REC (4)

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Título original: [REC]
País, año: España, 2007
Dirección: Jaume Balagueró y  Paco Plaza
Producción:

Julio Fernández y Castelao Produccions

Guión: Jaume Balagueró, Paco Plaza y Luis Berdejo 
Fotografía: Pablo Rosso
Música: No hay
Montaje: David Gallart
Intérpretes:

Manuela Velasco, Pablo Rosso, Ferrán Terraza, David Vert, Jorge Serrano, Carlos Lasarte  

Duración: 75 minutos
Distribuidora: Filmax
Estreno: 23 noviembre 2007

¿Se puede filmar el miedo?
Escribe Sabín

La propuesta no es nueva, aunque se intenta vender como tal: una grabación auténtica de un cámara de televisión sirve para que los espectadores veamos lo último que ha grabado, una realidad cada vez más salvaje, más cruel, hasta alcanzar el único final posible, la desaparición de todos los protagonistas.

rec1.jpgSi echamos mano de la memoria, en seguida aparece la reciente Monstruoso (curiosamente, rodada después de Rec); un poco antes en el tiempo encontramos El proyecto de la bruja de Blair (quizá la que mejor uso supo hacer de una campaña publicitaria encaminada a convencernos de que todo lo presentado era “real”); aunque no se extiende a toda la película, sí hay un fragmento muy significativo con grabación en vídeo en Funny games, de Michael Haneke (con un inolvidable rebobinado de la cinta que permitía, atentos, cambiar el desenlace de la película porque los protagonistas ya sabían lo que iba a suceder); y, allá por la época del cine porno y el nacimiento del gore, entre los años 70 y 80, se puede encontrar Holocausto caníbal, de Ruggero Deodato (cuya credibilidad era tal que el director fue enviado a juicio por rodar una película snuff; se salvó de la condena con un gesto inolvidable: presentó en mitad del juicio a los protagonistas del filme, naturalmente vivos). Antes incluso, podríamos recordar las imágenes subjetivas de Peeping Tom (El fotógrafo del pánico, 1960), donde el espectador veía en cámara subjetiva los últimos segundos de vida grabados por un asesino psicópata que mataba a sus víctimas con un cuchillo introducido en el trípode de la propia cámara.

Aunque hay más ejemplos, los citados sirven para constatar que la idea en sí misma no es lo más importante de Rec, la última película dirigida al unísono por Jaume Balagueró y Paco Plaza, tras su poco estimulante colaboración en OT-La película, un título a mayor gloria del dichoso programa de televisión Operación Triunfo, que quizá deberíamos revisar ahora, después de haber visto Rec, con la que guarda no pocos puntos de contacto.

Descubrir el horror que habita a nuestro alrededor y hacerlo en forma de reality-show, como parte de cualquier programa cotidiano de cualquier televisión, es una idea lo suficientemente atractiva como para atraer al público (de hecho, los americanos ya están rodando Quarantined, que es un remake hecho por ellos del filme español: veremos con qué parte de la historia se quedan).

Pero no es lo único que ofrecen Balagueró y Plaza.

Basado en un hecho real

rec2.jpgHay quienes piensan que el cine de terror es el que ofrece sangre, vísceras y sustos. Que una película da miedo cuando consigue que des saltos en la butaca. Es una postura, pero creo que es confundir el miedo con los sustos. Un susto es algo momentáneo, inesperado, que te sobresalta.

El miedo es otra cosa.

El miedo es aquello que va calando en ti, que poco a poco te lleva al convencimiento de que algo va a pasar, algo que no te gusta, que intentas rechazar, aunque no puedes apartar la mirada de la pantalla. El miedo no te hace dar saltos… pero no te deja dormir esa noche. El miedo surge cuando la sospecha se va tornando poco a poco en certeza y ya no te suelta. Te atrapa. Te aprieta. Te acelera el pulso. Te dificulta la respiración… aunque sigas repitiéndote una y otra vez: “tranquilo, es sólo una película”.

Frente al susto momentáneo, al que podemos atribuirle el mismo valor que un gag afortunado dentro de una comedia mediocre, el miedo se crea a través de una cuidadosa construcción, de un clima, de ofrecer al espectador los suficientes elementos para que éste se implique en la trama, forme parte de ella… hasta que sea demasiado tarde para escapar.

Es, en definitiva, un problema de credibilidad.

Y eso lo dominan perfectamente Balagueró y Plaza. Invierten casi un tercio del exiguo metraje (apenas setenta minutos de película, además de los créditos) en dar credibilidad al trabajo de la periodista Ángela (excelente en su papel Manuela Velasco) y el cámara Pablo (no menos excelente Pablo Rosso que es el cámara y director de fotografía de la película, y al cual nunca vemos, sólo oímos… con una voz doblada por un actor de doblaje).

Son veinte minutos que nos llevan a preguntarnos qué estamos viendo, por qué esa rutina, esa monotonía, esa falta de interés… quizá sólo para que seamos conscientes de que los reality-shows como el que Pablo y Ángela están rodando, perteneciente a la serie Mientras usted duerme, son precisamente eso: historias mínimas ensalzadas por el poder de la televisión.

Un apunte crítico hacia la televisión, aunque no parece ser el medio lo que más les preocupa a los directores: lo usan, critican sus modos, pero van más allá… mucho más allá.

La comunidad

rec3.jpgLa llegada de los bomberos y el equipo de una televisión local de Barcelona a un inmueble en el que se oyen gritos va a alterar la rutina. Metidos como estamos en el programa de televisión, no nos molesta en absoluto que la cosa empiece a ponerse fea, a fin de cuentas, es lo que prometía la gran campaña publicitaria de la cinta: sustos y emociones fuertes.

La primera fase es un éxito. Con la vida cotidiana en el retén de bomberos, las pruebas de cámara, las equivocaciones de la periodista, los comentarios dirigidos al operador y a nosotros, los directores tienen garantizada nuestra colaboración, a través del guión y de la puesta en escena, ya que en todo momento “vemos” lo mismo que ve el cámara de televisión, o mejor dicho, la cámara de televisión, ya que en ocasiones ésta se pone en marcha por haberla tocado una niña o, sencillamente, queda apoyada en algún lugar grabando… mientras los personajes desfilan delante o alrededor de ella.

Es lo que algunos expertos llaman “suspensión de la incredulidad”.

Y entonces comienza una segunda parte que da miedo… aunque todavía no hablamos del horror en estado puro.

Esta segunda parte habla de una comunidad de vecinos donde las apariencias son, como siempre, una cosa, y la realidad es otra muy distinta: cuando las cosas empiezan a ponerse feas, todos se lanzan contra todos, a criticar, a atacar, a amenazar… Da igual si son viejos, niños o chinos, todos tienen algo que criticar… y algo que esconder.

Es aquí donde la película puede funcionar a nivel simbólico: ese mal que se esconde en los pisos superiores y que poco a poco va dominando el inmueble no es más que el producto de los odios y rencores de los vecinos, de cualquier comunidad de vecinos.

Puestas así las cosas, la primera parte, esa tan cotidiana y aburrida, es imprescindible para entender cómo operan los reality-shows: magnifican cualquier historia, por pequeña que sea, ayudan con la cámara a que los odios ocultos salgan a la luz, a que los miedos y las rencillas campen por la pantalla, a disfrutar de esos quince minutos de gloria… aunque sea a costa de comerse vivo al vecino.

Y eso es exactamente lo que la película nos ofrece a continuación: unos vecinos que, literalmente, se comen vivos los unos a los otros.

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El horror, el horror

La graduación del miedo que han logrado crear Balagueró y Plaza, sobre todo a base de ofrecer credibilidad a todo su planteamiento inicial, tiene su desenlace lógico en una tercera parte cada vez más sangrienta y, sobre todo, claustrofóbica.

Un ingenioso guión construido con pequeñas pinceladas, en especial a la hora de presentar a los personajes (la niña enferma, su gato en el veterinario, la abuela que es cuidada por una colombiana), permite en el desarrollo de la última parte introducir las explicaciones necesarias sin estridencias y sin excesivo diálogo explicativo: el inmueble es acordonado porque hay una epidemia que ha sido detectada a partir de la mascota de la niña, una mascota que muere y, tras resucitar, ataca a los demás animales de la clínica veterinaria.

Con estos pequeños datos basta para entender por qué los vecinos no pueden salir, están atrapados en su propia casa… donde conviven con algunos personajes que ya han sido afectados por ese brote epidémico, y con otros que comenzamos a sospechar que también están en fase de contaminación, no en vano la niña está enferma y ella era la propietaria de la mascota causante de todo.

Estamos entrando en el terreno del miedo.

Las cartas están claras. No pueden salir y hay asesinos entre ellos. A nivel simbólico ya lo habíamos intuido: cualquiera de los vecinos mataría a quien hiciera falta con tal de escapar de allí. A nivel “real” no vamos a tardar en comprobar que eso va a ser así.

Poco a poco, al contagiarse con la saliva, los vecinos que han sido mordidos por otros vecinos se van convirtiendo en zombis. También los bomberos. Y los policías. Y, por supuesto, el cámara… y la periodista.

Nunca dejes de grabar

rec6.jpgY es aquí cuando la opción elegida por Balagueró y Plaza adquiere todo su valor. Si viéramos las imágenes desde fuera, como en cualquier otra película, adoptando un punto de vista externo a los personajes, viendo cómo se comportan y cómo son devorados, la película podría funcionar bien, ser un título interesante; de hecho, Balagueró ha demostrado una gran habilidad a la hora de crear ambientes, como lo demuestran Los sin nombre (1999), Darkness (2002) y Frágiles (2005).

Pero han elegido otra opción: que nosotros seamos parte de la comunidad de vecinos, a través de esa cámara que nos obliga a mirar en todo momento lo que el operador elige. Y, como ya sabemos, la cámara no miente… si acaso, convierte las historias mínimas en algo más grande, más espectacular.

Por tanto, nuestro miedo, como el de cualquier otro protagonista, también va a ser más grande, más real.

A medida que el festival de muertos crece, el espacio del edificio se reduce. Al final, sólo quedan dos personajes, los imprescindibles para continuar la trama, Pablo y Ángela, en ese ático abandonado, donde unos recortes apuntan los orígenes de toda la trama: una niña portuguesa poseída de la que nunca más se supo… hasta que hoy hemos descubierto que es la inquilina de ese ático.

Fieles a su planteamiento, los directores consiguen contarlo todo a través de la cámara subjetiva. Incluso cuando no hay luz y debe activarse la imagen nocturna (una idea que daba miedo en el final de El silencio de los corderos, pero que aquí funciona incluso mejor). Incluso cuando Pablo también muere, víctima de la propia niña poseída, hoy convertida en un zombi esquelético repulsivo… y eso que jamás acabamos de verlo con definición.

Incluso cuando Ángela también cae y es arrastrada hasta la oscuridad.

Sólo queda la cámara. Grabando. Siempre grabando. Y nosotros, únicos supervivientes de la pesadilla, de ese reality-show magnificado por la gran pantalla.

El frágil equilibrio del terror

rec7.jpgPodría argumentarse que la película hace trampas. Que la cámara no siempre está grabando. Y es cierto. Aunque para evitar esos tiempos muertos innecesarios, Balagueró y Plaza utilizan un truco memorable: cuando la cámara se apaga, la pantalla se queda en negro. No vemos nada. Son fieles a su premisa: sólo vemos lo que graba la cámara.

Si no es una obra maestra es porque en dos ocasiones los propios directores olvidan su premisa: primera, en el partido de baloncesto que juega Ángela con los bomberos durante la noche, para combatir el aburrimiento;  segunda, en la preparación de unas inyecciones que administra un vecino al policía y al bombero moribundos. Ambas son escenas «montadas» a base de planos cortos y rápidos, no grabadas «en directo», lo que va en contra del propio planteamiento del filme.

Por contra, para ganar en verosimilitud, ofrece muchos detalles y guiños entre la presentadora y el operador de cámara, pequeños momentos que ahondan en la credibilidad de Rec. Pero hay uno que me parece especialmente afortunado: tras unos segundos apagada, la cámara es encendida por una niña que juega con ella, en el suelo. La imagen permanece desenfocada, la cámara torcida, sólo oímos conversaciones y, finalmente, la confirmación por el operador que señala que la cámara estaba en marcha, grabando, y el objetivo sucio. Un ejemplo perfecto para comprobar el grado de credibilidad en la puesta en escena.

Además, la propia película ha sido grabada con vídeo digital y en escenarios reales de Barcelona, lo que acaba por cerrar el círculo de la “verosimilitud”. Pese a ello, la calidad de las imágenes es notable y, cuando corresponde obtener imágenes deterioradas por los movimientos o por la falta de luz, el espectador obtiene exactamente lo que se espera en esos momentos: las típicas imágenes grabadas con cámara a mano para cualquier reality-show de cualquier televisión.

Con sus fragmentos en negro y con más de un raccord invisible en movimiento, Balagueró y Plaza solventan el principal problema que planteaba su apuesta: quedar encorsetados por los propios movimientos del cámara durante el rodaje real de la ficción que ellos han creado. Han sido lo suficientemente inteligentes para evitar el principal handicap de El proyecto de la bruja de Blair y no quedar atrapados por el propio mecanismo narrativo que ellos han puesto en marcha.

Y, como conclusión, nos ofrecen una película coherente, un mecanismo narrativo perfecto, una experiencia inolvidable.

Eso sí, no se puede ver en casa, con las luces encendidas y charlando. Mejor en el cine. O, como mínimo, de noche, con la luz apagada y en silencio. Si no, se rompe ese frágil equilibrio entre la credibilidad y el artificio, entre el miedo y la risa como válvula de escape.

Si quieren asustarse, busquen en otro lugar. Pero si quieren descubrir lo que es el miedo… prepárense a experimentarlo a fondo.

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