Neorrealismo

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Televisión y campañas electorales

El candidato socialista se animó a visitar El hormiguero (Antena 3).

Pasadas las elecciones, quedan los rescoldos de unos resultados imprevisibles y pactos de infarto. Desenlace sorpresa tras una campaña electoral pasada por los platós de TV. No es fácil recordar si ha habido tanta intensidad televisiva en campañas precedentes.

Aparte de los debates en las televisiones públicas, los y las candidatas se han paseado por los programas estrella de la mañana, tarde y noche. El candidato socialista se animó a visitar El hormiguero (Antena 3), mientras que el del PP declinó la invitación a participar en el Debate a 4 (finalmente de 3) organizado por RTVE. Todo ello agitado con las habituales promos electorales, los mentidos y desmentidos en formato videoclip, carteles y lonas serigrafiadas.

Indicios que vendrían a confirmar que la televisión sigue tan activa como antes. Solo que ahora está mutando para acomodarse a la era del posthumanismo o, si se prefiere, la era del homo videns de la que hablara hace unas décadas el politólogo G. Sartori. Más recientemente el escritor Muñoz Molina, sin tantos miramientos, calificó estos tiempos como la «era de la vileza». Espacio en el que la palabra pierde relevancia discursiva en favor de la hegemonía de las imágenes enfocadas sobre lo primario. Imposible discernir en ellas lo que les es propio de lo que ceden al mundo de lo visceral.

En medio de las estridencias, María Patiño habla a cámara para notificar que en Mediaset se está poniendo fin a su exitoso estilo de TV. Una época dedicada a producir contenidos de entretenimiento y crónica social que la periodista etiquetó como de «neorrealismo». La frase se pronunció en la última emisión de Sálvame, aunque se mantenía en antena unos días más Deluxe (Tele 5).

Detrás de la periodista aparecían las cenizas y el humo de la hoguera que habían hecho con parte de los decorados de estos programas la noche de San Juan. Sobre la emisión sobrevolaba la incógnita de qué pasaba con el oficiante mayor de esa televisión, Jorge Javier Vázquez: ¿despedido, censurado, de vacaciones, enfermo? Justo cuando en Roma se celebraba el funeral vaticano por el Sr. Berlusconi, hasta entonces il cavaliere y gran patrón del grupo Mediaset.

A lo largo de esta campaña electoral, por si alguien lo desconocía, se ha explicitado que las televisiones tienen dueños. Dueños que, cuando les conviene, ponen sus medios al servicio de la opción ideológica más próxima. Las candidatas y candidatos conocen esta circunstancia y hablan de medios «afines vs. Enemigos». Así que Jordi Évole le preguntó a Pedro Sánchez en La Sexta por qué no había ido nunca a El hormiguero (del mismo grupo de comunicación privado). Mayor independencia de criterio habría que reconocer a la repregunta de Silvia Intxaurrondo (La 1) al candidato Feijóo sobre la subida de las pensiones. Lo mismo vale para los presentadores de El debat, 23J (À Punt) al recordarle al cabeza de lista de Vox por Valencia que tuvo que cumplir sentencia por violencia de género, justo la que su partido no reconoce.  

Es difícil adivinar el significado que la tertuliana de Sálvame le tribuía a neorrealismo, aunque no es lo mismo todo lo que aparece cada día en la pequeña pantalla. Más adecuado sería hablar de la «neolengua» de la televisión actual, la que articula un relato plagado de voces, estereotipos, gritos, bulos y mentiras. Recursos creados para favorecer el espectáculo, las emociones, no siempre compatibles con la razón. ¿Cómo interpretar si no el que la serie Verano azul fuera utilizada por el PP como arranque de su campaña electoral? Más irónico es que TVE reestrenara el Grand Prix (La 1) al día siguiente de la jornada electoral y, por cierto, con audiencias espectaculares. ¿Será la vaquilla disfrazada la que subyuga al respetable deseoso de lo lúdico?

Un buen ejemplo de la referida neolengua es el hiperpromocionado primer debate de esta campaña electoral, el Cara a cara organizado por Antena 3. Nos convencieron de que en el debate entre los dos candidatos a presidir el Gobierno estaba todo absolutamente medido: las mesas, la altura de las sillas, las luces, ángulo de las cámaras, planos, bloques temáticos, orden de intervención, incluso unos árbitros de baloncesto medirían los tiempos ocupados por cada candidato. Ahora bien, ¿tan milimétrico dispositivo televisivo evitó los bulos, la falta de veracidad de argumentos y datos, así como las falsas promesas?

Tras el debate, por si no hubiera sido suficiente, continuaron con el rito de la despedida de los candidatos y su vuelta a la sede de los respectivos partidos. En el caso del PP, eufóricos porque consideraron que ya les había llegado el momento de recuperar lo que les pertenece: el poder. Jalearon y vitorearon a su candidato mientras hablaba para agradecerles el apoyo prestado. En ese momento la concurrencia rodeó en círculo a su líder sujetando un cartel a la altura de la cintura en el que se podía leer: «Feijóo presidente». La coreografía se desplegó sin fallos de coordinación y resultó de gran vistosidad televisiva. Como también lo fue el estilo impostado con el que Antonio Ferreras en Al rojo vivo (La Sexta) señalaba con su dedo estas escenas.

Más irónico es que TVE reestrenara el Grand Prix (La 1) al día siguiente de la jornada electoral.

Mientras tanto, otro equipo móvil de TV estaba localizado en la sede del PSOE retratando a una militancia no tan eufórica. En este caso la concurrencia lucía una camiseta roja con el número 23 a la espalda. No había coreografía para la ocasión, simplemente entonaban los cánticos típicos mientras en los platós de las diferentes televisiones, con sus expertos/tertulianos construían un relato especulativo sobre el desenlace del 23-J.  Ahora bien, ¿tanto despliegue mediático contribuye a clarificar el contenido de los programas electorales? ¿Tanto adorno televisivo no es una manera de relativizar la dimensión política del debate?

Con estos relatos pasa como con los cuentos infantiles: lo relevante no es si son verdaderos o falsos, sino el modelo mental que les proporcionan para interpretar cuanto les rodea. El que el primer debate se haya hecho en una televisión privada, cuando RTVE ofrecía lo mismo, y el que los dos candidatos a presidir el Gobierno aceptaran ese envite, dice más que cualquier declaración sobre el valor de lo público. Valor que fundamenta la fortaleza de las instituciones que lo hacen posible, justo las que regulan nuestra vida en colectividad. Inevitablemente los gestos están cargados de sentido, como que TVE estrenara estas semanas el concurso entre famosos El puente de las mentiras (La 1).

Una de las plataformas, estas también son televisión, programó la tarde de «reflexión» la película Simone, la mujer del siglo (2022). Hacia el final, el marido de la protagonista le dice ante sus dudas que no debe pensar su pasado en imágenes, sino en palabras. Y concluye afirmando que las palabras son más respetuosas con la memoria.

Sin embargo, esta campaña electoral estuvo construida a partir de imágenes, incluso imágenes insidiosas y engañosas, porque así es el neorrealismo ágrafo de Sálvame. Por cierto, ¿habrá doble intención en la programación de la citada película en fecha tan señalada?

Escribe Ángel San Martín  

Inevitablemente los gestos están cargados de sentido, como que TVE estrenara estas semanas el concurso entre famosos El puente de las mentiras (La 1).