Globalización y buen rollo… pasando por taquilla, eso sí
La película más taquillera de la historia en Francia, la película no hablada en inglés más taquillera de la historia y arrasando allá por donde ha pasado, incluida la taquilla española, donde fue número uno durante la primavera… aunque ha acabado sucumbiendo bajo el imparable ascenso de algún blockbuster veraniego (Los vengadores) y ese auténtico tsunami de la taquilla otoñal que es Lo imposible.
Los datos económicos no siempre son un indicador de la calidad del producto (de hecho, en el caso de Hollywood la ecuación es exactamente la inversa: tanto dinero dispones es igual a las concesiones que tienes que realizar y, por tanto, has de llegar a todos a costa de ofrecer productos fotocopiados de éxitos anteriores; cosas de la cadena alimenticia, supongo), pero su éxito en todas partes debe tener algún secreto.
Pese a que en su momento ignoramos este estreno en los cines españoles —no me pregunten por qué, a veces pasan estas cosas—, recuperamos ahora en DVD esta modesta producción de un dúo francés (Toledano y Nakache) conocido en su país por su cine más o menos gamberro, y en nuestro país… aquí… ¿alguien conocía en nuestro país las pelis de Eric y Oliver antes de este éxito comercial?
Vayamos a la pregunta del millón: ¿por qué su éxito en medio mundo?
En gran medida por su originalidad, es decir, por ofrecer una comedia más o menos divertida, más o menos comprometida, más o menos políticamente incorrecta y más o menos centrada en temas candentes: la integración social, el mundo del arte, la lucha de clases, el consumo de porros y el buen rollito en general entre los protagonistas.
Es decir, una mezcla de humor, amor, crítica social y, al final, todos felices y contentos. Si Disney levantara la cabeza por fin moriría tranquilo: su cuento de hadas se ha hecho realidad.
Muchos temas, muchas ideas, un paseo en silla de ruedas por aquí, una vuelta en parapente por allá, policías que no es que sean tontos es que confían en las personas, y ex presidiarios senegaleses que no pretenden trabajar para ricachones tetrapléjicos podridos de dinero porque saben que no pueden… pero precisamente por eso logran ser su cuidador diario.
Vamos, real como la vida misma.
Y el caso es que la historia es real.
De hecho en los títulos de crédito finales aparecen las auténticas imágenes del ex delincuente Driss y el tetrapléjico Philippe observando el cielo, la libertad de volar, esa vieja aspiración del ser humano a la que estos dos personajes en principio antagónicos de enfrentan de manera opuesta, aunque sólo sea para coincidir al dar la vuelta a la manzana.
Estas imágenes suponemos que son del documental que en su día vieron Toledano y Nakache, Eric y Olivier, y les hizo replantearse la historia en clave de tragicomedia con su puntito de ironía, sus gotitas de crítica social y sus generosas dosis de buen rollo… en definitiva, los elementos básicos para triunfar en medio mundo.
Lo mismo que hacen los megagenios de las blockbusters veraniegas allá en Hollywood, lo que pasa es que allí luego todo pasa por el filtro de los efectos especiales de última generación, las 3D y los geniecillos de las premieres, que siempre aconsejan suprimir las ideas ingeniosas y los gestos políticamente incorrectos —del vocabulario ni hablamos: todo el mundo sabe que en el cine oficial de Hollywood puedes matar a los que quieras en pantalla, pero no se pueden decir tacos y ni pensar en enseñar una teta—, cosa que hacen sin rechistar los productores y directores a sueldo, rebajando y rebajando las diferencias hasta… hasta que todas las megaproducciones veraniegas de cada año son absolutamente iguales unas a otras.
En definitiva, Toledano y Nakache consiguen lo mismo que Hollywood —o sea, productos ligeros para contentar a todos— pero sin efectos especiales ni 3D, que por algo no hay tanto dinero en Europa. Se trata, en definitiva, de acomodar el producto al gusto medio, a la inmensa mayoría, sin ofender a nadie, dando cabida a todos en este cóctel funcional de la globalización en silla de ruedas: blancos, negros, delincuentes, artistas, jóvenes, adultos… incluso las lesbianas tienen su cuota de pantalla en este amable ejercicio de buen rollo.
Realismo (casi) mágico
Philippe, un aristócrata burgués francés podrido de dinero pero tetrapléjico tras un accidente en parapente (interpretado con elegancia y sin sobreactuaciones por François Cluzet) busca alguien que le haga la cama, le lave, le limpie la caquita y le haga compañía día sí y noche también.
Su elección recae en Driss (Omar Sy, también correcto en su trabajo), un senegalés que acaba de pasar seis meses en la cárcel por algún trabajito no del todo bien acabado, que vive hacinado con una tía que cuida de medio barrio en un cuchitril llamado apartamento.
Hacer de niñera un mes es el imposible punto de partida inicial, que nace casi como un desafío, como una apuesta para demostrar que un negrata perezoso difícilmente va a aceptar trabajar duro —o sencillamente trabajar— para intentar reintegrarse en la sociedad. Lógicamente el enfrentamiento entre ambos personajes es un duelo de (in)genios desde el inicio… aunque ciertos detalles ya apuntan a que la cosa va a mejorar.
De hecho, la película no sigue un orden cronológico, quizá porque el proceso de asentamiento de las relaciones tarda cierto tiempo en llegar y hoy en día el público se impacienta cuando la película dura más que el tráiler, de ahí que haya que empezar por un punto álgido. Y Eric y Olivier eligen comenzar con una carrera suicida junto al Sena, con la poli siguiéndoles los talones al tetrapléjico y su chófer negro. Un comienzo que ya nos avisa que todo va a ir bien, así que tranquilos. Al final la policía hasta les abre el paso y todo en su loca carrera. Buen rollito, chicos.
El robo de un Huevo de Fabergé (ya sabéis, esas joyas que se regalaban a los zares rusos y que hoy tienen un valor incalculable) es el gran dilema, la gran prueba para saber si estos mozos acabarán juntos o no. Es el último regalo de la mujer ya fallecida del tetrapléjico, luego tiene mucho más valor que lo estrictamente económico (y eso que éste era incalculable), por lo que la situación se tensa entre ellos… pero no pasa nada. Ya veremos cómo lo recuperamos, aunque seguramente la tía de Driss ya lo haya vendido en el mercado negro o en el mercadillo de la esquina. Y se soluciona, vaya que sí. El guión no es capaz de explicar cómo, pero da igual. Buen rollito.
Y con esa mentalidad presidiendo la función, la película se desarrolla por la atracción de los opuestos, con el juego continuo de enfrentar antónimos para encontrar un punto de equilibrio, un apaño emocional. El paraíso del buen rollito entre todos.
Así, podemos comprobar cómo la música de Earth, Wind and Fire puede compaginarse con los clásicos más respetables, hasta el punto de conseguir que una aburrida fiesta de cumpleaños salpicada de todos los clásicos de una recopilación básica acabe convertida en un alegre party con rígidas abuelitas y presuntas momias bailando al ritmo de reggaetton o cualquier música del megamix del momento.
También podemos comprobar cómo el dinero no lo puede todo, aunque ayuda a hacer una sesión de parapente porque los pobrecitos inmigrantes senegaleses también tienen derecho a ver el mundo desde otro punto de vista. Aunque sea un negro pelín chulito con sus dotes de seducción… que sólo fracasan cuando le lanza los tejos a una masajista vocacional y lesbiana. Aunque nunca haya mal rollo entre ellos. Faltaría más.
Como vocacional es también el cuidado que Driss tiene por uno de sus hermanos —o hermanastros, o sobrinos—, ese que ya anda metido en los trapicheos con drogas y es detenido y puesto en libertad en un momento de la función, seguramente porque no tiene la edad para ir a la cárcel y eso es lo que buscan en el joven Adrama esos traficantes de tres al cuarto que siempre lo recogen del cole para ir “a trabajar”. Una vocación de salvavidas nacida, suponemos, del recuerdo de su propia vida, por lo que Driss acude raudo y veloz a cantarle las cuarenta a los oscuros mercaderes de droga. Y estos ni le parten las piernas ni lo empalan en un callejón oscuro. Aceptan la bronca del ex convicto de buen corazón y se largan. Buen rollete también entre mafiosos.
Como también acude raudo y veloz a ponerle los puntos sobre íes al noviete de la hija de Philippe, una insoportable quinceañera pija que ha sido abandonada por un compañero de clase, aunque la intervención de Driss permitirá arreglarlo todo con buen rollito —y una seria amenaza de cortarle las pelotas—. Así que el noviete, arrepentido y acojonado, acudirá cada mañana a llevarle croissants y lo que haga falta a la pija, porque así no se trata a una dama.
Y, en fin, al final Driss, ese ángel de la guarda salvador —que sea un ángel negro es lo de menos, cosas de la globalización— logrará que Philippe por fin conozca a Eléonore, esa moza con la que lleva años carteándose a base de poesías, pero jamás se ha atrevido a decirle que es tetrapléjico y mucho menos se ha decidido a quedar con ella… aunque sólo sea para tomar café y comprobar qué aspecto tiene. En un final apoteósico, Driss conseguirá que ambos queden a tomar café frente al mar… ¡y Philippe descubrirá que Eléonore es joven y guapa y todo! Real como la vida misma.
Todo ello acompañado con peleas con bolas de nieve —aquí Philippe tiene las de perder—, carreras con sillas de ruedas, alguna chulería con los vecinos que aparcan en los sitios reservados para minusválidos, masajes en todas las partes del cuerpo —en el caso del tetrapléjico con especial incidencia en las orejas: su punto G—, coches, porros y… en fin, todo basado en el buen rollito para integrar debidamente a los inmigrantes que llegan a París: sobre todo la segunda —o enésima— oportunidad tiene sentido justo cuando uno acaba de salir de la cárcel. En ese preciso momento es cuando un senegalés chulo, maleducado y poco acostumbrado a dar el callo se convierte, a ojos de un burgués tetrapléjico, en la reencarnación de Gandhi, o algo así. Es la hora del buenrrollismo total.
Algo que se consigue si además de las canciones de Earth, Wind and Fire en la banda sonora escuchamos el piano de Ludovido Einaudi, un músico de moda en el cine europeo precisamente por unas melodías sencillas, bellísimas, que calan rápidamente en el espectador, casi siempre con el piano como instrumento solista. Es, para entendernos, el Joe Hisaishi del cine europeo.
Y es que ya lo habíamos dicho, Eric Toledano y Oliver Nakache tienen fama de ser algo gamberretes en su país y lo que nos ofrecen es en el fondo una inmensa tomadura de pelo. Es como los Transformers, pero sin robots —aunque Philippe tenga algo de ello— y sin chicos guapos que salvan al mundo de todos sus males —aunque Driss sea más bueno que Mary Poppins y, además, hasta vuela y todo: en parapente, eso sí—. Cada cual utiliza sus armas y sus presupuestos, y estos ingeniosos franceses saben cómo exprimir el modelo de cine que se debe subvencionar en esta Europa de la globalización, de la integración… y del escaso fondo monetario internacional para invertir en el cine.
Así que mucho ingenio y buen rollo, los ingredientes básicos para que acudan todos al cine… pagando entrada eso sí.
¿Estamos entonces ante una película lamentable?
En absoluto. Es una obra filmada con encanto, con gags acertados, con un tono general que no toma por imbécil al espectador —ahí le gana la batalla a Transformers y el resto de blockbusters hollywoodienses—, que se ve con una sonrisa y que nos puede llevar a pensar que vivimos en el mejor de los mundos posibles.
Aunque sabemos que no es cierto.
Son cosas del cine. Por más que la historia esté basada en un hecho real: aquí no hablamos de la realidad, sino de la película. Y por momentos resulta increíble. Mejor dicho, irreal.
De hecho, ya deberíamos haber caído en ello. La propia película, como obra de arte, aparece reflejada en una de las subtramas de Intocable. O mejor dicho, en dos. Cosas de Toledano y Nakache.
Por un lado, tras observar las cantidades que se pagan por cualquier obra de arte moderno, Driss decide pintar con unos simples botes de pintura… y ya se encarga Philippe de venderlo como un gran artista revelación, además saca una pasta por su primera obra. ¿Crítica a la crítica? ¿Ataque al mundo del arte? ¿Un simple chiste?
Por otro, la escena en que asisten a la ópera resulta no menos significativa. Subidos en un palco VIP, Philippe atiende al protagonista cantando disfrazado de árbol, mientras Driss no puede contener las risas. ¡Un árbol cantando! Nuevamente las mismas dudas: ¿crítica, ataque, sencillamente un gag?
La respuesta quizá esté en la resolución dramática de ambas escenas: Driss comienza a ganar dinero por su manchas de pintura sobre un lienzo y los vecinos de palco no los echan a patadas —ya se sabe, hay que mantener la compostura—, cosa que tampoco hacen los responsables del teatro. Buen rollo en todas partes. Esto es la Europa del siglo XXI. El paraíso en la Tierra.
¿Crítica? ¿Ataque? ¿Apología de un mundo que hasta hoy sólo existía en Disneyland París? Probablemente, sea más sencillo: una película pensada para la taquilla.
Y que funciona como un reloj. Pero sólo en un primer visionado.
Escribe Mr. Kaplan
Título | Intocabl |
Título original | Intouchables |
Directores | Eric Toledano y Olivier Nakache |
País y año | Francia, 2011 |
Duración | 115 minutos |
Guión | Eric Toledano y Olivier Nakache |
Fotografía | Mathieu Vadepied |
Música | Ludovico Einaudi |
Distribución | A Contracorriente Films |
Intérpretes | François Cluzet (Philippe), Omar Sy (Driss), Audrey Fleurot (Magalie), Anne Le Ny (Yvonne), Clotilde Mollet (Marcelle), Alba Gaïa Bellugi (Elisa), Cyril Mendy (Adama), Christian Ameri (Albert) |
Fecha estreno | 09/03/2012 |
Página web | http://www.toledano-nakache.com/ |