para después retomarlos y amalgamarse a la narrativa. Los primeros planos son recurrentes y gracias a ellos la tensión se siente tan a flor de piel que dan ganas de llevarse las manos al rostro para no mirar.

Esta película es una alocución que transita por la vida en familia, el trabajo, la diferencia de clases sociales, la diversidad de opiniones, la crítica ciudadana y al gobierno, temas que se encarnan en algunos personajes y a través de sus conversaciones, Hitchcock deja clara su postura y visión de los mismos.

Tales conversaciones son como pequeños capítulos pertenecientes a una tesis que pretende aglutinar, por un lado, el reflejo de una comunidad en decadencia y, por el otro, que aún existen personas que desean insuflar pequeñas dosis de consciencia social.

Tres de estos capítulos me parecen remarcables: el primero, entre el protagonista y falsamente acusado Barry Kane, un cínico adinerado y su mayordomo. La charla entre ellos, además de tornarse un derroche de verdades opuestas entre capitalismo y socialismo, resulta atemporal ya que sin problema podemos exclamar un cómodo «cualquier parecido con la realidad, es mera coincidencia». Al final, el sirviente, por obvias razones, no puede morder la mano que lo alimenta y en vez de unirse a su colega, termina por mandarlo a dormir de un golpe en la nuca por órdenes del ricachón.

El segundo, un encuentro fugaz también entre nuestro actor principal, pero esta vez con un pianista ciego, el cual va espetando de sabiduría y bondad cada una de sus intervenciones. Esta convivencia provocará un giro radical en el destino de Kane.

Y el tercero es mi favorito: un montón de freaks de circo, dentro de un camión, deciden sobre la libertad de Barry y, mientras lo hacen, cada uno de sus argumentos son un reflejo de su deformación, del padecimiento y la condena que la misma sociedad les ha impuesto, pero también demuestran que, dentro de su apariencia anormal, son más nobles y empáticos que la gente «normal».

Considero que la reflexión que nace de dichos argumentos, me conduce a lanzar una pregunta a mi respetable lector: ¿es capaz de repensar cuál es el bando al que desea pertenecer y si está dispuesto a confrontar el precio que se debe pagar?

Hágase un favor, vea esta pieza cinematográfica y respóndase.

Escribe Andrea Castrejón  

  

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