La cocina (3)

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Cuando el mundo se para

Una muchacha dominicana busca la dirección de un restaurante en Times Square, el símbolo de la ciudad de Nueva York, donde la van a contratar como pinche de cocina. El problema es que no conoce el idioma inglés, pero no tarda en darse cuenta de que con su castellano es más que suficiente para hacerse entender en la Gran Manzana.

Un mendigo negro de la calle le dice: «El tiempo no tiene ángulos, pero sí tiene curvas, y las sigues… Vivir en Times Square es lo extravagante de saber que eres neoyorquino de verdad… hay varios edificios y en cada edificio hay alguien sentado en la puerta. Yo soy uno de los afortunados que Dios supo dónde colocar». Mientras, la cámara va haciendo un barrido en derredor con caras de otros indigentes y mendigos.

La joven se llama Citlali y ha quedado con Pedro, que es familia. La entrevista para el trabajo la hace el responsable de contratación, Luis, quien la admite y le señala que se vista y se incorpore. Y así hace, no tardará en estar junto a Pedro, como ayudante. Ambos se alegran.

Estamos en la hora punta del almuerzo, el local se llama The Grill y está dirigido a los turistas que llegan a la ciudad. Atiende a centenares de clientes de toda raza y condición, con poder adquisitivo alto, sobre todo los viernes, y estamos en uno de esos viernes.

Pero algo grave ha ocurrido y los encargados casi entran en pánico pues hay que comunicárselo al dueño, el gran jefe, Rashid, un hombre duro y tirano que no hace migas con nadie. Ha desaparecido dinero de la caja.

A partir de aquí, oído el jefe, los trabajadores serán preguntados e incluso interrogados por un avieso encargado. La mayoría de los cocineros, pinches o meseras son inmigrantes ilegales capaces de cualquier cosa para conservar su trabajo, un trabajo en un lugar que los acoge con ríspidos modales y un sueldo cicatero. Pero es el único lugar en el que se sienten habitantes de facto, el único que les corresponde en el mundo.

La cocina no para, docenas de platos y postres se están preparando en todo momento, hay que seguir el ritmo sin tregua, agobiante, para cumplir con el flujo constante de pedidos que llegan uno tras otro desde el comedor a través de la pequeña impresora que hay en la cocina.

Uno de los cocineros más veteranos y sobresalientes es Pedro, un joven mexicano que anhela en la vida algo más que ese ingrato y rutinario trabajo que lo tiene esclavizado. Pedro sueña y, además, está muy enamorado de Julia, una camarera norteamericana, una gringa. Pero ella no se puede comprometer con un extranjero indocumentado.

Rashid, el dueño de The Grill, ha prometido ayudar a Pedro con sus papeles. Pero hete aquí que el joven es acusado de haber robado los 800 dólares de la caja, lo cual precipita en él, junto a los desprecios recibidos y un desengaño amoroso con la gringa rubia, un estado emocional en cortocircuito. En Pedro, erupciona con súbita fuerza la ira, y en un acto explosivo y loco, una tormenta suicida de furia y golpes rompe cuanto tiene a su alcance y acaba deteniendo la cadena de producción en la cocina y en el restaurante, un parón en seco.

La insólita y violenta reacción del mejicano deja a toda la gente del restaurante, incluido al dueño, estupefactos, en un estado de incredulidad, no puede ser que esté ocurriendo eso. The Grill nunca falla a sus comensales, pero ahora, hasta la caja registradora está fuera de juego.

El universo, antes del incidente, era así: Los camareros (meseras) toman los pedidos, los pedidos se colocan en una máquina, la máquina imprime el ticket, el expedidor de los tickets o miniprinter anuncia los artículos que deben prepararse y el expo llama a los camareros cuando los artículos están listos.

Pero Pedro, de un golpe seco y firme ha roto también el miniprinter. Todo ha quedado en suspenso. Rashid, entre susurros firmes le increpa: «Has parado mi mundo ¿Por qué?>.

Dirigida y escrita por Alonso Ruizpalacios (la historia está basada en la aclamada obra teatral homónima de Arnold Wesker, The Kitchen, 1957), es una película que tiene un evidente y gran interés en el ámbito cinematográfico, por su enfoque social y su cuidada puesta en escena.

Esta cinta de Ruizpalacios tiene una estética cuidada y a lo largo de toda la obra se percibe un especial aprecio particular por el plano secuencia

La película aborda temas como la precariedad laboral, la inmigración, la marginalidad de los indocumentados, el racismo o las relaciones humanas en un entorno de alta presión. El cocinero Pedro mantiene una relación con Julia, una camarera estadounidense. Esta relación, en cierto modo prohibida por los cánones sociales, añade una dimensión emocional al relato. Además, al desarrollarse la trama en un espacio cerrado, se siente una importante sensación de claustrofobia y tensión entre los personajes.

Esta cinta de Ruizpalacios tiene una estética cuidada y a lo largo de toda la obra se percibe un especial aprecio particular por el plano secuencia. En general, la película está compuesta de escenas largas sin cortes, pero hay un plano secuencia hacia la mitad de la cinta de una potencia considerable, un momento de extraordinaria calidad, muy epatante.

En el tercer acto hay otro plano secuencia también memorable, algo más breve, todo lo cual hace a la intensidad llamativa. En general, a lo largo de toda la película, podemos deleitarnos con el talento de Ruizpalacios para mover la cámara y coreografiar las escenas con precisión.

Además, la relación entre los protagonistas y el aspecto ambiental difieren significativamente entre las escenas interiores y las escenas en el exterior, y este elemento de gran contraste hace que el espectador haga inmersión en la historia e incluso sienta alivio cuando aquella pobre gente puede disfrutar de diálogos e intercambios al aire libre, en forma más independiente y oxigenada.

En la cocina la imagen es mucho más estrecha que en las escenas en el exterior, un cambio que se realiza de forma fluida mediante ingeniosas transiciones. La primera vez que la cámara pasa del exterior a la cocina, lo hace atravesando una ventana cuadrada; al cruzarla, la imagen adopta la relación de aspecto de esta. Curioso y grato de ver esta apuesta visual detallista y ornamental.

Tiene un reparto sensacional, con una gran cantidad de actores y actrices que interactúan entre sí, que se gastan bromas, que se pelean, que se gritan e incluso se insultan, hombres y mujeres jóvenes, la mayoría hispanos o de color, que a pesar de las diferencias se saben arropados y en compañía por ese ejército de compañeros dentro de la propia cocina o fuera de ella, como las camareras o el jefe de sala.

La película transmite la tensión propia de un restaurante neoyorquino en hora punta

Nombres como Raúl Briones, sensacional en el rol principal de Pedro, un cocinero mexicano romántico, vehemente y soñador; o Rooney Mara, la bonita gringa que tiene una difícil relación con el mexicano, una muchacha que también ansía respirar el aire de la mañana lejos, a ser posible, de frenético restaurante donde pide y sirve comidas sin parar. Acompañan en sincronía perfecta y trabajo coral Anna Diaz, Motell Gyn Foster, Oded Fehr, Laura Gómez, James Waterston, Lee R. Sellars, Eduardo Olmos, Finnerty Steeves, Spenser Ganese y otros.

Destaca la sensacional música de Tomás Barreiro y una magnífica fotografía de Juan Pablo Ramírez, en blanco y negro y a tono con la espesura y el clima asfixiante de la cocina. De hecho, la cinta está filmada íntegramente en blanco y negro, una maravilla visual sobre lo lamentable y triste de la inmigración, sobre un telar vistoso y fascinante en blanco y negro.

Esta decisión del B&N es muy acertada para lo que se quiere contar. Los tonos en blanco y negro no solo ayudan a definir el ambiente y a las personas que lo habitan, sino que, por ejemplo, en una secuencia donde se muestra meticulosamente la preparación de una receta que parece deliciosa, al verse en tonos grises, no resulta para nada apetecible.

La película transmite la tensión propia de un restaurante neoyorquino en hora punta. Introduce también temas secundarios, lo cual en algún momento puede hacer que se diluya en parte la fuerza del conflicto principal.

Es una obra que acierta a exponer elementos de tipo social (explotación, racismo, etc.) con una ejecución técnica impecable. Viniendo de un director mexicano no es de extrañar que explore la realidad de los trabajadores inmigrantes y la dinámica de los espacios laborales, paisanos del propio Ruizpalaciós que tantas veces sufren calladamente las leoninas condiciones laborales de la América Norte.

En suma, una importante crítica sobre la situación de los inmigrantes llegados a los EE. UU. en busca de una oportunidad. Ahora que con Trump y las nuevas políticas americanas se habla tanto de la inmigración ilegal, el filme pone en evidencia cuántos negocios del país se nutren de esta mano de obra en precario, retratando dicha precariedad, pues, aunque a simple vista pudiera parecer que la cosa está bien, el día a día de esos operarios está lleno de detalles que evidencian lo contrario: la desigualdad, la labilidad, el arrinconamiento y el rechazo por ser ciudadanos de segunda e incluso de tercera. Es duro.

Escribe Enrique Fernández Lópiz | Fotos Avalon