Buena ópera prima y gran Del Toro
Estamos ante una película un tanto singular que mezcla géneros como la acción, el melodrama romántico, los cárteles, y que funciona bastante bien. La razón de que sea una película que se ve con gusto está basada sobre todo en dos pilares. Por un lado Benicio Del Toro que no defrauda y hace una interpretación excelente del personaje, aunque no sea él el protagonista del filme. El segundo puntal es una dirección potente y convincente del debutante Andrea Di Stefano que conduce la historia con dinamismo e interés durante los 120 minutos.
Para cualquiera que tenga un poco de edad, no se le escapa la figura de Pablo Escobar, uno de los capos más poderosos de América del Sur y de Colombia concretamente, que dirigía con mano de hierro el denominado cártel de Medellín.
A Escobar se le atribuyen asesinatos a miles, extorsiones, incursiones fraudulentas en la política y, en fin, un poder paralelo al estado colombiano que trajo en jaque al país y los propios norteamericanos, que siempre pretendieron su extradición sin conseguirlo. Pero Escobar es ya una figura histórica, lamentablemente por el mal que hizo, más que por otras razones.
La historia no se centra tanto en la vida del líder narco del cártel de Medellín, cuanto en la relación que mantiene el personaje principal, Nick (Josh Hutcherson, famoso por Los juegos del hambre), con Escobar (Del Toro), a la sazón su tío político.
La historia viene a ser así: Nick es un joven surfista canadiense, feliz de estar con su hermano (Brady Corbet) en un entorno de playas de blanca arena, selva y lagunas azules, en Colombia. En ese idílico ambiente, Bick tiene la (mala) suerte de enamorarse perdidamente de una sobrina de Escobar (Claudia Trysac) que anda en el pueblo próximo haciendo obras sociales financiadas por su tío. Todo va bien hasta que el joven es presentado a Pablo Escobar, quien rápidamente lo introduce en su mansión y también en sus turbios negocios, o sea, lo capta.
La composición del personaje que hace Del Toro es muy interesante y muestra el carisma y la oscuridad que el capo colombiano tuvo seguramente en su vida real. Pero hay que decir que la trama se desdobla con rapidez hacia el conflicto de Nick y su historia de amor, lo que hace que se rompa un tanto la compenetración y la comprensión de parte del espectador en la construcción actoral de Del Toro.
Aunque en realidad no sabría decir si no es pensado este artilugio de giro en el guion, pues así Escobar queda atrás, pero siempre vivo en un segundo pero importante plano de la trama amorosa, perfectamente imbricado en ella y controlando todos los hilos.
Además de la calidad de la dirección tenemos un excelente guion firmado por el propio Di Stefano, un libreto que hace que funcione la intriga y que se entienda el proceso de vampirización de Hutcherson por parte tanto de su novia como por la personalidad inquietante e hipnótica del mafioso Escobar; una música que acompaña paso a paso las escenas del film, de gran calidad, de Max Richter, que ameniza e intensifica el metraje; y una gran fotografía de Luis David Sansans que capta tanto planos cortos como enfoques largos de maravillosos paisajes.
En cuanto al reparto, Del Toro encabeza con diferencia el film, pues aunque no es el protagonista, está omnipresente en la historia. Yo creo que Di Stefano tuvo un acierto al convertir a Escobar en personaje secundario, pues como dice acertadamente Boyero: «La historia de amor entre un canadiense ingenuo y la sobrina del mafioso sirve como cortina para que el monstruo que se esconde detrás luzca aún más temible. Del Toro vuelve a estar donde mejor se encuentra: en la parte de atrás, como el mejor robaplanos que ha dado el cine reciente, como el mejor secundario con cara de protagonista».
Y es así, tenemos también al pobrecito Nick, protagonizado dignamente por Hutcherson, que aporta tensión y nerviosismo a su papel; bien su amada, la bonita y expresiva Trysac (aunque se le nota su impronta de actriz televisiva); el hermano y su esposa, que también hacen sendos papeles dignamente (Brady Corbet y Ana Girardot); e incluso el sicario malísimo (Carlos Bardem) lo hace muy bien; Bardem, con esa esa traza deplorable que tiene ensucia siniestramente los ambientes en que se encuentra.
Todos estos personajes son las figuras tras las cuales, a modo de fondo malévolo, se esconde la mirada (mirada somnolienta entre engatusadora y amenazante), los gestos y las hechuras de un Del Toro que encarna con casi sólo poner su cara, al maligno y endiablado capo. Quizá si no hubiera habido este efecto de contraste figura-fondo (como decían los teóricos de la Gestalt), habría sido demasiado Escobar. De esta manera, es mi parecer que el espectador se queda conforme con la dosis que Di Stefano da del perverso mafioso. De hecho, el personaje de Escobar y el trabajo de Del Toro tienen tanto peso y atractivo, que casi el resto es mero relleno.
De otro lado, la trama fluye ágilmente entre el pasado y el presente, entre dos mundos, el civilizado y el tribal-familiar con sus principios morales perversos que incluyen una visión mafiosa de la religión. Se agradece que la película no se exceda en disparos o en violencia explícita (algo siempre hay, claro); e igual, tampoco hay sexo a gogó ni escenas patibularias.
Tal vez quepa reprochar un poco el esquematismo de algunas propuestas. Pero Di Stefano lo hace de tal modo que no se excede en tópicos más de lo imprescindible. De esta manera, el debut del director compensa su falta de empaque, con el mantenimiento de un ritmo sostenido que deja en vilo al espectador, sobre todo en los minutos finales, cuando se precipitan los acontecimientos.
En resolución: creo que es más que digna oferta, que se puede ver con atención e interés; y además, a quienes no conocieran al personaje de Pablo Escobar Gaviria, tienen ya el pretexto para ilustrarse más a fondo, navegando por los canales de información que tanto abundan.
A pesar de alguna crítica negativa que he leído y no comparto, yo creo que el filme del actor y director romano Di Stefano hace una apuesta y logra ganar con una cinta que brinda amor, violencia, tensión in crescendo, y que consigue finalizar de una manera llamativa, poco convencional, creíble, imprevista y turbadora.
Escribe Enrique Fernández Lópiz