Los dioses se han marchado, nos queda la televisión

Se cerró el verano con un conflicto que a punto estuvo de levantar en armas al mismísimo Don Pelayo. Unos desaprensivos publicistas proclamaron tener una pócima sumamente eficaz para apaciguar los reflujos provocados por la fabada. Informativos y espacios de tertulia se ocuparon de airear el cabreo de una parte de la población enamorada del afamado cocido y, por supuesto, de los empresarios del sector.
El revuelo fue tal que los responsables del desaguisado pidieron disculpas de inmediato, además de retirar el spot de las televisiones y de las vallas con el humeante plato de alubias. Muchos pensaron, entre los que me incluyo, que esto era un gesto vergonzante para los jefes de la federación de fútbol tan complacientes con el «piquito». ¿Se merece tantas horas de televisión las imágenes de un presunto delito?
Tuve que recurrir al Todo es mentira de Risto Mejide (Cuatro), para asegurarme que el famoso calmante estomacal se anunció realmente y que los ejecutivos de la importante farmacéutica admitieron el error de estrategia. La cuestión es que si se actúa de esta manera cuando hay intereses económicos en juego, ¿por qué no se procedió del mismo modo con quien menospreció el honor de la afición futbolera? ¿Será que para salvaguardar la cuota de mercado es necesario mantener alto el grado de acidez en las tripas del respetable?
Por uno u otro motivo, casi siempre dramático, lo cierto es que estos últimos meses estamos sometidos a una ingesta audiovisual de muchísimas calorías. Tantas que es imposible no sucumbir a esa suerte de acidez gastrocognitiva que mantiene en tensión permanente al personal. Tal vez fuera esto lo que quiso decir Vázquez Montalbán con aquello de «los dioses se han marchado, nos queda la televisión».
En efecto, la programación de este medio encarna perfectamente el rigor de una moral punitiva y la promesa del paraíso eterno. El problema es que las estrellas televisivas que recientemente han seguido el mismo camino que el citado escritor, como María Jiménez, Carmen Sevilla o María Teresa Campos, no van a poder contarnos desde el plató cómo son las diosas del más allá.
De momento tenemos a las y los mortales que hace unas semanas desfilaron por la alfombra roja del FesTVal de Vitoria-Gasteiz. Ahora lo hacen por los platós de TV para presentar los «nuevos» productos televisivos. Sin embargo, las expectativas se frustran tras los primeros minutos ante la pequeña pantalla viendo las primeras entregas. De inmediato se advierte que no hay en ellos demasiadas novedades, más bien son el fruncido de propuestas ya ensayadas.
Es imposible ponerse ante el Late Xou (La 2), presentado por el experimentado Marc Giró y, pese a las promos, no rememorar desde Pepe Navarro a Andreu Buenafuente, e incluso La resistencia (Movistar+) que gestiona con desparpajo David Broncano. También recuerda al fallido proyecto de Ana Morgade con el voluntarioso Vamos a llevarnos bien fulminado de la parrilla de La 1 de TVE.
A veces la apuesta es por fórmulas de éxito contrastado, como pueden ser las sucesivas ediciones del Master Chef, el Gran Hermano, las variantes del talent show y el pasado verano el Grand Prix, incluso corre el rumor de reeditar el legendario Un, Dos, Tres…Responda otra vez. Abundando en la dirección retro tenemos la machacona campaña de RTVE anunciando la última temporada del Cuéntame cómo pasó. Lo que no parece estar decidido es si llegarán hasta la independencia de Cataluña, si la cadete Borbón irá en alguna misión de paz a Palestina, ni tampoco si Miguel Alcántara (Juan Echanove) volverá a su bar de San Genaro.
En este intento de reeditar el pasado, hay quien no ha tenido tanta suerte, como Jorge Javier Vázquez que ha fracasado con sus «nuevos» proyectos en Mediaset como el brevísimo Cuentos chinos (Tele 5). La apuesta de A Punt ha sido por el otrora tombolero Ximo Rovira para presentar el vespertino Som de casa que, aunque lo parezca, no es un título irónico sino descriptivo de lo que nos ofrecen en pantalla. Para encantar a las audiencias matutinas, TVE acaba de estrenar Mañaneros (La 1), presentado por el polifacético Jaime Cantizano y tan parecido a los programas con los que compite, que ya ha tenido que pedir disculpas por las imágenes del joven cordobés.
El polifacético Boris Izaguirre estrenó hace unas semanas Desmontando (La Sexta), en horario privilegiado y con propósito divulgativo. Pretende ofrecer una particular visión de la historia de España, y la primera entrega la dedicó a lo de las tres carabelas que zarparon del puesto de Palos de Moguer hacia un lugar sin identificar con precisión. Estreno al que le contesta TVE con un concurso de supervivencia titulado El Conquistador que se emite lunes y martes, también en hora punta. Lo llamativo es que este aparatoso concurso se graba en un parque natural de la República Dominicana.
Bajo propósito divulgador, Ana Blanco presenta desde hace unas semanas Todo cambia (La 1), la primera entrega la dedicó, en compañía de Lorenzo Milá por Venecia, a comentar los cambios del «turismo», mientras que en el segundo habló de «la fama» con Alaska y alguno de los actores de Cuéntame, pero sin demasiada convicción.

Un viejo conocido me decía que además de la acidez, la programación televisiva le provocaba «pereza mental». Admitía así su indisposición para ponerse a pensar por cuenta propia sobre «temas de actualidad» como la invasión de Ucrania, el bombardeo indiscriminado en Oriente Próximo, la amnistía o los viajes de Puigdemont, por no hablar de la falta de decoro del presidente de la Federación de Fútbol ni de los indecentes beneficios de la banca.
Hechos que se van tapando televisivamente unos a otros: el presunto asesinato cometido por un afamado súbdito español en Tailandia desvió la atención de los reporteros de los devastadores terremotos en Afganistán y Marruecos con imágenes espeluznantes. Relato que ha pasado a un segundo plano cuando aparece el cadáver del joven cordobés en la estación del AVE en Sevilla y de los programas de tertulia empiezan a verter basura simbólica sobre el caso. Relato que ahora pasa a un segundo plano ante el magnicidio y destrucción de Palestina con imágenes de niños y ancianos destrozados por la metralla.
Por lo que estamos viendo, para las productoras todo vale por la audiencia, no se respetan códigos ni reglas de fair play, ya se trate del futbol —Valdano dice que es un mundo antiguo y corrupto—, de la política, de las empresas del audiovisual que vulnera la privacidad, el género y hasta la clase social de los personajes de sus relatos. De manera que es imposible detener los reflujos gástricos cuando desde los informativos se califica como bulo un vídeo sobre cualquier crueldad de algún ejército, pero no se habla de los grandes beneficios que para algunas multinacionales genera este período de guerras.
No se catalogan, sin embargo, como bulos los comentarios y especulaciones que se cruzan en las muchas tertulias de las distintas cadenas de televisión, ya sea respecto a la situación procesal de Daniel Sancho, del chico cordobés Álvaro Prieto o sobre las negociaciones de Pedro Sánchez y Yolanda Díaz, y de estos con los partidos catalanes.
Ante tanta provocación audiovisual y para rebajar la acidez, ¿no habrá llegado el momento de pedir la autodeterminación de las audiencias y okupar los platós? ¡Ahí queda la idea!
Escribe Ángel San Martín
