La quimera (3)

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Narración entre lo fantástico y lo real

Al principio del filme, el protagonista sueña con una mujer, probablemente su amante muerta a la que perseguirá en su continua búsqueda de tumbas. Al final, en un planteamiento de fantasía-delirio, el personaje encerrado en una tumba y que va a morir, ve algo que probablemente ocurrirá en la nueva alucinación: el encuentro con su amada que deja caer un hilo rojo en la tumba por la que podrá ver y ascender Arthur (así se llama el protagonista) al otro mundo al que ella pertenece.

Estos dos momentos ensoñadores son filmados en 8 mm, al estilo de una película familiar. Y es que la directora utiliza todos los tamaños de imagen posibles, que van desde 8mm a 35 mm panorámicos. La utilización, aparentemente libre, de diferentes formatos no es arbitraria sino se estructura de forma que cada formato encierra una determinada idea en la concepción del momento.

Después de la excelente Lazzaro feliz, Alicia Rohrwacher ha rodado este filme donde se mezcla realidad con el ensueño, fantasía, cuento, crítica, con una total libertad, donde todo es posible y nada se ajusta a aquello que uno entiende como narración clásica. Incluso se alteran partes musicales clásicas con modernas en diferentes momentos, todo ello da por resultado un título difícil de comprender a la vista de los múltiples significados de personajes, homenajes e ideas.

La directora, al menos, sigue fiel a su cine anteriormente conocido. Realmente, en lo que respecta a largometrajes, sólo ha realizado cuatro de los cuales se conocen en España tres: éste, Lazzaro feliz y El país de las maravillas. Su debut fue Corpo celeste (2011) que no nos ha llegado. Alice parece querer contactar en toda su obra con el gran cine italiano, pero desde una nueva dimensión, derivada hacia digamos el realismo mágico, algo que es de agradecer en una cinematografía actualmente de no demasiado interés y donde los grandes maestros han muerto.

En el conjunto de imágenes, casi al estilo de Godard, Alica intenta desde la fantasía o la irrealidad real, plantear muchas, demasiadas cosas y, a su vez, poder rendir homenaje a grandes realizadores del cine italiano.

Así, por allí aparece la tropa de Fellini con especial mención a la fotógrafa de grandes pechos (luego no sabremos si es una especie de espía o secretaría de la jefe de la subasta de piezas antiguas); el mundo sórdido donde se une pobreza e intelectualidad de Pasolini, sobre todo en su referencia a Accattone; planteamientos críticos y documentales de Olmi; siendo todo bendecido por Rossellini  en la figura de su hija, Isabella, dueña de un palacio ruinoso del cual, como buitres, sus hijas quieren adueñarse. Una ¿condesa viscontiana? Venida a menos donde es servida por una criada brasileña llamada Italia, pero que debe ocultar a sus hijos pequeños si quiere mantenerse en la casa.

Personajes a los que se unen cómicos, maleantes, cantantes, recitadores de las historias narradas a manera de las pantomimas escuchadas por los públicos, todo ello en ambientes que van desde las chabolas pegadas a las paredes del palacio —en una de las cuales vive Arthur— a la sombra de la dueña del palacio falsamente lujoso, amenazando ruinas, tumbas etruscas encontradas por Arthur por el método de los zahories, pero más elemental: tres pequeñas ramas una de las cuales en el centro y que al inclinarse (llevada por el personaje) indicará donde está la tumba, que luego será desvalijada por el grupo que acompaña al protagonista, para ser vendida a una industria que se mueve subastando a grandes precios lo que ha comprado.

O sea, que entre los cuentos de cuentos, las historias que oscilan entre los personajes siempre bajo el saber de Arthur, el filme pasa revista a la realidad de la Italia actual, hundiéndose en la pobreza y dominada por gentes ineficaces e indeseables; el comercio llevado a cabo por grandes embaucadores que compran a bajo precio para subastarlo a altos precios; la emigración, la insolidaridad, la comparación entre ricos y pobres …

Y todo ello desde el paso del ayer resurgiendo desde la nulidad de un hoy, la desaparición de los objetos y secretos del pasado, sustituidos por nuevos edificios que al ser construidos ocultan, en el suelo, los maravillosos restos de un pasado glorioso, la diferencia entre dos épocas distintas. Como se puede entender, demasiadas cosas metidas, muchas de ellas, a la fuerza en la película.

El filme pasa revista a la realidad de la Italia actual, hundiéndose en la pobreza y dominada por indeseables.

La quimera comienza con el sueño de la amada por un inglés, Arthur (un excelente Josh O’Connor), durmiendo en el tren que le lleva cerca de donde vive, después de salir de la cárcel y donde volverá a encontrar a la troupe que le acompañará en su función de zahorí, para desvalijar tumbas cuyos objetos no tienen para ellos ningún valor, pero Arthur busca la tumba del ser querido.

El poco valor que los objetos encontrados por estos saqueadores tienen se rebela en el momento en que descubren una bella estatua totalmente entera, a la que uno de ellos corta la cabeza, para así poder vender ambas indistintamente. La cabeza cortada, por cierto, que dará lugar a una de las más hermosas escenas de la película, a su vez presentada con bellas imágenes (aunque muchas veces inconexas): la cabeza antes de pasar a los tiburones que subastan los objetos es arrojada al mar por Arthur cuyas aguas enterrarán quizá para siempre ese resto de un glorioso pasado.

Los dos mundos —el del pueblo con su palacio y tanto el de los habitantes de las chabolas como los míseros ladrones— viven sus fiestas con su fanfarria, su fuego purificador como un tributo a la nueva estación del año: Fellini, sin duda, junto a Olmi, viendo imágenes de Amarcord y El árbol de los zuecos.

La directora nos adelanta la muerte de Arrhur en una tumba cegada por unos obreros de la construcción, con imágenes donde el personaje aparece, durante dos veces, en posición invertida (la misma que aparece en el cartel publicitario de la película): es el encuentro con su tumba más querida, aquella en la que buscaba los restos de su pasado, el amor perdido que ahora le espera desde un boquete que hay en una parte de la tumba y al que trata de conducir con el hilo rojo que ha dejado caer. ¿O no será posible nunca ya que el hilo al llegar arriba se comprueba que se ha subido, quizá se ha roto por el peso de Arthur, sin nada en su extremo? ¿Indica, acaso, la inutilidad de la búsqueda de un más allá perdido para siempre y donde los amados sólo pueden verse a distancia?

Enigmática y sorprendente película esta última obra de Alice Rohrwacher que a veces hipnotiza y otras es como un fuego que de pronto se apaga.

¿Qué significa la estación hoy cerrada que sirve como refugio de la Italia expulsada del palacete, destrozada por ocultar a sus hijos, que esconde para que no sean descubiertos? Con sentido o sin sentido, el cuento que se nos narra pasa por encima de temas y de personajes.

Enigmática y sorprendente película esta última obra de Alice Rohrwacher que a veces hipnotiza y otras es como un fuego que de pronto se apaga. Busquen significados a este nuevo cuento, a esta  nueva fantasía de la directora a la que le sobra metraje. Sus 130 minutos son demasiados para, en muchos casos, repetir lo ya dicho.

Una pregunta para terminar y cuya razón también hay que buscar: ¿Qué hace el inglés Arthur en ese pueblo etrusco perdido? La simple respuesta de buscar tumbas no completa al personaje perdido en ese lugar en un extremo de la Toscana, cuyo pasado se ha tratado de ocultar de muchas formas. Y es que el pasado, incluso si consiste en buscar a los grandes directores italianos del ayer, también trata de ocultarse o de pasar al olvido.

Sea como sea, estamos ante una de las películas más inclasificables de los últimos años, que debe verse más de una vez si se quiere entender —aunque quizá nunca se logre en su totalidad— las mil reflexiones, ideas, cuentos reales y fantásticos que la película propone y que probablemente va más allá de una simple quimera.

Escribe Adolfo Bellido López | Fotos Elástica films