Hombres intrépidos (The long voyage home, 1940), de John Ford

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El buque de los malditos

Hombres intrépidos es una obra cinematográfica realizada en el inicio de la década de los cuarenta, en la que podemos rastrear una triple paternidad a cual más determinante: las dramáticas historias del autor teatral y premio nobel de literatura Eugene O’Neill, la puesta en escena del reputado director John Ford y la magnífica fotografía de Gregg Toland, creador de la inolvidable impronta visual del film.

Dudley Nichols, guionista habitual en los largometrajes de John Ford, intentó estructurar de forma coherente las cuatro obras de teatro en un acto en las que se basa el filme, todas ellas ambientadas en la primera guerra mundial, pero que Ford y Nichols trasladan a la incipiente segunda guerra mundial.

Los temas recurrentes de O’Neill, como el fatalismo, el esfuerzo de la clase trabajadora por ganarse el pan, la inexorabilidad del fracaso, el alcoholismo y la muerte, estaban plenamente vigentes en el día a día de la población europea en esos años. Ford, que ya había visitado el mundo de la marina durante la Gran Guerra en Mar de fondo (1931), se siente interesado por el material de partida y con su productora Argosy y junto a Walter Wanger convoca a su troupe de actores habituales, destacando Thomas Mitchell, Barry Fitzgerald, Ward Bond y John Wayne en el papel del bonachón Ole Olsen, marino enrolado a su pesar y que añora su granja en tierras suecas.

La trama de hombres intrépidos resulta deslavazada, probablemente por el dispar material de procedencia, conformando una serie de cuadros o viñetas que no acaban de cohesionar entre sí de forma fluida. El vapor británico SS Glencairn regresa desde las islas occidentales a Baltimore a recoger un peligroso cargamento que desconoce la tripulación. El barco ya cargado hasta los topes de munición debe cruzar el Atlántico hasta las costas inglesas, bajo el acoso de la aviación y los submarinos alemanes.

La marinería, los «hombres intrépidos» a los que hace referencia el título en español, conforman un variopinto conjunto de personajes nobles, pendencieros, desconfiados y borrachos que llevan la mala estrella grabada en sus caras. Cuando llegan finalmente a destino todos los marineros quieren olvidar la pesadilla vivida y abandonar esa vida de penuria, pero las empresas navieras los engatusan de nuevo enrolándolos en sus buques en un ciclo sin fin.

Rodado íntegramente en estudio, presenta una atmosfera opresiva y teatral al estar constreñida la acción al limitado espacio del carguero, con alguna salida a cubierta pero la mayoría de veces se rueda en los oscuros camarotes de la tripulación y casi siempre en ambiente nocturno.

Este aspecto fúnebre y noir es comentado por Bogdanovich y Ford en su famoso libro de entrevistas:

—Para tratarse del mar, Hombres intrépidos es muy claustrofóbica. ¿Era eso lo que pretendía?

—La mantuvimos a propósito en espacios cerrados, que era lo que pedía el argumento. La vida a bordo es claustrofóbica, pero se acostumbra uno a ella. Se hacen amigos y enemigos, se queja uno de la comida, se queja uno de todo. Yo he llegado a la conclusión que los marineros que no se quejan de la comida son unos marineros asquerosos (John Ford. Peter Bogdanovich. Editorial Fundamentos, 1983).

Hombres intrépidos es en mi opinión un título que no ha sabido envejecer. El resultado final luce «antiguo», en el peor sentido del término, primando su estructura episódica y un fatalismo forzado. Por otro lado, esta seriedad no engarza bien con las escenas pretendidamente humorísticas, tan típicas de Ford, en las que todos borrachos se enzarzan a puñetazo limpio en trifulcas en las que nadie resulta herido.

En estos fregados están todos los personajes arquetípicos, el gordo fanfarrón, el pequeñito chistoso y el héroe de buen corazón interpretado por Wayne. En su momento están set pieces de mamporros se podía considerar que potenciaban la camaradería masculina o el vitalismo de la narración, pero vistas hoy día lo único que consiguen es aburrirme y sacarme de la historia.

Hombres intrépidos es en mi opinión un título que no ha sabido envejecer.

La puesta en escena de Ford no obstante tiene aspectos brillantes. Así, el primer segmento, con escasos diálogos y que corresponde al libreto The moon of the Caribbees, presenta un tono onírico y hasta cierto punto surrealista, recordándonos algunos trabajos del Buñuel mejicano. Durante una noche bochornosa la tripulación permanece confinada en el puerto de las islas occidentales y esperan impacientes la llegada clandestina de unas prostitutas que han contratado. La cubierta del barco aparece bañada por la luz lechosa de la luna y los marineros permanecen tumbados sobre las lonas, embelesados oyendo los canticos de las lugareñas como si se trataran de sirenas que quisieran llevarlos a la perdición.

Otro punto a favor de Ford en el aspecto técnico sería la maestría en el rodaje de la tempestad que azota el barco, de una gran fisicidad y autenticidad, todo un prodigio si consideramos que ha sido filmada en estudio. Por desgracia no podemos decir lo mismo de las escenas bélicas, que a mi entender carecen de gancho, sin vislumbrar al enemigo (probablemente por cuestiones presupuestarias) y pesando mucho el abuso de las transparencias y unos pobres efectos especiales.

Quisiera destacar una escena relacionada con el marinero Smitty, interpretado por Ian Hunter, y que debido a su reservado comportamiento la tripulación acaba considerándolo un espía al servicio de los alemanes.

En un momento dado los marineros atrapan a Smitty en los camarotes, lo amordazan y leen en voz alta una de las cartas que guardaba con celo en una cajita y que todos creen esconde altos secretos militares. Sin embargo, la carta pertenece a su esposa y se descubre que es un hombre alcohólico que ha sido dado de baja de la marina británica con deshonor. Ford enfoca en primeros planos cerrados el semblante serio de varios de los marineros que, al escuchar la verdad, se muestran avergonzados ante el error cometido y lentamente salen de cuadro. Con este sencillo desplazamiento de los actores dentro del plano el director norteamericano dota de dignidad a este grupo humano zafio y desconfiado.

Pese al guion, la puesta en escena de Ford no obstante tiene aspectos brillantes.

Capítulo aparte merece la labor del director de fotografía Gregg Toland, que en su currículo tenia trabajos tan meritorios como Callejón sin salida y Cumbres borrascosas, de William Wyler, o también Las uvas de la ira, del propio Ford. Mas tarde nos asombraría con la asombrosa fotografía de Ciudadano Kane y Los mejores años de nuestra vida.

En Hombres intrépidos, Toland muestra un dominio completo de las técnicas fotográficas expresionistas, con un manejo del claroscuro muy característico del cine negro. Ilumina los decorados desde el suelo, y juega con las sombras con la típica iluminación discreta que evita las luces de relleno y de fondo.

Ensaya con la profundidad de campo, como en la persecución en los hangares del puerto y muestra su maestría en el segmento final, donde la tripulación recorre las tabernas del puerto en la oscuridad de la noche, con la luz de las farolas rebotando sobre los adoquines húmedos, resultando de un lirismo arrebatador que nos acerca al cine del realismo poético francés o a la fotografía de Brassaï.

Vista hoy en día Hombres intrépidos me parece en conjunto un filme fallido, con escenas ciertamente conseguidas, pero donde pesa mucho su origen teatral y la servidumbre del rodaje en estudio, con un fatalismo sobreactuado, y que a la postre resultó un fracaso comercial. Nada que ver con Las uvas de la ira, obra maestra que nos entregaba Ford el mismo año, mucho más emotiva y equilibrada y con una carga social aún hoy de plena actualidad.

Escribe Miguel Ángel Císcar

En Hombres intrépidos, Gregg Toland muestra un dominio completo de las técnicas fotográficas expresionistas.