¿Por qué mienten los políticos?
Reconoce Manuela Carmena que fue un niño quien más desconcierto mental le ha provocado. Invitó al salón de plenos del Ayuntamiento a varios grupos de jóvenes para hablar con ellos y ellas sobre Madrid. De pronto uno de los niños, de los más pequeños, levanta la mano y pregunta: «¿Por qué mienten los políticos?».
La alcaldesa admite que aquella pregunta, tan sencilla y tan directa, le obligó a reformular muchas de sus convicciones de luchadora por la democracia. Asumir, por ejemplo, que la democracia está enferma, a tenor de lo que perciben los más jóvenes.
Un patrón semejante parece seguir la DGT en su potente campaña de seguridad en la operación salida. Está uno viendo el culebrón turco de la tarde Hermanos (Antena 3) y de pronto aparece el anuncio que te amarga el sesteo veraniego.
Se ven unos rostros conocidos parloteando consejos y, de pronto, son envestidos por un coche que los deja chafados sobre el asfalto. Desde luego que tanto la cantante Amaia como el actor Eduard Fernández hacen lo que nos dicen a los demás que no hemos de hacer. Es como si se inmolaran para redimirnos al resto de viandantes de la acometida de un coche de gran cilindrada.
Lo llamativo es que un anuncio orientado a salvar vidas construye su argumento sobre un siniestro mortal en carretera. Según los creativos de la DGT, el que las «víctimas» sean personas famosas contribuye a fijar el mensaje. Es decir, a los telespectadores nos importa más el famoseo que la circunstancia de perder la propia vida. Para mí que este razonamiento es fruto de un algoritmo o de una mente humana sádica formada con sobredosis de tertulias de la tele. En cualquier caso, no es un relato excepcional, aparece con frecuencia bajo distintos formatos.
Según defienden los más críticos desde hace mucho tiempo, la TV no es un electrodoméstico inofensivo. A Donald Trump, tal como se ha sabido ahora, le sirvió como trinchera. Mientras los ultras asaltaban el Congreso de los EE. UU., él tranquilamente seguía desde la tele los graves acontecimientos como si de una serie de ficción se tratara.
La muy loada BBC, por el mimo y dedicación con el que hace sus excelentes programas, también tiene trapos sucios. Una sentencia la acaba de declarar responsable de amañar la entrevista con la princesa Diana. Ahora le toca indemnizar por obligar a algunas personas, para salvar el prestigio corporativo, a pronunciar falso testimonio en sede judicial.
¡Pero no nos vayamos tan lejos! Las autoridades valencianas acaban de decidir que un edificio escolar pase a ser sede de la TV pública estatal. Las aulas ya no son el referente, sino las parrillas de las televisiones, la nueva ley del audiovisual dixit. Hace unos días para Telemadrid no existió la masiva manifestación del orgullo gay. En TV3 cuidan un poco más las formas y cuando una pregunta o una imagen no les cae bien a los responsables políticos, trasladan la reprimenda a los despachos. Así, sin luz ni taquígrafos.
En otras televisiones, sus responsables de informativos aprovechan comidas y cenas conspiratorias para ultimar la escaleta de alguno de sus programas de actualidad que anuncian como lo más de la objetividad informativa. Y a todo esto, Antonio García Ferreras, responsable de Al rojo vivo (La Sexta), sigue sin dimitir pese a las deserciones de parte de su equipo. ¿Volverá al plató después del descanso veraniego?
Las primicias resultan desconcertantes en la televisión, pero por desorbitadas, por la magnificación con la que se presentan. Todo lo convierten en excesivo para atrapar a los telespectadores. Ahí está el tratamiento dado a la reunión de la OTAN en Madrid, la guerra de Rusia contra Ucrania, las manifestaciones del Orgullo, Rafa Nadal luchando contra el destino metacarpiano, el homenaje a las víctimas de ETA, el debate sobre el Estado de la Nación, el fútbol femenino de la selección…
En los informativos se hiperboliza la consabida operación salida de vacaciones, los fuegos aterradores de las tierras secas, se especula sobre si la invasión de turistas ahora es mayor o menor que antes de la pandemia. Pero no se habla del suicida modelo económico: más industria y menos playas. Tampoco se escapan de las hipérboles informativas los conciertos de Rosalía, si hace y dice esto o aquello, si canta o solo gestualiza.
En definitiva, el modelo hegemónico es el ensayado en los anuncios de la DGT. No importa tanto comprender el problema como subyugar emocionalmente al respetable entregado ante la pequeña pantalla. Lo relevante no es tanto la vida a cuidar sino el famoso o famosa caído en desgracia. Lo importante de la ola de calor que nos asola no es tanto el mal que causa como el espectáculo de ver a unos niños jugar con agua en la plaza de su ciudad. ¿Qué sentido tiene mostrar en espacios de actualidad y tertulias esas plazas con chorritos de agua brotando del suelo y a los niños correteando entre ellos?
Y sí, tiene mucha razón doña Manuela Carmena cuando dice que la democracia está enferma y no lo hemos advertido. A pesar del atasco con el Poder Judicial o el serial de dimisiones por chapuzas o errores en la gestión pública. Así se han ido personajes tan significados como Mario Draghi, Boris Johnson, Pablo Casado, Mónica Oltra, Adriana Lastra o la fiscal general doña Dolores Delgado.
En los informativos se ha dado cuenta del hecho sin detenerse en el significado político de los mismos. Lo importante no es que hayan renunciado a su cargo, sino por qué razón han tomado semejante decisión y qué consecuencias se van a derivar. En este contexto es difícil de entender que mientras Yolanda Díaz intenta hacer avanzar el proyecto Suma, a su alrededor van destituyendo a políticos que, en principio, podrían ayudarle a sumar. Es como en el anuncio, el famoso que trata de ayudarnos es quien acaba atropellado.
Para entender todo esto harían falta programas de debate como el de José Luis Balbín, recientemente fallecido. Su objetivo no era otro que generar discrepancia entre el público que le seguía, entonces en La 2 de RTVE. Ahora la cosa televisiva va de otra guisa, aunque el presentador Xabier Fortes, en La noche en 24 h (La 1), suele poner los mimbres para el debate sosegado.
La democracia enferma no ya únicamente porque los políticos mientan, como le preguntaba el niño a su alcaldesa, sino porque lo propios medios se han instalado en la verdad a medias. No va mucho más allá el recién estrenado y muy promocionado Usted está aquí (Atresmedia) presentado por Wyoming y David Trueba. La primera entrega dio alguna pista por dónde podían ir sus reflexiones, en esta ocasión en torno al término «patria». Más de los mismo, pero en este caso hecho por gente que domina la dramaturgia y la palabra.
Y es que el grupo Atresmedia, con El hormiguero, La Voz y Pasapalabra, sigue liderando con solvencia la franja horaria de mayor concurrencia. Mientras TVE estaba volcada en la marcha de su carroza naranja en la manifestación del orgullo gay, el presentador del informativo de Antena 3 anunciaba que al día siguiente los líderes formularían en el Parlamento sus propuestas. Iniciativa que Vicente Vallés calificó como el «brindis al sol» de los partidos políticos. ¿Entienden ahora por qué la DGT atropella a los famosos?
Escribe Ángel San Martín