Hombres, mujeres, donjuanismo y un Caine de lujo

Alfie (Michael Caine) es un cockney londinense, o sea, un habitante de East End de la capital británica, una comunidad singular mayormente de bajos fondos, dedicada al comercio, sobre todo.
Alfie trabaja para una empresa de coches de alquiler como chófer de automóviles de alta gama tipo Rolls-Royce. El individuo es conocido por sus encantos con las señoras de todo tipo y plumaje: ricas, pobres, jóvenes, mayores, elegantes o no. Tiene en su haber una gama variada y numerosa de conquistas, dada su capacidad irresistible para seducir.
Estos gratificantes lances con las mujeres le tienen convencido de que lo mejor del mundo es la vida de soltería. Alfie, mujeriego empedernido y donjuanista, es un tipo deseado por las mujeres que no da puntada sin hilo en eso del amor y el sexo, sea la que sea, aunque esté desposada con su mejor amigo.
Lewis Gilbert dirige y produce esta obra ambientada en Londres con gran solvencia, pericia, un ritmo narrativo excelente, gran oficio y un agudo instinto cinematográfico. Con este film consigue construir una obra muy buena, que injustamente pasó en su momento por nuestras salas de cine casi de puntillas.
El guion de Bill Naughton está basado en una obra teatral de su autoría y no puede ser más curioso y elaborado. Para empezar, la historia está prácticamente narrada por el mismo protagonista Alfie-Caine, quien se cree feliz y exitoso en su rol de encantador de mujeres, que disfruta la cosa a modo de juego adolescente e inconsciente.
Pero Alfie, entre otras, es un gran narcisista y un cínico en toda regla, amén de un gran aprovechado. En un momento dado de la historia, se siente dolido y queda estupefacto cuando una de sus amigas le deja por otro hombre más joven que él: normal. Lo que ocurre en realidad es que la vorágine hedonista del personaje, con todo un periplo de alta y compulsiva tendencia libidinal, lo arrastra hacia una existencial zozobra interna.
O sea, la herida narcisista que le produce el abandono de parte de una de sus amantes, unido a su licencioso proceder, produce en el personaje la necesidad de reflexionar y meditar sobre el sentido de su vida casquivana. En un excelente monólogo final propiamente de meditación, repasa sus frustraciones con las mujeres, que se vuelven contra él. Acompaña un excelente ritmo jazzístico de Sonny Rollins y una preciosa fotografía de Otto Heller que da colorido al filme.
El reparto es de sobresaliente para arriba. Es la primera película en que Michael Caine es protagonista absoluto, realizando un trabajo magistral que le valdría el reconocimiento de crítica y público (nominado al Oscar). Esta comedia agridulce supuso el descubrimiento internacional de un actor extraordinario, que luego habría de convertirse en uno de los mejores intérpretes del cine de los últimos tiempos; él solo eleva el nivel del filme a una altura insospechada y es pieza fundamental de la cinta. Sin él, la película habría sido otra cosa.
Shelley Winters está maravillosa. Millicent Martin, estupenda. Genial Vivien Merchant (nominada al Oscar). Muy bien Julia Foster; y así el resto de los actores y actrices que entonan un cántico actoral de primer nivel: Jane Asher, Shirley Anne Field, Denholm Elliott, Alfie Bass, Grahan Stark y Peter Graves. Todo un lujo.
Alfie es un individuo que vive al día, sin preocupaciones, inclemente pero cordial, insensible pero alegre y elegante. Una especie Casanova actual, irresponsable y cuyo único objetivo vital es aumentar cada día el listado de sus conquistas femeninas para satisfacer su ego y su apremio sexual. Pero hete aquí que estamos ante el cuento del cazador cazado con sus mismas herramientas y estratagemas.
En la película es esencial la mediación dialogada del propio Alfie-Caine, que va relatando sus aventuras y desventuras amorosas en el swingin London sesentero, siempre desde la perspectiva del personaje. Caine le habla al espectador mirando a la cámara, a modo de interlocutor directo, relatando su sentir desde una actitud altanera. Se crea una especie de complicidad con el personaje, aunque evidentemente muchas de sus actitudes son altamente reprobables.
Y así, como en una especie de tobogán o rampa cuesta abajo, contemplamos la caída en su propia fullería, todo ello de forma singular y llamativa, con sensaciones interesantes de analizar conducidas por el guion de Bill Naughton, la realización de Gilbert y la interpretación mayúscula de Caine. Ellos, todos, saben trasladar con notable énfasis la historia al espectador que asiste impávido a lo que ve y escucha. En la película, se aprenden muchas cosas de Alfie, pero él mismo aprende otras nuevas en el transcurso de la historia, lo cual que te enseña más aún si cabe.
Es destacable en esta película cómo se abordan de forma directa y espontánea ciertas cualidades de las relaciones entre hombre y mujer, con mordacidad para ambos géneros. De una parte, el director y guionista clavan el aguijón al hombre por su tendencia a la independencia, unida a una inclinación claramente egocentrista y utilitarista de la mujer como objeto sexual.
De otra parte, la pragmática femenina, que mira por sobre todo la manera de salvar ropa, o sea, elegir lo más conveniente. Probablemente rasgos muy culturales de ambos géneros, que aún persisten en nuestra época. Y quizá haya que criticar cierto matiz de moralina en Alfie. Pero bueno, tratando el tema que toca, incluso que parece hasta normal este aspecto.
En resolución, yo la recomiendo, creo que es una excelente película, con un Caine que brilla con luz propia, una temática interesante, refrescante al inicio y amarga en la segunda parte, con una trama que mantiene un nivel de interés y captación sorprendente.
Escribe Enrique Fernández Lópiz | Artículo parcialmente publicado en FilmAffinity
