El cine de Trapero, al
menos el de sus primeras películas, se estructura desde unos
planteamientos típicos del documental reconstruido y en una línea
social. Era el caso de Mundo grúa
(su primer filme y anterior a éste) una obra que, como la que ahora
comentamos, debe bastante a un cine militante pasado por el filtro de la “nouvelle
vague”. En Mundo grúa se
asistía al lento proceso del protagonista tratando de aprender un nuevo
(y difícil) trabajo para poder vivir en el caos argentino. Se intentaba
de alguna manera relacionar su vida pasada repleta de ilusiones con la
actual. Para remate la figura del hijo del protagonista servía de espejo
en el que mirar y comparar su propio pasado (con implicaciones bastante
negativas) con proyección hacia un futuro poco esperanzador. En cualquier
caso se trata, en definitiva, de una visión nada complaciente de la
realidad argentina.
Trapero utiliza sus imágenes
como forma de lucha. Poco parecen importarle los espectadores cómodos y
complacientes. Su cine es desnudo, conciso, sin acciones que sirvan de
coartada. Lo único que importa es la historia de unos personajes, su
intento de vivir en un mundo que les es hostil y que termina por
ahogarles.
El
bonaerense cuenta
la historia de un individuo atrapado por unos y por otros, por aquellos
que utilizan sus conocimientos para poder robar, y por los otros que le
introducen en la policía (la “bonaerense” como se la conoce). Pero
unos y otros son iguales. El robo, la corrupción a menos o mayor escala,
la xenofobia van haciendo del protagonista un ser vacunado de todo,
dispuesto a seguir subiendo en el escalafón sin tan siquiera preguntase
la razón de lo que hace. Si antes delinquir suponía ir a la cárcel,
ahora el hacerlo le puede suponer hasta una condecoración porque forma
parte del grupo de los (aparentemente) “buenos”. Su furia interior
(magníficamente representada en su relación amorosa) le llevará,
probablemente, a ser dominado por sus reconditos y cada vez más
imparables instintos.
Dura, con una crudeza
que se palpa, la película viene dada, con un estilo casi godardiano,
por cortos momentos que sirven de explicación mínima para entender a los
personajes y sus motivaciones. Hay insinuación, mirada sobre los
personajes y las cosas, pero nunca se recrea la imagen en exultantes e
insistentes imágenes. Asistimos al triunfo de la sugerencia. Basta con lo
que se nos da para asistir al aprendizaje de un futuro posesivamente
martirizador. Alguien que tendrá que coger lo que le plazca porque así
se le ha sido enseñado. En caso contrario, peor para él.
Una fotografía nada
brillante, propia de unas tomas rápidas e “in situ”, con cámara
escondida y a mano, apoyan el tono naturalista de esta dolorosa y terrible
película que nos conduce hacia las regiones infernales tanto de un país
como del ser humano: uno, realmente, termina por construir, por hacer, al
otro.
Poco o nada tiene que
ver el cine de Trapero con ese otro cine argentino que habla de duros
temas desde una óptica más sentimental (caso de los últimos filmes de
Campanella, Aristarain o Piñeyro). Si en su furia denunciadora nos puede
recordar a alguna otra película (nunca en la forma en que se expresa)
quizá fuera a un antiguo Aristarain (o en el hoy al cine de Caetano), el
inquietante Tiempo de revancha.
Pero esa discutible relación sería sin duda otro cantar en tiempos y en
estilos.
Adolfo
Bellido
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EL
BONAERENSE
Título
Original: El bonaerense
País
y año: Francia, Holanda, Argentina, Chile, 2002
Género:
Drama
Dirección:
Pablo Trapero.
Interpretes:
Mimí Arduh. Darío Levy. Víctor Hugo Carrizo. Graciana Chironi. Jorge
Román.
Guión:
Pablo Trapero. Daniel Valenzuela.
Producción:
Pablo Trapero.
Música:
Pablo Lescano.
Montaje:
Nicolás Golbart.
Distribuidora:
Nirvana Films
Calificación:
No recomendado menores de 13 años.
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