Sobran las palabras
Philippe Claudel nos sorprendió gratamente con su primera película como director, Hace mucho que te quiero, la cual mostraba un pulso y una intensidad más que apreciable para un director novel. Con esos antecedentes la llegada de su segunda obra constituía, a la vez que un reto, una promesa de buen cine. Y justo por eso acaba siendo una decepción aún mayor.
Parece ser que la película trata de las complejas relaciones entre padres e hijos. Al menos así puede desprenderse de la línea argumentativa central, que nos muestra al protagonista y sus dificultades para comprender el paso a la edad adulta de su hija de quince años. Por otra parte la aparecida hija de Anouk Aimée echa un poco más de dramatismo a esta idea.
Si esa es la intención, la película se califica por sí sola. Una cosa es describir la difícil aceptación del crecimiento de los hijos, y otra muy distinta comportarse como un verdadero imbécil, como hace el protagonista. Menos mal que tiene una hija (de quince años, insisto) con una madurez de sobra para ella y para su padre. No en vano cuelga en su habitación fotos de Kafka y acude con su enamorado a ver películas clásicas en versión original (no sabemos si subtituladas).
Y qué pobreza de medios expresivos. La escena de la psicóloga no puede ser más ridícula, y las de las cancioncillas en el coche producen sonrojo a todos menos a quien las discurrió.
Para equilibrar tanto juvenil desparpajo y obtusidad paterna, irrumpe la que (¡alehop!) pronto será la enamorada del desconcertado padre (que mira por dónde se lleva mal con su marido: ¡qué suerte!), y descubrimos en ella causas pendientes con su madre muerta. Lo de siempre: que la adolescencia las separó, que si habló mucho de mí, que si qué pena, que si patatín, que si patatán… Y el profesor de música atendiendo y reflexionando. Captando el mensaje, vamos.
Hasta el mismo autor parece entrever que con estos mimbres poco cesto puede hacerse, y los completa con un par de subtramas que rellenen el planteamiento central. Se trata de la necesidad de amor del padre viudo, enamorado aún de la difunta mujer (guapísima, cómo no) y sometido a las maquinaciones de su hermano y su hija (buscando novia a papá) para remediar su situación. Y por último esa cuadrilla de amigos que se han comprado una casa a medias y que tienen una perra que se llama Siddhartha. Y el inefable hermano.

Sin desaprovechar todo ello para hacer el ridículo alguna vez más, como la secuencia del acoso en el trabajo por la despistada compañera, la película acaba trascendiendo las anécdotas argumentales y dirigiéndose hacia lo que de verdad importa, el propio ombligo.
Director cuarentañero encantado de ser como es, orgulloso de sus amigos y su posición, pero con cierto toque crítico para que no se diga. Es decir: cómo nos reímos de nosotros mismos y por lo tanto qué majos somos. Y además con esos guiños que seguro que se van a entender muy bien (Berlusconi, of course) que más que guiños son tics, muecas incluso.
El director no es conciente de lo patéticos que son los personajes que está retratando. Intenta presentárnoslos con cariño, con complicidad, con colegueo a pesar de sus debilidades, pero en realidad no son más que una panda de memos que no son conscientes de que lo son, como no lo es Philippe Claudel al mostrarlos. La escenita del examen oral puede ser una buena muestra de la distancia que media entre las intenciones del autor (en el fondo, qué chico tan sensible y comprensivo) y la verdadera dimensión de su personaje (qué cretino).

Y con ello llegamos al tono de comedia con el que se reviste la película. Teórico más que nada, pues en la práctica resulta irreconocible. A veces recuerda al cine mudo (gestos, torpezas…), a veces a la comedia italiana suavizada. Siempre al humor intelectualizado de los progres post-68, y por momentos (la tomadura de pelo a la cartera) a quien no sabe distinguir los límites entre lo gracioso y lo desagradable. En resumen, más que humor pena.
Para concluir felicidad, mucha felicidad. Y cueste lo que cueste. El guión, del propio director, le desautoriza además como escritor. Al menos como escritor cinematográfico.
El comienzo de la película es un homenaje explícito al primer episodio de Caro diario, sustituyendo Roma por Estrasburgo. Pero ahí acaba el paralelismo con la estupenda película de Nani Moretti. A este Silencio de amor (el título original es Todos los soles. Servidumbres de la taquilla, quizá buscando el rastro pecuniario de Moccia y semejantes) le falta la profundidad, la sensibilidad y a la vez la auténtica frescura de Moretti, y le falta sobre todo la sombra de Pasolini, el lugar al que dirigirse para dar coherencia a lo que se cuenta.
Escribe Marcial Moreno
| Título | Silencio de amor |
| Título original | Tous les soleils |
| Director | Philippe Claudel |
| País y año | Francia, 2011 |
| Duración | 106 minutos |
| Guión | Philippe Claudel |
| Fotografía | Denis Lenoir |
| Montaje | Virginie Bruant |
| Distribución | Golem |
| Intérpretes | Stefano Accorsi, Neri Marcorè, Clotilde Courau, Lisa Cipriani |
| Fecha estreno | 22/07/2011 |
| Página web | http://www.golem.es/ |