Salto al género de terror
Parece que el actor y director británico Kenneth Branagh se ha aficionado al bigotito afilado de Hércules Poirot, por lo que, con libreto de Michael Green, ha llevado a la pantalla otra novela, la tercera, esta menos conocida y tardía, de Agatha Christie, Hallowe’en Party,en castellano, Las manzanas.
Recordamos que la primera adaptación por parte de nuestro director de la famosa escritora británica fue Asesinato en el Orient Expres (2017), seguida de Muerte en el Nilo (2021), ambas exitosas en crítica y recaudación, sobre todo la segunda.
Dirigida e interpretada por Branagh, en esta entrega el famoso detective Poirot se enfrenta a un caso de asesinato en una mansión veneciana donde se celebra una sesión de espiritismo. El filme introduce un giro al género de terror, alejándose de las adaptaciones más fieles de la Christie y apostando por una atmósfera gótica y sobrenatural. Se puede decir que esta entrega es «la más infiel a la letra de la autora británica, pero la más fiel en el espíritu» (Fernández).
O sea, en esta cinta se modifica la extravagancia a gran escala, por una localización más íntima que acoge el humor barroco de un escenario de Halloween, con el firme compromiso de Branagh con una atmósfera espeluznante y claustrofóbica, algo más allá de la intriga o el suspense.
Estamos en la Venecia post Segunda Guerra Mundial. Poirot está retirado y vive su particular exilio, donde emplea al expolicía Vitale (Riccardo Scamarcio) como su guardaespaldas personal y para quitarse al público de encima y que no lo atosiguen con sus múltiples demandas.
Pero su amiga, la autora estadounidense de misterio Ariadne Oliver (Tina Fey), que está en la ciudad, en un encuentro con él acaba persuadiéndolo para que la acompañe a una sesión de espiritismo de Todos los Santos, presentada por la reconocida cantante de ópera Rowena Drake (Kelly Reilly). Rowena ha reclutado a la médium Joyce Reynolds (Michelle Yeoh) para contactar con el espíritu de su hija, que se ahogó en circunstancias misteriosas atribuidas a ciertos espíritus inquietos, por lo que el acto se lleva a cabo en un palacio cercano.
Y no tarda nada después que Hércules deje muy claro su escepticismo sobrenatural, cuando se produce un asesinato que saca a nuestro detective de su retiro. Pero Poirot, adoptando una visión pragmática y contra el espiritualismo barato, insiste en su convencimiento de que los fenómenos sobrenaturales y las explicaciones irracionales no son sino una táctica de distracción, una estrategia causada por quienes tienen algo que ocultar.
Es una obra que se acerca al terreno del thriller e incluso adopta las maneras del cine de terror, por unas peripecias en el argumento donde no solo hay asesinatos, sino también potenciales presencias paranormales, durante las cuales el detective Hércules Poirot —Branagh otra vez a ambos lados de la cámara—, se desvive y hace lo imposible por diferenciar lo natural de lo paranormal.
Ocurre que, además, otros personajes, incluido Poirot, viven presididos y vapuleados por diferentes tipos de inquietudes y fantasmas. Lo cual da pie a Poirot para sentenciar que en la vida hay que saber conciliar los propios fantasmas, para no claudicar, una sentencia propia de un libro de autoayuda: matar o eliminar a los demonios interiores compuestos por el odio, los celos, la maledicencia que habita en nos, etc., etc.
Estas amenazas interiores, estos fantasmas son subrayados por Branagh recurriendo sombras, sombras profundas, fuertes ángulos de cámara, imágenes deformadas, ruidos conmovedores y otras artimañas formales que consiguen cierto clima de avasallamiento y confusión que, unidos a una narración vaga y apresurada, sirven sobre todo de distracción y de revoleo mental para el espectador.
De hecho, Branagh hace de todo para imponer un tono gótico acorde con el misterio del asesinato de la noche. Encierra a todos dentro del sombrío palacio de Rowena mientras trabaja para deducir al asesino, y afuera se desata una tormenta con oleaje y vientos desatados y potentes que aumentan el ambiente cerrado y tembloroso.
La producción (excelente John Paul Kelly) agrega detalles y sombras premonitorias dentro de la casa señorial. Sin olvidar una sensación de apariciones y espectros con la fotografía fantasmagórica de Haris Zambarloukos y una música ad hoc de Hildur Guðnadóttir, todo lo cual hace que la historia devenga cerrada a la vez que turbadora.
Utiliza el plano holandés (o “plano vórtice”), que ofrece una sensación de inestabilidad, horror y fantasía; primeros planos enmarcados en sombras; rápidas ediciones en las que el director consigue transformar el misterio del asesinato habitual, en una arrolladora fiesta de Halloween. Impresionante técnica que consigue su objetivo llenando la sala de trémulas sensaciones y vibraciones que pueden llegar al temblor propio del miedo que produce la proximidad ante elementos sobrenaturales.
Entretanto, la sucesión y el curso de los interrogatorios vienen a resultar machacones, mayormente porque las pistas que va dejando son lo suficientemente claras como para que no alcance a sorprender la solución del enigma, a pesar de las absurdas explicaciones que se ofrecen para justificarlo.
Pero, a modo de compensación, Branagh apuesta por el aterrador y asfixiante interior de un antiguo palacio embrujado, aislado de las lanchas policiales por el clima borrascoso, de aspecto sepulcral y que emana vibraciones turbadoras. Pues vale, un “cuasi” pánico que, empero, no llega a tanto pero que puede llamar la atención como artilugio atractivo y de despiste que encubre otras deficiencias del filme.
Hay guiños a Edgar Allan Poe, y el misterio nodular de la obra, no alcanza a ser tan atractivo como el escenario y la atmósfera. Y otrosí: la deducción observadora hace más fácil identificar al sospechoso antes de la gran revelación de Hércules. Sin embargo, el guionista M. Green resuelve este extremo utilizando el aspecto sobrenatural al inocular, al menos parcialmente, un conflicto al comúnmente imperturbable Poirot. Como si el misterio pasase a un segundo plano, mientras en Hércules asoma, si bien cortamente, la posibilidad de lo prodigioso, lo cual hace sacudir sus creencias fundamentales.
En el reparto, además de un Branagh que está genial, se observa el desaprovechamiento de otros artistas muy buenos y con poco recorrido en el metraje, como Tina Fey, Michelle Yeoh, Jamie Dornan, Kelly Reilly, Jude Hill, Riccardo Scarmaccio, Kylle Allen, Ali Khan, Emma Laird o Amir El-Masry. Todos, la verdad, en sintonía y con trabajos de calidad. Pero parece que han sido elegidos más como un muestrario de reparto que como elenco cabal para la obra. O como secundarios de un cuento de horror
En esta película, la tradicional estructura whodunit (contracción en una palabra de: ¿Who has done it? o Who’s done it?, que curiosamente es whodunit en sí misma) podría haber funcionado mucho mejor de no ser porque hay un ritmo excesivo y las pistas no se exponen con calma, siendo que las cosas ocurren de repente sin apenas tiempo para elucubrar o esbozar hipótesis y atar cabos sueltos.
De esta guisa, en vez de llevar al espectador hasta que Poirot dé con la clave, esta cinta aleja al espectador de ese natural afán indagatorio en este tipo de cine. El espectador pronto adivina al culpable y todo eso, pero no en el proceso indagatorio por el cual habría podido ser conducido.
No quita para que resulte un relato entretenido, aunque el libreto no es lo fino que debiera, y poco sugerente, además; un guion que resulta predecible y con escasa capacidad sorpresiva para con el desenlace. Lo que mejor resulta de este filme es el salto que da al género de terror. A Branagh le sale una metamorfosis muy resultona donde hay juegos de luces y distorsiones en el enfoque o inesperadas sorpresas.
Aunque el contenido fantástico de la cinta sea discutible, sin embargo el arrojo hacia el género es desvergonzado, o como dice Loser: «juguetón, casi atribulado por no estar a la altura, convirtiendo un misterio de asesinatos en una experiencia donde lo importante es pasar junto a los personajes una noche espeluznante».
Ello en un encuadre urbano archisugerente y arrollador como es Venecia, ciudad imponente, hermosa, apabullante, a la vez que de una humedad funesta y sensación de inestabilidad.
El recurso de sus entregas anteriores a las imágenes generadas por ordenador da paso en esta entrega a una estilización de gran elegancia con máscaras de un blanco pálido que resaltan y resplandecen en la oscuridad nocturna; picudas góndolas que cortan la gran pantalla por los estrechos canales; la tremenda lluvia que empapa los muros del vetusto palacio renacentista. En fin, que la mítica Venecia arroja un aura única de nerviosismo y enigma.
El misterio veneciano finalmente nos puede por su intensidad visual y efectista, a la vez que el ambiente gótico lo impregna todo en forma superlativa.
Escribe Enrique Fernández Lópiz