Tanto un signo como un síntoma
Dice el maestro Emilio Lledó, en un texto reciente, que vivimos en un universo de signos y significados. Elementos con los que fluyen los relatos constitutivos de los sujetos, además de propiciar una relación fructífera entre televisión y cultura. Así que tomo como punto de partida la palabra que encabeza estas líneas, porque últimamente la oigo por todas partes, y cuanto más la escucho más dudas me surgen respecto a su significado. Entre otros motivos porque «malversación» es tanto un signo o como un síntoma, aunque también puede que sea las dos cosas a la vez. Y de ahí es de donde emana todo su potencial descriptivo.
En tertulias, informativos, magazines y programas especiales de las televisiones, hombres y mujeres pronuncian esa palabra desbaratando su potencial destructivo. Cuando se vuelve negra y silenciosa la pantalla de la tele, entonces uno empieza a pensar que la palabra en cuestión se puede aplicar con toda propiedad a lo que el gran negocio cultural montó estas semanas pasadas en Qatar. No es fraude menor, cultural y deportivamente hablando, el cierre urbi et orbi que las televisiones hicieron del evento deportivo: Messi a la gloria y Mbappé al infierno. El bueno y el malo frente a frente, al más viejo estilo de las pelis de vaqueros.
Cuando algunos magistrados del Constitucional o del Consejo General se niegan a cumplir la ley, se significa como ejemplo de malversación. Al igual que lo es también cuando algunos políticos se suben a la tribuna para insultar a los y las colegas del Parlamento, pero sobre todo al resto de la población civil, invitándoles a situarse en una posición frente a la otra.
Sin embargo, el otro día, en un barecito de pueblo, unos paisanos ni siquiera levantaron la mirada de las fichas del dominó cuando en la pequeña pantalla apareció una portavoz insultando. Por lo que parece no sucedió lo mismo con la retransmisión del discurso del Rey en Nochebuena. Se crearon tantas expectativas que las audiencias respondieron al reclamo, no fue novedoso en cuanto a ideas, pero sí televisivamente: sin apenas simbolismos ni distractores, dos cámaras y planos casi fijos.
Malversación es igualmente cuando los informativos de todos los canales de televisión nos ofrecen, cada 22 de diciembre, la alegría desbordada de las personas agraciadas por el azar de la lotería. Se normaliza así el que, por ejemplo, un emigrante, tras un par de décadas en España, ahora con una pequeña parte del premio gordo pueda comprar su casa y, sobre todo, volver a su país para ver a la familia que no ve desde que vino. Azar frente a derechos, esa es la malversación.
Revestidos de la «cultura woke», hace unos días los productores de cine y televisión se congregaron en torno a una gala de entrega de premios Forqué, que resultó más ruidosa que lucida. En su retransmisión por La 2 (TVE) hubo fallos de sonido y no pocas caras «quemadas» por el exceso de luz frontal. A veces entraban personajes en el escenario y se marchaban sin que quedaran claros ni su nombre ni cuál era el motivo de su presencia en el acto.
Eso sí, el presentador y la presentadora no pararon ni un minuto de ir de allá para acá con poco sentido y no demasiada gracia, carecía de sentido narrativo tanto correteo. Tal vez por este motivo y por el descuido de realización, algunos planos generales de la platea mostraron que había muchísimas butacas vacías. Si todo esto no es malversación propiamente dicha, sí puede interpretarse como malbaratar los versos televisivos.
En medio de tanto despipote, casi al principio de la velada, se le da el Forqué 2022 al Cine y la Educación en Valores a la película Cinco lobitos, de Alauda Ruiz de Azúa. Aunque los presentadores no lo explicaron, en realidad las películas candidatas a este reconocimiento las propone la Fundación de Ayuda contra la Drogadicción (FAD). Sobre el papel, nada que objetar a la iniciativa del reconocimiento.
En todo caso, con un título tan pomposo se merecería un mayor protagonismo en la gala de entrega, así como el explicar los motivos por los que la citada fundación selecciona las películas merecedoras del reconocimiento. Se supone que los méritos habrán de ser de carácter cinematográfico y no por considerar patógena la cinefilia de los y las menores. Cosa que, por lo demás, todavía está muy lejos de suceder, salvo que la cultura woke ahora catalogue de abusivo el tiempo que los peques dedican a la tele.
Y ya que venimos hablando de la retransmisión de ceremonias, mencionaré la que TV3 le dedicó al último concierto de Joan Manuel Serrat en el Palau de Sant Jordi de Barcelona. Bajo la pícara advocación de El vicio de cantar, Juanito —así dijo Miguel Ríos que le llamaban—, mantuvo a varios miles de personas entregadas a sus canciones que fue desgranando con toda naturalidad en catalán y castellano. Puede que a la voz de Serrat le faltara frescura, fueron demasiados conciertos en pocos días, pero la realización de los profesionales de la televisión autonómica fue exquisita, sobria y precisa. Ni un fallo de sonido ni pérdida de la continuidad en el espectáculo.
De vez en cuando, sobre el fondo del escenario, se proyectaban imágenes alusivas al tema interpretado. En todo caso, las imágenes de las primeras filas del público eran tan oscuras que malamente se identificaba a quienes ocupan aquellas butacas. Tan solo al Sr. Iceta y a la Sra. Colau, ministro de Cultura y alcaldesa de Barcelona respectivamente, aunque también estaba el presidente del Gobierno o el ministro de Universidades, entre otras autoridades. En fin, esto pone de manifiesto que en TV3 no se descansa.
Tras degustar el citado espectáculo televisivo, con la voz de Serrat interpretando canciones plagadas de referencias extratextuales, TVE nos regala en hora punta recopilatorios musicales. Con estos documentos de archivo y el off a veces jocoso de Santiago Segura, nos castiga con un Viaje al centro de la tele (La 1, TVE).
Pero el sadismo de la tele pública no se reduce a este programa, ahí están los «especiales» de la Nochebuena con los personajes, chistes y canciones de siempre. Y por si no fuera suficiente, ya han comenzado a darnos la tabarra con el Benidorm Fest, y para colmo de la malversación lo presentan como el «aperitivo» de Eurovisión 2023.
Me abstendré, para no cansarles, de hacer referencia a una de las variantes de Master Chef que se ponen en marcha estos días en TVE. En fin, como en el día de los santos inocentes, no crean a quienes más gritan, sea desde la tribuna del Parlamento, desde Master Chef, el fútbol o el Benidorm Fest de turno.
Porque la malversación está tanto en los dineros como en las palabras, las ideas, las guerras o las emociones. Y el mejor antídoto: ¡Feliz 2023!
Escribe Ángel San Martín