Un gran homenaje en la Filmoteca
En el acto del homenaje a Boetticher el año anterior, habíamos optado por presentar a los espectadores el libro y al director a, digamos, capela, es decir, sin proyectar película alguna, frente a la incredulidad de la mayor parte de los responsables de la Filmoteca Valenciana, en cuya sala se programaban los actos más importantes del festival, excepción hecha de la inauguración y la clausura.
Pensaban, con cierta lógica, que no acudirían a tal acto, demasiados aficionados, curiosos o aburridos que pasaban por allí. Probablemente alguno de ellos se frotase incluso las manos intuyendo el fracaso porque quizá esa equivocación nuestra la tomasen como triunfo propio. Se equivocaron, aquella presentación-presencia, sin película alguna, no sólo llenó el local de la filmoteca sino que además dejó a muchas personas en la calle sin poder acceder a la sala.
Con Patino podíamos haber hecho lo mismo, pero optamos por la fórmula de presentar el libro —con la lógica presencia de Patino— al terminar la proyección de una de sus películas, la emblemática Canciones para después de una guerra. Un filme demasiado conocido, al menos entre ciertos públicos, pero que siempre, en cada nueva visión, resulta nuevo, fresco.
Una excelente, inigualable crónica de España, de su historia, de sus gentes, desde el final de la guerra (in)civil (1939), con la toma de Madrid por el bando rebelde, hasta la llegada a Barcelona, en el buque Semiramis, 2 de abril de 1954, de los soldados españoles que habían ido a Rusia para luchar, contra los rusos, en la II Guerra Mundial junto a los a los alemanes. Los absurdos divisionarios de la división azul, mantenidos en Rusia como prisioneros desde la terminación de la II Guerra Mundial volvían a España.
Patino, claro, cuando supo cuál era la película que habíamos decidido proyectar mostró su escepticismo, y quizá también una especie de cansancio ante la reiteración de ese título (como si no tuviera otros): “Otra vez Canciones… Si la ha visto todo el mundo… Bueno, vosotros sabréis lo que hacéis”.
Para el homenaje, a Valencia llegaron, sin que Basilio lo supiera, algunos de los colaboradores de sus películas y también varios de sus amigos. Allí estaba su ayudante de dirección en varios de sus filmes, primo suyo además, el realizador José Luis García Sánchez, y también, entre otros, José Luis Hernández Marcos, Carlos Losada, Pérez Millán. Igualmente se desplazó, desde Madrid, Jesús Arranz, una de las personas que, como hemos comentado en algún capítulo anterior, fue esencial para la preparación del libro.
Basilio se hizo esperar. No respiramos hasta que supimos que había llegado al hotel. Sabíamos que en cualquier momento podía cambiar de opinión y decidir no venir a Valencia Pero llegó. Su mujer, Pilar, fue seguro un gran apoyo para conseguir que viniera.
A Basilio y Pilar, al igual que ocurrió el año anterior, con Boetticher, le acompañamos a todos partes Sabín, mi mujer Elvira y yo. Cuando pudo se unió Marisa, la mujer de Sabín. En la rueda de prensa, me tuve que enfrentar a la ira de un editor por la rapidez con la que había escrito el libro de Patino. Y, también dijo, el del año anterior de Boetticher. La verdad es que era una rabieta un tanto absurda cuando había, y hay, ciertos críticos o escritores cinematográficos capaces de escribir voluminosos libros sobre cine (directores, géneros, entrevistas) a destajo, aunque claro, ellos son personas con un nombre que nosotros no tenemos. La verdad es que algunos, con nombre, su casi única distinción es esa, el nombre. En otros, ni eso, ya que lo único que hacen, si lo hacen, es releer lo que otros escriben con su nombre. En este oficio, al igual que en otros, abunda el escritor fantasma, es decir lo que por aquí llamamos el negro.
La presentación del libro y el encuentro de Basilio con el público fueron muy bien. Ya he dicho que lleno total. Entrada triunfal del director en la sala al encenderse las luces que proclamaban el término de Canciones... Vítores. Los asistentes volcados sobre el director. Repitiendo, casi, lo mismo que el año anterior. Con una pequeña diferencia: Boetticher era un mito del cine, un personaje casi de leyenda, mientras que Basilio era un ser de aquí, que denunciaba, al tiempo que ironizaba, sobre el ayer vivido y se proyectaba hacía el futuro. Él era uno de los nuestros.
En la mesa no estaba Muñoz Suay. Puso unas excusas que no resultaron muy convincentes. Sustituyéndole como director del debate estaba el jefe de programación de la filmoteca, Juan Antonio Hurtado.
Hay quien, el propio Basilio entre ellos, consideró la ausencia del director de la Filmoteca por otros motivos, y que se atribuyeron a parte de la entrevista que aparecía en el libro.
Basilio nos había dicho —se ha indicado en capítulos anteriores— que ciertas cosas que aparecían en la entrevista le iban a enemistar con algunas de sus amistades o con algunos de los que habían intervenido en sus filmes. Nada se había inventado. Todo lo que estaba en la entrevista estaba en las cintas que habíamos grabado. Y no sólo lo que aparecía en el libro. Ciertas frases y opiniones, habíamos decidido suprimirlas. Basilio se quejaba, por ejemplo, de lo que aparecía sobre Charo López. Algo que para nosotros no tenía la menor importancia.
Pues bien, en una de las preguntas-respuestas sobre Nueve cartas a Berta se refería a la discusión que tuvo con Muños Suay sobre la escena del casino con aquellos personajes estáticos, que a uno le llevaban a recordar El año pasado en Marienbad. A Basilio le parecía muy acertada la forma en que lo filmaba (que lo era) pero no a Ricardo. Esa anécdota se reflejaba en el libro.
Ese mismo día o el día antes, había aparecido en el diario Levante un artículo de Antonio Vergara sobre Patino, su importancia como director español, al tiempo que basándose en el libro hacía referencia a algunas cuestiones, una de ellas preguntarse por el error del director de la filmoteca al atacar la forma en que Basilio quería encarar esa secuencia (1). Le dimos el periódico a Basilio quien al leer lo que ponía nos miró a Sabín y a mí que habíamos decidido llevarle a Canet de Berenguer para comer (2): “Esto es lo que habéis conseguido publicando cosas de lo que os dije y que habéis publicado. Nunca debería haber salido el libro y menos la entrevista. Ricardo estará ahora renegando por eso. Y no querrá saber nada de mí”.
¿Fue eso lo que motivó la ausencia del director de la filmoteca como coordinador del debate? Nunca lo sabremos pero estaría dentro de lo posible, propio de su sentido autoritario.
Durante la elaboración del libro su aquí estoy yo había dejado claro que ciertas cosas que había pensado, junto a Sabín, dentro de algo especial, juguetón, a la manera del propio cine de Basilio, fueron rechazadas. Dejó claro que era un libro de Cinema Jove pero editado por la filmoteca y por tanto el visto bueno era el suyo. Lo mismo ocurrió con ciertas fotografías que quisimos centrar con irónicos textos. No fue posible. Los textos no los leyó, no tuvo tiempo, tampoco la entrevista. Nunca nos haría referencia a ese hecho.
Desgraciadamente Ricardo fallecería pocos años después. Era un gran tipo lleno de historias: una leyenda de una etapa de este país repleto, como todos, de luces y sombras. ¿Le fastidió esa anécdota o la ironía con la que el periodista la comentó en el diario, hasta el punto de no presidir la mesa? ¿Podría alguien del público hacer alusión a ello? Cualquier cosa es posible. Todo forma parte de unas suposiciones cuya certeza nunca será aclarada
El debate fue largo, intenso, a veces apasionado y exaltado por parte de un público entregado. En un momento determinado le dije que en el libro faltaba una de las cartas que habíamos pedido a amigos o gente que había colaborado con él (3). No se había incluido porque se había recibido cuando el libro ya estaba impreso.
Era la carta de Carmelo Bernaola, el gran compositor que había puesto música a Nueve cartas a Berta, al que había conocido cuando vivió en Madrid a mediados de los años sesenta. Coincidí con él en varias ocasiones, debido a la amistad con algunos miembros de la revista de cine Cinestudio, en la que escribí durante años. Era un tipo gordo y bonachón que carecía de vanidad alguna a pesar de ser considerado un gran compositor. Él, como otros varios, ligados de una manera u otra a la revista, o a quienes allí escribíamos, ya no está con nosotros. Muchos son ya los desaparecidos: José María Pérez Lozano, Fernando Moreno, Ángel Llorente, Mamerto López Tapia… Poco a poco pasamos a formar parte de la nómina de nombres del pasado, fantasmas idos hacía otros mundos o hacia la nada. Quién sabe.
Carmelo se disculpaba por haber enviado la carta tan tarde. Había estado fuera de Madrid y hasta su vuelta le fue imposible conocerla. En aquellos años aun no existían ni los correos electrónicos, ni las redes sociales.
Cuando la recibí el libro ya estaba impreso. Aproveché para leerla en aquel acto. Al principio no indique de quién era para ver si Basilio adivinaba al emisor. Lo hizo, con una franca sonrisa. Después le entregué la carta para que la uniese a las otras. El problema es que me quedé, y lo siento, sin ella. No hice copia de ella. Un error.
Las preguntas y el debate fueron largos y sustanciosos. Patino contento, aunque se le hablase de una película que había hecho hace años y no de lo que hacía en ese momento. Que le quedara claro a los asistentes que seguía vivo y activo, aunque no hubiera dirigido desde hacía años una película destinada a ser proyectada en salas comerciales (4). Sus trabajos en aquellos momentos eran otros: su serie de siete capítulos que bajo el título Andalucía, un siglo de fascinación estaba terminando para Canal Sur.
Al terminar el acto, un grupo de personas fuimos a cenar. Allí estaba gente de Filmoteca Valenciana, de Cinema Jove, amigos y colaboradores de Patino. Estuvo muy bien aunque al final el importe ni Cinema Jove, ni la Filmoteca querían asumirlo. Un litigio que duró tiempo resolver, aunque parezca un tanto absurdo.
Escribe Adolfo Bellido López
Notas
(1) No hay que olvidar que se trataba de la primera película de Patino mientras la experiencia de Ricardo era mucho mayor
(2) Fue un día desastroso. Quedé en recoger a Basilio y a Pilar en el hotel donde se encontraban hospedado sobre las 11 para ir a comer a un buen restaurante de Canet. No bajaron hasta cerca de las 11.30. Venía de muy mal humor ya que ha habitación que les habían dado estaba junto al ascensor y el ruido de éste no les había dejado dormir. Acababa de discutir con el recepcionista sobre el cambio de habitación, que, por supuesto, había conseguido. Fuimos en coche hasta Canet. A esas horas la carretera estaba atascada por multitud de personas que iban a las playas. Nos costó no sé cuánto llegar. Allí esperaba Sabín. Basilio, que no esperaba esa compañía para la comida, torció el gesto. Ya lo he dicho, su ironía irritaba a Patino. Luego vino el comentario del artículo del periódico: “Ya nos lo advertí. Voy a terminar mal con mucha gente, por esa entrevista que habéis puesto en el libro. Y uno de ellos será Ricardo. Al leer eso se habrá puesto furioso”. El remate fue la comida. No probó más que un bocado. Habíamos pedido, especialidad de la casa, fideuà, que no le gustó.
(3) En una parte del libro hay un apartado dedicado a las cartas que amigos y colaboradores enviaron para ser añadidas al libro, y en las que se relataban anécdotas, hechos vividos, en diferentes etapas, junto a Basilio.
(4) Lo haría en 2001. Sería Octavia, realizada con motivo de la capitalidad de Salamanca como ciudad cultural europea.