Inquietante futuro
Cierto tipo de cine realizado en Estados Unidos en los últimos años se encuentra demasiado pesimista respecto al futuro más o menos inmediato. Títulos que, de cualquier forma, siempre aparecen en tiempos de crisis, cuando nos movemos en encrucijadas que parecen conducentes al abismo.
En la época de los años cincuenta, abundaron propuestas de este tipo: la Humanidad tenía poco futuro, bien fuera por una destrucción atómica, bien por una invasión o por alteración genética y con la guerra fría (y el macartismo con su caza de brujas) como fondo. Títulos como La humanidad en peligro (1954) de Gordon Douglas o La invasión de los ladrones de cuerpos (1956) de Don Siegel son claros referentes.
Hoy no estamos en aquellos tiempos pero los peligros de volver a estados alarmantes, convirtiendo a la humanidad en meros cuerpos vivientes (doloridos, acomodaticios), son muchos. La libertad de los seres, a pesar de una aparente liberación en todos los aspectos, está cada vez más coartada por una vigilancia generalizada. Estando, además, el dominio en no sé muy bien quien y de qué manera se producen unos hechos. El mundo feliz de Huxley o el gran hermano orwelliano no se encuentran demasiados lejanos.
Patricia Highsmith, en El diario de Edith, hablaba de los cambios no queridos (y por tanto de las esperanzas rotas) en la sociedad americana después de la segunda guerra mundial. La protagonista para vivir necesita crearse una mentira escribiendo un falso diario donde la irrealidad feliz es el contrapunto a la realidad destructiva en la que vive.
Los hermanos Coen en 2009 realizaron Un tipo serio, ambientada al final de los años sesenta y donde en los planos finales se produce el acertamiento de la gran tormenta que barrerá todo o casi. Una metáfora sobre la destrucción, en todos los órdenes, que va a acontecer en años posteriores y, que, en otro orden de cosas, simboliza la actual. Se puede, en gran parte, entroncar algunas películas de Shyamalan en este apartado, como Señales (2002), El bosque (2004) y sobre todo El incidente (2008).
Más cercanas en el tiempo, tanto de producción como de desarrollo de la acción, aparecen otra serie de títulos que insisten en la tormenta o en la destrucción. En el mundo que lleva inexorablemente a la destrucción de las personas como individuos o la total de la Humanidad. De una manera u otra, títulos donde la acción de la película se reduce a una casa en la que los personajes se encuentran encerrados, sin poder salir, señala por una parte el sentido de presión, de la imposibilidad de salir fuera, y también de una reflexión sobre el mundo en el que se habita. El final demoledor termina por dejar claro su propuesta sobre la realidad en la que se vive y la imposibilidad de salir de ella.
Take Shelter (2011), de Jeff Nichols, señalaba la realidad de la gran tormenta presentida por el protagonista y negada por los demás, cuyo estallido se producía al final. De una u otra manera, Coherente (2013) de James Ward Byrkil (aunque la historia no se produzca en Estados Unidos, ni en el tiempo presente), Monstruoso (2008) de Matt Reeves y su (escondida) secuela, Calle Cloverfield, 10 (2015) de Dan Trachtberg inciden en ese punto.
Además este último filme tiene más puntos de contacto con La invitación (2015) y no sólo porque fueran, en años diferentes, premiadas en el festival de cine fantástico de Sitges. También porque ambas optan por encerrar en una casa/prisión a sus personas con pocas posibilidades de salida, entre otras cosas porque fuera reina el caos y la muerte.
La invitación, primer premio este año del festival de cine fantástico de Sitges, por ello, se supone, tendría un buen número de espectadores interesados en verla, ha tenido una desastrosa presencia en las salas comerciales. Al menos, referido a Valencia ciudad, únicamente se ha estrenado en un cine en horarios reducidos en versión original subtitulada y durante muy escasas semanas. Lo cual no se entiende.
El filme en sí ni es gore, ni tiene excesiva violencia (salvo en su última parte), ni siquiera se mueve por esos extraños vericuetos por los que a veces camina el cine de terror o pseudoterror. Incluso durante gran parte de su metraje camina por un terreno fiel al cine sobre encuentros de amigos, invitados a su casa por uno del grupo para conmemorar algo o simplemente para reencontrarse.
Estamos ante una película más bien de corte independiente, de ahí quizá su mala distribución, con su aire de serie B, sus actores no demasiado conocidos, y con una directora, Karyn Kusama (1968), de filmografía poco, o nada, destacable (Girlfight, Jennifer’s body). Aquí, sin embargo, lleva muy bien la narración aunque falle en el dibujo (demasiado burdo o simplón) de algunos personajes. Por ejemplo, la maestra de la sangrenta ceremonia con aires de ninfomanía (no confundir con la dueña de la casa).
El inicio, un viaje en coche donde el protagonista y su actual compañera, una mujer de color, acuden a la casa de su ex mujer, invitados por ella. En el camino conversan de manera que se pone al espectador en antecedentes de quienes son y dónde van. Un atropello de un animal que se cruza en el camino (hay que señalar que es de noche) con el consiguiente susto de la pareja, introduce un elemento rompedor respecto a la cotidianidad del momento, máxime cuando concluye al rematar, eso sí para que no sufra, de manera más bien brutal al animal.
En la casa la pareja se va a encontrar a varios de los antiguos amigos entre los que se encuentra (lo cual tiene, no crean, su importancia) una chica oriental (luego hacia el final se unirá su pareja también oriental) y un latino (homosexual) acompañado de su pareja. Junto a ellos, y la exmujer, se encuentran en la casa, su actual marido y dos personajes (un hombre y una mujer) más bien extraños.
Poco a poco las situaciones van evolucionando al presentar lo que llevó a la separación del protagonista. Surgen así los problemas y las dudas centradas en la necesidad de olvidar y de pasar página sobre el hecho trágico que llevó a la pareja a su huida de la realidad, imposible volver a atrás.
No sólo en eso, en el mundo que preside la actualidad, se ha tratado de reencontrar la forma de hacer frente a su sentimiento de culpa, transitando por otras formas o estados en su ansia de liberación en una huida del lugar donde ocurrió la tragedia. Los años, no obstante, no han podido cicatrizar una herida que conduce, aunque de formas diferentes, a un encuentro con la propia desaparición en una purga personal por lo que ya no tiene solución.
Una pérdida, la del hijo, irreparable para que la no hay posible sutura.
Sobre ese hecho, esa pérdida, se ha encaminado, con el imposible olvido de la culpa, el reencuentro y también la destrucción en un futuro sin esperanza donde todos los que formaron parte de unas vidas deben ser aniquilados. Se trata de un juego macabro de un futuro que iguale a todos, equivalente a una epidemia a través de un lavado cerebral generado por un gran hermano responsable de la destrucción.
El mundo de las sectas, destructivas desde su falso mensaje de amor, será el pistón que procure el caos y la muerte exigido en nombre de la estupidez y del dominio generalizado más allá de la casa donde se encuentran encerrados todos los personajes (y donde la película, de forma metafórica, los encierra en representación de una especie de infierno sartriano), que han acudido a una llamada sin sospechar que les espera la muerte.
El juego sobre la verdad al que se obliga a jugar a los invitados es el momento en el que se les conduce a conocer por sorpresa el vídeo que publicita la secta en la que militan los habitantes de la casa. Los invitados no son sino víctimas ignorantes de la trampa tendida.
Hay referencias concretas a la ciudad en la que transcurre la acción, Los Ángeles, pero, como diferente copias de las películas de Hollywood, nacidas de uno de sus distritos, aquí la historia macabra del bautismo mortal ordenado por la secta se eleva, en un final excelente, a las diferentes casas de la población y a un más allá más lejano que rodea todo y a todos dentro de un futuro sin demasiada esperanza. El farolillo rojo anunciador de la muerte y de la propagación del mal se multiplica de forma constante.
No es raro, pues, que se haya introducido en la película, como invitados a la macabra ceremonia, a personajes representativos de distintas razas y orientaciones. Todos ellos serán las víctimas del complot que supone el exterminio de la Humanidad al dictado de una persona o entidad del tipo que sea, capaz de tener en sus manos el dominio del mundo por los métodos más aviesos.
La invitación juega muy bien sus bazas en un ritmo ascendente donde las dudas van dando lugar a certezas, a través de hábiles y, a la vez, despistantes jugadas que señalan u ocultan el paso que debe darse. Pondría como ejemplo la (interrogativa) marcha de la persona que no quiere quedarse en la casa o la aparición tardía del oriental provocando la correspondiente suspensión del convencimiento, por parte del protagonista, del estado maligno al que son sometidos. O también con pequeños momentos-truco, bien conseguidos, con las miradas como eje del gran parte del relato o pequeños detalles (como el del farolillo que se coloca en la terraza) diseminados a lo largo de la (corta) duración de la película.
Falta al filme una mayor precisión en el trazo de los personajes, una mayor fluidez en la forma de conducir la historia que por momentos resulta demasiado plana o, incluso, el forzar parte de la resolución del hecho por el descubrimiento, por parte del protagonista, del vídeo en el que se va más allá del expuesto con anterioridad al grupo, señalando la verdadera finalidad de la secta: el dominio (y posesión) del mundo, mucho más lejos de la simple propaganda bobalicona que se les ha proyectado a los invitados.
Y si falta todo ello, también hay cosas que sobran, como la excesiva truculencia de la última parte en la que el filme se enroca en el horror y la muerte, dando paso, desde una gran ceremonia sangrienta, al ya señalado final por el cual lo visto no es sino un espejo del mundo entero donde no existe ya esperanza alguna de salvación: todo está, contaminado por unas falsas promesas tras las que se encierra la verdadera realidad de imposición y dominio.
Escribe Adolfo Bellido López