Fango

Published on:

Del retiro del presidente al festival de Eurovision

Alex Grijelmo dice que las palabras al circular por distintos contextos se contaminan; esto es, se connotan. La tensión expresiva del momento de uso les endosa a los vocablos significados disruptivos. Cuando la Sra. Ayuso calificó a su pareja y presunto defraudador como «un particular», dejaba en la penumbra si se trataba de alguien no sujeto a las leyes o un comportamiento individual que no merecía atención pública. Así se llegó a argumentar por un portavoz del PP entrevistado en Todo es mentira (Cuatro).

Proceso muy semejante experimentó la palabra «ingesta», pronunciada por el deslenguado ministro Óscar Puente y la interpretación posterior que hizo su posible referente: el Sr. Milei. Tampoco tiene desperdicio cuando el alcalde de Madrid, en alusión a las manifestaciones estudiantiles en la Universidad Complutense, dice que con ello apoyan al «terrorismo» de Hamás, o cuando en plena campaña electoral catalana los partidos más conservadores afirman sin rubor que los inmigrantes van a «ocupar» nuestras propiedades.

Estos vocablos, macerados como corresponde en las tertulias televisivas, se convierten a sí mismos en Torres de Babel. Contribuyendo más a prolongar la confusión que a clarificar ideas y planteamientos. Cuando el Sr. presidente del Gobierno, en la primera entrevista en La 1 de TVE nada más salir de su retiro espiritual pero que repitió en los platós por los que pasó como El objetivo (La Sexta), aludió al «fango» para referirse al clima político imperante en el momento, ¿qué idea o reflexión quería trasladar a la ciudadanía más allá de insertar dicho vocablo en su cabreo personal?

A partir de estas referencias, llamo la atención sobre la connotación de viscoso y hasta de pringoso que desprende el término fango. No es tierra ni agua separados, sino bien mezclados para ensuciar una parte del suelo o cualquier otra superficie. Y por tal se ha de entender también la producción audiovisual, la que destilan las distintas pantallas, especialmente las de televisión como grandes locomotoras del negocio. Pero un negocio si no enfangado sí muy poco transparente, sobre todo a partir del momento que su oferta la conciben como teleserie o bucle inagotable de imágenes y palabras. Vamos, pura mercadotecnia.

Cada vez encontramos más evidencias respecto a que la programación de televisión no se construye a partir de pequeños microespacios, sino que es todo un contínuum en el que van entrando y saliendo protagonismos, palabras e imágenes múltiples. Se muestran estas referencias no tanto por lo que contribuyen a comprender lo que sucede a nuestro alrededor, sino por su potencial para capturar la atención de las audiencias. Lo que se conoce como «economía de la atención».

El medio televisivo, según los analistas, ha logrado recuperar parte del prestigio perdido en el período entre siglos, incluso ante las clases medias cultivadas. Fenómeno muy relacionado con la irrupción en el mercado cultural de la abundante producción de teleseries en plataformas, y algunas de ellas con notable éxito de crítica y público. Hecho que ha contribuido a cambiar la relación entre los y las protagonistas de esos relatos. Personajes y situaciones circunscritos en el «giro afectivo» que experimentan las sociedades contemporáneas, según mantiene Nahúm García.

La creciente cultura de las emociones acaba laminando y reinterpretando tanto la figura del héroe como la de su antagonista. Todo en favor de una relación más cómoda de las audiencias transversales con las teleseries ofertadas por la gran industria de la ficción.

Cuando se ve en un telediario o en una tertulia a Trump, Rodrigo Rato, José Luis Ábalos, Koldo o Zaplana es muy difícil discernir si son héroes o antihéroes, si son los perdedores o los triunfadores, los corruptos o los legales. A medida que pasan los días las diferencias se difuminan, así como el perfil moral que representan. Buen ejemplo de esto es la peregrinación de José Luis Ábalos, entre otros, por los platós de TV contando su relación con Koldo. ¿Tantas horas de televisión han conseguido aportar algo de luz sobre la presunta corruptela?

No demasiado, pero el culebrón sigue con nuevas entregas «serializadas».  El caldo de cultivo lo ponen programas como Todo es mentira (Cuatro), El hormiguero (Antena 3) o Así es la vida de Tele 5, etc. También la operación de RTVE y David Broncano que trabaja en Movistar+ presentando un programa para millennials o con Terelu Campos comprometida con la nueva versión de Sálvame en Tele 5. Con ello se alarga el relato para mantener a las audiencias enganchadas. Pues, como concluyó Pablo Motos en El hormiguero (Antena 3) de hace unos días: «Pensar es escoger a lo que prestar atención».

El presidente del Gobierno: de la entrevista en La 1 a El Objetivo de la Sexta.

Otro ejemplo de teleserie por entregas es el controvertido festival de Eurovisión (La 1), que en la última edición dejó ver todas sus contradicciones y su voluntad de permanecer como serie por entregas. De hecho, en la iconosfera se suceden capítulos con tertulias y entrevistas para mantener enganchados a los eurofans sin discernir quiénes son los héroes o los villanos de la historia: los productores musicales, las televisiones públicas, los patrocinadores, los intérpretes o la audiencia cautiva.

Este año, en pleno bombardeo indiscriminado en Gaza, la representante de Israel salía a interpretar su cuestionada canción. Y ya forman parte del espectáculo tanto los abucheos del público en directo como el que fueran silenciados por la realización de la TV sueca que es pública.

No es menos llamativo que el jurado de RTVE se abstuviera, pero el público le diera la máxima puntuación a Israel, sin que el Ente manifestara el más mínimo rechazo al genocidio en Gaza (ironías de la tele: La 2 programó esa velada El profesor de persa, 2020). El pueblo llano europeo votó en masa la canción de Israel mientras que los jurados de las TV se abstuvieron en parecida proporción. ¿Conflicto de clases sociales?

Eso sí, para podernos enterar de todo lo que estaba pasando en torno al festival tuvimos que recurrir a La Sexta Xplica (cumple 18 años) que tenía corresponsales en el exterior del auditorio donde se celebraba el festival. A través de esta cadena se pudieron ver las cargas policiales sobre quienes se manifestaban contra la doble moral de las televisiones públicas y la inhumana guerra en Oriente Próximo. Nada impedirá que todo ello pase a formar parte de la teleserie Eurovisión, con la aportación de las tertulias y demás comentarios mediáticos como ya está sucediendo. ¿Será todo esto también fango?

En el nuevo programa de Jon Sistiaga, Otro enfoque (Cuatro), Pablo Iglesias dejó durante la entrevista algunas perlas de indudable interés. Reconoció que desde el principio él sabía que las televisiones lo utilizaban, pero era «el precio a pagar». Una vez dentro del relato serializado, solo había que cambiar la clave para lanzar otro mensaje a las audiencias que no fuera el conservador y reaccionario de siempre. El experimentado comunicador considera que las televisiones y sus tertulianos son los responsables, en gran medida, de «la banalización de la política que se vive hoy».

A la luz de lo sucedido en el festival de Eurovisión 2024 ¿no sería más contundente el plantón que los y las periodistas le han dado en Italia a la RAI por injerencia de la presidenta Sra. Meloni? ¿El fango televisivo permitirá discernir entre la indigencia de esos festivales y el respeto a las tragedias de las guerras hoy activas?

Escribe Ángel San Martín 

La canción de Israel, muy votada por el público… y olvidada por los organismos oficiales.