El vampiro desubicado
El personaje de Drácula, creado por el escritor irlandés Bram Stoker, en su particular revisión del mito, se ha convertido en el referente universal del vampiro, inspirador de modelos posteriores y fuente inagotable de adaptaciones de todo tipo —literarias, fílmicas, teatrales, gráficas…— desde la aparición de la novela en 1897.
Desde entonces, estudiosos e interesados en el tema no han dejado de investigar sobre la identidad del personaje real en el cual pudo haberse inspirado el escritor para concebir a su diabólica criatura.
Aún en la actualidad existen discrepancias al respecto, aunque la mayoría coincide en afirmar que se trata de Vlad III Draculea, príncipe de Valaquia a mediados del siglo XV.
Muchas han sido las versiones cinematográficas desde la antológica Nosferatu (1922) de Murnau que han revisitado la figura del célebre vampiro con desigual calidad y fortuna. Entre las memorables figuran precisamente dos películas (en realidad tres) de la Universal, cada una de ellas con una visión diferente, aunque ambas inspiradas en la versión teatral de Deane y Balderston sobre la novela de Stoker: Drácula (1931) de Tod Browning, interpretada por Bela Lugosi (y su homónima en castellano, dirigida por George Melford e interpretada por Carlos Villarías, rodada en paralelo) y Drácula (1979) de John Badham con Frank Langella interpretando al no-muerto.
Treinta y cinco años después de esta última, la productora se desmarca de anteriores enfoques y ha decidido resucitar al personaje trascendiendo al monstruo para retrotraerse a sus orígenes humanos en Drácula untold/Drácula: La leyenda jamás contada dirigida por el irlandés Gary Shore (reconocido publicista que estudió Cine en Irlanda y Bellas Artes en Londres) debutante en las lides cinematográficas. Una película de carácter épico-fantástico sin pretensiones historicistas que busca indagar en los orígenes del mito a través del personaje real de una forma mucho más complaciente que rigurosa, visual que intelectual y espectacular que emocional.
Entre la historia y la leyenda
Vlad III Draculea (1431-1476) fue un personaje histórico, hijo de Vlad II Dracul que gobernó Valaquia (región perteneciente a la actual Rumania) entre 1456 y 1462. En su país es considerado un héroe nacional, un patriota al que la literatura ha dado a conocer internacionalmente convirtiéndole en un mito.
Apodado “Tepes” (el Empalador), porque hizo de este método de tortura el distintivo de su mandato, fue un príncipe cruel y sanguinario con sus enemigos, tanto con los súbditos disidentes como con los invasores extranjeros, sin distinción de religión, clase social, género o edad. La película no ignora esta faceta como guerrero brutal y despiadado del personaje, pero la justifica culpando a los turcos de ella.
Cuando tenía trece años fue entregado como rehén, junto a su hermanastro Radu, por su padre al sultán Murad II como garantía de sumisión política. Durante esta etapa traumática de su niñez se forjó la implacable personalidad que luego desarrollaría de adulto.
Durante los años de su cautiverio fue educado como correspondía a su rango e instruido (junto al heredero otomano Mehmed II al que más tarde se enfrentaría) en el arte de la guerra y de la tortura con una ferocidad inhumana que luego exhibiría sin remordimiento, dentro y fuera del campo de batalla.
Cuando llegó al trono en 1456 vengó la muerte de su padre y hermano mayor, asesinados varios años atrás por los boyardos de su país, implantó un régimen de terror para resolver los conflictos internos y desafió a los turcos defendiendo su territorio.
Odiado y temido por todos, fue un guerrero valiente y un gran estratega que derrotó varias veces al todopoderoso ejército otomano. En 1462 el sultán conspiró, con la complicidad de la nobleza y de su propio hermano Radu el Hermoso, para destronar a Vlad, y conseguir que fuera encarcelado por el rey de Hungría, Matias Corvino, por traición.
Liberado en 1474, volvió a la carga y recuperó el trono pero murió, en extrañas circunstancias, combatiendo contra los turcos en 1476. Su cadáver nunca ha sido hallado. Durante años se creyó que su cuerpo estaba enterrado en el monasterio de Snagov pero la tumba, aunque con su nombre, estaba vacía. Actualmente se desconoce su paradero (1).
Vlad se casó dos veces. Su primera mujer se arrojo al río Arges para no ser hecha prisionera cuando la fortaleza de Poenari fue atacada por los turcos. El hijo de ambos, Minhea el Malo, gobernó Valaquia a principios del siglo XVI. Se casó por segunda vez con una mujer húngara que era pariente del rey Matias Corvino, y con ella engendró muchos hijos (2).
Parte de su vida puede ser pura leyenda pero lo que parece comprobado es que nunca poseyó propiedades vampíricas.
El personaje en la novela de Stoker
En la novela no se cita nunca al príncipe Vlad III por su nombre, Stoker tampoco confirmó que su personaje estuviera basado en el célebre voivoda rumano, y sus notas previas, aunque le citan parecen no ser concluyentes al respecto, por eso, algunos investigadores lo cuestionan (3), pero las referencias que aparecen en la novela, en dos pasajes concretos, inducen a pensar que se trata efectivamente de él.
El primero en el capítulo 3, cuando el propio conde relata orgulloso a Jonathan Harker la importancia de su estirpe en la historia de su país: “¿No fue uno de los míos el que atravesó el Danubio para batir al turco en su propio suelo? ¡Sí, fue un Drácula!” (el aristócrata se está refiriendo a él mismo, a Vlad III, que según consta cruzó el Danubio en 1462 para combatir a las tropas de Mehmed II en su territorio y le derrotó).
Y continua: “¡Maldito sea el hermano indigno que vendió acto seguido el pueblo a los turcos haciendo pesar sobre él mismo la vergüenza de la esclavitud!” (se está refiriendo a su hermano Radu III que le traicionó y le sucedió en el trono con un gobierno pro-turco). “¡Fue este mismo Drácula (vuelve a referirse a él mismo, Vlad) el que legó su ardor patriótico a uno de sus descendientes que, más tarde, cruzó de nuevo el río con sus tropas para invadir Turquía! Y que, tras haber tenido que replegarse, volvió varias veces a la carga solo, dejando detrás el campo de batalla, donde yacían sus soldados, sabedor de que al fin solo él triunfaría…” (aquí mezcla Stoker pasajes de la vida de Vlad, que volvió a combatir a los turcos en 1476, con la de otros de sus descendientes, que también lo hicieron posteriormente) (4).
El segundo, en el capítulo 18 cuando el profesor Van Helsing corrobora las palabras anteriores (5). El resto de veces que se alude al personaje en vida es para atribuirle ciertas cualidades y capacidades que pueden estar inspiradas en él o en otra persona, también real, pero mucho más próxima al escritor.
La película
Basándose en las referencias literarias citadas, en ciertos acontecimientos histórico-legendarios sobre la vida y obra del Empalador, y en aspectos menos conocidos de la mitología vampírica se ha construido un relato fantástico, trágico-heroico, con mucha acción y poco terror, sobre las circunstancias previas a la conversión del hombre en monstruo.
Sinopsis
Vlad Draculea III, hijo del príncipe de Transilvania, es entregado de niño como tributo a los turcos, que le adiestran como un sanguinario guerrero a su servicio, conocido como el Empalador. Después de combatir junto a ellos regresa a su país arrepentido de sus atroces crímenes pasados e instaura un gobierno de paz y prosperidad que termina cuando el sultán turco Mehmed II, junto al que había sido educado en su época de cautiverio, requiere a su hijo Ingeras y a mil niños más como tributo para formar un ejército de jenízaros.
Dispuesto a ceder para evitar el conflicto acude al encuentro para entregarlo, pero ante las súplicas de su esposa Mirena y el desdén del enemigo se rebela. Conocedor de su escaso potencial bélico para enfrentarse al ejército turco, hace un pacto de sangre con un vampiro, súbdito del diablo, para poder derrotarlo. A cambio de ciertos poderes sobrenaturales ese compromiso terminará por encadenarle eternamente a la oscuridad.
La esencia perdida
Si Stoker nunca reveló en su novela los orígenes humanos de su criatura, más allá de esos breves apuntes a los que nos hemos referido, y si tampoco desveló la causa de su naturaleza vampírica, limitándose a citar someramente sus tratos con el Diablo en Scholomance (6), fue seguramente para no desvirtuar la esencia intrínsecamente malvada del personaje con justificaciones prosaicas. Prefirió dejar a la imaginación del lector ese misterio. El mal existe y no es necesario buscarle siempre una explicación satisfactoria, dirán los adictos al género, que se habrán sentido profundamente decepcionados por esta versión.
Por otra parte, Stoker es bastante discreto a la hora de valorar negativamente la etapa humana de su personaje. En sus referencias le atribuye una gran personalidad (guerrero, estadista, alquimista), cualidades superiores (inteligencia, astucia, valor, tenacidad…), cultura inusitada y un corazón duro (“que no conocía el temor ni el remordimiento”) e incluso cuando se refiere a sus relaciones con Satanás lo hace siempre basándose en los comentarios supersticiosos de sus paisanos.
En ningún momento se hace referencia en la película a la etapa de Vlad como gobernante despiadado y temido por sus súbditos (no así por sus enemigos) que le atribuye la Historia, aunque para algunos investigadores su crueldad no era superior a la de muchos otros príncipes medievales a los que, sin embargo, la leyenda romántica ha tratado mejor (7).
Intentando enmendar esta visión negativa del personaje y aprovechando que Stoker en su etapa humana tampoco se ensaña con él, se ha construido un héroe mítico de leyenda, casi un semidios como Hércules o Aquiles. Un guerrero vengativo (porque la venganza siempre se les consiente a los héroes) y patriota, pero sobre todo un hombre romántico y familiar que aunque con una mácula brutal en su expediente, su capacidad de arrepentimiento y espíritu de sacrificio son suficiente excusa para revertir su posición, e incluso retorcerla hasta convertirlo en víctima/mártir.
Para la Inglaterra victoriana de Stoker, la amenaza, el miedo, el “otro”, procedía del oriente europeo. Estos territorios eran para el imperio británico un lugar inhóspito y salvaje, foco de superstición y retraso. En ese contexto radica el escritor a su criatura. Hoy, más de cien años después, estos países han sido absorbidos y forman parte de la UE, de la civilización. Ahora la amenaza hay que desplazarla más a oriente aún y los turcos, cuya sombra siempre ha sido alargada, son un pretexto perfecto para convertirse en ese “otro” desestabilizador.
Tanto es así que este Vlad-Drácula ha pasado de representar el peligro, el mal, a ser absorbido por el sistema e integrado en él reconvertido en “protector de los inocentes” (como se autodefine), o lo que es lo mismo en una especie de “salvador”, con todas las descaradas connotaciones mesiánicas que el término conlleva. Porque no pasa desapercibida cierta identificación con la figura de Cristo: uno quiere él solo salvar al mundo, el otro vencer solo al ejército turco, aquel se sacrifica y muere por su pueblo, éste hace lo propio por el suyo y ambos son incomprendidos por ello; los dos son desafiados y tentados por el demonio (en el caluroso desierto o en la fría montaña) y ambos resucitan, cada uno a su manera, para vivir eternamente.
En la película, las cualidades humanas del personaje están idealizadas, y sus poderes sobrenaturales magnificados, como corresponde a la categoría heroica que se le quiere otorgar. La intención ha sido construir una imagen más romántica, sensible y vulnerable del hombre (padre amantísimo, fiel esposo, gobernante sensato) y menos perversa del vampiro, que aún después de convertido sigue teniendo conciencia, recordando a la esposa muerta y protegiendo a su hijo.
El pretexto argumental para justificar este cambio de enfoque, alejado de la leyenda cruel, sangrienta y maldita que precede al personaje, está en el punto de vista adoptado para contar la historia, que es el de su propio hijo, el cual no ve a su padre con rigor histórico objetivo sino bajo la perspectiva del amor mutuo que se profesan.
Por eso, el tema central de esta pueril visión no es el amor romántico, ni la venganza, ni la eterna lucha entre el bien y el mal… es el amor paterno-filial, un vínculo emocional poderoso y universal capaz de empatizar con públicos diversos y de cualquier latitud.
El niño es el único que nunca juzga a su progenitor, admira su sacrificio aunque no le comprenda, permanece a su lado cuando es estigmatizado por todos (pueblo, ejército y clero) e incluso no quiere separarse de él cuando sabe que es un monstruo. Para el hijo, su padre es un héroe: guapo, fuerte, valiente… sin contradicciones ni sentimiento de culpa, nada sensual ni repelente. Y bajo esa mirada idealizada es con la que nos obliga a mirarle a nosotros.
Lo simbólico
Cada nueva versión cinematográfica sobre Drácula y sus adláteres busca aportar algo nuevo a la iconografía del vampiro que lo diferencie de tratamientos anteriores. En este caso, la transformación del vampiro en una bandada de murciélagos es el hallazgo significativo de esta entrega. En la película puede apreciarse esta metamorfosis directa e inversa en varias escenas. Pero donde se ha utilizado como recurso visual de gran belleza plástica es en los carteles anunciadores de la película. Un acierto estético que un buen publicista (como Shore) conoce y que se ha utilizado como función de reclamo.
Este tratamiento visual y estético pretende, según los responsables, transmitir la idea de por qué el personaje tiene poderes, de donde proceden y mostrar como los utiliza para combatir al ejército enemigo.
El murciélago es el animal más identificativo del vampiro, ya antes de que Stoker lo utilizara como su trasunto más característico, y el cine ha explotado esta identidad de diferentes formas, que han ido ganando en verosimilitud a medida que avanzaba la tecnología (de las marionetas colgando de Nosferatu a los sofisticados efectos digitales actuales).
Tres de los afiches de la película utilizan esta transformación animal congelada en tres estadios concretos, en progresión inversamente proporcional a la pérdida de humanidad del personaje, que evoluciona de héroe maldito byroniano a transformer vampírico pasando por la fase intermedia de guerrero-monstruo.
La composición más poética, de inspiración romántica, en blanco y negro y fríos grises matizados de rojo, muestra a un Drácula amenazante, de pie sobre un risco, en la parte superior del encuadre, dominando un paisaje melancólico, con su castillo envuelto en bruma, entre escarpadas montañas.
Su imagen solitaria y poderosa de ser omnipotente, entre guerrero medieval y ángel exterminador, recortada sobre un cielo encapotado, remite a la figura del arcángel San Miguel, representado casi siempre en la iconografía cristiana venciendo al dragón/demonio. Un interesante parentesco que convierte aquí al personaje en encarnación reversible de sí mismo.
Entre sus atributos: la espada/cruz, significativa por sus connotaciones psicoanalíticas y religiosas, la armadura con el dragón y, sobre todo, la capa negra con vida propia hecha jirones de murciélagos como poderosa metonimia visual de su metamorfosis, un uso retórico que ya se había utilizado, de forma muy significativa, en la escena final de la versión de Badham.
La capa es una prolongación del cuerpo del vampiro, forma parte de él, como las alas del cuerpo del murciélago (o de un dragón). Esta identificación ya estaba en la novela original (8) y así se ha interpretado en las distintas versiones (en algunas no lleva). El uso hiperbólico que se hace de ella en los carteles, refuerza, aún más, la dualidad hombre/bestia del personaje, como se aprecia en otro afiche, donde aparece desplegada tras el cuerpo del vampiro-guerrero como las alas gigantescas de un “dragón” que se descomponen en una bandada de quirópteros mortíferos.
Existe un tercer cartel en el que Drácula aparece representado como un superhéroe robotizado, una especie de transformer antropomorfo descomponiéndose en una bandada de murciélagos informe, una imagen de monstruo-máquina-de-matar que ha perdido, totalmente, cualquier reminiscencia poética.
La otra figura simbólicamente interesante de la película es el dragón.
El vampiro ha sido desubicado en el eterno enfrentamiento entre el bien y el mal en el cual parecía estar claramente posicionado. Frases grandilocuentes como esa que aboga por la necesidad de monstruos en vez de héroes comprometen su situación. Un mensaje sospechosamente tóxico que justifica que para hacer el bien (salvar a su hijo y a su pueblo) hay que practicar el mal (pactar con el diablo). Una reversibilidad inquietante que él como representante del Dragón se puede permitir.
Este animal fabuloso era el emblema de la Orden del Dragón (sociedad militar de caballería, fundada en 1408 por Segismundo de Hungría) cuya función era defender a la cristiandad de los infieles. Drácula (hijo del dragón/demonio) hereda de su padre esta distinción y bajo su efigie (impresa en el peto de su armadura y en un anillo de plata) combate a los enemigos de la cruz, la misma que luego le quemará la piel.
Por otra parte, el dragón en el Apocalipsis se identifica con el ángel caído, Satanás, enfrentado al arcángel Miguel que lo derrotó y lo arrojó a la tierra. Sea como fuere este Drácula-Dragón, posicionado como devorador y protector a la vez, caballero/arcángel y demonio, representa a ambos y como ambos ejerce combatiendo al “otro”, sin perder nunca su identidad de héroe.
Lo cinematográfico
La narración tiene una estructura convencional de cuento de hadas, el típico patrón narrativo universal del “viaje del héroe” donde todos los personajes son arquetipos funcionales sin profundidad psicológica (el héroe, el villano, el maestro-mentor, la amada…) y la peripecia argumental responde al esquema clásico en tres fases-actos (Campbell-Vogler) con la venganza, el sacrificio y el ardor patrio y paternal como justificación de la odisea.
Incluye prólogo y epílogo narrados por el hijo del protagonista en un flash-back lineal cronológico. Un cierre en falso porque la historia, como no podía ser de otra manera tratándose de un vampiro, continua con un nuevo comienzo, totalmente contemporáneo, que deja la puerta abierta a una posible secuela.
El argumento aprovecha algunos episodios de la vida del personaje histórico junto a ciertas referencias que se hacen en la novela sobre él (sus batallas contra los turcos, el trato con el diablo en las montañas…) además de, según el director, aspectos menos conocidos de la mitología vampírica (no sabemos si se refiere a ese estado de suspensión vampírica durante tres días en que se pueden probar los poderes oscuros sin perder la humanidad) para construir un guión, firmado por Matt Sazama y Burk Sharpless, ingenuo y superficial con diálogos insulsos y frases tópicas y moralistas, sin alma, sin vigor, escasa imaginación y algo machista.
No solo porque la mujer sea tratada como un bello adorno (aunque a veces opine y haga reproches), sino porque es ella la que precipita al hombre al abismo (como hizo Eva) alentándole a traspasar el umbral (beber su sangre) a sabiendas de que así lo condenará eternamente al infierno (por muy encubierta de amor eterno que esté la propuesta).
Lo mejor son algunos escenarios naturales (la película fue rodada en Roe Valley Country Park y otras zonas del norte de Irlanda) que dan aire a una producción asfixiada por la artificiosidad general, la discreción interpretativa (Luke Evans/Vlad-Drácula luce palmito y un rostro ajado expresivo per se; Charles Dance/mentor-vampiro es el que más se esfuerza, su papel es el mejor; el resto cumple), la teatralidad de los decorados, la recreación de paisajes y la proliferación de efectos visuales de todo tipo. A lo que hay que añadir una planificación convencional, de ritmo ligero con giros efectistas y poca sensibilidad.
La misma que le falta al tratamiento estético, con un prólogo penoso que intenta remedar en algún plano al de Coppola, ambientación medievalista de serie de moda y carente de la atmósfera tenebrosa real (no falsa) y la tensión emocional que requería la dramática bajada a los infiernos del personaje, despojado de la personalidad arrolladora de su referente.
La fuerza expresiva de esta versión se ha depositado en lo accesorio: la imagen del héroe (guapo, fornido, magnético…), la parafernalia visual efectista y la contundencia de una banda sonora (atronadora en las escenas de lucha) demasiado estridente y sin identidad propia que pretende suplir carencias narrativas, dramáticas y estéticas.
El vampiro como metáfora no tiene precio (de la enfermedad, de la diferencia, de lo desconocido, de la corrupción…) y últimamente se ha convertido en una figura tan versátil que incluso una precuela como ésta tan incongruente con el espíritu de la novela, vacía, convencional e insípida… no desprecia la oportunidad de seguir haciendo ideología a la través de la fantasía.
Escribe Purilia
Notas
(1) Recientemente se ha encontrado una tumba, con la efigie de un dragón, dentro de la iglesia Santa Maria la Nova en Nápoles donde se cree que pudiera estar enterrado Vlad Tepes. Publicado por Julio Martín Alarcón en El mundo. Junio de 2014. http://www.elmundo.es/la-aventura-de-la-historia
(2) Elizabeth Kostova (2005). La historiadora. Ediciones Urano. Barcelona, pág. 523. Una novela de ficción que indaga la pista de Vlad-Drácula en la actualidad.
(3) Oscar Palmer, traductor de la edición anotada de Drácula de Valdemar (2005), no cree probado que el personaje de ficción y el histórico coincidan; sin embargo Molina Foix en la edición de Cátedra (1993) y los investigadores Radu Florescu y Raymond McNally identifican al conde Drácula de la novela con Vlad III Tepes.
(4 En Bram Stoker (1993), Drácula. Traducción Mario Montalbán. Plaza y Janés, Barcelona, cap. 3, pág 57.
(5) “Le he pedido a mi amigo Arminius, de la Universidad de Budapest que me facilitase la historia de nuestro vampiro. Según él debe tratarse del mismo voivoda Drácula que se hizo célebre atravesando el gran río y luchando contra el turco en su misma frontera. Si es así, no se trata de un ser ordinario, pues en su época y en los siglos siguientes, se habló de él como del hombre más hábil y más audaz, más inteligente y mas valeroso del ‘país y la selva’ (se refiere a Transilvania, traducido literalmente)”… Opus cit., cap. 18, pág. 304.
(6) En los capítulos 18 y 23 de la novela se hace referencia a Scholomance, una legendaria escuela de magia negra donde las clases, según la leyenda, eran impartidas por el mismo Diablo. “Los Drácula, según Arminius, pertenecen a una raza noble e ilustre, aunque algunos en el curso de generaciones sucesivas, según sus contemporáneos, tuvieran relaciones con el Malvado. (Esta afirmación tiene que ver con las creencias supersticiosas del país) Adoptaron su escuela y aprendieron sus secretos en Scholomance, en las montañas que dominan el lago Hermanstadt, donde el diablo tiene un discípulo cada diez habitantes” (Opus, cit. cap. 18 págs. 304).
(7) En Vampire Chronicle (2000), Antonio Ballesteros cita al sádico Ricardo Corazón de León como uno de los monarcas más sanguinarios y pervertidos de la época medieval, convertido por la leyenda en prototipo del rey caballeresco y esforzado.
(8) “De este modo descendió hasta el tenebroso abismo, con su capa desplegándose en torno suyo, como si fueran dos grandes alas”. Bram Stoker, opus cit., cap. 3, pág. 63.