Ocio, información y Europa en televisión
Se cuenta en los mentideros sociotelevisivos que hay una nueva especie en el ecosistema televisivo: el eurofán. Es un ser sin género reconocible porque engloba en sí a todas, todos, todes y tods. Al menos así lo reconoce Fundéu siguiendo la doctrina de la Real Academia. Hablo de «especie» sin ningún tipo de ironía ni segundas intenciones. Sencillamente es un sustantivo-adjetivo que da visibilidad a un colectivo de personas que, como mínimo, son contrarias a los prejuicios asociados al edadismo, además de tener una fuerte querencia a mimetizarse con el entorno festivo.
El colectivo, en general, no repara en medios con tal de interactuar con el algoritmo que les convoca de evento en evento y de ciudad en ciudad. Algunas de las citas responden al género del musical, aunque en realidad es el reclamo para hacer turismo y llenar hoteles (la tele dixit). Se mueven por el mundo sin que las fronteras les supongan mayor problema, pues su sentido estético no les permite reparar en si son coches o tractores lo que tapona las autopistas.
Tampoco si los camiones desparraman frutas y verduras para dar de comer a los más necesitados o si es para menguar los beneficios de las cadenas de distribución. Frutas y verduras que tal vez fueron recogidas por algún eurofán con el ánimo de financiarse el viaje y la cama en los aledaños al evento, como el que se acaba de celebrar en la ciudad símbolo del desarrollismo turístico. Banderas y pancartas hacen sospechar que nostálgicos del pasado conducen ahora algunos de los tractores y camiones que bloquean las carreteras.
Ya sé que en los informativos de TVE ponen el corte en el que el Sr. presidente del Gobierno dice que le gusta la canción votada por los eurofans. Con un título como el ganador pronto se darán cuenta en Europa de nuestra creatividad, así como de cuán transgresores podemos ser por estos lares. Un poco más adelante sentenció el entrevistado: la provocación debe venir de la cultura. En el programa de Al rojo vivo (La Sexta), Don Pedro Sánchez entre sonrisas vino a decir que la canción emerge de un feminismo «justo y divertido».
Quedan de este modo neutralizadas las posibles connotaciones negativas adheridas al sustantivo que da título a la canción interpretada por Nebulosa en el Benidorm Fest. Estamos así ante un eficiente procedimiento de banalización de lo hortera y de dudoso rigor cultural. De modo que se normaliza el que antes una palabra significara una cosa y ahora otra muy distinta, cual es el caso de amnistía, discapacidad, terrorismo, sostenibilidad, justicia y ahora el de zorra.
Quienes antes se empeñaban en censurar palabras, ahora las rescatan porque en los altares del entretenimiento las han purificado. Por el contrario, quienes antes las pronunciaban ahora protestan porque ya no les sirven para significar lo mismo que antes. Mutación que, parafraseando un comentario de Pedro Almodóvar en No sé de qué me hablas (La 1) de Mercedes Milá, quien vino a decir que «a la realidad se le ha de poner mucha ficción para que sea vivible».
El algoritmo nos conduce siempre por los derroteros de la diversión y el espectáculo. Sonidos, luces, colores, formas y movimientos, gestionados digitalmente, ponen los ingredientes para cautivar la atención de los y las espectadoras. Solo hemos de fijarnos en cómo nos muestran las televisiones la escenografía de los festivales, las galas como la de los Grammy, los Oscar o la de los Goya en unos días, tendencia remedada ahora por la escenografía virtual de los informativos de las cadenas televisivas. Al contemplar una gala o alguno de los telediarios, no es fácil discernir si se está ante un simulacro, un playback o un auto sacramental.
Desde luego que a minimizar tanto equívoco no contribuyen los últimos movimientos empresariales y de línea editorial. El grupo Prisa nombra como jefe de «contenidos» al experimentado y polifacético José Miguel Contreras. En TVE traen de Bruselas a Marta Carazo, tono serio y preocupada por lo que pasa fuera del plató. Mientras que Mediaset ficha a Carlos Franganillo, otro de tantos cambios que viene introduciendo en su rejilla Tele 5, seguro que con la intención de conservar en pantalla la seriedad y el rigor. Propósito que al decir de los datos no parece contar con el beneplácito de las audiencias.
Quien se mantiene como severo látigo de las idas y venidas del Gobierno y de Puigdemont, es Vicente Vallés en Antena 3. A veces hasta da la impresión de imitar a su colega Pablo Motos de El hormiguero. El periodista comenzó el año anunciando que la gran novedad de su telediario sería la presencia en pantalla de un QR con acceso a complementos de lo que se ve y oye en el informativo. En efecto, el citado recuadro aparece, como viene apareciendo en las pantallas de otras cadenas. No obstante, es un elemento visual que contribuye a distraer un poco más, a distanciarse del relato de actualidad que ofrecen ante las cámaras los respectivos presentadores y presentadoras.
Si resulta incomprensible que haya programas como La isla de las tentaciones (Tele 5) con audiencias millonarias, también hay otros espacios como el Imprescindibles de La 2 a principios de febrero. En esta ocasión lo dedicaron a la vida y obra del dibujante Paco Roca. A lo largo del programa pudimos ver cómo el artista se inspira, contrasta, ensaya y comparte sus creaciones artísticas abordando cuestiones tan cotidianas como el olvido, la memoria o el recuerdo de los antepasados.
Es verdad que en la tele puede aparecer Tamara Falcó «comentando» la actualidad, pero también a Cayetana Guillén Cuervo hablando en La 2 de artes escénicas y cine. En Lo de Évole (La Sexta) Ana Belén nos contó sus cosas con la intensidad que le caracteriza. A diario vemos a Almudena Ariza, corresponsal en Oriente Próximo, pasearse sobre las ruinas causadas por las bombas del ejército judío, como antes lo hizo sobre las del ejército ruso en Ucrania. En fin, cachitos por los que merece la pena ver la tele.
Pese a que la referida concentración de eurofáns haya ensalzado una canción, siempre nos quedará la Taylor Swift de los Grammy o las chirigotas gaditanas en los carnavales. A todo esto, si no se gana Eurovisión en mayo, por qué RTVE habrá firmado ya las nuevas temporadas. ¿Tanto importan los eurofáns?
Escribe Ángel San Martín