Si yo tuviera un millón (If I had a million, 1932), de Ernst Lubitsch y otros

Published on:

El oficinista que se liberó

La sociedad americana se encontraba inmersa en la Gran Depresión cuando la Paramount se decidió a lanzar una película de episodios, dirigidos por una parte de su plantel de directores, para ofrecer una especie de sueño catártico con el que mucha gente ha fantaseado alguna vez: Si yo tuviera un millón…

El filme está compuesto por ocho capítulos y fue la primera película de episodios del cine sonoro. Participaron realizadores como James Cruze, H. Bruce Humberstone, Norman Z. McLeod, Lothar Mendes y Ernst Lubitsch, entre otros. Cineastas comprometidos con una idea común.

El hilo conductor

El señor John Glidden es un intratable y egocéntrico millonario que está a punto de morir. Pero el poderoso hombre se niega enérgicamente a dejar su riqueza a la codiciosa y carroñera familia que espera ansiosa a que fallezca. Tampoco quiere dejarla a sus jefes, gerentes ni empleados a los cuales considera incapaces para llevar adelante ni siquiera «un puesto de castañas».

Glidden decide repartir su fortuna entre desconocidos cuyos nombres va obteniendo con el curioso método de hacer caer gotas sobre una guía telefónica que va abriendo aleatoriamente un ayudante. Él mismo hará el reparto.

Esta es la premisa central de una película que gira en torno al millonario Sr. Glidden (interpretación sensacional y medida de Richard Bennett), un anciano millonario que va a distribuir cheques de un millón de dólares de manera fortuita.

El filme resultó emocionante y sorprendente en aquellas fechas de su estreno, cuando asolaba la Gran Depresión norteamericana. Como punto gracioso, uno de los elegidos es John D. Rockefeller, que inmediatamente es rechazado.

Cada segmento de la película se centra en un beneficiado y cómo este inesperado regalo cambia su vida, para bien o para mal.

El guion

La película está basada en la novela del escritor y guionista estadounidense Robert Hardy Andrews, de título Windfall: A Novel about Ten Million Dollars (1931), quien junto a otros guionistas escribe un libreto vertebrador.

Se rodó en exteriores de Nueva York, en un acuartelamiento de la Marina y en los Paramount Studios. Participaron grandes estrellas del momento como Charles Laughton, Gary Cooper, George Raft, Jack Oakie o W. C. Fields, entre otros.

El segmento Lubitsch

De entre los diferentes episodios me centro ahora en el que realizó nuestro director enseña de este monográfico, Ernst Lubitsch, alemán que se había trasladado a Hollywood en la década de 1920, conocido por su estilo distintivo y sofisticado. Su participación en la película Si yo tuviera un millón (1932) es un ejemplo destacado de su habilidad para combinar humor y crítica social en un formato conciso de cortometraje.

Lubitsch, conocido por su pericia para hibridar comedia y drama, dirigió el segmento más memorable de la película. Su episodio está protagonizado por Charles Laughton, quien interpreta a Phineas V. Lambert, un sencillo oficinista en una gran empresa. Un hombre en su mesa, rodeado otras muchas mesas iguales con oficinistas grises también, con un alienante trabajo de escribiente en grandes libros, sin duda asientos o incómodas cuentas sin fin. Lambert recibe la noticia por carta postal de señor Glidden, comunicándole la entrega en cheque de un millón de dólares.

El filme está compuesto por ocho capítulos y fue la primera película de episodios del cine sonoro.

La secuencia es genial. Lambert abre la cara y la sacude, como acostumbra a hacer con sus interminables pliegos de papel, la mira, observa (primer plano): su nombre y apellido en un cheque bancario millonario. Levanta su mirada cansada, pero Phineas no parece mostrar alegría ni ninguna emoción destacable ante la noticia, tampoco duda.

Guarda el cheque en el bolsillo interior de su chaqueta y vemos a renglón seguido que nuestro empleado parece querer utilizar su recién recibida fortuna de una manera muy peculiar, tal vez largamente pensada o imaginada.

Lo que hace Phineas es levantarse parsimoniosamente de la silla de su escritorio, camina por entre las filas de docenas de escribientes, sale de la sala y sube tranquilamente las escaleras hasta la oficina del secretario del presidente de la empresa, luego a la oficina del secretario privado. Antes de acceder a la puerta de Mr. Brown se arregla un poco en la corbata frente a un espejo y finalmente da dos leves toques en la puerta del presidente.

Le da permiso para entrar: «Adelante». Phineas saluda: «Señor Brown», y cuando este levanta la mirada y le dice: «¿Si?», Phineas le hace una magnífica pedorreta, lo mira con cierto desdén y se marcha por donde ha venido.

El segmento de Lubitsch es notable por su economía narrativa y su agudo sentido del humor. Es una secuencia breve de poco más de dos minutos, pero efectiva. Lambert, sin mediar palabra le ha sacado la lengua con el sonido particular de la pedorreta al gran jefe y ha salido triunfante. Esta escena encapsula el «toque Lubitsch», una combinación de ingenio, ironía y una comprensión profunda de la naturaleza humana.

La participación de Lubitsch con esta parte del filme es un ejemplo perfecto de su capacidad para contar una historia completa y resonante en un cortísimo período de tiempo. Esta breve historia no solo proporciona un respiro cómico en la película en su conjunto, sino que también ofrece una crítica sutil a las estructuras de poder y a la burocracia corporativa.

Esta breve historia proporciona un respiro cómico en la película en su conjunto.

Para finalizar

Lubitsch era conocido por su trabajo en películas como El abanico de Lady Windermere (1925) y La viuda alegre (1934). Su estilo particular se caracteriza por su elegancia, su humor sofisticado y su habilidad para sugerir más de lo que muestra explícitamente en pantalla.

En esta película, que refleja la diversidad de estilos y enfoques de sus directores, el capítulo de Lubitsch es cimero, un testimonio de su genio creativo y su habilidad para encontrar humor y humanidad en las situaciones más inesperadas.

No solo lleva a la pantalla la fresca brisa del humor al contexto más bien lóbrego y tedioso de la oficina. Ofrece una reflexión sobre el poder y la libertad personal. Pues el oficinista, realizado con una gran elipsis por Lubitsch, con un Laughton como una pieza más en el ejercicio mecánico y desvitalizado de una sala de escribientes, al recibir el preciado cheque, decide por fin cruzar la frontera de la opresión y la neurosis por enajenación. Se libera y se erige en libertador fortuito.

La participación de Lubitsch es un testimonio de su genio creativo y su habilidad para encontrar humor y humanidad en las situaciones más inesperadas. Su legado en el cine continúa siendo estudiado y admirado por su capacidad para combinar entretenimiento y profundidad en sus obras.

Escribe Enrique Fernández Lópiz

Un film de episodios estrenado en su momento en España.