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VARIACIONES SOBRE UNA PIEL DE TIGRE(A propósito de "La pantera rosa") Por Mister Arkadin
Con
Desayuno con diamantes la comedia
sofisticada se eleva a una categoría difícilmente superable: “made in”
Edwards. Las anteriores comedias que había rodado más clásicas, o más afines
a la estructura del género de finales de los años cincuenta, no se acercan ni
por asomo a este filme más cercano a algunos requiebros wilderianos (Ariane,
por ejemplo) que a juegos hawksianos. Desayuno
con diamantes muestra y demuestra la elegancia falsa y a la vez atrayente.
Un entrecruce entre lo que se es y lo que se desea, lo que se siente y lo que se
precisa. Holly, esa Hepburn impresionante, es lo que mejor define -y su gato-
una película dominada por los cruces amorosos a varias bandas repletos de duras
o piadosas mentiras. 10,
la mujer perfecta supone la
búsqueda de la obra maestra. El sin sentido de una existencia vacía y en la
que alguien -¡largarto, lagarto!- trata de sentar cabeza dejándose atrapar por
la escasamente sensual (y “falta” de sofisticación) Julie Andrews. Una película
sobre la duda y en la que de forma directa, la vida personal del director (su
autorretrato, la confesión de sus dudas y escasas certezas) se refleja en la
historia que narra. Algo que llegará a su punto culminante posteriormente con títulos
como S.O.B. y más claramente con Así
es la vida. Testamentos esos filmes y varios más personales, reflejos de
sus pensamientos, quizás homenaje a cierto cine europeo, al que rinde, incluso,
homenaje en uno de los variados “remakes” de su obra (Mis
problemas con las mujeres inspirada en El
amante del amor de Truffaut), entre los que se encuentran Operación Pacífico (sobre un antiguo filme con guión de Wilder) o
¿Víctor o Victoria? (sobre una vieja
película alemana ofrecida en principio a Wilder). Un reconocimiento tardío de
un cierto cine por parte del director, entretejido como un engarce, por el
aprecio con que gran parte de su obra es valorado fuera de su propio país. Con
La pantera rosa Edwards desea
homenajear al viejo cine cómico. No está muy seguro de poder hacerlo. Por eso
su película es un disparate mediocre en el que se entrecruzan la comedia
sofisticada con el cine basado en situaciones alocadas. Esa desajustada
mezcolanza le proporcionará buenas ganancias, abriéndose a una serie agotada
en su propio nacimiento (la del despistado -e inaguantable- inspector Clousseau),
y unos dibujos animados inspirados en los estupendos créditos del filme con los
que (derechos de autor incluidos) obtendrá excelentes ganancias. ¿Quién
aprovecha el éxito? ¿De quién es el juego, de Edwards o de los productores?
¿Qué es peor intentar comprar o admitir ser comprado? La realidad es que
Edwards llevará el maldito -y escasamente inspirado- juego de Clousseau hasta más
allá de su propia muerte (la propia del actor que lo recrea, Peter Sellers)
concibiendo dos filmes disparatados: uno hecho de retazos de los anteriores, Tras
la pista de la pantera rosa , y otro dando protagonismo al más que
insoportable Roberto Benigni como continuador -menos mal que la cosa se quedó
en una extravagante experiencia- de la saga (El
hijo de la pantera rosa). ¿Que
hay en La pantera rosa? Una historia
de amor muy de Edwards entre un dandy ladrón y una princesa. ¿Se trata, quizás,
de un juego hitchcockiano con referencias a Atrapa a un ladrón? Puede ser, incluso por sus localizaciones, Pero
esa parte es, sin duda la mejor de la película, entre otras cosas porque David
Niven se come a quien se le pone por delante. La escena de “seducción”,
champagne incluido (como debe ser en cualquier secuencia típica del director),
es lo mejor del filme. Una princesa, una piel de tigre, un falso accidentado y
una chimenea dan para mucho en manos de un Edwards inspirado. Personajes que
juegan al peligroso juego del amor empleando el engaño. Pacíficos seres que
esconden sus zarpas afiladas de tigres al acecho o defendiéndose. Como fondo un
diamante (falso o verdadero) que gira y gira sin que su brillo ciegue
(aparentemente) a nadie. Holly lo hubiera puesto quizás sin duda en uno de sus
“pimpollescos” vestidos, en los bucles que serpentean por su cabeza o en...
un lazo que hubiera colocado a su gato. Los personajes de La pantera rosa lo esconden, o quieren apropiarse de él, para ser
los mejores, los dueños de “aquello” y de “aquellos”. Una salida, en
definitiva, o una idea que mantenga en pie la película, pero que da para poco más.
Los diamantes ni siquiera se reflejan (o se esconden) en los ojos de la
alfombra-tigre sobre la que la princesa juega -¿o realmente lo es?- desde su
inocencia con el caballero seductor. ¿Y que demonios pinta el inspector Clousseau
en esta historia?. La
pantera rosa propone, pues,
dos películas contrapuestas. Una fina, sofisticada, comedia de alto standing,
la otra vulgar (todo lo que se refiere a Clousseau), repleta de chistes
prefabricados, supuestos homenajes a mil y un filmes del género. El juego cómico
está demasiado elaborado. No surge, se precipita, se recrea en el “gag” y
termina siendo burdo o tan sofisticado (sin tener que ver con la propia
sofisticación de Edwards) que su único valor estriba en la sorpresa de su
resultado. Eso sí, el método de rodaje empleado por Edwards no ha cambiado.
Largos, larguísimos planos posibilitan la sorpresa o logran que varias
situaciones se introduzcan en el interior del plano. Un ejemplo claro es la
“alocada” -y forzada- secuencia en la que los distintos personajes
“ligados” a la mujer de Clousseau (un personaje muy propio del director) se
ven obligados a esconderse en cualquier de la habitación. Un plano largo y
sostenido da pie al juego de ver e imaginar al mostrar -y no hacerlo- lo que
ocurre o se sugiere. Un buen sistema, por supuesto, pero que se precipita hacia
lo inesperado, sorpresivo, alocado y de discutible valor: Clousseau tocando el
violín, por ejemplo.
Existen
muchos más ¿homenajes?, incluso al anterior cine del propio realizador. El
cambio de vestido, por ejemplo, de Capucine mientras sube en un ascensor (¡y
sorprendentemente no es reconocida por el “segundo” de Clousseau, siendo la
mujer del comisario!) recuerda demasiado el cambio de ropa de Holly-Hepburn en
el coche (Desayuno con diamantes),
mientras que la botella de champagne que estalla en la cama nos devuelve al mal
gusto refinado de Wilder, o la persecución de coches en la plaza es muy a lo
Quine, mientras que el personaje (sorprendido) que contempla tanto disparate nos
lleva a pensar en Keaton. En el filme aparece esa absurda querencia del director
por el musical en la inevitable canción que alguien canta. Un hecho que quizás
le llevé a recordar que parte de él hay en Mi
hermana Elena, pero que le jugará la mala pasada de Darling
Lili,
sin olvidar la brillantez de ¿Víctor
o Victoria?. ¿Que
queda? Lo dicho, Niven y Cardinale en su escena de seducción, algunas
secuencias con Capucine y el plano final con Clousseau sonriendo mientras se
siente un “afamado” ladrón. Algo que no presupone la tristísima continuación
de la saga. Un personaje secundario del filme, Clousseau, se iba a convertir en una mina de oro para Edwards, y también iba a señalar parte de su decadencia, aunque de vez en cuando asomen esos diamantes dignos de un clásico orfebre, esas escenas de seducción con champagne a la luz de unas velas en una habitación “caldeada” por una chimenea. En el suelo una piel de tigre, un animal que incluso en el mar y pintado de rosa fue más digno y salvaje que esta pálida pantera de un rosa escasamente brillante. Menos mal que obras como La carrera del siglo o El guateque (aunque llenas de homenajes) demostrarían el gran sentido de la comicidad que Edwards llevaba dentro. Y que cosas como las de esta pantera afónica o El gran enredo pondrían en entredicho.
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