![]() |
|
Con permiso de la Historia
Escribe Carlos Losada
No hay nada como abordar la época en la que “en España no se ponía el sol” –que se dice en off al final de la película, junto con apuntes falsos sobre la decadencia de España, con acento irritante, grandilocuente, y que no viene al caso–, para intentar y casi lograr una comedia dramática, con capa y espada incluidas, tomando y mostrando, con permiso de la historia, a El Escorial, Felipe II, el duque de Alba, la princesa de Éboli, Antonio Pérez, Escobedo, bien entremezclados con el capellán de la corte, y, aunque sin acierto, con una morisca y un alguacil.
Realizada con medios más que suficientes, bien ambientada, muy bien vestida –Javier Artiñano es el artífice, claro– y con una suerte de tensión soterrada –que traslucen problemas de rodaje, sin duda–, nos cuenta hechos históricos que acaecieron cuando Antonio Pérez, el valido del rey, pretende gobernar de acuerdo con la insaciable princesa de Éboli, saltándose la confianza del monarca, y todo para provecho de ambos, colapso de las instituciones y sangría de Escobedo, con la suerte de los Países Bajos al fondo y como moneda de cambio. Las consecuencias son conocidas, y ése es el meollo de esta película, entre buenas ironías –como la gota de Felipe II, tratada en una secuencia con naturalidad; o la forma de enfrentarse a los problemas del duque de Alba y de Antonio Pérez, que dan con trazo grueso, contundente, por donde se mueven ambos– y con desafortunadas torpezas –esos amores de la morisca y el alguacil, plasmados con impropia cursilería; y algunos otros “excesos depravados” de la época–.
Julia Ormond le da a la princesa de Éboli una frialdad que ni le corresponde ni le beneficia; en cambio, Juanjo Puigcorbé encarna a Felipe II no sólo con convicción, sino con sabiduría, revelando que es un excelente actor, con posturas, miradas, andares y ademanes adecuados y sutiles. Lo mismo podemos decir de Jordi Mollá, que hace un capellán estupendo, dando a su vertiente de observador y espadachín un humor irónico que se agradece. Jason Isaacs intenta dar ambición y convicción al incorporar a Antonio Pérez. En cuanto a Joaquim de Almeida, que incorpora a Juan de Escobedo, los primeros planos parecen decirnos que está en otras labores.
Blanca Jara, a la que pretenden presentar como el nuevo rostro del cine español, intenta dar vida a la morisca, y no dudan en maquillarla como si fuese la mismísima Falconetti de Dreyer, para que se vea lo muchísimo que sufre, o prestar su guapo rostro a remilgadas escenas del amor con su alguacil, que nadie se cree. El resto de los actores, incluido Anthony Peck –que intenta mantener la actitud de su padre– están discretos, cumpliendo. Y las masas se mueven hasta con convicción.
Diríamos, para finalizar, que destaca cierto sentido del ritmo y de la oportunidad –pongámoslo en el haber de Antonio del Real, que debió pasarlo mal en la gestación de la película–, haciendo que sus dos horas largas no resulten aburridas; antes al contrario, nos ilustran y empujan para reconocer acontecimientos históricos que han ido conformando y haciendo quienes somos a lo largo del tiempo. Y todo esto, naturalmente, con permiso de la historia.
