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SALAS DE CINE SIN CINE Por Mister Arkadin ¿Qué tienen
de grandioso las multisalas? Poco. Todas se asemejan a las otras en su diseño y
estructuras. Unos grandes anfiteatros nos elevan por escalones hacia lo alto
para no perdernos nada de lo que aparece en la pantalla. Bueno, Godard y otros
que no lo somos, echamos en falta las butacas normales y cercanas a la pantalla.
Todo, como está ahora, es demasiado lejano, aséptico, impersonal. Pero eso si
tenemos acceso a 14 o 20 salas que dan películas repetidas o distintas
dependiendo de su tirón comercial. Los sonidos
envolventes varían de un lugar a otro, aunque en muchos de ellos confunden el
sonido estéreo más avanzado con el sonido imposible de una discoteca. Y las
pantallas, pues bien, dependiendo de la sala suele ser más grandes o pequeñas. No confundir
multisalas discutibles como las señaladas, con minisalas. Suelen ser
deprimentes, con sonido y proyección infame y una pantalla digna del aparato
televisivo menos sofisticado. Si la construcción es defectuosa, o sea si se han
aprovechado los espacios al máximo, somos capaces de escuchar dos o tres películas
por el precio de una: nos llega el sonido de todas las salas que nos rodean. Un
susurrum mareante. Los complejos
multisalas están desbancando a los cines únicos y primorosos. A aquellos de
Madrid, Barcelona, Valencia o Nueva York que ponían grandes cartelones en las
puertas, como si fueran verdaderas (las realizaciones pictóricas) obras de
arte. Y que tenían unos grandes “halls” que llamaban ambigú, y unas
estupendas pantallas. Ahora nada, todo masificado e idéntico como una
hamburguesería. ¿Y la oferta
ante tanta nueva sala? En Valencia y alrededores muy, muy cercanos, hay o habrá
en corto espacio de tiempo cerca de ¡50 nuevas salas!. O sea que, eso debería
suponer que se estrenan más películas, hay más oferta. La realidad es
opuesta: la oferta es menor, mínima, la misma película se estrena en una u
otra sala. Y duran muchas de ellas en cartel –en gran parte- una semana. Y a
horarios que tiene que ir siguiendo cada uno como un sabueso. Que si cuatro
pases de tal título, tres, dos o sólo uno. Muchos cines y pocos espectadores.
Pienso que hay muchas sesiones que no se llegan a dar. En algunas hay –sobre
todo en sesiones de tarde en día normal- uno o dos espectadores. Y uno es
incapaz de ver las películas porque desaparecen evaporadas en la inutilidad de
su estreno. O aguantar la incomodidad en la sala con forma más de garaje que de
proyección. O a los que comentan la película... Tristes cines
los de hoy. Todos. En algunos (pero ya caerán cuando vean peligrar el negocio,
que es al fin y al cabo lo único que parece interesar a los exhibidores sean
del signo que sean) aun no dejan entrar bebidas o comidas. En otros si se puede
acceder con ellas a las salas siempre que se hayan comprado en el propio local.
Loados y recordados cines de sesiones continuas y de apetitosos bocadillos de
calamares. Dichosos cines del nunca jamás donde nadie te echaba hacía la
cafetería que forma parte de su decoración. Pobres espectadores incapaces de
saber a donde ir y qué ver. Las multisalas
lo tienen claro: acercarse a ellas y ver lo que echen o puedan exclusivamente
entrar –si es un viernes noche o un festivo- a la sala en la que aún quedan
localidades. Todo es tan bonito en los nuevos cines que hasta las taquilleras o
taquilleros (que aun existen y que pronto serán suprimidas por máquinas
expendedoras) nos hablan desde micrófonos, sin saber que nos dicen, como muñecos
de porcelana encerrados en un escaparate. El cine ya no es lo que era. Pero acudir al cine aun lo es menos. Tiempos de nunca jamás, que no volverán.
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