Leviatán (Leviathan, 2014), de Andrey Zvyagintsev

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La gracia de lo efímero

leviatan-0Historia de implacable destrucción en medio de paisajes desolados sin respuesta; la glorificación de un sistema semeja la aplastante realidad terrena que se propaga sin remedio ni medida. Es el Leviatán en clave burocrática, regula las velocidades estatales en función de una rigurosa vigilancia a los intereses del poder. La traición es tema recurrente, se apoya tanto en lo impulsivo como en lo elidido para culminar en ingenuas declaraciones que avalan artimañas estatales. La alianza se transforma en moralidad decrépita, funcional al statu quo en la complacencia de un Dios por y para los poderosos.

El esqueleto es de un animal marino de gran porte, podría ser una ballena. Es constante en planos que ofician de compañía ante la desgracia y el desamparo frente a las fuerzas de un «destino» digitado entre las sombras, lo decadente de una sociedad estática, en connivencia con el estado de cosas. La justicia, en ausencia de garantías, remite al puro veredicto de inmediatez, se empeña en recoger testimonios cegados por el prejuicio. La respuesta de una potencia jurídica, sin criterio de independencia, junto a una policía que saca conclusiones al instante, el juicio es mero formulismo anclado a relatos varios que confirman la intención.  

Kolya, el mecánico que vive con su familia en una casa sobre la costa pretendida por el alcalde para la construcción de obra pública, se verá envuelto en una puja desigual donde el Leviatán se alzará con todo su poder en medio de intereses político-electorales.

Zvyagintsev hace gala de tonos fríos para resaltar un contexto gélido donde el paso del tiempo no genera nada, el Leviatán sigue tan intacto como el paisaje y sus constantes. Sensación de previsibilidad, se alza en lo permanente de un esqueleto gigante símbolo de deterioro estable; lo que perdura en la decadencia. Anuncio en la vacía compañía de un montón de huesos inermes, resume lo absoluto característico de las principales categorías del filme; apuestas a conceptos tajantes desde lo inmodificable e irreversible. Lo estático se asocia al deterioro en la presencia que claudica por la fuerza. Kolya se derrumba por dentro y desde afuera; el abandono es el mismo que Dios propina al Job bíblico, las quejas se disipan en medio de la desazón. 

El filme es un desplazamiento que no logra evadir la realidad en el intercambio. Planos generales se suceden, una reiterada puesta en escena nuclea presencias. Relaciones familiares son expuestas. Tras los ventanales, el exterior se propaga, la iluminación impone visos de una realidad tan inevitable como acuciante.

El Leviatán está, pero no está, será viabilizado por el padre Vasily y sus formales e informales sermones. Clima de justificación moral, los poderosos tienen derecho a una reaseguradora tranquilidad de conciencia: hágase el bien tanto en el cielo como en la tierra; la comunión liga justificaciones inalcanzables. Ráfaga de atropello disfrazada de justicia, la palabra de Dios todo lo puede; la conciencia es salvada desde la cima, el orden natural encierra la desolación que representa el silencio ante el Job bíblico, solo una muestra de lo que aqueja a los mortales en nombre de la divinidad estatal.

La pesadilla se enrosca en el ser ante la pasiva presencia de un esqueleto; nada podrá cambiar salvo a favor de la codicia; el poder está quejoso e impaciente.

Zvyagintsev machaca sobre la presencia del esqueleto como símbolo de resultado inalterable, ha estado y continuará estando allí durante mucho tiempo; es punto recurrente de llegada ante la angustia de sucesos invariantes. Parte de un paisaje quieto, subraya la inmensidad, la desprotección del humano ante la vida. Punto de llegada inalterable, estructura ósea que semeja la inercia de Kolya frente al sistema, la rigidez de lo estático se vuelve destino en un pataleo quejumbroso en medio de la aridez y sin espacio de salida, encerrado entre la inmensidad.

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Las montañas remarcan planos generales, el mundo es una cerca de amplitud donde el espacio solo circula hacia arriba. Cuando ese espacio es poder sobre la tierra, ya no hay remedio, ni el espíritu podrá escapar a la arbitrariedad estatal avalada por la ortodoxia de una iglesia legitimadora de corruptos procederes. El statu quo se ha afianzado, es constante tras el tiempo, la obsolescencia no lo mata, puede degradarlo, pero su existencia se alzará indemne en consecuencias.

El filme distrae desde una narrativa enmarcada en símbolos que conjugan permanentes relaciones entre lo terrenal y lo espiritual. La naturaleza fría nos acerca al poder divino que abandona; las montañas, el barro, el mar, las rocas, el inmenso espacio abierto no ceja en señalar que, a pesar de la amplitud, manda el sagrado destino, el poder del más fuerte en alianza, mientras la Iglesia se contenta repartiendo pan en las afueras y poder en su interior. Otra vez, el contraste entre lo material y lo espiritual, la dádiva para el pobre, el refuerzo moral para el pudiente, el ordenamiento debe permanecer inalterado.

El brazo de Dios penetra en el interior para culminar la obra de destrucción familiar. Escena donde una pala mecánica irrumpe en la finca para destruir en ausencia de sus moradores. Situaciones ya resueltas desde el poder: muerte, prisión, tutoría y «destierro»; acciones concatenadas que trasladan hacia un final con más ingredientes de los previstos.

La mudanza se convierte en tragedia absoluta; el mudo exterior irrumpe sobre el interior para asestar el golpe final, una invasión con «alternativas», más vale optar por la más buena. La colonización de las mentes es preferible a su destrucción. Pasha y Anzhela asumen los hechos; credulidad, convicción, temor, comodidad; no lo sabemos. Kolya es aplastado en su rebeldía, el llanto se vuelve circunspección, la realidad parece ser aceptada en un plano tras las rejas; el individuo no existe, el sistema prevalece manipulado por los más aptos en la especie, siempre serán resguardados por la Iglesia.

Vasily y su sermón ante un lento travelling que se acerca. La defensa de la ortodoxia es la protección del statu quo, la verdad de Dios encarnada en sus representantes terrenales, cheque en blanco que resguarda y adoctrina. Un combo donde el fundamento de la moral yace en el reconocimiento de la autoridad, un traslado de reglas divinas de sumisión; inoperancia sentenciada por el destino en medio de rituales de justificación servidos en bandeja a la corrupción.

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Conclusión final, Zvyagintsev nos advierte acerca de una anestesiante lógica perversa que solo provoca inercia, continuidad en el estado de cosas que produce beneficios; basta apreciar los atentos rostros que siguen el discurso del sacerdote. Refuerzo de convicciones en una «buen obra» falsificada, eje fundamental para la obra distintiva de una sociedad en estado crítico. Deberes bien hechos, una cuestión de fe aproxima al éxito en la labor terrena bautizada por la santidad de un recinto predispuesto.

La congregación, en el retorno, muestra la homogeneidad en planos que exhiben la retirada de vehículos en fila, una casta aparte no exenta de relaciones, donde el poder político declara sucesiones de responsabilidad en el sostenimiento del sistema. Un plano general contiene la marcha entre montañas; el secreto está en el orden y su aceptación, la sociedad funciona igual. La naturaleza es lo inmenso que acoge el pasaje, el permiso de Dios para transitar libremente, a camino despejado y siempre en orden; «el orden natural de las cosas».

Lo inhóspito es testigo, planos donde la destrucción y la inercia se conjugan ante un tiempo dirigido por dueños que deciden sobre existencias e inexistencias en la vida y en el mundo. El esqueleto yace en la costa, al igual que restos de embarcaciones que a nadie la importan, pero están; vidas destruidas como la de Kolya, residuos del paso de Leviatán, solo forman parte del paisaje.

La calma de lo inerte, la inmensidad de lo fútil no ofrece escapatoria, una belleza anquilosada se cierne sobre las imágenes finales de un tanque rojo (quizá el color no sea casual), intenta acceder a la costa arrastrado por las olas, un vaivén que juega con la posibilidad de alcances que no llegan; sabor a esfuerzo inútil ante realidades inmutables.

Lo dinámico es movimiento encerrado en el poder, la vida ciudadana transcurre en ejercicios circulares que chocan frente a adversidades programadas, todo fluye en previsibilidades advertidas de antemano, el más mínimo revés contribuye a la funcionalidad del sistema. Dima, Kolya, Leyla; víctimas inoperantes de un juego que tiene dueños; una alianza que se estrella ante la fragilidad de lo humano. La fortaleza está con Dios; Dios está con el poder.

Escribe Álvaro Gonda Romano