Subrogado

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Hacernos vivir y pensar por cuenta ajena

abril-0-dias-de-teleJulia Otero cerró, con un toque de distinción, su primera temporada de Días de televisión (La 1). Según la experimentada periodista, Jean-Paul Sartre dijo que cualquier trivialidad se podía convertir en una gran historia si se sabía contar. Frase que le sirvió para lanzar una pregunta final no exenta de un cierto tono retórico. Se preguntó si ella y su equipo, con las 13 historias contadas, habrían conseguido ilustrar lo que la televisión representó durante las últimas décadas del siglo pasado. Más irónico, desde luego, es el anuncio de la DGT que, en plena operación salida, unos niños nos cantan eso de «vamos a contar mentiras».

Para alcanzar su propósito en el talk show, Julia Otero contaba con la colaboración fija de una influencer, Carolina Iglesias y, al otro lado de la mesa, el académico y promotor de varios proyectos empresariales ligados a las televisiones privadas. Se trata de José Miguel Contreras, Josemi para la presentadora (crítico de TV en el diario El País que produce este programa). Sus comentarios daban el toque culto a los hitos recientes de la televisión, mientras su compañera introducía los más frívolos tomados de la cultura millennial en las redes sociales. Los resúmenes y comentarios en tono desenfadado de una determinada época o fenómeno mediático, los presentaba el periodista Pablo González Batista.

A propósito de la primera o segunda entrega, comenté en esta misma sección que parecía un programa de radio televisado. Oír a la presentadora por las tardes en Onda Cero o por las noches en TVE no había mucha diferencia, ni en el tono y ni en la tipología de invitados a conversar en el plató. Salvo las exclamaciones de la presentadora, todo lo demás fluía en tono bajo. Muchos de los cortes de archivo recordaban a Viaje al centro de la tele (La 1) o a ¿Dónde estabas entonces? (La Sexta), entre otros. Como estos, el de Julia Otero tampoco pudo o supo añadir nuevos argumentos a lo sucedido durante aquellos años. Mirada nostálgica a la que contribuyeron varios de los invitados que no pasaron de simples figurantes.

Si Julia Otero cerraba temporada, esa misma tarde, iniciaba la aventura televisiva Una matemática viene a verte (La 2). Ahora oficia como presentadora Clara Grima, una profesora de esa especialidad. Con humor, montaje ágil y un formato próximo al reportaje, transcurren los escasos 30 minutos que dura cada entrega. Programa que no se debe confundir con el de Órbita laika (La 2), que trata de mostrar con experimentos algunos de los fenómenos que pueblan nuestra vida cotidiana. Es también distinto al de La matemática del espejo (La 2), presentado por el periodista Carlos del Amor y que anuncia nueva temporada. Se acaba de estrenar, además, un espacio de divulgación comprometido con la promoción de las competencias digitales Brigada Tech (La 1) y que se emitirá los viernes. Su financiación recae en los fondos europeos Next Generation.

Frente a este esfuerzo de producción televisiva para educar a las audiencias, nos encontramos contenidos tan desquiciados como poco recomendables. Los informativos de hace unos días, tanto de cadenas públicas como de las privadas, abrieron el espacio con la nieta de Ana Obregón, pero es que un periódico publica en primera página una fotografía en la que aparecen reunidos Yolanda Díaz y Pablo Iglesias (no confundir con Jordi Évole entrevistándola en Salvados, La Sexta). Encuentro que, por supuesto, nunca se había producido y la imagen se había generado íntegramente con inteligencia artificial. Y aquí está el nudo de la cuestión: tecnologías vs. derechos.

Puede que quien haya llegado leyendo hasta aquí, esté tan desconcertado como lo estoy yo o, al contrario, la ambigüedad sea su zona de confort. Mientras RTVE procura cumplir con su compromiso de servicio público, al menos el segundo canal y la plataforma digital, otras productoras nos inundan con contenidos audiovisuales torticeros.

No mencionaré la sobredosis diaria de Sálvame (limón, naranja, luxe, etc.; todo en Tele 5), ni tampoco los magacines matinales de las distintas televisiones. La propia RTVE, particularmente en su primer canal, programa contenidos como el indigesto Master Chef, grabado en el Oceanográfico de Valencia o el musical cazatalentos Cover night (La 1), en el que aparecen personajes y actuaciones estrafalarias. El reality La Voz (Antena 3), ya lo tiene todo inventado.

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Sin tan adversas consecuencias gástricas, TVE-3 le ha dedicado una parodia a la virgen del Rocío, que ya veremos cómo queda en los tribunales de justicia, si finalmente se presenta la demanda anunciada. ¡El agravio identitario está servido! Pero más allá de las sensibilidades religiosas, estaría bien que le dedicaran una pieza semejante, a ser posible desde Canal Sur y en coproducción con TVE-3, al desaguisado de Doñana y el consiguiente blanqueo de la sobreexplotación de acuíferos.  

Hemos de asumir que, principalmente las televisiones públicas, han de complacer a la mayor parte de los gustos de la ciudadanía. Por tanto, se han de ilustrar y a la vez entretener a los distintos segmentos de las audiencias. Para eso hay espacios como el magnífico Imprescindibles que anuncia la figura de Nino Bravo y hace unas semanas la extraordinaria pieza sobre Picasso de la mano de Carlos del Amor.

Mención especial se merece el autohomenaje que la propia RTVE se dedicó para celebrar los 50 años del superviviente Informe semanal, casi siempre tan fiel a las exigencias de la actualidad informativa. Especial presentado por Ana Blanco paseando por los intrincados pasillos del museo Guggenheim de Bilbao.

Llegados a este punto no sé por qué me viene a la cabeza un comentario del controvertido Albert Boadella. Hace unos días, entrevistado en Plano general (La 2), comentó que quienes asistían a una obra de Els Joglars sabían que estaba censurada por el poder. Hoy la gente acude a ver espectáculos, de cualquiera de las disciplinas, incluida la programación de televisión, sin advertir que la autocensura es mucho más efectiva que la de antes.

Para tomar conciencia de tan sutil proceso, tal vez habría que revisitar en su contexto televisual a personajes como Laura Valenzuela, Sánchez Dragó o Carlos Tena. Personajes que no necesitaban del ChatGPT para recrear un texto, una imagen o ridiculizar al orden establecido. ¿Se habrá empeñado la televisión en hacernos vivir en subrogación permanente? Es decir, hacernos vivir y pensar por cuenta ajena.

Escribe Ángel San Martín   

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