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LA SANTÍSIMA FAMILIAPor Mr. Arkadin
Un
cine, el de Coppola, repleto de datos autobiográficos y, como he enunciado,
surcado por los lazos familiares. Relaciones de hermanos o de amigos que forman
toda una estructura jerárquica e imperiosa. Por encima de todo, el pater familias, el “dios”, el ser ante el que hay que hincar la
rodilla y al que hay que respetar incluso en sus estridencias o errores.
Familias no siempre honorables unidas, en múltiples ocasiones, por el crimen,
el odio o la extorsión. No hay nada más claro en sus filmes que la trilogía
de El padrino para entender la
estructura propuesta y mantenida por Coppola. Son las “pelis” suyas donde
mejor se aprecia todo el sentido jerárquico, imponente y de relación vivencial.
Unos mueren para que otros vivan. En el ciclo vital los recién llegados serán
los que posteriormente tomen las riendas sucesorias. Todo queda en la familia (o
en la empresa o en la pandilla). Desde allí se dictaran las normas y los modos.
Durante
los años cincuenta Francis forma parte de una pandilla, “Los Bay Rats”.
Quizás ellos (o con ellos se) vivieron situaciones parecidas a las de Rebeldes
o La ley de la calle. Realmente
seres viviendo de sueños inalcanzables o tratando de no crecer. No, realmente
los personajes de Coppola no desean ser grandes chicos. Lo suyo sería ser
siempre pequeños chicos, eternos Peter Pan: esa misma idea (¿se la habrá
pedido prestada?) domina todo el cine de su discípulo Spielberg. Al menos así
no tendrían que tomar decisiones. Vivirían siempre en el sueño de un futuro
idealizado. Algo que la vida no les da, ni les devuelve. Seres anclados en un
pasado, incapaces de enfrentarse al destino, jugando a ser sin ser. Natalie,
la protagonista de Llueve sobre mi corazón,
huye de la casa familiar. Busca la razón de su existencia. Saber si, en
definitiva, puede asumir su papel de esposa y próxima madre. Algo que también,
desde la misión impuesta, trata de descubrir el capitán Willard, o el propio
Van Helsing. Pero ellos, al fin y al cabo, son la otra cara de la existencia:
aquello que quieren ignorar. Una sucesión de rostros que no son más que uno
mismo. Llevado al máximo, son el otro “yo”. Peggy Sue, como Natalie,
prefiere huir de sus obligaciones, sentirse como alguien “eterno” (al igual
que Drácula) que nadie podrá destruir. Pero él y los otros serán destruidos
por la muerte. Los personajes de Coppola más que dioses son niños que juegan a
mil juegos para creerse poderosos. Tratan de embeberse de otros niños (recuérdese
la muerte de don Vito Corleone ante la presencia del niño) y de sentirse como
ellos, sin darse cuenta que ya han cumplido su sentido vivencial. Sólo les
queda ser aceptados y sustituidos por el otro. Padre
dominador. Familia paciente, cuidada, resignada. Nuevos hijos y nuevos
sucesores. El ciclo de la vida. La imperiosa necesidad de seguir siendo. Seguir
aparentando. Jack es el niño eterno a pesar de tener la figura de un ser mayor.
Coppola, en su cine, se mira a sí mismo y encuentra a su familia, su juventud
perdida, sus ensueños rotos. “Permanece de oro” dice Johnny (Rebeldes)
en su muerte. Palabras que significan permanecer siendo niños, tratar de evitar
lo inevitable: que el viento se lleve todo y a todos, en alusión a Lo
que el viento se llevó. (¿Nuevamente el discípulo Spielberg le habrá
robado esa idea en El imperio del sol?) Que el tiempo pase. Y llegue la vejez y la
inseguridad. Como la de Hackman en La
conversación, el hombre seguro de todo y dándose cuenta, desde su
debilidad, de que todo es mentira, que está condenado a ser humano y a morir.
Como, en definitiva, le ocurre a ese propio falso dios que es Drácula.
Cine
el de Coppola envuelto desde la propia realidad en el halo familiar. En su
triada de padrinos esto será más elocuente. El niño que bautizan al final del
primer padrino es Sofía, la hija de Coppola, que será luego la hija de Michael
en la tercera parte. En la serie también interviene una tía de Coppola y la música
de opera del segundo padrino corresponde a una obra de su abuelo (el padre de
Italia). Incluso la muerte de un hijo de Michael -su angustia- parece ser el
reflejo de la propia angustia del hijo que acaba de perder el propio Coppola. Es
preciso mantener la familia unida. Algo que había conseguido el propio director
a pesar de las nubes que había en el horizonte cuando el rodaje de Apocalypse Now: una posible separación de su mujer ante una de sus
infidelidades. Una tormenta que terminó por desvanecerse. El matrimonio (feliz
o no, ¿acaso importa?) siguió junto. Por encima de las angustias, el dolor, la
culpabilidad (uno se siente perseguido porque es culpable simplemente por haber
nacido) está el seguir “siempre” (como Diane Keaton, esposa a pesar de los
pesares en “la vida y en la muerte” en El
padrino) permaneciendo fiel a lo pactado: sólo así se podrá mantener sin
destruir la (verdadera) “familia”. Aunque sea desde la apariencia. Todo muy
italiano y, católico, como mandan sus ancestros. Un cine que señala toda la angustia de un hombre que ve cómo el tiempo se escapa de las manos, cómo todo lo que quiso va siendo barrido por el viento. No hay vuelta: los errores no pueden ser evitados. Todo es más complejo cada día que pasa. O mejor: uno comprende que la inocencia de la niñez se convierte en la realidad del adulto. Lo mismo que se ha querido evitar. La mirada al espejo de Peggy Sue es todo un símbolo. El espejo refleja el pasado y también la cara real que uno, en el hoy, con sus canas y sus gorduras tiene. Pero al menos. ¡que caramba!, en el triunfo o en el fracaso, se ha alcanzado la experiencia que dan los años vividos. Y, eso, a lo mejor basta. Por eso quizás Coppola deseó hacer Drácula, la historia, entre otras cosas, de “alguien” que nunca fue amigo de los espejos.
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