Carne de gallina
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Carne de gallina

Todo, absolutamente todo, vale en este filme de Maqua: un completo disparate.Todo vale para obtener un determinado apoyo crítico. Se trata de buscar un cierto asentamiento para que el asentimiento sea un hecho. Maqua, el director de este engendro, parece saberlo. Por ello, adereza convenientemente un plato con condimentos (de apariencia) sabrosos o, al menos, extraños. El comensal tiene la palabra.

Pues bien, aquí aparecen todos los males típicos de un plato de difícil cocción. Se usan gotitas de humor negro, por momentos, negrísimos. Se acumulan las situaciones para que todo, o algo, funcione. De esa forma, al menos, de todo ese conglomerado, habrá un algo divertido, salvable. Se añade un tono “realista” y otro social. El primero debido a que los personajes hablan con un lenguaje con cierto tono local, es decir, asturiano (¡bendita ingenuidad!), lo segundo por obra de unos ciertos (y confusos) “arreglos” mineros.

Lo mismo da. El cúmulo de situaciones no tiene más sentido que acumular. El pretendido tono social no es más que buscar un cierto –e incomprensible- sentido denunciador. El lenguaje coloquial, por su parte, no es más que otro guiño colorista e inútil. Y, todo, en conjunto no es más que un chistecito alargado hasta...

Hay en el dislocado conjunto hasta un cierto (intento de) estilo a lo Berlanga. Algo que se exagera tanto en la forma –atropellada- de contar como en el conjunto de personajes movidos a ritmo de manada. Menos se entienden las alusiones que algunos han hecho, al hablar de Carne de gallina, referenciales hacia el cine inglés –el de hoy y el del ayer- y a su humor (como manera de cuajar el embolado). Pero ni Berlanga, ni la Ealing, ni mucho menos Cattaneo (un más que discutible gregario perdido en el hoy como representación de un famoso equipo ya “desintegrado”) tienen nada que ver con el título.

Ninguno de los personajes tiene sentido o entidad: un despropósito descomunal.La cosa no tiene desperdicio. Alguien se muere en la habitación de una fulana, después de la boda de uno de sus hijos (personajes estos últimos absorbidos en el posterior relato, por lo que su existencia –y la escena de la boda- resulta de por si una rareza más. O un alargamiento de un relato que, para nuestra desgracia, no progresa. Sus parientes (sin más convincentes explicaciones) viven de él. Por tanto, y debido también a una serie de circunstancias, deciden que la noticia (del fallecimiento) no se sepa hasta unos días después. Entonces surgen las complicaciones...

Los personajes son antológicos: hijo (siempre llamando por el móvil) viviendo de la sopa boba y metido en no sé que negocios, esposa aficionada a la “videncia”, hija separada por no se sabe muy bien qué, hermana (del muerto) que también vive en la casa, hijo soltero enamorado de una futura (y “mema”) “miss” que es nada menos que hija del juez (detalle soberanamente sacado de la manga al final por los señores guionistas y director), un negro sin papeles (que pasaba por allí) y que hace de médico sustituto... Multitud de personajes absurdos, inconcebibles, cuya relación con la realidad es pura coincidencia.

Maqua rueda con total torpeza. Basta ver ese comienzo en el que asistimos a la presentación del posterior fiambre. Un primer plano mostrando como se “mea” los zapatos. Otro para ver cómo su boca “toma” un puro de aúpa. Otro más para mostrarnos que necesita un aparato pulverizador para poder respirar... Estupenda manera de INSINUAR que el tal personaje está a punto de convertirse en fiambre. Todo se va, posteriormente, marcando de manera que adivinemos la próxima genialidad de tamaño invento. Fauna de seres increíbles, resoluciones torpes, inventiva nula... Eso sí, muchas ganas de intentar la provocación pero entendida no como ácida crítica de una realidad, sino como manera de comprobar hasta dónde el espectador aguantara tamaño timo.

Como es normal en el cine de hoy, los personajes salen y entran de acuerdo a los intereses de la trama. Por ejemplo, la ya citada niña mona (y aspirante a miss, que va de aquí a allá con una premura que...) a la que se le atribuye la paternidad judicial, o el negro sin papeles que al final (por exigencias del guión) se encuentra en el sitio apropiado (para la resolución de la película, se entiende). Y más, el beodo marido (se supone que separado de su mujer por ello) que moviliza a los mineros (de opereta) del pueblo, el socorrido médico fijo que decide marcharse (suponemos) del pueblo los fines de semana o la alocada compañía de guardias civiles, digna representación de cualquier algarada de academias policiales yanquis. Y eso que Maqua es escritor antes que director.

Maqua dando instrucciones a sus intérpretes: lástima que se olvidara el guión.Los sucesos se acumulan con trampas totales. Se trata de ganar metraje. Las “pitas” entran por ventanas milagrosamente abiertas para comer el pienso (y picotear al amo muerto) que está en la habitación (hacer así más “negro” el humor); los parientes (¡tan torpes! ¿tan torpes?) quieren cobrar una pensión y un préstamo (¿se sabe exactamente la razón del porqué de su petición?) firmando como el muerto; los vecinos ganan una quiniela que misteriosamente guarda el fenecido, personaje que impulsa (¿también lo financia? ¿cómo?) una revista sobre la mina... Muchas situaciones no sirven para agilizar un filme. A lo más, como aquí, para entorpecerlo. Eso sí, al final para que todo quede claro, un personaje (frase final, final) dice lo del “caldo de gallina”. Para contentar, claro.

Lo coral no supone que alguien tenga bula para narrar tan mal las cosas. Lo coral en Plácido se construye de acuerdo al relato. Aquí en función de una mecánica sin sentido. Incluso, por citar otro filme del valenciano (mucho menos interesante que el navideño y del que curiosamente bebe directamente Maqua de su grueso trazo argumental), señalemos Vivan los novios. En ambos filmes de Berlanga los personajes se mueven en “grupo” dando ese sentido gregario, de incapacidad para ser individuos. El plano secuencia ayudaba a dar ese sentido. Nada de eso existe en Carne de gallina. Sólo la desesperación de una total impotencia, incluso en la forma de dirigir a unos actores que “pasan” por ahí.

Carne de gallina expresa los peores latiguillos de nuestro cine, la falta de sentido para crear y expresar. Una nulidad absoluta para trascender más allá del chiste que pone en pie el argumento del filme. Encima unos ciertos toques que quieren pasar por sociales. Un total desastre. Habría que preguntarse la razón por la que algunos ¿críticos? la defienden. Si esto es nuestro cine medio...

Adolfo Bellido

CARNE DE GALLINA

Título Original:
Carne de gallina
País y Año:
España, 2001
Género:
COMEDIA NEGRA
Dirección:
Javier Maqua
Guión:
Maxi Rodríguez, Javier Maqua
Producción:
Último Pase, Cartel
Fotografía:
Juan Carlos Gómez
Música:
Mario de Benito
Montaje:
Luisma del Valle
Intérpretes:
Karra Elejalde, Nathalie Seseña, Anabel Alonso, Amparo Valle, Chema Blasco
Distribuidora:
Lauren Films
Calificación:
Todos los públicos


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