El existencialismo es un gatopardismo
Las aventuras de Shrek languidecieron a finales de la primera década de los 2000, con el agotamiento de las historias de la corte. La vida matrimonial del ogro de la charca no parecía suficiente reclamo como para rodar una quinta entrega. Pero, por suerte, la propia saga había dado suficientes esquejes como para perpetuarse a sí misma en las más variadas franquicias. Pudo haber sido la de Asno, la de Pinocho, la de Jengi, el hombre de jengibre… pero al final fue la del Gato con botas.
Este gatito tenía varios puntos a su favor: el de ser un canalla encantador, el de poner ojitos, el de representar una perfecta hibridación entre el Zorro y el protagonista del cuento de Perrault… pero sobre todo el de estar doblado –en castellano y en inglés– por el muy versátil Antonio Banderas, que contagió su irresistible carisma al personaje.
La primera entrega del spin off se dio en 2011, y muy poco tiempo después, el gato pelirrojo incluso protagonizó una serie de televisión. Pero no ha sido hasta 2022 que el justiciero embotado ha vuelto a la pantalla grande por todo lo alto.
El Gato con botas parece adscribirse a esa nueva corriente de películas infantiles que renuncian a la clásica estratificación de sus interpretaciones según edad, tan del gusto de Pixar: El último deseo cuenta una historia sencilla, basada en el arquetipo del viaje del héroe y en clave de aventuras, con villanos bien definidos, conflictos previsibles y fácilmente resolubles, alguna sorpresa de última hora y una moraleja final.
Es, en este sentido, un claro retorno a los valores clásicos del cine infantil y en cierta medida, a los cuentos de propio Perrault, que sin eludir temas siniestros –en este caso la presencia de la muerte como adversario invencible–, tiene siempre muy claro quién es su público objetivo. Un buen intento de cambiar las más recientes dinámicas del género sin que al final nada cambie.
Naturalmente, El Gato con botas: El último deseo no prescinde de algunos de los más originales hallazgos de la saga: la inclusión –e incursión– de los personajes y objetos mágicos de cuentos ajenos en la trama principal, con todos los guiños posibles a su idiosincrasia. Aquí aparecen Ricitos de oro y los tres osos, junto con Jack Horner, como rivales del Gato con botas y su compañera Kitty zarpas suaves –interpretada por Salma Hayek–. La búsqueda de una estrella de los deseos es el Macguffin que los relaciona a todos ellos, y que, como puede suponerse, es tan solo una excusa para hacer avanzar la trama.
Los personajes son los clásicos del cuento, aunque actualizados, y lo que cabe agradecer aquí es que tal «actualización» no se ha hecho desde un punto de vista «inclusivo» y políticamente correcto, sino más bien desde lo psicoanalítico y hasta lo existencialista, lo que ya de por sí supone una renuncia a cierto adanismo salvífico, teniendo en cuenta que tales corrientes están ya bien asentadas desde hace más de cien años.
Pero reiteramos la idea de que esta es una película para niños, así que no cabe esperar profundidades hermenéuticas inasequibles: el Gato con botas simplemente es un fanfarrón con las típicas inseguridades de quien tiene miedo al fracaso y al compromiso, Kitty una chica valiente e independiente pero que busca sentirse honestamente querida, Perrito se niega a sí mismo por falta de aceptación y estima, Ricitos de oro ansía una estabilidad familiar «normativa» y Jack Horner es un villano megalómano cuya educación deficiente lo convirtió en un sociópata.
Nada que no hayamos visto mil veces, y que lastra un tanto las expectativas argumentales de una película que podía haber ofrecido más en este sentido, pero contado con gracia y sin pretensiones, de modo que el espectador no siente que hayan intentado «mejorarlo como persona» o «adaptarlo al mundo de hoy», sino que acaba por trabar una cierta complicidad con los autores de un filme que revisitan las historias y conflictos clásicos con elementos actuales.
En el aspecto técnico, la película de Dreamworks-Universal ha optado por no abundar en el hiperrealismo. Los dibujos aparecen con trazos fuertes y coloridos a veces casi impresionistas, renunciando a la definición exquisita de cada pelo, y dando una estética especial a lo que se supone que es una historia fantástica, recuperando el encanto de lo que se sabe, simplemente, dibujo animado.
El Gato con botas: El último deseo es, en fin, una película plenamente disfrutable, tanto en lo argumental como en lo estético, sin ansias de pasar a la historia en ninguno de los dos aspectos, y que procura revitalizar una saga, la del mundo de Shrek, de la que muy pronto vamos a tener sin duda noticias según se anuncia en las escenas finales del filme.
Qué deliciosa síntesis la del soplo de aire fresco con la solera de las aventuras clásicas.
Escribe Ángel Vallejo | Imágenes Universal Spain