Adaptación fiel del cómic al… ¿cine?
Si hay una película que puede presumir de ser una adaptación fiel de las viñetas en que se inspira, esa es sin duda esta acumulación de “viñetas animadas” realizada por Javier Fesser en homenaje a su querido Ibáñez.
El respeto a aquellos detalles que uno descubría revisando detenidamente cada imagen en el papel (telarañas, caracoles, carteles en las paredes o cualquier otro elemento aparentemente superfluo, pero que ayudaba a definir el ambiente y los personajes) es probablemente el elemento que mejor define el trabajo de asimilación del lenguaje y el estilo de Ibáñez por parte de Fesser.
La idea ya había intentado llevarla a cabo anteriormente, de hecho el segundo largometraje de Javier fue La gran aventura de Mortadelo y Filemón (2003), donde se adentraba con actores de carne y hueso en el mundo de las viñetas de Ibáñez… aunque realmente el éxito de aquella propuesta se centró en una notable evolución de los efectos digitales en el cine español, un terreno que ya había abordado Fesser en su debut en el largo, El milagro de P. Tinto (1998).
Tras un film polémico y de prestigio como Camino (2008) y un par de filmes colectivos y cortometrajes, el director vuelve al cine digital y a Ibáñez, pero en esta ocasión sin medias tintas: una adaptación muy fiel a las viñetas de Ibáñez, sin personajes reales, pero con muchos, muchísimos gags esparcidos casi en cada plano.
Un trabajo minucioso, elaborado con respeto al material original, con un alarde técnico de primer orden y… y con todos los problemas que conlleva realizar una historia que en muchos momentos es inconexa, cuyo guión presta más atención al gag que a la coherencia de lo narrado, un todo vale a nivel narrativo que se justifica por la propia naturaleza de proyecto: viñetas sueltas, independientes entre sí en muchos casos.
Visto así, uno no debe esperar de este film más de lo que pretende: humor de todos los calibres y un gran espectáculo visual, acompañado por alguna parodia quizá demasiado reiterativa (adorna la función un buen puñado de versiones de la canción Me olvidé de vivir, de Julio Iglesias) y el socorrido sueño inicial que ocupa probablemente un cuarto de hora de película, un mundo idílico del que todos sabemos que es un sueño, aunque la explicación tarde en llegar…
Y ese excesivo metraje puede hacernos suponer que esa secuencia es de relleno. Puede que lo sea, pero eso no significa que no esté bien elaborada y que sirva para presentarnos elementos que serán más o menos útiles en el desarrollo de la trama.
En el fondo, Fesser es un guionista coherente y ha sabido cómo dar presencia a todos los elementos de ese sueño inicial, con una finalidad distinta, obviamente.
Quizá alguien pueda pensar que repite el sueño con otro final como forma de realizar una crítica… aunque tampoco cabe esperar tanto, es probablemente sólo un gag más en la larga lista.
Si a ello añadimos algunos cameos (insistimos, no hay actores de carne y hueso… salvo en el doblaje), entre los que se encuentran Ibáñez o el propio Fesser, multitud de referencias a la sociedad actual y muchos guiños para adentrados en el mundillo del cómic (incluida la aparición especial de Rompetechos como personaje invitado), el producto está listo para ser consumido en hora y media…
Y olvidado en otros noventa minutos.
Ni siquiera la propia web de la película (http://www.mortadeloyfilemon3d.com/) ofrece información sobre el rodaje, el equipo técnico. Uno cuando visita una web oficial espera algo más que trailers, juegos o entretenimiento como el mortadelízate. En este caso, nada de información adicional.
Todo es un cómic, un juego.
Porque, insistimos, no está claro que estemos ante una película en el sentido más estricto del término: hay gags aquí y allá, hay un trabajo técnico impecable (incluida la banda sonora de Sergio Jiménez Lacima), muchos personajes conocidos, risas aquí y allá…
Pero la trama de esa inyección que al aplicarla cambia a uno completamente y lo convierte en lo contrario de lo que es, ésa, no da para elaborar una película, si acaso cortos independientes entre sí…
Una idea que, por cierto, Fesser también ha apadrinado recientemente en compañía de cinco directores, cada uno encargándose de un capítulo distinto dentro del film colectivo Al final todos mueren (2013).
Algo parecido a lo que sucede aquí: capítulos enlazados, pero personalmente sigue sin parecernos un film completo, sólo gags más o menos hilvanados.
¿Acaba de inventar Javier Fesser el cine del futuro: pequeñas píldoras para consumir por redes sociales?
Escribe Mr. Kaplan