Mis años en Cinema Jove (21): Basilio Martín Patino, un soplo de libertad

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Un libro sin método 

1996-basilio-libroHay que ponerse manos a la obra. Patino ha aceptado estar en Valencia durante la celebración de Cinema Jove para recibir un (más que merecido) homenaje en el festival, y admitir, lo más difícil, que escriba un libro sobre su obra. Ahora hay que trabajar de firme y poder terminar el libro en un tiempo récord.

En el que he escrito el año anterior sobre Budd Boetticher, también para Cinema Jove, he contado con la gran colaboración de Sabín pero, ahora, su trabajo —aunque de momento se ha visto apeado por el alcalde de su puesto de coordinador de la Emisora Municipal de Televisión de Puçol (1), de cuyo ayuntamiento es funcionario— y sus obligaciones —acaba de tener su primer hijo— impiden, o al menos así lo entiendo, que se dedique plenamente a este libro.

De todas maneras deseo gozar de la paternidad de la publicación ya que quiero entregar desde mí a Patino, buen amigo cuya obra admiró enormemente, ese trabajo.  Pienso que es algo que debo a quien para mí —como he dicho muchas veces— es el equivalente, por su afán revolucionario, libertario, a la obra cinematográfica de Jean Luc Godard.

Colaboradores y amigos

Eso sí, Sabín será la persona que me ayude a corregir el libro una vez escrito y con él discutiré estructuras e ideas.

De una conversación entre ambos nace el título del libro: Basilio Martín Patino, un soplo de libertad; y de nuestro intercambio de opiniones surgirán algunas ideas para componer un libro con un soplo de originalidad. Como serán las cartas adjuntadas de amigos, compañeros de Patino o los diferentes comentarios que aparecerán sobre su obra.

Otras novedades o juegos que pretendemos (por otra parte muy en la línea del estilo del cine de Patino) no se nos permitirán al ser consideradas poco serías. Tal es el caso propuesto a Ricardo Muñoz Suay, director de la Filmoteca de la Generalitat Valenciana, que será la editora del libro en su colección Textos —la misma colección en la que había aparecido un año antes el libro de Boetticher—, consistente en hacer un libro doble con dos portadas diferentes, con estructura diferente cada parte, de forma que se pudiera leer como dos libros distintos. Se paginaría, cada parte, del principio a la mitad. En ese punto ambas partas (invertidas) se juntarían.

Ni eso, ni los juegos con algunas fotos se consideraron oportunos.

El clasicismo parece ser que priva en todas las personas o entidades serias, independientemente de su militancia política (al menos de la que tuvieron en algún momento).  Terminado el libro, no gustan algunas de las cosas que Patino nos dijo en la larga entrevista que con él mantuvimos, lo que llevó a Ricardo Muñoz Suay a no estar presente en la presentación del libro.

Brillante y extraño hasta el final fue este Ricardo: ayer, en el franquismo, luchador desde sus planteamientos de izquierdas para luego dirigir la Filmoteca cuando el Gobierno Valenciano fue de los socialistas, cargo en el que continuó hasta su muerte, ya con los populares en el poder. Todo un nadador frente a oleajes de cualquier magnitud.

Ricardo siempre me trató con gran deferencia y cariño. Nunca hablamos de política, ni de la existente ni de la cambiante. No pude saber cuál era su posición ideológica en aquel momento. Sí, que probablemente vivía un gran desencanto. Se murió, sin saber, afortunadamente, lo que vendría a continuación. Esta vuelta a la más cruda realidad de la terrible, arrogante y guillotinadora derechona.

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Con Ricardo no tuve ningún contratiempo, ni puso nunca reparos, en las cuestiones que le proponía, sobre todo referentes a las sesiones de cine que se darían en la Filmoteca para alumnos de centros universitarios coordinadas por el Centro de Profesores de Valencia, aunque en realidad cerrar tales ciclos, desde la aceptación de Ricardo, fuera labor de Juan Antonio Hurtado, Piti, jefe de programación de la entidad. Con el que siempre, desde la distancia, he tenido también una relación poco problemática. Eso sí, cada uno en su mundo y en su rollo.

El libro fue lo que fue, y no quedo mal, aunque hubo que eliminar propuestas y desechar ironía para que fuera políticamente correcto. Sorprende el poco sentido del humor que a veces aqueja a los personajes públicos.

Al igual que en el libro de Boetticher, conté con la valiosa ayuda de Jesús Arranz, que se desviviría para buscar información sobre Patino y su obra. Llegó hasta algunos de los colaboradores de las primeras películas, que le sorprendían con reales y, a veces, pelegrinas valoraciones, que me comunicaba casi diariamente por teléfono (2), algunas de las cuales le rebatía ante las mentiras que encerraban. Y es que Jesús, buena persona donde las haya, aceptaba por bueno todo lo que le transmitían.

Algunas de esas respuestas debería habérselas comunicado a Patino, en las largas jornadas en las que estuvo en su casa buscando información, fotos, datos, pero o no se atrevió o lo consideró improcedente. Quizá para que Patino conociese cómo se las gastan algunos de sus queridos amigos.

Pienso sobre todo en aquella aseveración (¡qué disparate!) de uno de sus más estrechos colaboradores en Canciones para después de una guerra al asegurar  que ese filme era suyo, en gran parte, aunque en los créditos aparecieses la firma de Basilio. Se trataba de ¿un amigo? Pues, habrá que librarse de este tipo de amigos, que abundan en demasía en el mundo del cine.

En el libro también prestará su ayuda una tercera persona, que indagará datos en la Filmoteca Valenciana y en otros lugares. Se trata de mi hijo Adolfo B. Ramos.

Todos ellos aparecen en la portada del libro destacando su colaboración.

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Mi método

Mi método a la hora de escribir este libro será el mismo utilizado para los anteriores,  es decir, ninguno. Carezco de método a la hora de escribir.

No parto de un croquis, ni de notas previas. Ni lo hice en este libro, ni lo he hecho en ninguno de los otros libros que he editado, como tampoco lo he hecho en las numerosas críticas y artículos que he publico a lo largo de más de cincuenta años. Escritos que puestos en hilera llenarían más de un (largo) estante de una biblioteca.

Eso sí, cuando escribo me centró en el tema durante horas, días, semanas. Pienso en cómo y en qué hacer. Hilvano y deshilvano tratando de vislumbrar la originalidad de la propuesta.

Uno de mis últimos trabajos, la larga crítica de la película La piel que habito de Almodóvar, me llevó varios días dándole vueltas antes de escribir una sola línea en el ordenador. En aquel caso el detonante fue recordar que alguien nos había escrito, creo que nuestro blog, un comentario quejándose de las críticas largas, pensadas o reflexivas como acostumbro a decir. De ahí que mi trabajo procediera a englobar lo que serían tres tipos de crítica, artículo o reseña: gacetillera, informativa y analítica.

En el caso de los libros publicados, he intentado adaptar el estilo al director o la película analizada. Hecho que se entenderá bien si nos centrásemos, por ejemplo, en tres de ellos: éste de Patino, el de Boetticher y el análisis que realicé (y sobre el que hablaré en su momento) de El crepúsculo de los dioses de Wilder. Cada libro se acoge a una forma de escritura diferente, intentando impregnarse de aquello sobre lo que se escribe.

Una vez que bullen las ideas como si se cocinasen a presión, procedo a escribir sin más. No hay ni una sola corrección en esa elaboración. Después de acabado un capítulo, o un apartado, procedo a corregirlo, lo que conlleva añadir, explicar o eliminar.

Cada capítulo o parte terminada implica una nueva corrección desde el principio. Puede que se piense que el trabajo es grande y, además, desordenado, pero para mí es efectivo. Escribo de forma rápida, sin pararme, prácticamente, a reflexiones o vueltas atrás. La primera cocción es claramente imperfecta pero, para mí, es preferible no corregir los errores sobre la marcha. Eso me cortaría, de raíz, el ritmo. Las correcciones vendrán luego.

Acabado el libro habrá, eso sí, dos labores siempre presentes: montar el material, las partes, para lograr el todo y una lectura pausada de corrección final. Para estas dos últimas partes, siempre referidos a los libros escritos, he contado con la gran y paciente ayuda de Sabín, nuestro redactor jefe.

Y, con todo, al final siempre se nos colará algún gazapo como ya he contado al hablar del libro de Boetticher.

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Basilio Martín Patino, un soplo de libertad

Para el libro de Patino aparte de lo que escriba, y de acuerdo con Sabín, concluimos —una vez desechadas por la productora, como he comentado, algunas de nuestras novedosas ideas— que no estaría mal incluir cartas de amigos, conocidos, compañeros de Patino que explicaran las etapas en las que habían coincidido con él. O sea, se trataría que nos dieran las diferentes caras del realizador.

Unas cartas que podrían señalar ese número de nueve (o más) como especie de espejo que reflejase el título del primer largometraje del realizador: Nueve cartas a Berta.

La razón de pedir más de nueve se debió a suponer —como así fue— que no todas las personas a las que nos dirigimos contestarían. Algunos muy simpáticos nos respondieron con una larga carta: sentían no tener tiempo para escribir. Lo cual no dejaba de tener su gracia. Otros, como dije en la introducción del libro, ni se disculparon, simplemente negaron el recibo de la misiva. Otros prometieron escribir  pero su carta no llegó o llegó tarde.

Este último fue el caso de la (entrañable) carta del excelente compositor, y gran persona, Carmelo Bernaola, al que recuerdo de tantas cenas rápidas compartidas en una cafetería de Madrid, durante la segunda mitad de los años sesenta. Allí él, con otros compañeros de la revista en la que yo escribía, Cinestudio, antes de acudir a uno cualquiera de los cines de la Gran Vía donde se acababa de estrenar  tal o cual película.

La carta de Carmelo la recibí, curiosamente, el mismo día que tenía lugar la presentación del libro, ya dentro del festival y con presencia del propio Patino. Y allí, en aquella mesa redonda, delante del público asistente, que llenaba la sala de la Filmoteca Valenciana, leí aquella entrañable carta, que a continuación entregué a Basilio para que la añadiera a las existentes en el libro.

Otro bloque del libro, también integrado por diez personas, como las cartas, en este caso críticos o escritores cinematográficos, contenía su respuesta a un cuestionario común.

El estupendo prólogo, a su vez, Prólogo epilogal, fue de Ricardo Muñoz Suay.

La larga entrevista, una exhaustiva filmografía y una amplia bibliografía, las dos últimas, junto a parte del material fotográfico, debidas en gran medida a Jesús Arranz, fueron los complementos del libro, aderezado con cinco capítulos (y una entradilla A propósito del libro) que servían para analizar ampliamente película a película, trabajo a trabajo, la obra de este excelente realizador del cine español (3).

Sabín y yo tratamos que el nombre de cada capítulo (o cada carta)  poseyese un estilo patiniano: Razón de melancolía, Pura interrogación, Lo que el viento (y la memoria) se llevó, Dos o tres cosas de entonces, La ordenación del Caos, Cómicos de la lengua, Un socarrón en el caos, La ruta de Don Quijote, La seducción de la mirada, Borrachos como dioses.

Fue jugoso y provechoso escribir el libro tratando de jugar de acuerdo a las propuestas endemoniadamente juguetonas del propio director.

El libro se terminó en un tiempo récord pero, en su camino, y en su epílogo constructor pasaron muchas, muchas cosas.

Escribe Adolfo Bellido López


NOTAS:

(1) Sabín diseño, fundó y dirigió durante siete años la Emisora Municipal de Televisión de Puçol (desde 1986 a 1993), sin duda la primera de carácter municipal, y probablemente privado, de toda la Comunidad Valenciana.

(2) En aquellos años aún no contábamos con los sms ni con los correos electrónicos como moneda rápida de intercambio de noticias.

(3) Lastima no haber conectado antes (no sería el reencuentro hasta pocos años después, en un acto de homenaje a Patino en el Centro de Bellas Artes de Madrid) con el as en la búsqueda (y encuentro) de datos: José Luis Martínez Montalbán. Compañero de Cinestudio en los años sesenta y que tan estupenda labor filmográfica y bibliográfica lleva en Encadenados, así como en el espacio de la revista que dedicamos al cine mudo (El silencio es oro). Su colaboración hubiera enriquecido aún más mis libros.

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