Que fue un escándalo
Y que aún pudo serlo más si los preclaros, sabihondos, directivos de las televisiones privadas, y públicas, no hubiesen insistido en que se viesen, continuamente, sus platós y sus cambios de invitados, y personal propio, para que todo fuese, según ellos, más atractivo, y más entretenido, y más delirante, al objeto de recibir al nuevo año cómo se merece. Porque eso es, ¿y cómo se debe y merece recibir a un año nuevo?
No penséis que se resuelve viendo Mi gran noche. Antes al contrario, porque el pasmo que producen algunas secuencias —las luchas intestinas para conseguir ser elegido como mejor presentador, o similares— es obra de alguien que quiso burlarse de todo, y de todos, aunque sin que se notase demasiado, puesto que le pagaron, se supone, por su trabajo; a no ser que estuviese compinchado con los que perpetraron tamaño desafuero misterioso.
Nos referimos a Álex de la Iglesia, que siguiendo la senda que marcó en La comunidad, lleva el agua a su molino, los mejores momentos, para que nos resulte, lo que estamos viendo, tan risible y falaz como entretenido. Ahí se esfuerzan, y lo consiguen, los protagonistas, sin desalentarse, y con muy buen sentido del humor. Porque de algunos hasta no creíamos que lo tuviesen en tan amplia medida.
Y lo que hacen es burlarse de sí mismos, de sus roles, de sus personajes, propios e inventados, y por medio de esa burla, como parodiando a Tirso de Molina, hacernos comprender que la ironía y el sarcasmo siempre deben comenzar por uno mismo. Y hay de quién no sepa entenderlo así, más le valiera no haber nacido, en parodia más que oportuna.
Por supuesto que no todos lo hacen en la misma medida, faltaría más; pero sí que todos se esfuerzan para que lo parezca. A destacar Mario Casas, en su faceta de guaperas que está enamorado de sí mismo, y sabe que están de él, que pergeña su parodia en la dimensión de quien ríe primero, ríe dos veces. Le sigue, a corta distancia, Raphael, amenazado de muerte, lo que no deja de tener su encanto, y feliz de ser el primero en cantar al nuevo año.
Les siguen, con la misma intensidad, matizando sus momentos, Pepón Nieto, Terele Pávez, Santiago Segura —una caricatura de su propio personaje—, Blanca Suárez y Hugo Silva… Incluso Carmen Machi, aunque convulsa por eso de tener que dar entrada a lo que debe verse en las pantallas de los hogares.
Y si esto es así, ¿por qué no ha salido una película más redonda, equilibrada, incisiva, mordaz, y que no dejase títere con cabeza? Por supuesto que no todas las culpas han de ser para su productor, Enrique Cerezo, que sin duda se ha fiado demasiado de las televisiones, que tan bien conoce; habiendo que incidir en el hecho de no perder la oportunidad de hacer saber a todos, sus enemigos los primeros, que aún cuenta en el mundo cine.
Mi gran noche, como la canción, es querer darnos la felicidad que no podemos alcanzar y ese amor, y misterio, que tanto nos puede condicionar. Vamos, que desde el medio camino en que se ha quedado, nos incita a tener una esperanza, más o menos fundada, en las manifestaciones cinematográficas españolas.
De no ser así, hasta podría ser un escándalo —la otra canción emblemática de Raphael—. Ya sabemos que hay gentes a las que les tiene sin cuidado el cine español, y que incluso desertan de las salas donde se proyecta. Y ya no digamos si deben comprarse un DVD para estar al día; o incluso visionarlas cuando se exhiben en las televisiones.
Sin embargo, esos son problemas personales, de mentalidad cicatera. Lo dicho, que el escándalo puede estar, seguro, en quienes no saben cómo enfocar hacer películas a las que acuda el público sin anteojeras. Por eso Mi gran noche, a pesar de sus defectos, y gracias a la publicidad que se le hace desde casi todos los medios, pudiera ser la punta de lanza para reconquistar a quienes les atufa una “españolada”, como se decía años atrás…
Por tanto, no dejemos que sea un escándalo misterioso, y noctámbulo, despreciar casi siempre al cine español. ¿Le damos un voto de confianza? Pues claro que sí, y pese a quien pese: a la espera de que lleguen películas mejores.
Escribe Carlos Losada