La ruta del tabaco (Tobacco road, 1941), de John Ford

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Cómo un drama se convierte en una divertida comedia

Las películas que realizó Ford, sobre la trilogía del trabajo y los trabajadores, los seres oprimidos, la decadencia y el fin de una época plantean cambios, centrados sobre todo en las familias, porque la familia será el centro de las tres películas realizadas entre 1940 y 1941. Las tres son magníficas, pero ninguna dio al drama el toque de comedia que aparece en la divertida La ruta del tabaco. Las otra dos fueron Las uvas de la ira a y ¡Qué verde era mi valle!

La ruta del tabaco parte de una novela de un buen escritor, Erskine Cadwell; luego fue convertida en una obra de teatro por Jack Kirkland, obteniendo un gran éxito. Un buen guionista, Nunnally Johson, partió, curiosamente de la obra de teatro y no de la novela, convirtiéndola John Ford en una excelente película

La secuencia final

Comienza con Jester Lester (un magnífico Charley Grapewin) y su mujer Ada (Elizabeth Patterson) dirigiéndose hacia la residencia estatal para campesinos pobres, un asilo, donde morirán, igual que los ayer esplendorosos campos mueren dejando caer sus hojas. La hojarasca inunda un camino de más de 20 kilómetros conocido como la ruta del tabaco. El ayer próspero de esas tierras cedidas por los grandes señores (que vivían en mansiones enormes) a campesinos para obtener buenas cosechas, es ahora un lugar muerto. Las mansiones han sido comidas por unos tiempos cambiantes donde los amos se han marchado a vivir a las ciudades y los campesinos que cultivaban las tierras mueren (los mayores) como los árboles, mientras los hijos marchan a la ciudad para trabajar en las fabricas.

Ahora su vida en Augusta (en Georgia) es muy distinta a la de los padres, quienes han pasado de estar contratados ayer para cultivar los campos, a vegetar, a vivir aislados en sus viejas y destrozadas casuchas, mientras esperan recibir del Gobierno un subsidio para poder seguir en esa tierra… al menos así tendrán un dinero para vivir, pero no para trabajar pues ellos son ahora como los árboles desnudos.

Su tiempo ya ha pasado. Nada pueden hacer, prefieren sobrevivir sin nada que hacer, comidos, como el campo, por un tiempo que ya no es el suyo.  Ahora roban al vecino o a un familiar si es necesario, o sestean apoyados en el porche de su casa. Ni siquiera son capaces de arreglar esa tabla de la entrada que oscila cada vez que se sientan en el borde. Es la triste realidad a de unos campos y unos campesinos ayer robustos, jóvenes, y hoy muertos en vida,

Casi al final de la película. El capitán Tim (Dana Andrews, en uno de sus primeros papeles como secundario, hasta convertirse en un actor imprescindible desde Laura)  encuentra al matrimonio en su marcha hacia el asilo. El padre de Tim había sido el dueño de aquellas tierras que ahora pertenecen al banco. Entre el dueño y el banquero parece existir una buena relación, ya que la primera aparición de Tim en el filme es acompañando al banquero a casa de los Lester. El dueño del banco les indica que  deben dejar inmediatamente las tierras, el lugar donde viven, ya que ahora todo  es propiedad del banco.

Tim sabe dónde se dirige el matrimonio. Ellos se lo dicen, avergonzados, cuando se lo pregunta. Suben en el coche de Tim, porque él los llevará. Esta secuencia da lugar a dos de los planos maravillosos, de raíz expresionista, de Ford, tomados en un sentido y otro (ir el matrimonio al asilo y volver a casa en el coche de Tim sin que ellos sean conscientes de ello). Ambos planos son tomados desde el mismo lugar: la cámara se encuentra en una parte del campo. Anochece. Los personajes se ven como figuras fantasmales a lo lejos, pasando por delante de una cerca. El cielo, como muchos maravillosos cielos de Ford, está lleno de nubes en un anochecer que Ford planifica en un pequeño contrapicado.

Tim y Jester van delante, Ada va detrás. La cámara se centra en primer plano de Jester. Compungido, avergonzado, cierra los ojos, mientras deja caer unas lágrimas. Han dejado su casa y van al asilo, al que Jester se acercó unos días antes para ver cómo era. Para colmo las monjas que lo llevan obligan a los pobres residentes a hacer cola para ducharse, ya que es la condición para comer. Algo que para Jester, enseñado a refunfuñar mientras se lava la cara con unas gotas de agua, es demasiado.

Cuando el coche para se dan cuenta que no están en el asilo sino que han vuelto a su casa. Para ambos es una satisfacción. Ada podrá estar al lado de las tumbas de 5 o 6 de sus hijos. Otros 7 o 10 viven fuera, en Augusta, los chicos trabajando, las chicas casadas o entregadas al hombre que quiere cargar con ellas.

Han vuelto a casa porque Tim ha pagado el alquiler del lugar por seis meses, que entonces deberán entregar para seguir viviendo en su casucha. Él está seguro que trabajarán para sacar el máximo de esas tierras, aunque en vez de tabaco se puede obtener algodón. Demostraron a su padre como trabajaban las tierras. Y ahora será igual. Les da además diez dólares para comenzar los trabajos.

Jester piensa pedir un animal con el que poder limpiar el campo y comprar lo necesario para que la tierra de sus frutos. Cuando Tim se va, Ada pregunta a su marido cuándo comenzará a trabajar: «Mañana o quizás la semana que viene». Sí, claro comenzará a preparar el campo, lo sembrará y también intentará, entonces, encontrar a la abuela que desde hace días no ven porque quizás se ha perdido en el bosque.

Y mientras va diciendo todo ello, se acerca al porche de la casa, mira el cielo y la tierra donde desaparecen las hojas que la cubren, que siguen cayendo de los árboles y germinarán las nuevas plantas. Y poco a poco, apoyándose en la entrada del porche, se sienta. Coge la rueda de su deshecha camioneta, pinchada y llena de parches, que trata de hinchar soplando y cuya labor lleva días y días haciendo. El perro sale de casa y se tiende sobre las piernas de Jester. Todo está claro: no habrá cosecha y dentro de seis meses irán al asilo. A él, como a todos los otros campesinos de la ruta del tabaco, se les ha olvidado trabajar. Lo suyo es sestear, dejar pasar el tiempo, tratando de vender leña en la ciudad, que nadie quiere.

Personajes perdidos, sin rumbo, pero entrañables.

Insólitos personajes y situaciones

Estamos ante un filme insólito en la obra de Ford, que tan pronto presenta momentos desgarradores como recuerda a las películas cómicas del cine silente, con sus vehículos rompiendo cercas, derribando todo lo que encuentran a su paso. Dos vehículos muy diferentes aparecen: la camioneta propiedad de Jester que seguramente acabará como pieza de museo y el coche que la hermana Bessie compra al hijo que queda aún en casa de los Lester y que posee pocas luces, Dude, con el que decide casarse a pesar de ser un jovencito, para que disfrute y sea su compañero de las canciones religiosas que canta en cualquier lugar y momento, de la que son participes todos los que encuentra a su alrededor, exceptuando a los policías.

Los 800 dólares que le dejó su marido al morir son los que hacen posible la compra del coche que, como la furgoneta rompe cercas, pero aún peor, es conducida de cualquier manera por carretera o por la ciudad, llevándose por delante a quien encuentra en el camino. Curiosamente dos veces derriba un banco en el que lee la prensa un hombre blanco. Digo curioso porque en la novela ese hombre era de color. Como curioso también es que siendo una película que se desarrolla en el Sur no aparezca ninguna persona de color.

Estos dos personajes, Bessie y Dude, son tan divertidos como el del forzudo y aniñado Lov (Ward Bond). Se ha casado con una de las hijas de los Lester y acude lloroso para decirles a los padres de ella que se comporta muy mal con él. Aquí, en esta escena, se produce uno de esos momentos que darán lugar a esa leyenda negra que muchos tienen del director como machista, olvidando en este filme al personaje de Ada o a la última película que realizara Ford (Siete mujeres) y apoyándose en esta escena, así como en películas como El hombre tranquilo (muy discutible el machismo en este filme a pesar de la secuencia que da lugar a la pelea entre Ward Bond y John Wayne), olvidando a muchas de las mujeres de otras películas y la fuerza que emana de ellas. Pero el diálogo entre Lov y Jester es antológico. Más o menos es el siguiente

Lov: Poner firme a vuestra hija porque se porta muy mal conmigo. No me contesta cuando la hablo. Si le pregunto por el tiempo que hace, no me dice nada, si me duele la espalda, tampoco, y eso que la doy de palos o le tiro a la cabeza cubos llenos de agua.

Jester: No te quejes. En los diez primeros años de casados no hablamos nada mi mujer y yo y fueron los más felices años de nuestra vida.

En esta escena, Lov acude a la casa de sus yernos con una bolsa llena de nabos, que son codiciados por los Lester, que se los quitan en cuanto pueden. Pero además esos nabos dan lugar a un momento magnífico. Ellie (Gene Tierne), la única hija que les queda a los Lester, aparece con un vestido viejo, roto, apoyada en un árbol emulando con esa visión, como muestra el momento siguiente, a una auténtica gata en posición de exhibición y caza (un plano excelente es aquel en el que, ya que no hay espejos en la casa de sus padres, se mira en la carrocería reluciente del coche que Bessie ha comprado a su hermano). Cuando ve a Lov comiendo un nabo se arrodilla la chica, acercándose a él que también se va arrastrando por el suelo acercándose a ella. Ella empieza a decir: anda déjame morder sólo un trocito. Y en el acercamiento, y mirando a la mujer, Lov va mordiendo el nabo.

En el filme hay alusiones a la sexualidad, al utilizar ciertos elementos significativos como los nabos y la bocina del coche con la que juegan la hermana y Dude. La sensualidad y sexualidad también están presentes, aunque más disimuladas que en el libro. Por ejemplo, en la novela hay mucho más que una mirada lujuriosa en el momento que Jester acude buscando a Bessie para confesarle sus culpas. Cuando entra en la cocina donde se encuentra la hermana, la ve de espaldas, inclinada preparando unos boniatos (en la novela hay más que una simple sonrisa maliciosa mientras contempla el trasero de Bessie).

Un Sur vencido, arruinado… pero, curiosamente, en el que apenas hay negros.

Pero la presencia de Ellie es la que más sexualidad desprende y que finalmente será la nueva esposa de Lov. Hay que verla saltando por el campo al encuentro de Lov, que al principio la rechaza por ser tan vieja (sólo tiene 23  años). Ellie será la sustituta de su hermana, que se ha escapado de Lov, marchándose a Augusta. Cuando Jester le pregunta cómo es posible que la haya dejado marchar, la contestación con voz compungida es propia de este forzudo llorón: «No, si no la dejé irse. Estaba atada a una gruesa cadena y no sé cómo se libró de ella».

Unos engañan a los otros, cualquiera se apodera de lo del otro, el padre roba al hijo y ambos, incluida Ara, se tiran piedras. Lov, sin complicaciones, seguro de sus fuerzas, pega a quien se mete en su camino, vuelca un coche y gime como un niño a quien le han quitado su juguete preferido. Vecinos que, además, parecen, en su andar, imitar a Charlot u otro cómico del cine americano.

Dolor y humor en diversos momentos se unen de manera perfecta, para dibujar personajes anclados en el pasado, en una ruta que ayer fue rica y en que hoy, como lluvia continua, se van desnudando los árboles y aumentando la cantidad de hojas acumuladas en el camino donde las grandes mansiones, de los poderosos del Sur, han sido devoradas por el tiempo. Los propietarios, sin importarles los campesinos que cuidaron de su tierra, que dieron a los amos la mejor de las cosechas, han optado marcharse a las grandes ciudades.

Los campesinos son analfabetos, dormidos o soñolientos, viviendo miserablemente mientras siguen esperando el milagro en forma de un subsidio que se les ha prometido y que nunca llegará porque las tierras han pasado a ser propiedad de los bancos. La tierra, ayer viva, hoy ya no vale porque ahora los hijos de los campesinos se han convertido en obreros de las fábricas. Los padres nada saben de eso, de maquinas, de la era industrial que sustituye el mundo anterior, el único que conocían. Por eso se dedican, como sea , a pasar el tiempo sin nada que hacer, ni siquiera Jester es capaz de clavar esa tabla del porche de su casucha que se iza como una bandera cuando alguien se sienta en el extremo.

El cine de Chaplin era dramático, pero poseía un maravilloso sentido del humor, con la finalidad de que sus ideas fuesen más fácilmente comprendidas. Igual pasa en este filme. Un drama puede convertirse en comedia o al revés. Ahí está la escena del hotel después de vender la rueda de repuesto del coche o las peleas entre padre e hijo o el intento de vender Jester el coche de su hijo, la lucha de este para quitar el toldo al coche o todos los momentos en que aparece Lov y… muchas otras. Hay que ver el filme para comprobar cómo ese contraste le sienta muy bien.

Uno de los títulos menos conocidos de Ford, pero un ejemplo perfecto de comedia y drama.

Secuencia anteúltima

En esta secuencia se define perfectamente a la mujer de Jester, sus reacciones frente a lo que les espera. Veamos cómo se desarrolla. Se va el director del banco en su coche después de dar al matrimonio un día para desalojar la casa. Deben marcharse, dejar la casucha en la que viven.

Ada ha visto cómo se marcha el coche del banquero desde un lateral del porche. Está de pie, en un plano tomado levemente en contrapicado, su mano a modo de visera, para ver mejor. Y ese plano maravilloso en blanco y negro lo volverá a utilizar Ford con la misma planificación —solo que en color— nada menos que en Centauros del desierto. En este plano, Ada se despide de todo, mientras que en Centauros la imagen corresponde al comienzo: la cuñada de Ethan observa la llegada de este a la casa.

Después, Ada (una mujer de gran entereza, de saber siempre dónde se encuentra; lo contrario que Jerte o sus dos hijos) consciente de lo que tiene que hacer, entra en la desvencijada casa y comienza a preparar las maletas en una habitación que está casi a oscuras. Entra en la habitación su marido. Se queda quieto observando cómo su mujer prepara lo que van a llevar al asilo. Magníficos momentos en ambos casos.

Anteriormente hay otro plano que define a la mujer. Su hija se ha vestido con un coqueto traje y un sombrero blancos, para seguir a Lov. Antes es llamada por su madre que sólo le hace una pregunta: «¿Te quieres ir?». Le contesta que sí. «Pues entonces, márchate».

Coda

En este título fordiano en su totalidad no podía faltar el momento (tan difícil de ser rodado y hacerlo creíble) en que el protagonista habla con alguien que no está: un intento de diálogo con nadie. No sé si lo emplea por primera vez aquí, pero aparece entre otros en Pasión de los fuertes, donde Henry Fonda habla a la tumba de su hermano allí enterrado, de la misma manera que John Wayne lo hace en la a tumba de su mujer en La legión invencible.

Aquí, como nadie muere, en un más difícil todavía, Jester habla con Dios, exigiéndole se porte bien con ellos, porque si no…Después de esta reprimenda a Dios, el hombre se marcha. Da un paso y se da cuenta que le falta algo por decir. Y entonces suelta, como final de la escena, un amén.

La ruta del tabaco es uno de los grandes filmes de Ford y quizá sea poco conocido. No dejen de buscarla. Terminarán satisfechos. No sé si Buñuel vería esta película, porque de haberla visto, sin duda, debía amarla.

Escribe Adolfo Bellido López

La escena de los nabos, un gran ejemplo de erotismo en el cine de Ford.