Nos
encontramos ante una historia de amor, pasión y muerte donde la seducción
de los cuerpos se intenta complementar con la otra seducción, la de la
literatura clásica, mediante referencias a La Odisea y La Eneida, que
pretenden dar a esta película cierto carácter mítico y trascendente. El
argumento, situado en la época actual, desarrolla la historia de amor
entre la bella Martina ( Leonor Watling) y Ulises (Jordi Mollá) un
profesor de literatura , recién llegado a cierta
localidad costera del Mediterráneo levantino. El conflicto surge
cuando Ulises, el eterno y enamoradizo viajero, desaparece dejando a la
sirena sumida en la desesperación. La ocasión es aprovechada por Sierra
(Eduard Fernández), el típico constructor de apartamentos turísticos,
personaje rico, poderoso y cruel que acoge a Martina
en el ambiente lujoso y ostentosamente hortera de esos nuevos
ricos, responsables de las torres de
cemento que han destruido el litoral mediterráneo. El retorno del
caprichoso e inestable Ulises deja servida la tragedia.
Parece
evidente que la adaptación de la novela de Manuel Vicent, narrador
intimista y sugerente, con un estilo descriptivo y lleno de connotaciones
simbólicas, es el punto de partida de esta película, pero ahí se acaba
todo parecido. Bigas Luna construye una historia lineal que no sorprende a
un espectador que ya conoce el previsible desenlace. El pretendido tono de
tragedia, donde los transgresores héroes son castigados con la muerte
inevitable, es una aspiración fallida, seguramente propiciada por un guión
torpe y una dirección que confunde los medios con los fines. Tampoco los
actores dan credibilidad a sus personajes. Jordi Mollá está “increíble”
( no creíble), tanto en su papel de profesor como en el de caprichoso
seductor de voz profunda y cascada o en el de viajero desesperado, que
vuelve a buscar a su amor desde un mundo marginal y solitario. Algo mejor
está Leonor Watling, que encarna a una Martina sensual y algo más
matizada. El mejor de todos es Eduard Fernández, aunque su personaje es tópico
y muy arquetípico, como mafioso cruel y despiadado.
Tampoco
funciona la película en el plano simbólico. El mar como signo que se
identifica con la sensualidad de la piel y la pasión telúrica que
arrastra a los personajes a un destino trágico, se reduce a una serie de
planos insertados en la historia argumental como cromos postales. El caimán,
que representa el espíritu devorador y depredador del dinero y la cruel
venganza del pragmatismo y el
poder, sobre el amor o la pasión, es demasiado evidente. En fin, los
cuerpos desnudos y abrazados en poses convenientemente arregladas y
fotografiadas se superponen a todo lo demás, en un filme que puede
resultar entretenido para un espectador con poca memoria cinematográfica
que no haya visto Paseo por el amor
y la muerte de J. Houston, por ejemplo. Si lo que quería Bigas Luna,
ayudado por Rafael Azcona, era contarnos una historia de amor erótico,
vale. Si pretendía algo más, creemos que no lo ha conseguido.
Gloria
Benito
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Son
de mar
España,
2000. 35 mm.
Color.102 min.
Dirección: Bigas Luna.
Intérpretes:
Jordi Mollá, Leonor Watling, Eduard Fernández.
Producción:
Andrés Vicente Gómez.
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