O movimento das coisas (1985), de Manuela Serra

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La poeticidad de lo sencillo

«Miraculosamente amanhecido
Nas sílabas de um verso enfeitiçado».

(Miguel Torga)

Descubrir una gran obra fílmica, su visionado primigenio, resulta una experiencia fascinante que, de tanto en tanto, nos ocurre. Hace unos días, en el Cine Estudio del Círculo de Bellas Artes de Madrid, tuve la suerte de conocer un monumento del cine portugués del siglo XX y, por extensión, de la cinematografía europea.

O movimento das coisas (1985), de Manuela Serra, es un documental con el que viajamos a Lanheses, un pueblo del norte de Portugal, ubicado a orillas del río Limia. Y precisamente, con una panorámica de la villa, el río en primer término, luego la vegetación adyacente, después las humildes casas de Lanheses, la antigua iglesia, al fondo los montes, se abre este emotivo trabajo cinematográfico, restaurado por la Filmoteca Portuguesa en 2020 y que constituye lo que solo constituyen las obras de arte verdaderas: un cántico humanista, de afirmación vital.

O movimento das coisas recoge la vida de los vecinos de este pueblecito luso a mediados de los años 80, y lo hace rodando escenas cotidianas, sencillas, a lo largo de tres jornadas. Lanheses es un espacio rural donde los pobladores muestran la verdad de sus vidas, unas existencias que aún está alejadas de la industrialización —vemos algunos planos en el filme de una fábrica cercana, que desprende humo en su actividad, y que le sirve a Serra para contrastar con los modos de vivir de los habitantes del pueblo, un espacio que todavía mantiene las raíces medievales, una alianza estrecha entre los seres humanos y la tierra.

En el documental hay una serie de secuencias que fijan esa idiosincrasia pretérita, y a su vez luminosa y auténtica, de las gentes de Lanheses, en el tramo final del siglo XX: los bueyes que aran los campos; el ordeño manual de las vacas; la acción de dar de comer a las gallinas; el desbrozado de la maleza con las hoces; la elaboración del pan en los viejos hornos; la recogida de castañas en el castañar. Transmite el filme de Serra un nexo indestructible entre los individuos y la naturaleza, como si el espíritu de la tierra tuviera un lazo mágico con el espíritu de las personas.

Además de reflejar con maestría una manera de vivir y de estar en el mundo, Manuela Serra otorga una profunda belleza a la narración cinematográfica, y es preciosa la mezcolanza de zooms con travellings laterales y primeros planos. La mirada de la cámara no es sólo fílmica, sino que alberga un inmenso potencial lírico. Y ya sea en los rostros, o en los paisajes, o en las comidas o en las cenas, o en las faenas agrícolas, o en los hombres y las mujeres que van a laborar a los campos al amanecer y que regresan de ellos con las últimas luces del día, la cámara capta la esencia del devenir existencial y esa captación es profundamente poética por todos los sentimientos que comporta.

En O movimento das coisas, rodado con una prodigiosa luz natural, que me recuerda en algunos momentos a El espíritu de la colmena (1973), de Víctor Erice, asistimos a una galería humana que, en sus costumbres, nos pueden parecer que forma parte de un mundo muy distante al nuestro, aunque ese universo único esté muy cerca, tanto en el marco topográfico, al norte de Portugal, como en la coordenada histórica, sólo hace cuatro décadas. Y así vemos a mujeres con vestidos a menudo oscuros, pañuelos en el pelo y cestas en la cabeza, y hombres con la piel tostada, con un frecuente bigote y a veces con sombrero. Y en la plaza, los puestos del mercadillo se forman con palos de madera, y el campanero sube a la torre de la iglesia a tocar las campanas, y se saca agua de los pozos y se limpia la ropa a mano en el estanque anexo.

Maravillados por toda la transmisión de vida sencilla, honda, que irradia el documental, tenemos la sensación de que ninguna escena sobra, de que todas son como hermosas estrofas de un poema enorme, fulguroso, que es el cosmos de Lanheses y que Serra hace perdurable en el tiempo con su creación cinematográfica.

A la cohesión y la fuerza de la obra contribuyen asimismo la joven Isabel, que trabaja de costurera, y a la que vemos en su trabajo, o conversando con su madre, o paseando por las calles de Lanheses. Y la familia numerosa, con diez hijos, a los que vemos comer las típicas sopas portuguesas, jugar en la hierba con la pelota, y montarse en el columpio situado en el árbol.

Por su parte, una de las secuencias climáticas del filme —es difícil elegir por la belleza del conjunto— vendría con la escena colectiva de la limpieza de las mazorcas de maíz y la posterior celebración con bailes, cánticos y vino. Aquí, como en otros tramos del documental, tan enraizado con la vida rural, con la existencia humilde y con una ética comunitaria del trabajo y la alegría, me pareció notar la ascendencia de Novecento (1976), de Bernardo Bertolucci, y de El árbol de los zuecos (1978), de Ermanno Olmi.

Un documental que hereda algunas escenas colectivas de Novecento y Ermanno Olmi.

Otros ecos cinematográficos bien pudieran ser El río (1951), de Jean Renoir, con las excepcionales imágenes del Limia, como aquellas en las que las neblinas se funden con las aguas y una barca surca el neblinoso río; o Tasio (1984), de Montxo Armendáriz, en las secuencias de los bosques, como la tala de árboles.

Decía Rafael Chirbes, en sus diarios A ratos perdidos,que el principal tema del arte es el tiempo, todo el caudal de sentires y efectos que provoca el paso del mismo en los seres humanos. El documental de Serra se inserta admirablemente en la reflexión chirbesca, a pesar de que solo atrapa tres días de la vida en Lanheses. No obstante, son tres jornadas que reflejan de manera metonímica la existencia amplia, en todas sus vertientes. De ahí que encontremos muy relevante la escena del entierro, con los impresionantes planos picados de las cruces blancas del cementerio.

Manuela Serra, que impulsó la cooperativa cinéfila Virver en 1975, al calor de la Revolución de los Claveles y de mayo del 68, empezó a escribir O movimento das coisas en 1977. Completada en 1985, la obra no tuvo distribución comercial pese a ser premiada en el Festival de Cine de Mannheim y recibir los entusiastas elogios de gigantes del cine portugués como Manoel de Oliveira y Paulo Rocha.

A comienzos de los 90, Serra comienza el proyecto de su segundo largometraje, Ondas, ondulaçoes, que nunca logró rodarse por la falta de financiación económica. Con una sola película terminada, O movimiento das coisas, Serra reluce con luz inextinguible en la historia del cine luso y europeo, y en los corazones de todos aquellos que amamos el arte cinematográfico.

«Como a flor não pode esconder a cor,
Nem o rio esconder que corre,
Nem a árvore esconder que dá fruto».
(Fernando Pessoa)

Escribe Javier Herreros Martínez

A comienzos de los 90, Serra comienza el proyecto de su segundo largometraje, Ondas, ondulaçoes, que nunca logró rodarse por la falta de financiación.