¿La muerte nos iguala a todos? Pues no
El embeleso de las audiencias con los funerales de Isabel II, le sugirió al portavoz del PNV el calificativo de «papanatismo». Y es que el relato televisivo del cortejo fúnebre aparecía salpicado con personajes ricos, famosos y delincuentes.
A su dramaturgia contribuía la vistosidad de los uniformes que portaban quienes honraban a la finada, el silencio de los súbditos apostados durante horas en las calles de Londres, la cadencia del trote de los caballos engalanados, el plano detalle con la flor colocada a orillas de palacio o esa hoja de cuaderno con grafía infantil pegada a la reja. Ingredientes con los que cautivaron al respetable durante las muchas horas de retransmisión.
Con independencia de las ideas políticas y religiosas de la feligresía televisiva, lo cierto es que la mayoría de las cadenas de televisión se ocuparon con desmesura de un asunto privado. Tanto los presentadores de plató como los corresponsales a pie de féretro lucían ropas de duelo, además de modificar sus programaciones todas las cadenas de TV.
Bueno, todas no, Telecinco siguió haciendo lo que suele: en sus diferentes Sálvame agitó la casquería de intimidades de la familia real, de allí y de acá. Ahí estaban retozones Matamoros, Jorge Javier, Esteban, Patiño y demás. ¿Cómo es posible que estos contenidos cosechen todavía audiencias mayoritarias? ¿Son pasto de conservadurismo?
En realidad, la ocurrencia sobre el papanatismo del político Aitor Esteban, no está mal traída. Pues la finada transitó desde su boda hasta la sepultura, poniendo a las cámaras de televisión como testigo. Podría decirse que los destinos de la reina y de la TV analógica transcurrieron simultáneamente. De hecho, se murió la reina y el Reino Unido entra en colapso, como la televisión convencional ante el éxito del streaming y de las redes sociales. ¿Pero todo esto justifica tantas horas de consumo audiovisual?
El problema es que los oropeles del relato televisivo acaban confundiendo a la audiencia, pues no se habla de la persona de carne y hueso sino de personajes idealizados. Es el hábitus que los telespectadores construimos con las historias de la TV. A ello contribuyen los recursos narrativos que maneja, entre otros el tertulianismo televisivo, Tamara, las «mentiras» de Mejide, la canción de Chanel o los documentales emitidos por aquellas fechas sobre Isabel y Felipe: amor y deber, así como las distintas glosas documentales de la figura de Diana de Gales, además del resto de familias regias.
El hábitus del papanatismo oculta la falsedad del dicho, según el cual, la muerte nos iguala a todos. Pues no, no es así. Durante estas semanas estamos comprobando en los respectivos informativos, que no son lo mismo los soldados rusos muertos, por invisibles, que los ucranianos, militares y civiles. A estos y sus ciudades se les victimiza sin regatear imágenes escabrosas.
Pero es que siguen muriendo personas en las costas tratando de entrar en Europa y, más recientemente, un centenar largo de aficionados al fútbol perdieron la vida en un estadio indonesio, por no hablar las iraníes muertas manifestándose contra el régimen. Vidas perdidas que no despiertan demasiado interés entre quienes programan los contenidos televisivos. Lo cual contribuye a normalizar el militarismo subyacente, como la cabra de los legionarios en el desfile militar del 12 de octubre.
Llama la atención igualmente la escasa atención televisiva que le han prestado a personalidades que nos han dejado recientemente como Irene Papas, Jean-Luc Godard, Javier Marías o los televisivos Ángel Casas y Jesús Quintero, el loco de la colina que creó un estilo propio de hacer televisión, como también lo consiguió Raffaella Carrà. En fin, se puede disculpar el «olvido» de Javier Marías, pues con su afilada pluma arremetía sin piedad contra la estulticia de los contenidos televisivos. Pero no es admisible el ninguneo de quienes tanto contribuyeron a experimentar nuevos formatos en televisión.
No es fácil imaginar qué diría Ángel Casas si le preguntaran por la fórmula, recién estrenada por TVE, en la que cantan juntos un veterano y un joven. El maestro de ceremonias de Dúos Increíbles (La 1 de TVE), es Juan y Medio, que da paso a sus invitados visibles y los invisibles en un escenario espectacular. Entre luces y orquesta, interpretan, al alimón, éxitos del pasado, eso sí, la condición es que los invitados se gusten mutuamente.
En Antena 3 son un poco más desenfadados y los artistas acuden a la invitación de un exfutbolista, bajo el título de Joaquín, el novato, para hablar y cantar. En la promoción dicen que ya es el programa líder de audiencia en la ventana del entretenimiento.
Jesús Quintero también ha tenido numerosos imitadores, críticos y hasta detractores. Hace unos meses Jordi Évole, en semipenumbra y con personajes de relumbrón, trató de remedar el estilo del Loco de la Colina. Sin tantas pretensiones, Gonzo, en Salvados (La Sexta), entrevistó a Mario Conde un domingo de octubre. Pese al empeño del periodista, el banquero no soltó prenda, de modo que las preguntas rebotaban sobre la figura fantasmal de este hombre que tantísimo poder acumuló y que ahora descansa en una casona, única confesión aportada en la entrevista. Al periodista le faltó descolocar al invitado con una carcajada o una bocanada de humo, si eso estuviera permitido, como hacía Jesús Quintero.
Sin tantas pretensiones, Plano general (La 2), presentado por Jenaro Castro, entrevista a personajes de actualidad que en ocasiones le dan brillo, como Adolfo Domínguez. Sin embargo, en octubre lo intentó sin éxito con Rivera Ordóñez y es que, donde no hay, no se puede sacar.
Por cierto, la nueva presidenta de RTVE, Elena Sánchez, se asomará a finales de octubre a La 2 con un formato parecido, ya grabado y que titula: Encuentros. ¿Jesús Quintero, desde su colina, le dedicará a estas entrevistas una sonora carcajada o un desconcertante silencio?
A modo de metáfora sobre lo que viene sucediendo en el Ente público RTVE, acaba de estrenar el programa de entretenimiento La gran confusión (La 1), presentado por Javier Sardá. Con poca audiencia y menos gracia, el título remite al mandato fallido y polémico del Sr. Pérez Tornero. Su sucesora, Doña Elena Sánchez ¿seguirá alentando el papanatismo conservador o intentará remontar con calidad las menguadas audiencias del Ente? ¡El tiempo lo dirá!
Escribe Ángel San Martín